jueves, 7 de noviembre de 2013

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Michael Connelly y las heridas abiertas de América | Cultura | EL PAÍS


Michael Connelly y las heridas abiertas de América

El autor estadounidense nos habla de su personaje Harry Bosch y de la pena de muerte, el racismo y la violencia en EE UU

 


Connelly, en Bilbao en 2008. / LUIS ALBERTO GARCÍA
 
Michael Connelly (Filadelfia, 1956) es un hombre entregado a tres devociones: la ciudad de Los Ángeles, su hija y la escritura. El creador de Harry Bosch encuentra un rato en su espartana rutina creadora, empieza a escribir a las cinco de la mañana para aprovechar las primeras horas del día antes de llevar a su hija al colegio, para atender a EL PAÍS a distancia. Connelly no rehuye ninguna pregunta. Hablamos de su literatura y su proceso creador y de algunos detalles para fans irredentos de Bosch, pero también de la pena de muerte, el racismo y la violencia en EE UU y los asesinos en serie. Las heridas abiertas de un país.
 
Obsesionado con el crimen desde que presenció uno con 16 años, su encontronazo con Raymond Chandler a los 19 fue definitivo: “Lo leí y dije: quiero intentarlo”. Connelly trata de mantener los pies en el suelo: “Hago todo lo que está en mi mano. Está muy bien y es muy bonito vender 45 millones de copias, pero todo eso es gracias a lo que escribo, así que trato de mantener la atención en lo que de verdad importa”.
 
Connelly agradece al periodismo el haberle dado “una ética de trabajo”. En sus años en este oficio, donde ganó un Pulitzer en 1986 junto a varios compañeros del Fort Lauderdale News gracias a las entrevistas a los supervivientes del accidente del Delta Flight 191, aprendió a “escribir cada día” y adquirió un buen pulso para los diálogos. El premio le llevó a fichar por Los Ángeles Times y aterrizar en la ciudad de sus sueños. 

No he pensado en acabar con Harry Bosch. Si estuviera cansado o el personaje estuviera quemado, ya habría puesto fin a la serie. Siempre tiene algo más que decir
El autor estadounidense sitúa la mayoría de sus novelas en la urbe californiana, a la que llegó desde Florida con su bagaje periodístico y dos novelas sin publicar. Para el autor de Cuesta abajo, (RBA, traducción de Antonio Padilla) la elección era natural e inevitable: “Obtengo mucho de Los Ángeles, porque es una ciudad muy grande y evoluciona muy rápido. Raymond Chandler, Ross MacDonald y Joseph Wambaugh fueron mis mayores influencias y todos sitúan sus historias en esta ciudad y el sur de California, así que pensé que lo natural era que me estableciese allí para escribir”.
 
Pero la ciudad angelina tiene cicatrices por cerrar. Los disturbios raciales de 1992, en los que Connelly sitúa La caja negra, (RBA, traducción de Antonio Padilla) se cerraron en falso y no son sino la muestra del drama del país con las minorías. “A pesar de los avances, no creo que los problemas en esta ciudad o en EE UU estén resueltos. La pregunta que debemos hacernos es si puede volver a ocurrir, y la respuesta es que sí, así que tenemos mucho camino por andar”.
 
Su personaje Harry Bosch, un detective de la unidad de casos no resueltos de la policía de Los Ángeles, es alguien decidido, solitario, honesto, obsesionado con la justicia y la búsqueda de la verdad. También es partidario de la pena de muerte, otro de los grandes temas de debate en EEUU, donde en la actualidad, en su momento más bajo, un 60% de los ciudadanos apoya el máximo castigo.
 
Connelly no se decide: “ Es polémico, pero creo que todo policía tiene una opinión al respecto y yo quería que Harry tuviera la suya. Creo que si nos basamos en todos los lugares oscuros por los que ha transitado y los crímenes horribles que ha visto, no hay duda de que apoya la pena de muerte. Yo me encuentro a medio camino. Desde el punto de vista intelectual, estoy en contra. Pero luego escucho historias y veo fotos de escenarios de crímenes y de víctimas y pienso que es el instrumento de castigo apropiado”.
 
Asesinos durmientes
La complejidad de EE UU encuentra en los asesinos en serie un fenómeno único en el mundo en extensión y alcance. Harry Bosch se enfrenta a varios, algunos de ellos “durmientes”: psicópatas que asesinan durante años sin que nadie se dé cuenta y desaparecen para volver tiempo después a matar. Connelly no tiene claras las razones de este fenómeno: “No sé por qué se da en esta medida. Supongo que es porque este es un país grande, con mucho sitio para esconderse. Tiene muchos espacios abiertos y en esos espacios abiertos crece el miedo. Creo que la novela negra refleja su tiempo y hay un gran número de asesinos en serie actuando en este país. Ni que decir tiene que esto tiene que terminar reflejándose en la ficción. Da mucho miedo que estén actuando durante tanto tiempo de manera impune. Sólo espero que cuando se encarga Harry Bosch eso sea esperanzador”, añade el autor subrayando una de las claves del género: el bien trata de que el mal no salga impune y eso reconforta.
 
Muy preocupado por los personajes -“lo son todo, nadas o te ahogas con ellos. La estructura es importante, pero no tiene sentido si no pones en ella ese personaje esencial”- Connelly no tiene una rutina clara antes de abordar un libro, pero trata de no empezar si no tiene bien metida en su cabeza una buena idea de cómo se inicia y cómo termina.
 
No busquen una referencia real para imaginarse a Harry Bosch porque no lo hay: “Es una mezcla de muchas cosas. Personajes de ficción sacados de la televisión y de los libros y también algunos detectives de la vida real a los que conozco de mi época de periodista” . No es el único personaje creado por Connelly, el abogado Mickey Haller es otro genial hallazgo, pero el que le ha dado reconocimiento y una fortuna. A Harry le queda cuerda (ha protagonizado ya 20 novelas. Una The Gods of Guit, se publicará en EE UU a final de año. En España, las dos últimas las ha publicado RBA, muchas de las anteriores Roca).Su creador no descarta escribir incluso una precuela: “No he pensado en acabar con él. Si estuviera cansado o el personaje estuviera quemado, ya habría puesto fin a la serie. Siempre tiene algo más que decir”.



el dispensador dice:
hay vías sin durmientes,
las señales son crecientes,
divagan pasajeros en los trenes,
se evaporan los sueños mientras vienes...

veo miradas perdidas en las gentes,
veo ojos vacíos tras las lentes,
veo oídos extraviados que no entienden,
veo que destinos sin rumbo conducen... sin verte...

hay demasiadas heridas pendientes,
preguntas que abundan sin responderse,
necesidades que se acumulan mientras duermes,
días que se gastan y destinos que se pierden...

hay mucha intolerancia entre las gentes,
dicen amarse pero no pueden verse,
se soportan para descubrir qué es lo que se esconde,
detrás de lo que se tiene...
pero en dicho mar, los odios van y vienen...

civilización que anda cuesta abajo,
rodando fiero para el carajo,
castigados movimientos, oscilaciones a destajos,
nadie sabe dónde queda arriba,
porque ya no hay debajo...

vuelos sin alas,
velas sin barco,
muelles vacíos,
entre los espacios...
en el medio gentes huyendo sin lazos,
despojos, urgencias, ningún trabajo,
nada conforma al ir despacio,
hay campanas pero sin badajos...
demasiados silencios,
destinos hipotecados,
no se puede vivir condicionado...

páginas vacías,
en libros cerrados,
abrirlos implica quedar atrapados,
personajes siniestros andan liberados,
demonios secuestrantes de seres humanos...
los que pierden sus almas,
quedan atados...
no hay mañana... cuando se olvidan los pasados.
NOVIEMBRE 07, 2013.-




 
 
 

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