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Domingo 03 de noviembre de 2013 | Publicado en edición impresa
Con un nudo en la garganta, tratando de disimular el dramatismo de la hora, el Pitu y el Zorro empujaban la silla de ruedas en medio del gentío. Camino al estadio de Rosario Central miles de personas reconocían a Fontanarrosa y se le acercaban para saludarlo. El Negro ya no podía mover las piernas ni los brazos. Una enfermedad neurológica degenerativa le había ido acorralando la cabeza, lo único que todavía funcionaba bien en ese cuerpo inmóvil. Muchas veces sus dos amigos de la Mesa de los Galanes habían recorrido con él ese mismo trecho, en los prólogos del ritual que más le gustaba a Fontanarrosa: sufrir por amor. Por amor a Central. El Pitufo y el Zorro, míticos protagonistas de tantos cuentos sobre fútbol y mujeres, iban destrozados por dentro, tratando de adivinar qué pensaría Roberto y viendo cómo la muchedumbre lo reconocía, lo alentaba, lo tocaba y le daba besos. De pronto, el Negro giró la cabeza, miró al Zorro y le dijo, con tono alegre: "¿Te das cuenta? Ya soy el Gauchito Gil".
Aún no estaba instalada en el barrio la televisión como centro de la familia, así que el niño se crió leyendo la Colección Robin Hood y los globitos de ese verdadero cine pobre que es la historieta. Los dos momentos cruciales de su vida sucedieron cuando su padre lo llevó por primera vez a ver a Central y le inoculó la adicción al fútbol, y luego cuando comenzó a padecer el colegio: Roberto tenía de chico una timidez enfermiza y solía tirarse en la cama con un ataque de nervios para tratar de evitar que su madre lo llevara a clase. Era solitario e introspectivo, vivía leyendo Rico Tipo, El Rayo Rojo y Hora Cero (de Héctor Oesterheld), y garabateando dibujitos mientras hacía los deberes. El problema se acentuó cuando creyendo que todo eso prefiguraba un destino cercano al dibujo industrial, le sugirieron que cursara la secundaria en el Politécnico. El Negro se convirtió allí en una especie de vegetal, un lector de aventuras metido para adentro, ajeno a la enseñanza de las matemáticas y de la física. Fue una debacle. "¿Por qué hay que ir temprano a la escuela? -se preguntaba de grande-. Los inviernos eran más crudos y oscuros. Espantosos. Yo fui un pionero de la deserción escolar, y creo que todo lo que he emprendido en la vida fue para no levantarme temprano."
Repitió, efectivamente, tercer año y anduvo un largo tiempo sin hacer otra cosa que no fueran aquellos cómics amateurs que escondía en cajas de zapatos. Hasta que su padre, un tanto preocupado, lo conchabó en una agencia de publicidad. Allí lo recuerdan como un flaco negro y mudo. Hizo cadetería y aprendió los rudimentos del oficio, y sus trazos en el papel sorprendieron a los profesionales. Roberto se había anotado en un curso por correspondencia que dictaba la Escuela Panamericana de Arte, dirigida por su admirado Hugo Pratt, el creador del Corto Maltés. Al principio, su madre era escéptica: por la efectividad académica del método y por la puntualidad del correo. Pero Fontanarrosa se abocó obsesivamente a absorber todos esos conocimientos, que fueron los cimientos técnicos de su arte. Un contacto de la agencia lo invitó en 1968 a ilustrar una revista local de actualidad, y eso lo obligó a interiorizarse por primera vez en la política.
Cuando la jornada tocaba a su fin, alrededor de las 19.30, Roberto caía por la Mesa de los Galanes, un grupo de entrañables y lúcidos atorrantes que se reunía en el bar El Cairo de Rosario a conversar sobre cualquier cosa. De todos ellos, Fontanarrosa era el más callado. Sin embargo, aquellas entonaciones, aquellos temas y anécdotas aparecerían más tarde transfigurados en relatos cortos que el Negro comenzó a escribir. Dueño de un oído absoluto para el habla popular, pescador de pequeñas historias en esa usina de café, Roberto hizo lo que casi ningún historietista se atrevió: salir de los cuadritos y aventurarse en el difícil terreno de la literatura.
Primero lo hizo con novelas como Best Seller y El área 18, donde se burla de aquellas peripecias de espías y mercenarios internacionales, que en verdad tanto le regocijaban. Su conocimiento del género resulta asombroso. Lo mismo lograría con muchos de sus cuentos breves, donde para producir tramas hilarantes imita a la perfección el lenguaje de los suplementos literarios, de la prosa periodística, del panegírico, de la ciencia pura y dura y, sobre todo, de aquel estilo narrativo que se podía leer en la revista Selecciones del Reader's Digest.
La frase intenta hacer justicia con un escritor auténticamente popular que, como navegaba en la zona del humor, como era una mezcla extraña de Olmedo y Woody Allen, resultaba inclasificable para la crítica culta. "Lo contrario de lo humorístico no es lo serio -apenas se defendía Roberto-. Lo contrario es lo pomposo." Y Guillermo Saccomanno lo redondea: "Si un don tiene la literatura del Negro es hacerles sentir a sus lectores la estupidez humana. Quien no se haya reconocido en uno de sus cuentos, miente. Y se miente".
El Pitufo refiere que cierta tarde dejó caer sobre la mesa una anécdota que lo había rozado. Un compañero suyo, también profesor en la Facultad de Arquitectura, llevó su automóvil al taller. Al mecánico lo llamaban Boogie el Aceitoso y la conversación rápidamente derivó hacia el fútbol: tanto el profesor como el tallerista y sus dos ayudantes eran hinchas fanáticos de Central. Ese mismo domingo los canallas tendrían que vérselas con los leprosos. "Y Ñuls viene ganando, nos van a pasar por arriba", exageraban. Estaban muertos de miedo. Uno de ellos propuso una solución mística: formularle un pedido especial a la Virgen. Se fueron convenciendo unos a otros, y entonces el mecánico cerró el taller y los cuatro buscaron una parroquia abierta. Eran las 5 o 6 de la tarde, se metieron en una y tomaron el lado derecho de la nave. Iban semblanteando santos para ver a quién se encomendaban, y encontraron finalmente una imagen ante la que se hincaron y rogaron. Como a uno le pareció que la Virgen podía serles indiferente, le agarró un piecito y comenzó a hablarle de manera más enfática. Con tanta mala suerte que un dedo de yeso se quebró, y los canallas salieron corriendo, aterrados por lo que habían hecho. Al día siguiente, el Pitufo recuerda que iba manejando y que de pronto oyó en la radio a alguien que denunciaba el hecho vandálico y les echaba la culpa a las nuevas sectas brasileñas. La Virgen no dio importancia al asunto: ese domingo Central ganó bien. "Cuando conté todo esto, el Negro no dijo nada -asegura su amigo del alma-. Pero un año después se vino con un cuento donde se recreaba y agrandaba la historia. Nos reímos mucho, y me preguntó si los aludidos querrían salir con sus nombres verdaderos." El Pitufo fue a verlos, creyendo erróneamente que pretenderían el anonimato. Resultó todo lo contrario: nadie quería perderse entrar en la posteridad y formar parte de un relato de Roberto Fontanarrosa.
El ensayista Pablo Gianera le realizó para la Audiovideoteca de Escritores (un proyecto muy valioso) una entrevista de tres horas que permanece inédita y que funciona como una suerte de testamento literario. Allí Fontanarrosa cuenta que una noche se despertó alterado: acababa de tener un sueño erótico con una amiga de su mujer. Por supuesto, su mujer se encontraba durmiendo a veinte centímetros de su almohada. "Y yo traicionándola con esa amiga." Esa situación fue el germen de un relato donde un hombre confiesa en cierto club de barrio un sueño erótico y lo meten preso. En la comisaría, frente a un oficial escribiente, va contando lo que sucedió sin aclarar que fue un sueño, y se defiende asegurando que ella lo había provocado.
Allí se reconoce completamente sorprendido con la facultad de Woody Allen para "ver lo que sentimos": "Cuando crea Zelig refleja eso que siempre vemos, gente que se mimetiza, que cuando habla con un peronista es un peronista. La diferencia es que Woody se dio cuenta de cómo inventar un personaje que sintetice ese fenómeno humano. Lo mismo pasa con aquella idea de siempre de que hay personajes del cine tan reales que parece que se salen de la pantalla. Con esa idea, hizo La rosa púrpura del Cairo. Y fijate en esas personas que en la vida parecen como fuera de foco. Mirá lo que hizo en Los secretos de Harry".
El diálogo se realizó en Rosario, cuando ya Fontanarrosa estaba enfermo y tenía que usar asistentes y lápices especiales para poder cumplir con sus dibujos, tiras y chistes. No encontraba entonces ese hueco de tranquilidad para escribir su prosa, y un amigo le prestó un departamento en Mar del Plata. Quedaba frente a la base de submarinos, era noviembre y el Negro tuvo seis días de felicidad haciendo cuentos. A razón de uno por día. Los escribía a mano y no se levantaba hasta que estaban terminados: luego, su mujer se los mecanografiaba. "Me sentía un escritor norteamericano", se reía.
Los muchachos de El Cairo se siguen reuniendo donde siempre, y no pasa una tarde sin que se recuerde alguna frase, algún gesto, alguna línea de Roberto Fontanarrosa. Uno de ellos me explica lo que pensaba de su legado literario: "De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga. No aspiro al Nobel de Literatura. Ya me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: «Me cagué de risa con tu libro»".
Uno de sus colegas revela un dato desconocido: cuando lo invitaron a hablar en el Congreso Internacional de la Lengua Española, que se hizo en Rosario en 2004, el Negro dudó mucho. Era un gran honor, le abrían las puertas de la Academia, pero él no sabía muy bien qué podía aportar entre tantos discursos ceñudos. Entonces, Tomás Eloy Martínez habló con su editor y le dijo: "Decile al Negro que no trate de ser otro ni de escribir una ponencia. Que sea él mismo". Y vaya si lo fue: su stand up sobre las malas palabras es un momento cumbre de la inteligencia y del humor.
"Sabés lo que pasa -me comenta el Pitufo-, el Negro era un argentino muy raro: tenía humildad y sentido común. ¿Dónde encontrás otro igual?." No puedo dejar de imaginar a aquel pibe introvertido y medio vago que leía Rico Tipo y lloraba para que su madre no lo llevara al colegio. Les pregunto por qué nunca se vino a vivir a Buenos Aires, por qué se quedó para siempre en sus pagos. Fontanarrosa me responde desde un globito garabateado en una servilleta imaginaria: "Porque Rosario tiene buen fútbol y bellas mujeres. ¿Qué más puede ambicionar un intelectual?"
Su obra, con la nacion
El lanzamiento propone llevar a los lectores sus novelas (Best Seller, El área 18, La gansada), así como sus incomparables libros de cuentos. Además, la colección incluye lo mejor de su trabajo en humor gráfico y una selección de Inodoro Pereyra, uno de sus personajes más entrañables.
La primera entrega, el 10 de este mes, será La Mesa de los Galanes, título que el escritor rosarino publicó en 1995. Algunos de los otros títulos que se publicarán son El mundo ha vivido equivocado, No sé si he sido claro, Nada del otro mundo y Los trenes que matan a los autos..
el dispensador dice:
vienes a parar aquí, a los tiempos respirables con una memoria kármica que se va perdiendo con los años, tanto es así que a los cuatro años de edad ya que casi no queda nada de ella, y estás ya librado a tu destino, a modo de la consigna que te trajo a pasar algún tiempo aquí abajo... sucede que nadie enseña a nadie a ser hijo, simplemente lo eres... sucede que nadie enseña a nadie a ser padre, simplemente lo eres... sucede que nadie enseña a nadie a vivir, simplemente se vive, aprendiendo por el método de error... error... error... acierto... de modo que por cada diez errores, quizás alcances un acierto, con el cual te reivindicarás de todo lo previo... si tienes humor... si te ríes de tí mismo, tal vez logres superar los obstáculos imbuido de la alegría que provoca el acostumbrarte a "perder"... algo que nos diferencia del pensamiento anglosajón, repleto de éxitos, repleto de dólares, desbordante de cinismos, con millones de "perdedores" obligados a permanecer escondidos bajo una alfombra virtual que los oculta, mientras por encima, reluce una realidad para nada "real"... más ficticia que lo ficticio... más mentida que las mentiras...
me unía a Fontanarrosa el amor por la ciudad de Rosario, él era de allí... pero yo había decidido amarla por convicción, por amor a su gente, por la amistad cultivada con sus gentes, algo que comenzó allá por los fines de los sesenta y los inicios de los setenta, uniéndome con profesores de la Facultad de Odontología... la vieja... y luego la recién inaugurada... con Lorella Maestri... y con Héctor Stechina... sintonías de almas, que se fueron extendiendo persona a persona, multiplicándose por cientos y luego por miles... cada uno con sus cosas, propias de humanos transitando sus tiempos... de hecho, el negro Olmedo era de allí... por algo será... dicho sea de paso, coincidíamos en Rosario Central... por los colores, claro está... y ahora, ya viejo, cargado de años y mañas, extraño a los amigos de dichos pagos... con los que suelo comunicarme seguido, en especial mis amigos médicos, farmacéuticos, bioquímicos, y emparentados con la salud y sus cuitas... algo extraño ya que nos pegamos aún estando lejos de Rosario... lo cual demuestra que existe una sintonía ancestral que uno desconoce, pero que está relacionada con la memoria del karma de cada quién... Norita, Silvina, Juan Carlos, Fabián, Carmencita, Adriana, Silvio, Diana, tos que no alcanza la olvidada guía telefónica, esa que en esta era de celulares ha caído en desuso y camina a extinguirse...
Fontanarrosa es portada de "el dispreciau", hermano excluido de "el dispensador"... lo cual demuestra que coincidimos en las observaciones sobre la vida y sus hechos, la vida y sus circunstancias, la realidad y sus enseñanzas... podría decir lo mismo de Quino y su Mafalda... podría decir lo mismo de Caloi... pero dado que no creo en las casualidades, se asume que estas causalidades son significantes, en todos los casos y por algún motivo que excede mi memoria del karma, y aunque la uso a menudo... debo reconocer que esta parte se me ha perdido... no obstante lo cual, sintonizo "ese algo que nos une" más allá de los afectos, las palabras, las artes, la cultura, y la arquitectura rosarina que me atrapa y me subyuga...
Como te decía, a medida que me fui metiendo en la vida rosarina, fui descubriendo mis lugares amados... y de tanto amarlos, los fui extendiendo hasta llegar a la propia ciudad de Santa Fe... en fin, uno no sabe por qué suceden ciertas cosas, pero si aprende de ellas, las asume sin resistirse, los resultados suelen ser importantes, aún cuando esos no se traduzcan en dineros... caminando por la costanera, se respira los "hechos de la cultura", y eso, en sí mismo ya es trascendente...
Recordando, podría decirte que en Rosario he colectado risas y también lágrimas... he hecho duelo por mis circunstancias, y he salido de ellos mirando hacia mi mañana necesario... Fontanarrosa nunca lo supo, pero mucho de su genio y de su valor, tuvo que ver con mis miradas hacia la búsqueda de un túnel con salidas... y aunque no ha sido fácil, sus mensajes directos y sus otros subliminales me sirvieron para sobrevivir a mis dramas, no propios, sino endilgados por terceros siempre dispuestos a escupirte en la cara por todo aquello que no eres, que no has sido, y que no serás... pero la vida es como se te aparece, y siempre vale una confesión espiritual lejana a los altares y sus trampas...
Todo esto para decirte, finalmente, que Fontanarrosa está en mi alma... nunca lo pude estrechar en un abrazo, pero estoy seguro que nos lo hemos dado más de una vez, en otro tiempo, en otro lugar... similares a los que nos propinamos con otros amigos del alma de los mismos lares... aprendiendo a recorrer este camino que llamamos vida... un camino que nos permite recoger aquello que sembramos... un camino que nos habilita a aprender de los afectos, que es lo único que nos llevamos de aquí... sentidos... sentimientos... no más que eso, que no es poca cosa.
NOVIEMBRE 04, 2013.-
Ah!... y le dedico estos párrafos a Rosario y sus gentes...
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