Sobre el blog
El componente humano primordial debería ser el del reconocimiento del otro. Sin el otro no podríamos existir. Por lo tanto, disfrutemos de “otros mundos” y que esa diferencia –en vez de aislarnos- sea el camino para conseguir un mundo más justo, menos convencional y más libre. Desde este blog rendimos homenaje a todos aquellos libros, películas, autores, diálogos, escenas, frases, conversaciones y canciones que han estimulado nuestra (mi) necesidad de pensar, sentir y gozar.
Sobre el autor
Josep Giralt. Trabajó en Canal Plus, en el Congreso de los Diputados (Grupo Mixto) y como fotoperiodista en América Latina, África y Asia. Co-autor del libro Sentir Etiopía, (RBA), compatibiliza su trabajo como periodista en una Fundación con el espacio Películas incómodas en Com Ràdio. Ha publicado artículos y entrevistas en El País, Avui, El Mundo, Playboy, El Triangle... Su frase: "No sirvo ni para seguir ni para conducir", de Nietzsche; su película: Rocco y sus hermanos, de Visconti. Sus libros: Los ensayos, de Montaigne y Conversaciones, de Cioran.
La muerte de un viajante
"Cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño por primera vez el dedo de su padre, lo tiene atrapado para siempre" (Gabriel García Márquez)
"¿Cómo puedes pensar que eres un gran hombre, cuando el primer accidente que ocurra te puede eliminar por completo?" (Eurípides)
Nos habíamos sentido siempre como en nuestro propio hogar. Sin embargo, desde la muerte de mi padre ninguno de nosotros había vuelto a poner los pies en aquel pueblo. Ese había sido nuestro refugio durante todos los veranos de nuestra infancia. Ahora sigue viviendo allí la hermana de mi padre junto a sus hijos. La relación con mi tía terminó el día que falleció nuestro progenitor.
Pocos años más tarde me armé de valor y, sin decírselo a nadie, regresé a aquella casa en la que di mis primeros pasos, pronuncié mis primeras palabras y tuve mis primeras pulsiones sexuales. Después de asegurarme -durante un buen rato- que no había nadie en su interior, entré en el garaje y encontré las llaves donde siempre habían permanecido escondidas. Abrí la puerta que daba a la casa y subí los tres pisos hasta el cobertizo.
Me agaché para poder pasar por la pequeña trampilla. Estaba nervioso, tenso, me sentía culpable. Sin embargo mi propósito no era otro que el de rescatar algunos objetos de mi padre con la vana ilusión de recuperarle, comprenderle y sobre todo perdonarle. Sin duda también se trataba de absolverme a mi mismo. No se puede castigar a los muertos, somos los vivos los que arrastramos las desdichas. Así que somos nosotros los que tenemos la posibilidad de seguir sufriendo, auto compadeciéndonos, o asumir la complejidad de los seres humanos como parte intrínseca de toda existencia.
Entre todo aquel desorden y suciedad pude encontrar algunos libros amontonados sin ningún cariño. Recuperé Ana Karenina, de Tolstoi (se lo regalé a mi hermana mayor); la biografía de María Antonieta, de Stefan Zweig, y Eugene Grandet, de Balzac.
Antes de abandonar aquella pequeña y sombría buhardilla tropecé con un par de ejemplares de Dale Garnegie. Estaban prácticamente deshilachados. Eran manuales de autoayuda: Cómo ganar amigos e influir sobre las personas y Cómo dejar de preocuparse y empezar a vivir. En un principio estuve a punto de olvidarme de ellos -nunca he tenido demasiada fe en esta categoría de libros-, pero me llamaron la atención un par de cosas. En las últimas páginas encontré un cuestionario que había completado mi padre y una frase escrita de su puño y letra, de Virgilio, que decía: “Dichoso el que puede conocer el porqué de las cosas”.
Aquella sentencia me pareció premonitoria y le daba cierto sentido a mi primera experiencia como asaltador de buhardillas. Las respuestas del cuestionario me sirvieron para acercarme a él, observarlo con cierta distancia y llegar a la conclusión de que jamás se quiso demasiado. Nunca sabrá lo cerca que estoy de comprenderle. A menudo cuando uno es demasiado consciente de la realidad y de la falta de respuestas, se da cuenta de que no existe medio alguno de hacer trampas o de retroceder. En la vida no hay forma de hacer el camino adverso. Machado lo sintetizaba perfectamente: “Que difícil es no caer cuando todo cae”.
Unos años después de que falleciera mi padre compré tres entradas para ver la obra de Arthur Miller, La muerte de un viajante, interpretada por Pepe Sacristán. Regalé los boletos a mis dos hermanos sabiendo que aquella obra también hablaba de gente como nosotros.
Era mi manera de decir ¿lo veis?, ¡no somos los únicos!, ¡no estamos tan solos! La obra de Arthur Miller se estrenó a finales de los años cuarenta, justo cuando mi progenitor empezó a soñar con otro escenario. La Catalunya precursora de la industria textil le abría un universo lleno de posibilidades. Nadie sabía que era un mundo que acabaría por sufrir una grave crisis a principios de los ochenta. La post-transición y artificiosa modernización de España se llevó por delante las ilusiones de mucha gente anónima que no parecía importar a nadie. Los Willy Loman nacionales no conjugaban demasiado bien con la idea de una nueva España abierta a Europa.
Mucho antes de que se discutiese sobre la actual globalización, Miller nos habla de la amenaza que supone para nuestra sociedad dejar sin protección a millones de seres humanos, que por sus circunstancias no pueden consumir, ni producir. ¿Qué lugar del mundo se supone que tenemos reservado para ellos? Arthur Miller escribió: “El que siga habiendo tantos Willy Loman en el mundo se debe a que el hombre se supedita a las imperiosas necesidades de la sociedad o de la tecnología aniquilándose como individuo. De seguir así, dentro de unos años la marginalidad puede alcanzar a media humanidad”.
Cuando la realidad cotidiana se torna bruscamente, cuando el presente se quiebra y nuestro mundo se desmorona, uno no puede dejar de preguntarse: ¿de qué nos ha valido ser fieles a las normas?, ¿de qué nos ha servido entregar nuestro tiempo a una empresa que dispondrá de nosotros según sus necesidades o los avatares del mercado? ¿por qué hemos sido tan obedientes?
"¿Cómo puedes pensar que eres un gran hombre, cuando el primer accidente que ocurra te puede eliminar por completo?" (Eurípides)
Nos habíamos sentido siempre como en nuestro propio hogar. Sin embargo, desde la muerte de mi padre ninguno de nosotros había vuelto a poner los pies en aquel pueblo. Ese había sido nuestro refugio durante todos los veranos de nuestra infancia. Ahora sigue viviendo allí la hermana de mi padre junto a sus hijos. La relación con mi tía terminó el día que falleció nuestro progenitor.
Pocos años más tarde me armé de valor y, sin decírselo a nadie, regresé a aquella casa en la que di mis primeros pasos, pronuncié mis primeras palabras y tuve mis primeras pulsiones sexuales. Después de asegurarme -durante un buen rato- que no había nadie en su interior, entré en el garaje y encontré las llaves donde siempre habían permanecido escondidas. Abrí la puerta que daba a la casa y subí los tres pisos hasta el cobertizo.
Me agaché para poder pasar por la pequeña trampilla. Estaba nervioso, tenso, me sentía culpable. Sin embargo mi propósito no era otro que el de rescatar algunos objetos de mi padre con la vana ilusión de recuperarle, comprenderle y sobre todo perdonarle. Sin duda también se trataba de absolverme a mi mismo. No se puede castigar a los muertos, somos los vivos los que arrastramos las desdichas. Así que somos nosotros los que tenemos la posibilidad de seguir sufriendo, auto compadeciéndonos, o asumir la complejidad de los seres humanos como parte intrínseca de toda existencia.
Ejemplar de 'La muerte de un viajante', de la editorial Tusquets, y DVD de la versión para televisión de Volker Schlöndorff. Un pequeño marco en forma de huevo con mi padre montando en bicicleta y un par de cartas de cuando viajaba a Francia. Particular homenaje a todos los Willy Loman del mundo.
Envuelto por toda aquella mugre, muebles, baúles y libros tuve la impresión de que encontraría alguna respuesta. Entonces yo era muy joven y apenas alcanzaba a comprender que la misma persona que me había dado alguno de los peores momentos de mi vida, era el mismo hombre que se acercaba por la noche y ponía su mano bajo el alféizar de la ventana para comprobar que no se colase el viento y el frío. A continuación bajaba las persianas lentamente y nos cobijaba con las mantas asegurándose de que estuviésemos bien resguardados. Aquel ritual siempre concluía con la misma frase: "Conillets, ¿esteu ben amagadets?" [1]
A lo largo de los años no he dejado de preguntarme, ¿cuándo se dio por vencido? ¿Cómo es posible que un hombre al que no recuerdo jamás sin un libro en la mano no fuese capaz de decirme te quiero? ¿Su retraimiento comenzó cuando se sintió un ser extraño en su propio pueblo o cuando escapó solitario a la pacata, gris y franquista Barcelona? ¿Se acrecentó su zozobra cuando nació mi hermana pequeña con parálisis cerebral? ¿Se complicó su situación cuando se encontró sin trabajo a los cincuenta años? ¿En qué instante abandonó?Entre todo aquel desorden y suciedad pude encontrar algunos libros amontonados sin ningún cariño. Recuperé Ana Karenina, de Tolstoi (se lo regalé a mi hermana mayor); la biografía de María Antonieta, de Stefan Zweig, y Eugene Grandet, de Balzac.
Antes de abandonar aquella pequeña y sombría buhardilla tropecé con un par de ejemplares de Dale Garnegie. Estaban prácticamente deshilachados. Eran manuales de autoayuda: Cómo ganar amigos e influir sobre las personas y Cómo dejar de preocuparse y empezar a vivir. En un principio estuve a punto de olvidarme de ellos -nunca he tenido demasiada fe en esta categoría de libros-, pero me llamaron la atención un par de cosas. En las últimas páginas encontré un cuestionario que había completado mi padre y una frase escrita de su puño y letra, de Virgilio, que decía: “Dichoso el que puede conocer el porqué de las cosas”.
Aquella sentencia me pareció premonitoria y le daba cierto sentido a mi primera experiencia como asaltador de buhardillas. Las respuestas del cuestionario me sirvieron para acercarme a él, observarlo con cierta distancia y llegar a la conclusión de que jamás se quiso demasiado. Nunca sabrá lo cerca que estoy de comprenderle. A menudo cuando uno es demasiado consciente de la realidad y de la falta de respuestas, se da cuenta de que no existe medio alguno de hacer trampas o de retroceder. En la vida no hay forma de hacer el camino adverso. Machado lo sintetizaba perfectamente: “Que difícil es no caer cuando todo cae”.
Unos años después de que falleciera mi padre compré tres entradas para ver la obra de Arthur Miller, La muerte de un viajante, interpretada por Pepe Sacristán. Regalé los boletos a mis dos hermanos sabiendo que aquella obra también hablaba de gente como nosotros.
Era mi manera de decir ¿lo veis?, ¡no somos los únicos!, ¡no estamos tan solos! La obra de Arthur Miller se estrenó a finales de los años cuarenta, justo cuando mi progenitor empezó a soñar con otro escenario. La Catalunya precursora de la industria textil le abría un universo lleno de posibilidades. Nadie sabía que era un mundo que acabaría por sufrir una grave crisis a principios de los ochenta. La post-transición y artificiosa modernización de España se llevó por delante las ilusiones de mucha gente anónima que no parecía importar a nadie. Los Willy Loman nacionales no conjugaban demasiado bien con la idea de una nueva España abierta a Europa.
La muerte de un viajante, dirigida en el Teatro Español por Mario Gas.
Fue entonces y gracias a las habilidades políticas de Ronald Reagan y Margaret Thatcher que los resultados económicos de las grandes corporaciones y multinacionales empezaron a campar a sus anchas. Con el descontrol de los beneficios multimillonarios empezó el derrumbe de una forma de interpretar el mundo y el principio de la tiranía neoliberal. Como bien dice la sabiduría popular: “De esos barros vienen estos lodos”.
La grandeza de La muerte de un viajante estriba en que pone sobre la mesa el problema palpable de los excluidos del sistema. La obra de Miller nos muestra la otra cara del sueño americano. Su cínico procedimiento aislando a las personas para que no puedan hacer sociedad, ni puedan imponer y defender sus derechos. Ya se sabe que una humanidad compuesta por seres incomunicados y frágiles siempre resultará más fácil de gobernar.
Versión de la obra de 1951, de László Benedek, producida por Stanley Kramer y protagonizada por Fredric March, Mildred Dunnock, Kevin McCarthy y Cameron Mitchell. La película fue galardonada con cuatro premios Globo de Oro y el Copa Volpi al mejor actor para Fredric March.Mucho antes de que se discutiese sobre la actual globalización, Miller nos habla de la amenaza que supone para nuestra sociedad dejar sin protección a millones de seres humanos, que por sus circunstancias no pueden consumir, ni producir. ¿Qué lugar del mundo se supone que tenemos reservado para ellos? Arthur Miller escribió: “El que siga habiendo tantos Willy Loman en el mundo se debe a que el hombre se supedita a las imperiosas necesidades de la sociedad o de la tecnología aniquilándose como individuo. De seguir así, dentro de unos años la marginalidad puede alcanzar a media humanidad”.
Producción realizada para televisión en 1985, interpretada por Dustin Hoffman y John Malkovich.
Willy Loman ha trabajado como viajero de comercio durante toda su vida. Tiene sesenta años, esta casado con Linda y tienen dos hijos, Biff y Happy. Extenuado después de trabajar durante treinta y cinco años en la misma empresa pide un aumento de sueldo, pero se lo niegan y acaba siendo despedido por “su propio bien”, pues ya no rinde en el trabajo como antes. Ha sido durante toda su vida un hombre obediente y un perfecto trabajador.
¿Puede un hombre ordinario como Loman sacar fuerzas para luchar contra el sistema? ¿Existen alternativas? De nuevo me viene a la memoria la imagen de mi padre con cincuenta años, pateándose toda la ciudad con su muestrario a cuestas, ambicionando vender alguna pieza. Al final se rindió, dejó ese maldito trabajo y se colocó como contable en una Administración y Asesoría de fincas.
Era la época del florecimiento del séctor. Él siempre decía que la burbuja inmobiliaria acabaría estallando y que la situación de prosperidad que nos estaban vendiendo no podría sostenerse durante mucho tiempo. Desgraciadamente se cumplieron sus predicciones, pero él ya no estaba aquí para verlo. Murió con setenta y dos años en 1995. A mi padre le rompió la realidad, cayeron sobre él una suspensión de pagos, la pérdida de todos los sueños y una niña inocente. No tuvo un padre que lo abrigara por la noche, no puedo refugiarse en ningún recuerdo. Sólo una abuela menuda, buena como el pan, pero breve en el tiempo y demasiado lejos en la distancia.
Hay una parte fundamental en la obra que nos muestra la angustiosa soledad del individuo frente al sistema. Mario Gas, que dirigió la obra, hizo una declaraciones que definen de forma excepcional el personaje principal: "Cualquier persona que vive una vida de ficción totalmente alienada, a favor de un sistema que cuando ya no le sirve le arroja a la cuneta y encima no sabe qué lugar ocupa, ni sabe reaccionar y tener un compromiso consigo mismo, es hoy un Loman. Los encontramos por todas partes, no sólo a una edad en la que ya no se sirve para el engranaje, sino también en edades intermedias se dan estas deserciones". Cuando la realidad cotidiana se torna bruscamente, cuando el presente se quiebra y nuestro mundo se desmorona, uno no puede dejar de preguntarse: ¿de qué nos ha valido ser fieles a las normas?, ¿de qué nos ha servido entregar nuestro tiempo a una empresa que dispondrá de nosotros según sus necesidades o los avatares del mercado? ¿por qué hemos sido tan obedientes?
Sesenta años después de su estreno y de la denuncia que hizo Miller de la farsa que supone el sueño americano, nos encontramos ante un sistema que se ha ido perfeccionado en su perversidad y que ha acabado por salvar a los bancos y las corporaciones antes que a las personas. ¿No debería ser la igualdad de condiciones el origen de la democracia? ¿Qué pensaría hoy Arthur Miller de lo que está ocurriendo en el mundo? ¿Qué pieza teatral habría escrito? ¿Recibiría el público la obra con la misma conmoción?
Como señalaba Ernesto Sábato: “Al parecer, la dignidad de la vida humana no estaba prevista en el plan de globalización”. Por consiguiente, yo me pregunto cuántas vidas humanas, cuántos sueños rotos, cuántas víctimas –como Willy Loman o mi padre- harán falta para que nos demos cuenta de que el mundo no puede girar solo alrededor de conceptos como rentabilidad y competitividad. ¿Cuántas?
Como señalaba Ernesto Sábato: “Al parecer, la dignidad de la vida humana no estaba prevista en el plan de globalización”. Por consiguiente, yo me pregunto cuántas vidas humanas, cuántos sueños rotos, cuántas víctimas –como Willy Loman o mi padre- harán falta para que nos demos cuenta de que el mundo no puede girar solo alrededor de conceptos como rentabilidad y competitividad. ¿Cuántas?
Producción de 'La muerte de un viajante', interpretada por Philip Seymour Hoffman, dirigida por Mike Nichols en el teatro Ethel Barrymore de Nueva York, en 2012. Premios Tony a la mejor dirección y al mejor actor principal.
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[1] Canción que solía entonarse para los niñas y niñas pequeños a la hora de acostarse.
el dispensador dice:
eres viajero del tiempo,
eres viajante de tu propio destino,
llegas aquí sin mochila,
te vas cargando de cosas,
según ideas que imprime la vida,
de pronto te das cuenta...
que portas heridas...
que son como piedras,
que pesan y lastiman...
de pronto te das cuenta...
que no es útil la envidia,
que más vale lo poco,
que desear lo que otro imagina...
de pronto te das cuenta...
que eres pasajero,
de un tren que no existe,
de un viento sincero,
que porta tu alma,
llevándola en una senda plena de agujeros...
de pronto te das cuenta...
que el tiempo ha pasado,
que estás llegando al momento,
de subirte al pasado...
de pronto te das cuenta...
que eres olvido,
que de nada sirvió,
lo que creíste haber vendido...
que viniste a este mundo,
a transitar un camino,
que te atuviste a las distracciones,
que no entendiste lo que es el destino...
pero ya pasó,
tiempos perdidos,
prepárate espíritu...
vas de regreso a vivir,
lo que no has comprendido.
MAYO 16, 2013.-
[1] Canción que solía entonarse para los niñas y niñas pequeños a la hora de acostarse.
el dispensador dice:
eres viajero del tiempo,
eres viajante de tu propio destino,
llegas aquí sin mochila,
te vas cargando de cosas,
según ideas que imprime la vida,
de pronto te das cuenta...
que portas heridas...
que son como piedras,
que pesan y lastiman...
de pronto te das cuenta...
que no es útil la envidia,
que más vale lo poco,
que desear lo que otro imagina...
de pronto te das cuenta...
que eres pasajero,
de un tren que no existe,
de un viento sincero,
que porta tu alma,
llevándola en una senda plena de agujeros...
de pronto te das cuenta...
que el tiempo ha pasado,
que estás llegando al momento,
de subirte al pasado...
de pronto te das cuenta...
que eres olvido,
que de nada sirvió,
lo que creíste haber vendido...
que viniste a este mundo,
a transitar un camino,
que te atuviste a las distracciones,
que no entendiste lo que es el destino...
pero ya pasó,
tiempos perdidos,
prepárate espíritu...
vas de regreso a vivir,
lo que no has comprendido.
MAYO 16, 2013.-
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