Marcel Proust: El laberinto de la memoria
Marcel Proust publicó, con su dinero, el 14 de noviembre de 1913, 'Por el camino de Swann'
Es el primero de los siete volúmenes de una de las obras cumbre de la literatura: 'En busca del tiempo perdido'
Hay una fotografía de Marcel Proust, su hermano y su madre capaz de producir escalofríos. Madame Proust está sentada, mientras que sus hijos, dos jóvenes veinteañeros, están de pie uno a cada lado de ella. Van bien vestidos y en sus ojos hay una mirada que hace pensar en el boulevard y en el salon. Los dos tienen algo de felino y afectado.
Es fácil imaginar por qué maman tiene un aire tan severo y reprobador. Es una mujer que ha visto la cara a las dificultades, y estos jóvenes están preparados para las dificultades más dulces, delicadas y placenteras. Cuando el observador vuelve a deslizar su mirada hacia ellos puede apreciar en Marcel más inquietud interior; su mirada no es tan sosegada como la de su hermano Robert.
Las cartas que su madre envió a Proust establecieron el escenario del primer volumen de su novela y marcaron la pauta de su vida. Una de las misivas, por ejemplo, fue escrita en 1895, cuando Proust tenía 24 años y estaba en Dieppe con el compositor Reynaldo Hahn, del cual estaba enamorado. Su madre quería saber exactamente a qué hora se iba a dormir y a qué hora se levantaba. Así que escribió: couche (acuesta)y dejó un espacio en blanco para que su hijo lo rellenase, y a continuación, escribió leve (levanta), y dejó otro espacio.
Cuando comenzó a explicarse en su larga novela, que empezó pocos años después de la muerte de su madre, tuvo la hermosa idea de que ella, al morir, le había dejado un enorme espacio en blanco que tenía que llenar. Deseaba conocer todos los detalles; no quería que se le escatimase nada mientras estaba sentada en su silla en el cielo, con la mirada baja; y él haría cualquier cosa por complacerla.
En sus comienzos, Proust dudaba de si era un ensayista o un novelista. En una carta se pregunta: “¿Soy un novelista?”. Poco a poco, los caprichosos cuadernos de notas, adquiridos por su aspecto exterior, fueron sustituidos por sobrias libretas de ejercicios, y quedó de manifiesto que era un novelista, aunque un novelista de una clase muy especial.
Dedicaba muchísimo esfuerzo a la revisión. Una de sus costumbres, como muestran los manuscritos pertenecientes a la Biblioteca Nacional de Francia que estuvieron expuestos en la Biblioteca Morgan de Nueva York a principios de año, era arrancar páginas y después pegarlas en otro lugar. Reescribía y tachaba mucho, incluidos los numerosos borradores de la página inicial de su larga novela.
La famosa palabra magdalena, con todas las asociaciones que conlleva, aparecía en un borrador de 1910 de Por el camino de Swann con el término más banal de galletas.
La letra de Proust era la de un novelista más que la de un dandi. Sin embargo, en una carta a un editor, cuando trataba de explicar de qué trataba su obra, una palabra aparecía escrita con extraña precisión. En esa carta, Proust describía el trabajo que tenía entre manos: “Es una auténtica novela, indecente a veces. Uno de los personajes principales es un homosexual”. Su letra es terrible. La mayor parte de las palabras se puede reconstruir solo por el contexto. Pero la palabra homosexual, escrita de su mano, destaca por la claridad de su trazo, cada letra perfecta. Al mirarla se tiene la sensación de que era una palabra que Proust no solía escribir, o tal vez que disfrutaba escribiéndola, o que era un término al que en ese momento quería dedicar su tiempo.
O quizá la palabra fue escrita para que maman, que miraba desde el cielo preocupándose felizmente hasta la eternidad, pudiese descifrarla con facilidad.
En el primer volumen, publicado hace cien años, Proust pretendía cancelar la cómoda simplicidad del hecho de recordar; además aspiraba a procurar a un niño el cúmulo de preocupaciones e inquietudes neuróticas que podrían corresponder a un adulto sofisticado y consciente de sí mismo. Sin embargo, para él no bastaba con dejar constancia de la memoria, sino que pretendía brindar a la emoción que la envuelve las metáforas y los símiles más exquisitos. Algunos de ellos eran sumamente rebuscados y complejos, pero brillantes en su minuciosidad, resultado de abundante reflexión y análisis.
Para Proust, la memoria era un laberinto, cuyo interior, sin embargo, no encerraba espacios amables ni un resplandor acogedor. Era obsesiva, abierta a desplazamientos y a cambios, con grandes dosis de calificación y modificación. Marcel Proust no estaba preparado para conformarse con lo simple. Si bien era un observador natural que se ajustaba a la definición de Henry James según la cual un novelista es “alguien a quien nada se le escapa”, también trasladó algo de la forma ensayística al espacio más sensual de la novela. Su habilidad para transmitir sensualidad al acto mismo de pensar era extraordinaria. Asimismo, disfrutaba dramatizando los sentimientos con una precisión y una exactitud máximas. Con esta combinación compuso su obra maestra.
Es fácil imaginar por qué maman tiene un aire tan severo y reprobador. Es una mujer que ha visto la cara a las dificultades, y estos jóvenes están preparados para las dificultades más dulces, delicadas y placenteras. Cuando el observador vuelve a deslizar su mirada hacia ellos puede apreciar en Marcel más inquietud interior; su mirada no es tan sosegada como la de su hermano Robert.
Las cartas que su madre envió a Proust establecieron el escenario del primer volumen de su novela y marcaron la pauta de su vida. Una de las misivas, por ejemplo, fue escrita en 1895, cuando Proust tenía 24 años y estaba en Dieppe con el compositor Reynaldo Hahn, del cual estaba enamorado. Su madre quería saber exactamente a qué hora se iba a dormir y a qué hora se levantaba. Así que escribió: couche (acuesta)y dejó un espacio en blanco para que su hijo lo rellenase, y a continuación, escribió leve (levanta), y dejó otro espacio.
Cuando comenzó a explicarse en su larga novela, que empezó pocos años después de la muerte de su madre, tuvo la hermosa idea de que ella, al morir, le había dejado un enorme espacio en blanco que tenía que llenar. Deseaba conocer todos los detalles; no quería que se le escatimase nada mientras estaba sentada en su silla en el cielo, con la mirada baja; y él haría cualquier cosa por complacerla.
En sus comienzos, Proust dudaba de si era un ensayista o un novelista. En una carta se pregunta: “¿Soy un novelista?”. Poco a poco, los caprichosos cuadernos de notas, adquiridos por su aspecto exterior, fueron sustituidos por sobrias libretas de ejercicios, y quedó de manifiesto que era un novelista, aunque un novelista de una clase muy especial.
Dedicaba muchísimo esfuerzo a la revisión. Una de sus costumbres, como muestran los manuscritos pertenecientes a la Biblioteca Nacional de Francia que estuvieron expuestos en la Biblioteca Morgan de Nueva York a principios de año, era arrancar páginas y después pegarlas en otro lugar. Reescribía y tachaba mucho, incluidos los numerosos borradores de la página inicial de su larga novela.
La famosa palabra magdalena, con todas las asociaciones que conlleva, aparecía en un borrador de 1910 de Por el camino de Swann con el término más banal de galletas.
La letra de Proust era la de un novelista más que la de un dandi. Sin embargo, en una carta a un editor, cuando trataba de explicar de qué trataba su obra, una palabra aparecía escrita con extraña precisión. En esa carta, Proust describía el trabajo que tenía entre manos: “Es una auténtica novela, indecente a veces. Uno de los personajes principales es un homosexual”. Su letra es terrible. La mayor parte de las palabras se puede reconstruir solo por el contexto. Pero la palabra homosexual, escrita de su mano, destaca por la claridad de su trazo, cada letra perfecta. Al mirarla se tiene la sensación de que era una palabra que Proust no solía escribir, o tal vez que disfrutaba escribiéndola, o que era un término al que en ese momento quería dedicar su tiempo.
O quizá la palabra fue escrita para que maman, que miraba desde el cielo preocupándose felizmente hasta la eternidad, pudiese descifrarla con facilidad.
En el primer volumen, publicado hace cien años, Proust pretendía cancelar la cómoda simplicidad del hecho de recordar; además aspiraba a procurar a un niño el cúmulo de preocupaciones e inquietudes neuróticas que podrían corresponder a un adulto sofisticado y consciente de sí mismo. Sin embargo, para él no bastaba con dejar constancia de la memoria, sino que pretendía brindar a la emoción que la envuelve las metáforas y los símiles más exquisitos. Algunos de ellos eran sumamente rebuscados y complejos, pero brillantes en su minuciosidad, resultado de abundante reflexión y análisis.
Para Proust, la memoria era un laberinto, cuyo interior, sin embargo, no encerraba espacios amables ni un resplandor acogedor. Era obsesiva, abierta a desplazamientos y a cambios, con grandes dosis de calificación y modificación. Marcel Proust no estaba preparado para conformarse con lo simple. Si bien era un observador natural que se ajustaba a la definición de Henry James según la cual un novelista es “alguien a quien nada se le escapa”, también trasladó algo de la forma ensayística al espacio más sensual de la novela. Su habilidad para transmitir sensualidad al acto mismo de pensar era extraordinaria. Asimismo, disfrutaba dramatizando los sentimientos con una precisión y una exactitud máximas. Con esta combinación compuso su obra maestra.
‘En busca del tiempo perdido’, de Proust: Juventud de un centenario
Marcel Proust publicó, con su dinero, el 14 de noviembre de 1913, 'Por el camino de Swann'
Es el primero de los siete volúmenes de una de las obras cumbre de la literatura: 'En busca del tiempo perdido'
Sobre Proust se ha escrito ya casi todo, pero sobre la Recherche no, porque es un clásico y lo propio de los clásicos es su misteriosa capacidad para cargarse de nuevos contenidos en cada sucesiva generación. Lo que hoy significa esa obra no es lo que significó en 1913. Ahora hace cien años aparecía la primera parte, Por el camino de Swann, traducido a veces, con mayor exactitud, como Por donde vive Swann.
El inmenso retablo se presentó al juicio de los lectores anteriores a la primera guerra con un fragmento que hacía imposible adivinar el conjunto. Su escala iba a ser desmesurada, más de tres mil páginas, y habría sido quimérico predecir que aquellas inaugurales teselas se insertarían años más tarde en un mosaico gigantesco donde jugarían un papel esencial, pero impredecible. Es lo único que justifica el error inmenso de Gide al rechazarlo para la editorial Gallimard.
Y tras aquella primera aparición estalló uno de los más sangrientos conflictos que ha conocido la muy sanguinaria sociedad europea. La guerra del 14/18, como la llaman los franceses, influyó decisivamente en el proyecto de Proust y no hay nada tan estremecedor como El tiempo reencontrado, la última parte de la Recherche, en forma de baile de máscaras o de danza de cadáveres que reúne a los personajes tras la contienda y cierra una vida que había comenzado con la luminosidad gótica de la duquesa de Guermantes.
Tras la guerra no hay héroes, los bellos militares, las hermosas damas, los sutiles aristócratas, las seductoras adolescentes de la fureur de vivre son ahora macabros restos de una sociedad difunta. El ciclo de la vida y la muerte se había completado con aquella última y lúgubre escena.
La obra estaba acabada y si bien Proust no alcanzó a corregirla hasta el final, el lector puede hoy leerla sorteando los bloques de mármol aún no esculpidos o inacabados, como La Prisionera o La Fugitiva, los más imperfectos. Eso no quiere decir que deba evitarlos, son de lectura obligada, pero admiten un seguimiento menos atento que el resto del material.
Esta perpetua actualidad de la Recherche se debe, entre otras causas, a que no es exactamente una novela, aunque es una de las más grandes que se hayan escrito, pero es también mucho más. Sus cientos de personajes tienen la realidad verosímil del mejor retrato realista y sin embargo encarnan iconos anímicos de la misma intensidad que Odiseo o don Quijote, es decir, mitos que reúnen en sí un resumen exacto, estremecedor, de los modos de ser del humano contemporáneo y sus distintos destinos. Leer la Recherche no es solo introducirse en un universo de ficción extremadamente inteligente, es también aprender a reflexionar sobre nuestros vicios y virtudes, modos de amar, creencias falsas, esclavitudes, holgazanerías, o verdades hipócritas. Es una auténtica enciclopedia de la humanidad moderna, de su gloria y de su estupidez.
Víctor Gómez Pin, quien ha dedicado a Proust dos libros en verdad filosóficos, afirma que el único personaje de la Recherche es el lenguaje mismo y que por esta razón va mucho más allá de las peripecias y avatares de la alta burguesía parisina del ochocientos. El lenguaje tal y como lo poseemos nosotros, es decir, nuestra esencia, lo que nos hace humanos, está derivando de un modo universal e inexorable a puro instrumento, a utensilio práctico. A medida que el lenguaje se hace instrumento nosotros nos convertimos en meras herramientas. No obstante, el lenguaje de la Recherche es perfectamente ajeno a toda instrumentalización, incluso aquella que obliga al novelista a respetar la acción o el suspense, de ahí la longitud pertinaz de las frases y esa dificultad que pone nerviosos a los lectores apresurados. Podríamos decir (pero ese sería otro artículo) que el lenguaje de Proust es estrictamente poético en su sentido más riguroso y por eso exige nuestra esforzada colaboración.
Cuando uno busca, como Proust, el lenguaje en su labor poética, entonces el habla, el lenguaje de la gente en su vida corriente, se transforma en un encantamiento que permite llegar a lo más recóndito del hablante. El modo de hablar es una representación fiel del alma de cada individuo y la Recherche es, por encima de todo, un repertorio de modos de hablar. Cada modo de hablar es una posibilidad de vivir.
En una útil antología de pensamientos de Proust, recogida por Jaime Fernández en El almuerzo en la hierba, figura esta frase: “Las palabras no me informaban sino a condición de interpretarlas como se interpreta una afluencia de sangre al rostro de una persona que se azara, o también un silencio repentino”.
Para Proust las palabras del habla cotidiana, en ocasiones significativas, toman una función mágica capaz de provocar reacciones involuntarias del cuerpo. Esta capacidad enigmática del lenguaje es lo que hace de la Recherche una obra que transforma al que la lee, no solo anímicamente, sino con frecuencia también físicamente. Si se hace con seriedad, su lectura no es una lectura, sino una transfusión de lenguaje, análoga a las transfusiones de sangre que reviven a un moribundo. Es posible que esa sea, hoy en día, la mejor forma de preparar nuestro cuerpo para la mortalidad.
Por Jaime Fernández. Traducción de María Teresa Gallego y Amaya García. (Hermida Editores)
Marcel Proust. La memoria recobrada.Mireille Naturel. Traducción Elisenda Julivert (Plataforma Editorial)
En busca del tiempo perdido (estuche 7 volúmenes)
Marcel Proust. Traducción de Carlos Manzano (RBA)
Proust
Samuel Beckett. (Tusquets)
A la busca del tiempo perdido (estuche en 3 volúmenes)
Marcel Proust. Edición de Mauro Armiño (Valdemar)
El abrigo de Proust
Lorenza Foschini. Traducción de Hugo Beccacece (Impedimenta)
El inmenso retablo se presentó al juicio de los lectores anteriores a la primera guerra con un fragmento que hacía imposible adivinar el conjunto. Su escala iba a ser desmesurada, más de tres mil páginas, y habría sido quimérico predecir que aquellas inaugurales teselas se insertarían años más tarde en un mosaico gigantesco donde jugarían un papel esencial, pero impredecible. Es lo único que justifica el error inmenso de Gide al rechazarlo para la editorial Gallimard.
Y tras aquella primera aparición estalló uno de los más sangrientos conflictos que ha conocido la muy sanguinaria sociedad europea. La guerra del 14/18, como la llaman los franceses, influyó decisivamente en el proyecto de Proust y no hay nada tan estremecedor como El tiempo reencontrado, la última parte de la Recherche, en forma de baile de máscaras o de danza de cadáveres que reúne a los personajes tras la contienda y cierra una vida que había comenzado con la luminosidad gótica de la duquesa de Guermantes.
Tras la guerra no hay héroes, los bellos militares, las hermosas damas, los sutiles aristócratas, las seductoras adolescentes de la fureur de vivre son ahora macabros restos de una sociedad difunta. El ciclo de la vida y la muerte se había completado con aquella última y lúgubre escena.
La obra estaba acabada y si bien Proust no alcanzó a corregirla hasta el final, el lector puede hoy leerla sorteando los bloques de mármol aún no esculpidos o inacabados, como La Prisionera o La Fugitiva, los más imperfectos. Eso no quiere decir que deba evitarlos, son de lectura obligada, pero admiten un seguimiento menos atento que el resto del material.
Esta perpetua actualidad de la Recherche se debe, entre otras causas, a que no es exactamente una novela, aunque es una de las más grandes que se hayan escrito, pero es también mucho más. Sus cientos de personajes tienen la realidad verosímil del mejor retrato realista y sin embargo encarnan iconos anímicos de la misma intensidad que Odiseo o don Quijote, es decir, mitos que reúnen en sí un resumen exacto, estremecedor, de los modos de ser del humano contemporáneo y sus distintos destinos. Leer la Recherche no es solo introducirse en un universo de ficción extremadamente inteligente, es también aprender a reflexionar sobre nuestros vicios y virtudes, modos de amar, creencias falsas, esclavitudes, holgazanerías, o verdades hipócritas. Es una auténtica enciclopedia de la humanidad moderna, de su gloria y de su estupidez.
Víctor Gómez Pin, quien ha dedicado a Proust dos libros en verdad filosóficos, afirma que el único personaje de la Recherche es el lenguaje mismo y que por esta razón va mucho más allá de las peripecias y avatares de la alta burguesía parisina del ochocientos. El lenguaje tal y como lo poseemos nosotros, es decir, nuestra esencia, lo que nos hace humanos, está derivando de un modo universal e inexorable a puro instrumento, a utensilio práctico. A medida que el lenguaje se hace instrumento nosotros nos convertimos en meras herramientas. No obstante, el lenguaje de la Recherche es perfectamente ajeno a toda instrumentalización, incluso aquella que obliga al novelista a respetar la acción o el suspense, de ahí la longitud pertinaz de las frases y esa dificultad que pone nerviosos a los lectores apresurados. Podríamos decir (pero ese sería otro artículo) que el lenguaje de Proust es estrictamente poético en su sentido más riguroso y por eso exige nuestra esforzada colaboración.
Cuando uno busca, como Proust, el lenguaje en su labor poética, entonces el habla, el lenguaje de la gente en su vida corriente, se transforma en un encantamiento que permite llegar a lo más recóndito del hablante. El modo de hablar es una representación fiel del alma de cada individuo y la Recherche es, por encima de todo, un repertorio de modos de hablar. Cada modo de hablar es una posibilidad de vivir.
En una útil antología de pensamientos de Proust, recogida por Jaime Fernández en El almuerzo en la hierba, figura esta frase: “Las palabras no me informaban sino a condición de interpretarlas como se interpreta una afluencia de sangre al rostro de una persona que se azara, o también un silencio repentino”.
Para Proust las palabras del habla cotidiana, en ocasiones significativas, toman una función mágica capaz de provocar reacciones involuntarias del cuerpo. Esta capacidad enigmática del lenguaje es lo que hace de la Recherche una obra que transforma al que la lee, no solo anímicamente, sino con frecuencia también físicamente. Si se hace con seriedad, su lectura no es una lectura, sino una transfusión de lenguaje, análoga a las transfusiones de sangre que reviven a un moribundo. Es posible que esa sea, hoy en día, la mejor forma de preparar nuestro cuerpo para la mortalidad.
Homenajes editoriales en España
Marcel Proust. El almuerzo en la hierba. Selección de pensamientos de En busca del tiempo perdido.Por Jaime Fernández. Traducción de María Teresa Gallego y Amaya García. (Hermida Editores)
Marcel Proust. La memoria recobrada.Mireille Naturel. Traducción Elisenda Julivert (Plataforma Editorial)
En busca del tiempo perdido (estuche 7 volúmenes)
Marcel Proust. Traducción de Carlos Manzano (RBA)
Proust
Samuel Beckett. (Tusquets)
A la busca del tiempo perdido (estuche en 3 volúmenes)
Marcel Proust. Edición de Mauro Armiño (Valdemar)
El abrigo de Proust
Lorenza Foschini. Traducción de Hugo Beccacece (Impedimenta)
el dispensador dice:
cada laberinto lleva su marca,
se esconde un minotauro,
o alguna sirena llama,
como todo árbol tiene sus ramas,
cada laberinto deja su marca,
siendo la memoria la que lo desgaja,
mientras el tiempo cursa,
y la vida pasa...
si vieras la vida como se teje,
alguien escribe mientras el pensamiento envejece,
mientras el espíritu permanece,
el alma halla un cuerpo en el cual se mece,
se ata a un tiempo... y camina hacia donde se desvanece...
se escuda en los sueños,
mientras la esperanza crece,
cuando cree tenerla,
siempre hay una piedra,
que hace que la línea recta se quiebre...
de allí que nada es como parece,
no todo lo que ves existe... tal cual lo entiendes...
muchas cosas existen sin que las veas,
dimensiones que funcionan al modo de teas,
cruzando energías sin que las veas,
cambiando existencias que maduran las brevas,
el universo permanece mientras la lectura te lleva,
a descubrir lo que sigue,
aún cuando después se lo niega...
lo importante se escribe,
mientras el alma piensa,
garabatos resisten,
mientras la fuente abreva,
cada quien bebe del agua que desea,
la vida que se ama... deja su huella.
NOVIEMBRE 13, 2013.-
acude a la memoria,
ella te espera,
memoria del karma,
las vidas se llevan,
sigue hacia adelante,
no te pierdas,
sólo pasan, aquellos que aprueban.
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