domingo, 22 de diciembre de 2019

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LA VIDA DE BUDDHA.

Siddharta Gautama, Buddha nació en cuna real, hijo del rey Suddhodana, del clan Sakya (o Shakya), en Lumbiní, al interior del reino de Kapilavastu, en el actual Nepal, muy cerca de la frontera sur con la India, alrededor del año 543 a.C. A veces es llamado también Sakyamuni, que en sánscrito significa “el sabio de los Sakya”. La leyenda cuenta que, su madre, una de las esposas 
del rey Suddhodana, Maya Deví, soñó con un pequeño elefante provisto de seis colmillos y cabeza rojo rubí que entró por el lado derecho de su vientre y que empezó a gestarse en ella. Ocho sabios del Tíbet visitaron al rey y presagiaron que ese sueño era una clara señal de que su futuro hijo sería un santo y un sabio. El nacimiento de Siddharta Gautama, nueve meses después, fue igualmente legendario: la tradición relata que su madre soñó que su hijo se le aparecía sobre una flor de loto al tiempo que una llovizna de pétalos caía sobre ambos, y que le decía: "Triunfaré del nacimiento y de la muerte y venceré a todos los demonios que hostigan al hombre”. Su madre murió con el nacimiento de Gautamá, por lo que el futuro Buddha tuvo que ser criado por su tía Payapati.

Después de su nacimiento, su padre mandó a llamar a un monje famoso por sus presagios, el brahmán Asita, quién predijo que su hijo Siddharta sería un gran rey, pero que si su hijo conocía la muerte y la enfermedad, abandonaría el reino para convertirse en un gran maestro religioso. Por eso el rey Suddhodana mandó construir cuatro palacios, uno por cada estación del año, libres de toda traza de sufrimiento humano y por el contrario repletos de cosas y personas bellas, jóvenes y saludables.

Entre las leyendas que hay de Gautama Buddha, hay una de cuando era un infante. Devadatta, su primo, estaba cazando y logró clavarle una flecha a un cisne, que cayó justo a los pies de Siddartha. Siddharta lo recogió, le sacó la flecha, y lo dejó ir. Devadatta le reclamó por su cisne, que era suyo porque él lo había cazado al tocarlo con la flecha, pero el príncipe le dijo que ese cisne ya no existía, que lo curó y le dió una nueva vida, y que era un ser distinto al que había cazado, y que por lo tanto no tenía ningún derecho sobre él. Fueron ante el rey a dirimir la cuestión, y el rey le dió la razón a Siddharta. Esta es la primera semilla de la no violencia en el príncipe.

A los 16 años de Siddartha, su padre, apresurado, pensó que era tiempo de casarlo. Para ello, convoca a todas las doncellas de su reino y de los reinos vecinos, prometiéndoles un regalo. Tres palacios con 4000 doncellas cada uno fueron presentados a Siddharta, el príncipe tenía que elegir a una. Siddharta debía hacerle un regalo a cada una de ellas, que se acercaban a recibirlo, pero ninguna logró gustarle. Casi al terminar la ceremonia, el príncipe divisa una doncella muy bonita, Yasodhara, de quien se decía era cuidadora de vacas, en esa época un título que llenaba de honor a cualquier persona. La doncella en cuestión era hija de un rey llamado Dantapali, y no había ido a buscar su regalo, diciéndose a si misma que ella tenía cientos de alajas y joyas a su disposición y que no necesitaba ninguno. Al ver Siddharta que no le quedaban regalos y que le doncella partía sin ninguno, se acercó y decidió sacarse el collar de diamantes que tenía colgado y regalárselo a ella, poniéndolo en su cuello, para que no se fuera con las manos vacías.

Su padre vio esto con buenos ojos, diciéndole que al fin había encontrado a la mujer que le gustaba. Entonces se reunió con el padre de la doncella, que como dijimos, también era rey. Pero sopresivamente no quiso entregar a su hija, diciéndole que ella era una chica muy inteligente, y que Siddharta era un chicuelo pasivo, mimado y que regalaba sus cosas, además de hijo de un rey que hace la guerra y somete pueblos. Al enterarse Siddharta de la negativa, le propone a su padre organizar un torneo para impresionar a su futuro suegro. Su padre convoca a los mejores arqueros, caballeros y sabios para asistir al torneo. Entonces Siddharta le dice a los cuatro mejores arqueros que se ubiquen cada uno en una esquina, y que disparen hacia él, ubicado en el medio, cada uno 15 mil flechas. Ninguna flecha le llega. Otras pruebas similares son realizadas y Siddharta sale victorioso. Dantapali, padre de la doncella, queda impresionado, se acerca a Siddharta y le propone su hija como esposa.

Algunos piensan que Siddharta se casó por amor, otros que se casó porque le gustaba experimentar todo, con tal de aprender, y otros más que se casó a la fuerza, que su padre lo obligó a casarse como una manera de retenerlo en el palacio. Esto porque desde muy pequeño Siddharta quiso abandonar el palacio, por eso lo casaron tan joven (16 años). Trece años después, con 29 años, el príncipe vive una vida tranquila, con muchos placeres, que sin embargo ahora lo aburren. Entonces le pide autorización a su padre para salir del palacio, y el rey, contra todo pronóstico, acepta. Sale entonces del palacio fortificado, por primera vez en su vida, y acompañado por su fiel cochero Channar y su caballo Kanthaka.

Al poco andar, se encuentran con un hombre tirado en el suelo, muy flaco, tembloroso, y hablando incongruencias. Asombrado el príncipe le preguntó a su acompañante por ese hombre. Éste le respondió que era un hombre enfermo, que la enfermedad le estaba consumiendo toda la fuerza acumulada. Siddharta, extrañado, le preguntó si eso le podía pasar a cualquier persona. El cochero le respondió que si, que a todos nos podía pasar de caer enfermos. En su segunda salida vieron a un viejo que cojeaba, sin dientes en la boca, muy arrugado. Buda le pregunta al cochero si eso también le puede pasar a todo el mundo a lo que el cochero le responde que si, que es el destino de todos crecer y luego envejecer. El principe exclamó: este mundo es efímero! En una tercera salida vieron una fila de personas llorando, siguiendo a un hombre cargado y acostado, recubierto con flores amarillas. El principe le pregunta por ese hombre acostado, qué le ha pasado, porqué lo llevan así? El cochero le responde que ese hombre ha muerto, que perdió los sentidos, y que lo llevan a su funeral. El príncipe quiere irse de inmediato, nervioso, y le pregunta si la muerte está destinada sólo a ese hombre o si estamos todos condenados a morir algún día. El cochero le responde que todos moriremos. En una cuarta salida fuera de palacio, vieron un asceta, un monje errante con su escudilla para pedir limosna, caminando vestido de amarillo. Cuando Siddharta lo vió todo cobró sentido para él, y decidió convertirse en asceta y llevar la misma vida, rechazando un reino y todos sus placeres. Estos cuatro encuentros marcaron la vida del príncipe, y se preguntó por el sufrimiento humano hasta encontrar una solución.

Buddha fue testigo de muchos sacrificios rituales que se hacían a diario en esos tiempos. Por ejemplo en el templo de la diosa Parvati, dicen que incluso humanos eran sacrificados. El príncipe se rebeló ante las costumbres de la época rechazando cualquier sacrificio de cualquier ser viviente. Era un mundo feudal, con muchos reinos dispersos, guerras entre señores, muerte, pobreza, enfermedades, un mundo de castas y grandes diferencias sociales, pero todo eso sólo se veía fuera de palacio obviamente. Un mundo también de agurios, adivinos y presagios. Siddharta conoció en sus salidas un mundo de castas con hombres en lo más bajo, sin casta, encargados de las labores más despreciadas e imposibilitados de contacto alguno con las castas superiores, y hombres en lo más alto, los brahmanes, sacerdotes astrólogos que predecían desde el nacimiento lo que sería el destino de cada recién nacido, cual será su oficio, quien su esposa y cual su nombre. Buddha debe haber visto el régimen de castas y seguramente debe haber pensado porqué esas diferencias si las lágrimas de parias (hombres sin casta) y brahmanes son todas saladas, y la sangre de ambos es siempre roja.

Siddharta no quería vivir más en el palacio, y finalmente logró atreverse a pedírselo a su padre. Una noche le pidió al rey si podía garantizarle cuatro cosas: que no enfermaría nunca, que no envejecería, que no moriría y que jamás sentiría celos, odio, avaricia, envidia o violencia. El rey confundido, sin saber qué responderle, le contestó que ni los dioses podían asegurarle eso, que lo único que le podía ofrecer era su reino, sus palacios, sus súbditos, sus pueblos, pero que esas cuatro cosas no podía dárselas. Entonces Siddharta le dijo, padre mío, déjame partir para encontrar respuesta a estas cuatro preguntas. El padre le dijo que no podía negarse a darle permiso.

Al mismo tiempo la mujer de Siddharta daba a luz a su primer hijo, nacido para un eclipse de luna, y que nombraron Raulha, que significa traba, u obstáculo. Grandes fiestas son organizadas para festejar el nacimiento del hijo. Buddha que pensaba partir se veía confrontado al recién nacido, capaz de sujetar al sol y la luna, y también de sujetarlo a él para que no parta. Cuando la fiesta terminaba, a medianoche, Siddharta finalmente abandona a su mujer, su hijo recién nacido, y se va de palacio junto a su cochero y su caballo. Avanzado el camino, se despoja de las joyas que cargaba, de sus espadas, y se las da al cochero a quien le dice que vaya a dejarlas al palacio con un mensaje: que no volvería hasta responder las preguntas, hasta haber vencido la enfermedad, el envejecimiento, la muerte y los malos pensamientos. A los 29 años Siddharta abandona la vida de príncipe y se convierte en vagabundo en búsqueda de respuestas. Abandonar a la familia para buscar la espiritualidad es una vieja tradición en India, lanzarse al camino para encontrar las respuestas.

Baja hacia las tierras del Ganges. Siddharta busca un maestro espiritual, un gurú. En la India se sabe que el gurú prepara tu espíritu para recibir la verdad tal cual es, no te da la verdad, ni lo divino, pero te prepara para recibirla. Después de su primer encuentro con un maestro, Siddharta se dirige al poderoso reino de Magada, todavía más al Sur. Allí, el rey, reputado de sabio y bueno, ofrece protección a todos los buscadores de espíritu. En las cercanías de la ciudad principal, meditaba en pequeñas cavernas. Bimbisara, el rey de Magada, escucha hablar de este mendigo tan hermoso, porque la leyenda cuenta que Siddartha era muy muy bello, y lo llama a su presencia. Lo conoce, ve y escucha lo noble que es, y ofrece a su hija por esposa, además de la mitad de su reino. Pero Siddharta le responde que para que quiere un reino si acaba de renunciar a uno.

Vivía también en Magada un maestro muy reputado, fundador del jainismo, Mahavira, que predicaba la no violencia, el amor al prójimo, y el veganismo. Afirmaba que hacer daño nos envenena y predicaba que lo único que salva al hombre es la práctica estricta del amor al prójimo y el ascetismo (andar desnudo, amarrarse el pelo, mendigar, caminar y ayunar). No se sabe si Siddharta tuvo contacto directo con Mahavira, pero entendemos que sí tuvo una influencia en Gautama por las decisiones que tomó en lo relativo a buscar sus respuestas en un ascetismo prolongado y empecinado.

Estudió con seis gurús pero nadie pudo contestar sus preguntas. Recibió decenas de consejos y recetas para alcanzar la verdad, las probó todas, por años, caminando por el valle del Ganjes, sin la compañía de gurú alguno, pero acompañado de cinco compañeros caminantes en las mismas condiciones. Haciendo caso omiso de la creencia Brahmánica de un destino fijo que promete el paraíso en otra vida, decidió buscar la verdad por si mismo. Su plan era mendigar un tiempo en diez ciudades distintas, luego en cinco, en tres, en una, luego, en unas pocas familias, reduciendo finalmente su mendicidad a una sola casa, si había comida, comería, si no había entonces continuaría su ayuno. A tal punto que si llovía tomaba agua, si caía una hoja o un fruto de un árbol, lo comía. El ayuno prolongado lo deja al borde la muerte. De pronto lo encontró esquelético una mujer de la zona que conducía sus vacas, hija de una familia rica. Se compadeció de él, le pidió que comiera de lo contrario iba a morir. También le pidió que resara por ella y que pidiera al cielo que le trajera un bello marido para poder casarse, y que si lo lograba le traería un pastel de arroz en un plato de oro. La doncella volvió al poco tiempo con un vasija con arroz, miel y leche, y le dijo que se alimentara, que había que alimentarse todos los días. Recién entonces Buddha comprendió que el ayuno y las privaciones no lo habían conducido a ninguna parte, y decide abandonar tales prácticas. Su cinco compañeros deciden abandonarlo a él, pensando que estaba renunciando al buen camino.

Al poco tiempo después, ya recuperado del ayuno, ve a un grupo de músicos caminar con sus instrumentos, y a uno de ellos estirar la cuerda para afinar sus notas. En ese momento Siddharta comprende el camino del medio, del equilibrio, si tiras mucho de la cuerda, se rompe, y si tiras muy poco, no hay música posible. Es entonces cuando Siddharta decide cambiar de estrategia. Se sienta bajo una higuera por varias semanas, y utiliza una técnica de meditación concentrándose únicamente en la respiración. Es en este período que se dice que Siddharta es tentado por demonios y visiones, especialmente por uno llamado Mara. Los textos sagrados dicen que en una primera etapa de vigilia, tras 49 días, Siddharta logra liberarse del cuerpo, y descubre sus vidas pasadas, todas, mil vidas. En su segunda vigilia, Buda logra comprender los ciclos de la existencia, las leyes de causa y efecto, el movimiento del karma. Para la tercera vigilia logra destruir en si mismo los cuatro venenos mundanos, el apego a lo material, los deseos sensuales, los falsos conceptos, y la ignorancia. Así, a la edad de 35 años, logra entrar al Nirvana, el despertar, la iluminación, el conocimiento supremo, la cesación del deseo. Respondió sus preguntas.

Ahora iluminado, Buddha decide compartir su descubrimiento. Recorre trescientos kilómetros, hasta llegar a Benarés (Varanasi), pensando, por la buena fama de la ciudad, que allí encontraría a los verdaderos conocedores del espíritu, y también a los sinceros buscadores de espíritu. Busca también a sus cinco antiguos compañeros ascetas que lo habían abandonado para comunicarles la buena nueva de su iluminación y también para mostrarles su camino. Los encuentra en el parque de las gacelas, cerca de Benarés, en Sarnath, donde hay muchas ermitas muy antiguas. Allí los reúne y predica su primer sermón, conocido como el sermón de Benarés, donde entre otras cosas, predica lo que son conocidas como las cuatro nobles verdades.

Los compañeros, maravillados, le piden a Buddha ser sus discípulos. Nace entonces la primera agrupación budista, agrupación de monjes mendicantes que posteriormente serían conocidas como Sanghas.
Caminan y le enseñan a todo el mundo, sin distinción, haciendo caso omiso de las castas, del pasado de las personas, en un lenguaje accesible a todos, el pali (a diferencia de los Brahmanes). La Sangha fue una prioridad para Buddha, supo desde el comienzo que sin Sangha su conocimiento no llegaría muy lejos, y por que la Sangha es una oportunidad para mucha gente de sanarse y conocer el espíritu. Durante 40 años Buddha explica sus leyes del Dharma, y propaga su enseñanza por parte del norte de la India: Saravasti, Kosambi, Rajgir, Nalanda, Vaishali. A los 80 años, tras la sesión de lluvias, cae enfermo. Pronuncia entonces su sermón del Nirvana, que enseña que la muerte no existe.

Les dice miren las nubes, están cargadas de lluvia. Llueve y la nube desaparece. ¿Ha muerto el agua? No, la nube ahora es río, o nieve. No hay nacimiento, tampoco hay muerte.

Poco tiempo después, en el poblado de Kusinagar, Buddha enferma de disentería, con fuertes dolores de vientre, se dice que tras comer carne de cerdo preparada por un discípulo herrero. Convoca a Ananda, su primo y más fiel discípulo, para contarle su última voluntad. Ananda le pregunta: ¿qué debemos venerar? Buddha le responde: nací en Lumbiní, en el reino de Kapilavastu, me iluminé en Budagayá, prediqué la ley del karma en Sarnath, y aquí en Kusinagar voy a llegar al Nirvana.

He aquí cuatro lugares donde pueden reunirse. Finalmente dijo: la enfermedad y la muerte son inherentes a toda vida, pero cualquiera tiene la fuerza y el derecho de evadirlas, no dejen nunca de luchar.


Thuk Je Che Tibet


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