jueves, 30 de mayo de 2013

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El misterio infinito de la vida privada

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El misterio infinito de la vida privada

La Fundación Mapfre acoge la primera exposición en España sobre los universos íntimos en blanco y negro del gran fotógrafo estadounidense Emmet Gowin

FOTOGALERÍA
'Edith'. Newton (Pensilvania), 1994 / emmet gowin


Lo indescifrable, casi lo inexplicable, el inacabable misterio de la vida privada y los círculos concéntricos que desembocan entre las salas y las habitaciones del territorio de la intimidad conforman el fascinante universo en blanco y negro de Emmet Gowin (Danville, Virginia, 1941). Un universo cuya carga poética lo convirtió en uno de los fotógrafos más importantes de la segunda década del siglo XX. Ese universo se despliega ahora en las salas de la Fundación Mapfre de Madrid, en lo que supone la primera exposición española de todo un clásico en vida de la fotografía.

El autor estadounidense conoció a su esposa, Edith Morris, durante el otoño de 1960. Gowin estaba ya interesado por la fotografía. Le fascinaban la naturaleza y los ciclos de la vida. Pero después de conocer a Edith su cámara ya no pareció encontrar ningún objetivo mejor. Casados en 1964, durante más de dos décadas, Edith y su mundo son los protagonistas absolutos de la obra de Gowin. De frente, de espalda, en camisón, con traje de fiesta, desnuda, embarazada, sola, con la familia...


FUNDACIÓN MAPFRE
Alto, atractivo, con una pequeña cámara Sony colgada al cuello y dueño de una voz que recuerda a los grandes actores del Hollywood dorado, Emmet Gowin explicaba ayer en las salas de la exposición cómo un día decidió elegir a su mujer y a su familia como tema central de sus composiciones, porque todo lo que le interesaba estaba ahí, delante suyo. “La mayor parte de estas fotografías”, contó, “las hice durante los años que duró la guerra de Vietnam; algún crítico me dijo entonces que mi trabajo tenía algo de incestuoso. Pero yo buscaba algo que ofrecer a la gente y no había nada mejor que las imágenes de mi familia. Descubrir lo mucho que amaba a mi mujer fue una reafirmación de lo que era importante en mi vida, de lo que de verdad era precioso para mí. Pensar en sus familias era también un motivo por el que los soldados anhelarían volver del frente”.

Pero si la exposición, incluida en el programa general de PHotoEspaña, arranca y cierra con hermosisímas series dedicadas a su mujer, en medio hay muchos más temas. Comisariada por Carlos Gollonet, responsable de fotografía de la Fundación Mapfre, la muestra acoge 180 trabajos realizados en blanco y negro, salvo la serie dedicada a paisajes de Andalucía, realizada expresamente para esta su primera cita española.

La naturaleza y los paisajes que ya le habían empezado a interesar en su adolescencia se despliegan en sucesivas etapas de su vida durante varios viajes realizados a Europa, Asia y el interior de Estados Unidos. De Europa Gowin ensalza la belleza de las laberínticas y empinadas calles de Matera (Italia). En Asia escoge Petra (Jordania) y sus casas esculpidas en las rocas.

Pero es en su propio país, Estados Unidos, donde realiza algunas de las series más aplaudidas por los ecologistas, aunque él no está cómodo con ninguna etiqueta. “No tengo más intención que la de descubrir la realidad, no doy mensajes”, comenta. La reserva nuclear de Hanford en el Estado de Washington y las tierras muertas que rodean al río Columbia constituyen todo un catálogo de las diferentes formas que tiene el hombre de destruir el territorio. Las imágenes que obtiene de los circuitos de irrigación en Kansas o los paisajes lunares de Nevada recuerdan a las pinturas de los expresionistas abstractos, aunque Gowin recuerda que el artificio es ajeno a lo que su cámara retrata. “Yo no manipulo, pero estoy muy a favor de aplicar las nuevas tecnologías. Gracias a un sofisticado tipo de escaner, el Smithsonian ha recuperado imágenes de soldados americanos de la guerra civil que habían desaparecido del todo. Milagroso... y maravilloso”.

Los paisajes aéreos realizados sobre Andalucía, también tienen para Gowin un punto de milagro. “Me dijeron que tenía dos días para hacer las fotos. Pensé que era imposible, una experiencia inabarcable. Pero salieron en dos minutos. Como dice la Biblia, Dios da ojos al que quiere ver”. El final de la exposición es una inmersión en las selvas Latinoamericanas. Con su esposa como acompañante y modelo, Gowin retrata centenares de mariposas. Es la serie Mariposas nocturnas. Edith en Panamá. La sombra de ella sobrevuela a los insectos en un aparente juego de tintas conseguido a base de contraluz. El resultado le emociona y confiesa que es feliz.

¿Y por qué no se autorretrata ni siquiera como parte de su familia? “Porque en mi obra estoy yo. En mis fotos me verán a mí”.


Del formalismo a la emoción
ANÁLISIS

Del formalismo a la emoción

El componente autobiográfico es sustancial en Gowin, como ocurre con Cunningham y Callahan


'Campo de golf en construcción', Arizona, 1993. / EMMET GOWIN

 
Emmet Gowin encarna a la perfección algunas de las dialécticas mayores de la fotografía, especialmente aquellas que enfrentan las cualidades técnicas y formales del medio, ligadas a la objetividad, con las que corresponden al ámbito de la subjetividad, encarnadas en el propio fotógrafo, y también, en el caso específico de Gowin, en el registro de su mundo personal, biográfico y afectivo.

De hecho, el componente autobiográfico es sustancial en su obra, tal y como ocurre con otros autores americanos como Imogen Cunningham, Harry Callahan, o más recientemente, Sally Mann, con los que se podría establecer una línea genealógica muy clara. Harry Callahan aparece entre sus referentes, como ocurre también con el más experimental y formalista Frederick Sommer o el escritor James Agee. Unas referencias que apuntan muy claramente hacia la síntesis que constituye su estilo: el lirismo, la capacidad de experimentación formal propia de la fotografía de los años setenta, la exploración de las cualidades fotográficas del mundo, o el apunte onírico o poético cercano en ocasiones al surrealismo. Elementos que se dan la mano en una obra que indaga siempre en busca de la armonía, en un equilibrio entre intelectualidad y lirismo, entre formalismo y emoción, entre artificio y naturalidad.

No es difícil encontrar en su obra el acercamiento casi espiritual hacia el paisaje, característico de la fotografía americana desde sus comienzos. Del mismo modo que no es difícil encontrar una asimilación íntima, también muy característica en la tradición fotográfica de su país, entre naturaleza y familia, entre cuerpo y paisaje. En cierto modo la obra de Emmet Gowin nos propone una mirada ritual a la confluencia o la disolución entre tiempo y materia a través de la reflexión sobre los ciclos vitales, tanto los que corresponden al ser humano, como los que corresponden al mundo.
Del formalismo a la emoción


el dispensador dice:
cada vez que me pierdo,
cada vez que me desoriento,
cada vez que me desconcierto,
cada vez que me gana el desaliento,
regreso a mis adentros,
y me sigo descubriendo...
recupero el aliento,
recupero la voluntad,
recupero el esfuerzo,
y me zambullo en la vida,
en un reforzado pensamiento,
de imbuirme con claridad,
de adecuados sentimientos... 

y sigo nadando, 
prescindente de los tiempos,
haciendo de mis visiones,
velas desplegadas a los vientos,
dejándome llevar por las sensaciones,
que me imprimen las intuiciones,
un sentido de sin razones,
que siempre llevan a buen puerto,
ya que triunfar es un hecho incierto,
y aprender a perdurar... es lo que te hace bueno...

tal te digo,
cada vez que me pierdo,
regreso para mis adentros...
y de tanto hacer camino,
me he terminado conociendo,
soy capaz de darte todo...
siempre que no se traicionen mis sentimientos...
tengo firmes convicciones,
de allí que nunca me miento,
y cuando me cansan las gentes,
siempre regreso a mis adentros.
MAYO 30, 2013.-

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