Leila Guerriero rompe las fronteras del periodismo
El nuevo libro de la reportera argentina, 'Plano americano', ahonda en las raíces literarias del oficio
Juan Cruz Madrid 2 ABR 2013 - 20:44 CET1
Cuando te adentras en los circuitos poéticos de Leila Guerriero, la sobresaliente periodista argentina, no tiene más remedio que subrayar esta frase, que viene al encuentro tan solo unas páginas más allá del comienzo de su libro Plano americano (Universidad Diego Portales, Chile, 2013): no es verdad que el periodismo tenga fronteras, ni que trate exclusivamente de la actualidad.
Tampoco es cierto que el periodismo trate tan solo de la realidad: es sueño, investigación, rabia, incertidumbre, duda. Al periodismo le fabricaron fronteras (no solo las de los libros de estilo, estas son las menores) para dejarlo seco. Guerriero se revuelve contra eso como una niña muy bien malcriada; acude a las citas de los asuntos que trata desnuda de equipaje, va a beber de las fuentes de la curiosidad y cuando acaba su excursión, en la que lo acompaña el lector ávidamente, no es porque haya terminado de investigar, de adentrarse en el alma de sus sujetos, sino porque se retira para que uno se reclame ya parte del texto. Y para siempre.
Este es un libro ejemplar, el reflejo de un estilo que mejora al lector y que pone en su sitio la escritura periodística salvaje: ella escribe sin contemplaciones, no se recrea sino que recrea la respiración, el aliento de personajes como Nicanor Parra, Juan José Millás o Fogwill, los universos misteriosos e inéditos de Roberto Arlt, la vida desgraciada y sublime de Idea Vilariño, el amor violento de Juan Carlos Onetti...
El libro está lleno y salpicado de hallazgos de una enorme intensidad, a los que ella llega desde un espíritu indómito, no existe respiro en su pesquisa; hasta el ruido de los orines al caer (en Fogwill), hasta las dudas metódicas y sardónicas (en Parra), hasta esa investigación insólita sobre el alma de Arlt son como elementos físicos que trascienden el propio ámbito de las metáforas para convertirse en piedras en el ojo, en la física realidad que ella persigue. No hay pasado para estas páginas, todo está escrito como si estuviera sucediendo y siguiera sucediendo una vez que uno dejó el libro a un lado. Gente viva, y para siempre, es el resultado de la visita de Leila Guerriero.
El periodismo no trata de la actualidad, o no siempre, o no necesariamente. Ese es el corsé en el que nos han servido el oficio para que piquemos y hagamos solo lo que aparece en la agenda de los actos, de los hechos o de los sucesos. Leila Guerriero ha ido a visitar a Arlt cuando ya no está, a Homero Alsina Thevenet cuando ya no es noticia, a Idea Vilariño (¡qué reportaje, qué poema!) cuando ya nada puede decir porque está muerta… Pero en todos esos reportajes del más allá de las almas hay más realidad, y más periodismo, que en muchas de las notas marcadas por la urgencia de lo que nos toca cubrir porque acaba de ser noticia.
Lo cuento. Cuando iba terminando el capítulo Arlt (acaso, con el de Idea, lo más ejemplar, de ejemplos, del libro), escribí un mensaje a un amigo canario, contándole que estaba en la playa; por los avatares del abecedario táctil, salió plata y no playa, y este amigo, creyéndome en La Plata, me aconsejó que buscara libros de una escritora que yo desconocía, Aurora Venturini. Ah, no me di cuenta de la trasposición playa-plata en mi propio mensaje, así que no presté atención a la inquietante sugerencia de lectura que me hacía este amigo, así que seguí leyendo la inquietante ascensión de Leila hacia el alma de Robert Arlt. Hasta que terminé el capítulo y me dispuse a leer el siguiente. El siguiente era sobre Andrea Venturini.
Este es un libro obligatorio para periodistas, jóvenes o viejos; pero es imprescindible, sobre todo, para periodistas que dejaron de creer en el oficio como una de las bellas artes. Manuel Vicent dice que el periodismo es la literatura del siglo XX. Si algún día el maestro Vicent tuviera que demostrarlo con textos que no sean suyos, este libro de Leila Guerriero le puede ayudar decisivamente. A mí me ha servido para creer que el oficio no tiene fronteras, o estas están en el horizonte.
el dispensador dice: hay un plano americano, convergente hacia cosmogonías ancestrales, con distinciones culturales que van desde Alaska hasta Tierra del Fuego, quizás hasta la misma Antártida en una era que aún no ocupa lugar en historia humana alguna... más allá de cualquier escrito, de cualquier consideración antropológica, arqueológica, o de lógicas sin lógica, existen denominadores culturales que unen a las culturas precolombinas, esto es al linaje y a las estirpes nativas americanas. Todas ellas consubstanciadas con sus suelos y con sus cielos, con sus fuentes y con sus fuegos... teniendo como ángulo del fundamento a la piedra... con la suficiente autoridad como para saber cuándo es necesario llegar, y cuándo... irse... dejando por detrás lo vivido, el monumento, lo hecho y lo deshecho, a sabiendas que nada de lo cursado se pierde y que siempre hay una estela de vida detrás, como huella y sombra, de cada conjunto cultural de vidas. Más allá de las plumas de colores, del quetzal, de los oros y las platas, de los estandartes y de los escudos, de aquello que viste o desviste a la raza, esos denominadores comunes dejan evidencia de coexistencia con la naturaleza, con sus valores, con sus designios y con sus legados... las evidencias son muchas, todas perduran más allá de los apuros de los siglos siguientes a una conquista abrazadora de bienes, despreciante de aquellos valores subyacentes a la raza incomprendida. América, la prehispánica, no tenían fronteras... tenía reinos... no fronteras. ¿Dónde residían aquellos ejes culturales tan paradigmáticos?... en saber y reconocer que ningún hombre, ni ninguna mujer, pueden prescindir de sus suelos, de sus aires, de sus aguas, de sus fuegos, por ende tampoco de quien les ha dado forma y vida, de quienes han sido sus creadores y formadores en lo espiritual... se destaca en sus monumentos de piedra, mudos testigos de un tiempo que a pesar de haber pasado, permanece latiendo en la vibra de las auras de las herencias mezcladas... pero no solo allí. El espíritu de la piedra habla por sí mismo... dice más, dice menos, según quien lo escucha... o simplemente no dice nada, total, para qué hablar con sordos de alma?... Desde el Ártico y hasta el Antártico muchas son las coincidencias... y también muchas otras sus latencias... Arizona?, Teotihuacán?, Chichén Itzá?, Tikal?, Copán?, San Agustín?, Machu Pichu?, Vilcabamba?, Cuzco?, Nazca?, Pisac?, Tiawanaku?, Tastil?, son tantos los hitos, que las piedras no cejan en sus intentos de hablar replicando pasados distantes, tan lejanos que ya no guardan tiempo... luego, la historia oficial la escribieron los relatores de Indias... relatos de intereses reinales y otros tantos virreinales... reñidos con la verdad de las culturas... curiosamente, las culturas ancestrales de las Américas no tenían fronteras... el suelo que pisaban era el mismo, provenía de la misma madre... las fuentes de las que bebían surgían de la misma mano creadora... el aire que respiraban los imbuía del espíritu de los tiempos... los fuegos que los impulsaban era incentivados por el espíritu de los vivos, así como también por los que siendo distintos, habían tenido su protagonismo de tiempos. ¿Qué sería de la historia si hubiese habido reportajes a los caciques de cada estirpe?... ¿qué sería de la historia si no hubiese existido una campaña a los desiertos?... ¿qué sería de la historia si las tribus nativas de las américas de los desiertos hubieran perdurado allende sus momentos?... aunque parezca mentira, esa historia genuina está viva... tanto como sus protagonismos lo están... alcanza con visitarlos por fuera de las quietudes de los museos... aventurarse a los sueños... retroceder en el tiempo a partir del recupero de capacidades dormidas... perdidas, extraviadas, deformadas por falaces consideraciones eclesiásticas e inquisidoras. Para entender al prójimo no hay nada peor que la ignorancia y sus aportes... además de quitar perspectiva, desmerece al otro, denigrándolo en su condición tanto como en su calidad. En uno de mis tantos viajes a aquello que ya no existe, un pachá me dijo: "los vemos... aunque las densidades de occidente tienen el poder de negar lo evidente... los vemos. En nuestros tiempos los suelos pertenecían a todos... no había dueños, porque la Tierra tiene un único dueño, su creador... respetábamos los aires, las aguas y los fuegos, porque de ellos dependen la calidad de nuestras sangres, por ende la sabiduría y el genio de cada linaje... a sabiendas que todos somos uno en los cielos... el mundo humano ha perdido el sentido de la tribu, está disociado, se ha amigado con las tecnologías, pero estas los han esclavizado, y la humanidad ya no sabe diferenciar lo importante de lo superfluo... están sometidos por el dinero y los bienes, sin comprender que estos terminan consumiendo los días y las noches de las vanidades"... lo miré a los ojos, entendió mi mirada... me abrazó... y espetó: "somos uno en el tiempo, porque estamos abstraídos de él (tiempo)"... agregando: "el destino que has escrito ha sido honrado... no tiene banderas ni fronteras... sólo suelo, aire, agua y fuego... has aprendido ha escuchar el signo de la piedra... has aprendido a leer la señal del vuelo del cóndor... lates según el espíritu del búfalo... respetas al puma... ya tienes tu lugar entre nosotros los distintos". América es una promesa que aún espera... porque lo escrito... no coincide con aquello que fue quemado en las hogueras de la inquisición enviada por los reinos de las avaricias y las angurrias... nuestros oros aún relucen... los pectorales de plata aún unen a los espíritus... la última palabra de la raza no ha sido pronunciada... vivimos en las savias. ABRIL 04, 2013.-
La estirpe y el linaje de Vilcabamba, sobre los que nada se ha escrito, late en la esencia de las rocas... El Dorado, lo está más que nunca antes.
Tampoco es cierto que el periodismo trate tan solo de la realidad: es sueño, investigación, rabia, incertidumbre, duda. Al periodismo le fabricaron fronteras (no solo las de los libros de estilo, estas son las menores) para dejarlo seco. Guerriero se revuelve contra eso como una niña muy bien malcriada; acude a las citas de los asuntos que trata desnuda de equipaje, va a beber de las fuentes de la curiosidad y cuando acaba su excursión, en la que lo acompaña el lector ávidamente, no es porque haya terminado de investigar, de adentrarse en el alma de sus sujetos, sino porque se retira para que uno se reclame ya parte del texto. Y para siempre.
Este es un libro ejemplar, el reflejo de un estilo que mejora al lector y que pone en su sitio la escritura periodística salvaje: ella escribe sin contemplaciones, no se recrea sino que recrea la respiración, el aliento de personajes como Nicanor Parra, Juan José Millás o Fogwill, los universos misteriosos e inéditos de Roberto Arlt, la vida desgraciada y sublime de Idea Vilariño, el amor violento de Juan Carlos Onetti...
El libro está lleno y salpicado de hallazgos de una enorme intensidad, a los que ella llega desde un espíritu indómito, no existe respiro en su pesquisa; hasta el ruido de los orines al caer (en Fogwill), hasta las dudas metódicas y sardónicas (en Parra), hasta esa investigación insólita sobre el alma de Arlt son como elementos físicos que trascienden el propio ámbito de las metáforas para convertirse en piedras en el ojo, en la física realidad que ella persigue. No hay pasado para estas páginas, todo está escrito como si estuviera sucediendo y siguiera sucediendo una vez que uno dejó el libro a un lado. Gente viva, y para siempre, es el resultado de la visita de Leila Guerriero.
El periodismo no trata de la actualidad, o no siempre, o no necesariamente. Ese es el corsé en el que nos han servido el oficio para que piquemos y hagamos solo lo que aparece en la agenda de los actos, de los hechos o de los sucesos. Leila Guerriero ha ido a visitar a Arlt cuando ya no está, a Homero Alsina Thevenet cuando ya no es noticia, a Idea Vilariño (¡qué reportaje, qué poema!) cuando ya nada puede decir porque está muerta… Pero en todos esos reportajes del más allá de las almas hay más realidad, y más periodismo, que en muchas de las notas marcadas por la urgencia de lo que nos toca cubrir porque acaba de ser noticia.
Colección de reportajes
El libro es, obviamente, una colección de reportajes o notas, en el decir latinoamericano; pero el estilo Leila o la técnica Guerriero convierte esa sucesión en una unidad inquietante, que se ofrece como un continuo, como un crescendo en su voluntad simétrica y poética. A veces ese tono en alza tiene sus misteriosas aventuras personales para el lector, pues el libro contiene azares que uno abraza como coincidencias marcadas por esta mujer cortazariana que es Leila Guerriero.Lo cuento. Cuando iba terminando el capítulo Arlt (acaso, con el de Idea, lo más ejemplar, de ejemplos, del libro), escribí un mensaje a un amigo canario, contándole que estaba en la playa; por los avatares del abecedario táctil, salió plata y no playa, y este amigo, creyéndome en La Plata, me aconsejó que buscara libros de una escritora que yo desconocía, Aurora Venturini. Ah, no me di cuenta de la trasposición playa-plata en mi propio mensaje, así que no presté atención a la inquietante sugerencia de lectura que me hacía este amigo, así que seguí leyendo la inquietante ascensión de Leila hacia el alma de Robert Arlt. Hasta que terminé el capítulo y me dispuse a leer el siguiente. El siguiente era sobre Andrea Venturini.
Este es un libro obligatorio para periodistas, jóvenes o viejos; pero es imprescindible, sobre todo, para periodistas que dejaron de creer en el oficio como una de las bellas artes. Manuel Vicent dice que el periodismo es la literatura del siglo XX. Si algún día el maestro Vicent tuviera que demostrarlo con textos que no sean suyos, este libro de Leila Guerriero le puede ayudar decisivamente. A mí me ha servido para creer que el oficio no tiene fronteras, o estas están en el horizonte.
el dispensador dice: hay un plano americano, convergente hacia cosmogonías ancestrales, con distinciones culturales que van desde Alaska hasta Tierra del Fuego, quizás hasta la misma Antártida en una era que aún no ocupa lugar en historia humana alguna... más allá de cualquier escrito, de cualquier consideración antropológica, arqueológica, o de lógicas sin lógica, existen denominadores culturales que unen a las culturas precolombinas, esto es al linaje y a las estirpes nativas americanas. Todas ellas consubstanciadas con sus suelos y con sus cielos, con sus fuentes y con sus fuegos... teniendo como ángulo del fundamento a la piedra... con la suficiente autoridad como para saber cuándo es necesario llegar, y cuándo... irse... dejando por detrás lo vivido, el monumento, lo hecho y lo deshecho, a sabiendas que nada de lo cursado se pierde y que siempre hay una estela de vida detrás, como huella y sombra, de cada conjunto cultural de vidas. Más allá de las plumas de colores, del quetzal, de los oros y las platas, de los estandartes y de los escudos, de aquello que viste o desviste a la raza, esos denominadores comunes dejan evidencia de coexistencia con la naturaleza, con sus valores, con sus designios y con sus legados... las evidencias son muchas, todas perduran más allá de los apuros de los siglos siguientes a una conquista abrazadora de bienes, despreciante de aquellos valores subyacentes a la raza incomprendida. América, la prehispánica, no tenían fronteras... tenía reinos... no fronteras. ¿Dónde residían aquellos ejes culturales tan paradigmáticos?... en saber y reconocer que ningún hombre, ni ninguna mujer, pueden prescindir de sus suelos, de sus aires, de sus aguas, de sus fuegos, por ende tampoco de quien les ha dado forma y vida, de quienes han sido sus creadores y formadores en lo espiritual... se destaca en sus monumentos de piedra, mudos testigos de un tiempo que a pesar de haber pasado, permanece latiendo en la vibra de las auras de las herencias mezcladas... pero no solo allí. El espíritu de la piedra habla por sí mismo... dice más, dice menos, según quien lo escucha... o simplemente no dice nada, total, para qué hablar con sordos de alma?... Desde el Ártico y hasta el Antártico muchas son las coincidencias... y también muchas otras sus latencias... Arizona?, Teotihuacán?, Chichén Itzá?, Tikal?, Copán?, San Agustín?, Machu Pichu?, Vilcabamba?, Cuzco?, Nazca?, Pisac?, Tiawanaku?, Tastil?, son tantos los hitos, que las piedras no cejan en sus intentos de hablar replicando pasados distantes, tan lejanos que ya no guardan tiempo... luego, la historia oficial la escribieron los relatores de Indias... relatos de intereses reinales y otros tantos virreinales... reñidos con la verdad de las culturas... curiosamente, las culturas ancestrales de las Américas no tenían fronteras... el suelo que pisaban era el mismo, provenía de la misma madre... las fuentes de las que bebían surgían de la misma mano creadora... el aire que respiraban los imbuía del espíritu de los tiempos... los fuegos que los impulsaban era incentivados por el espíritu de los vivos, así como también por los que siendo distintos, habían tenido su protagonismo de tiempos. ¿Qué sería de la historia si hubiese habido reportajes a los caciques de cada estirpe?... ¿qué sería de la historia si no hubiese existido una campaña a los desiertos?... ¿qué sería de la historia si las tribus nativas de las américas de los desiertos hubieran perdurado allende sus momentos?... aunque parezca mentira, esa historia genuina está viva... tanto como sus protagonismos lo están... alcanza con visitarlos por fuera de las quietudes de los museos... aventurarse a los sueños... retroceder en el tiempo a partir del recupero de capacidades dormidas... perdidas, extraviadas, deformadas por falaces consideraciones eclesiásticas e inquisidoras. Para entender al prójimo no hay nada peor que la ignorancia y sus aportes... además de quitar perspectiva, desmerece al otro, denigrándolo en su condición tanto como en su calidad. En uno de mis tantos viajes a aquello que ya no existe, un pachá me dijo: "los vemos... aunque las densidades de occidente tienen el poder de negar lo evidente... los vemos. En nuestros tiempos los suelos pertenecían a todos... no había dueños, porque la Tierra tiene un único dueño, su creador... respetábamos los aires, las aguas y los fuegos, porque de ellos dependen la calidad de nuestras sangres, por ende la sabiduría y el genio de cada linaje... a sabiendas que todos somos uno en los cielos... el mundo humano ha perdido el sentido de la tribu, está disociado, se ha amigado con las tecnologías, pero estas los han esclavizado, y la humanidad ya no sabe diferenciar lo importante de lo superfluo... están sometidos por el dinero y los bienes, sin comprender que estos terminan consumiendo los días y las noches de las vanidades"... lo miré a los ojos, entendió mi mirada... me abrazó... y espetó: "somos uno en el tiempo, porque estamos abstraídos de él (tiempo)"... agregando: "el destino que has escrito ha sido honrado... no tiene banderas ni fronteras... sólo suelo, aire, agua y fuego... has aprendido ha escuchar el signo de la piedra... has aprendido a leer la señal del vuelo del cóndor... lates según el espíritu del búfalo... respetas al puma... ya tienes tu lugar entre nosotros los distintos". América es una promesa que aún espera... porque lo escrito... no coincide con aquello que fue quemado en las hogueras de la inquisición enviada por los reinos de las avaricias y las angurrias... nuestros oros aún relucen... los pectorales de plata aún unen a los espíritus... la última palabra de la raza no ha sido pronunciada... vivimos en las savias. ABRIL 04, 2013.-
La estirpe y el linaje de Vilcabamba, sobre los que nada se ha escrito, late en la esencia de las rocas... El Dorado, lo está más que nunca antes.
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