Un libro sigue las huellas de Lorca en EE UU y reúne su epistolario, con cartas inéditas
La obra de Federico García Lorca hace muchos años que tomó forma de bosque. En ella suma tanto la expedición febril de las palabras como las condiciones en las que éstas tomaron forma. No hay otro poeta español tan enlupado, tan perseguido, tan buceado. Todo lo que sucede en su jurisdicción es y ha sido motivo de pesquisas y expediente. Y es que al creador genial y fulgurante se suma el hombre malogrado en un 'swing' perfecto y compacto.
De Lorca sabemos siempre poco. Pues algo queda por saber más allá de lo que se conoce. Algo mejor espera tras los pasos minutados del ser que armó la oscuridad musical de 'Romancero gitano' o el aullido sideral de 'Poeta en Nueva York'. La bibliografía lorquiana es abundante (y mucha de ella, recomendable). Tantos centenares de volúmenes han trazado una geometría apasionada alrededor del poeta granadino.
Y a esa larga biblioteca se suma ahora 'Federico García Lorca en Nueva York y La Habana. Cartas y recuerdos' (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), un trabajo minucioso de los hispanistas Christopher Maurer y Andrew A. Anderson. Una espeleología biográfica que alumbra la vida de Lorca durante los nueve meses que estuvo en Manhattan (de junio de 1929 a marzo de 1930) y reúnen al completo el epistolario americano de Lorca, donde aún quedan algunas cartas inéditas enviadas por él y (muchas más aún) recibidas de amigos y conocidos de aquellos días: Herschel Brickel, Francisco Campos, Milfred Adams, Philip H. Cummings, Hugh O'Donnell, María Antonieta Rivas...
"Estos y otros textos de diversa índole brindan al lector las bases documentales necesarias para acercarse, de modo biográfico, a ese momento crucial de la vida de García Lorca", apuntan Maurer y Anderson. Cada uno de sus pasos está descifrado. Quedan puntos de sombra, pero ahora es posible componer el puzle de aquel viaje desesperado donde el autor de 'Diván del Tamarit' ejerció una extraña bifrontalidad emocional mientras estudiaba sin demasiado entusiasmo y vivía con excesivo desconcierto.
De un lado, las cartas entusiastas a su familia. Del otro, las noches de insomnio, la angustia, el desamparo de la ciudad grande, la soledad, los amores difíciles... "Si miramos con objetividad los meses neoyorquinos de Lorca, todo apunta a una experiencia positiva, privilegiada", apuntan los hispanistas. Pero la verdad es otra. Y no parece mejor.
Para estos días, la relación de Lorca con el pintor ampurdanés estaba rota. Deflagada tras la publicación de 'Romancero gitano', que Dalí tomó como una traición a las ideas de vanguardia que habían inflamado sus complicidades de juventud en Madrid. Este, además de una ruptura sentimental, fue otro de los motivos por los que el poeta decidió alejarse de España. Lo relata con precisión en sus memorias Rafael Martínez Nadal, en 1928: "Con la publicación del 'Romancero gitano', Lorca, reconocido como uno de los grandes poetas de la nueva generación por un círculo relativamente pequeño de lectores y críticos, se convierte, casi de la noche a la mañana, en autor de fama nacional".
"La súbita popularidad terminó por deprimirle", continúa. "Se veía con la etiqueta de poeta gitano y eso le desagradaba. Los agoreros empezaron a circular el pronóstico de que Lorca estaba acabado, que un libro como el Romancero marcaba la gloria y el final de un poeta... Tal vez Lorca experimentaba al mismo tiempo la tristeza de ver perdida, ya definitivamente, su prolongada y libre juventud... La doble crisis, profesional y afectiva, produjeron el único periodo de aguda depresión visible para familiares y amigos. Y tal vez fuera la causa determinante de su viaje a América".
Nueva York supone la primera salida al extranjero. Su lazarillo fue el profesor y político Fernando de los Ríos. Éste le conectó con Federico de Onís -uno de los hispanistas más destacados de aquel tiempo en EEUU-. Y a partir de ahí, el mundo social de Lorca se fue ensanchando con García Maroto, con León Felipe, con Ángel Flores... "Lorca conoce a un sinfín de americanos y extranjeros, pero los círculos en los que se mueve con cierta frecuencia y soltura son bastante pequeños, compuestos casi exclusivamente de hispanohablantes", subrayan Maurer y Anderson.
Y es exactamente de ese perímetro de tinieblas de donde viene el malditismo, el malestar y el desorden de un libro en llamas como Poeta en Nueva York. Pues nunca como en Manhattan vivió Lorca tanto en el caos de su instinto artístico. Algo así como Rimbaud cuando exclamó: "He descubierto que mi caos es sagrado". Y apuntan los autores: "Aquí las luces bajo las cuales se ve a Lorca, y las facetas de su personalidad que se destacan, son inevitablemente múltiples y a veces dispares... El resultado de todo esto es que a veces disponemos de tres relatos diferentes -dos de Lorca, a su familia y a sus íntimos, y uno más de otra persona involucrada-, hecho que hace posible una sutil y sugestiva perspectiva".
De aquellos nueves meses, quizá el momento de más alta plenitud emocional fueron, por fin, los días que el autor de 'El público' pasó en Cuba. Fueron el contrapunto de calidez y desinhibición necesarios de quien buscaba sol y cuerpos, sonrisas del sur, jardines distintos. Mar de plata y papel de monedas./ Iré a Santiago./ ¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas!/ Iré a Santiago./ ¡Oh ritmo caliente y gota de madera!/ Iré a Santiago!/ ¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco!/ Iré a Santiago./... Brisa y alcohol en las ruedas./ Iré a Santiago... ¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro!/ Iré a Santiago.
Y exactamente fue así.
De Lorca sabemos siempre poco. Pues algo queda por saber más allá de lo que se conoce. Algo mejor espera tras los pasos minutados del ser que armó la oscuridad musical de 'Romancero gitano' o el aullido sideral de 'Poeta en Nueva York'. La bibliografía lorquiana es abundante (y mucha de ella, recomendable). Tantos centenares de volúmenes han trazado una geometría apasionada alrededor del poeta granadino.
Y a esa larga biblioteca se suma ahora 'Federico García Lorca en Nueva York y La Habana. Cartas y recuerdos' (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), un trabajo minucioso de los hispanistas Christopher Maurer y Andrew A. Anderson. Una espeleología biográfica que alumbra la vida de Lorca durante los nueve meses que estuvo en Manhattan (de junio de 1929 a marzo de 1930) y reúnen al completo el epistolario americano de Lorca, donde aún quedan algunas cartas inéditas enviadas por él y (muchas más aún) recibidas de amigos y conocidos de aquellos días: Herschel Brickel, Francisco Campos, Milfred Adams, Philip H. Cummings, Hugh O'Donnell, María Antonieta Rivas...
"Estos y otros textos de diversa índole brindan al lector las bases documentales necesarias para acercarse, de modo biográfico, a ese momento crucial de la vida de García Lorca", apuntan Maurer y Anderson. Cada uno de sus pasos está descifrado. Quedan puntos de sombra, pero ahora es posible componer el puzle de aquel viaje desesperado donde el autor de 'Diván del Tamarit' ejerció una extraña bifrontalidad emocional mientras estudiaba sin demasiado entusiasmo y vivía con excesivo desconcierto.
De un lado, las cartas entusiastas a su familia. Del otro, las noches de insomnio, la angustia, el desamparo de la ciudad grande, la soledad, los amores difíciles... "Si miramos con objetividad los meses neoyorquinos de Lorca, todo apunta a una experiencia positiva, privilegiada", apuntan los hispanistas. Pero la verdad es otra. Y no parece mejor.
"Quiera Dios que todo sea bien aprovechado y que no sea sólo disfrutar, sino también aprender e irte acostumbrando a manejarte tú solico con lo que ganes", le escribían sus padres
Sus padres, desde Granada, le escriben en octubre de 1929: "Queridísimo hijo: recibimos tu carta que, como siempre, nos proporcionó una gran alegría. Estás viendo y disfrutando como pocas personas de tu edad. Quiera Dios que todo sea bien aprovechado y que no sea sólo disfrutar, sino también aprender a irte acostumbrando a manejarte tú solico con lo que ganes (...). Tú ya has triunfado y no tienes más que trabajar cuidando mucho de no decaer ni en el canto de una paja (...). Te mando una carta que hemos recibido de Dalí que nos ha sorprendido enormemente, pues yo no creía que tú tenías tanta frescura. Después del favor que te hizo, has tenido dinero para pagarle y lo debías haber hecho antes que tirarlo en divertirte sin lucir ni parecer (...)".Para estos días, la relación de Lorca con el pintor ampurdanés estaba rota. Deflagada tras la publicación de 'Romancero gitano', que Dalí tomó como una traición a las ideas de vanguardia que habían inflamado sus complicidades de juventud en Madrid. Este, además de una ruptura sentimental, fue otro de los motivos por los que el poeta decidió alejarse de España. Lo relata con precisión en sus memorias Rafael Martínez Nadal, en 1928: "Con la publicación del 'Romancero gitano', Lorca, reconocido como uno de los grandes poetas de la nueva generación por un círculo relativamente pequeño de lectores y críticos, se convierte, casi de la noche a la mañana, en autor de fama nacional".
"La súbita popularidad terminó por deprimirle", continúa. "Se veía con la etiqueta de poeta gitano y eso le desagradaba. Los agoreros empezaron a circular el pronóstico de que Lorca estaba acabado, que un libro como el Romancero marcaba la gloria y el final de un poeta... Tal vez Lorca experimentaba al mismo tiempo la tristeza de ver perdida, ya definitivamente, su prolongada y libre juventud... La doble crisis, profesional y afectiva, produjeron el único periodo de aguda depresión visible para familiares y amigos. Y tal vez fuera la causa determinante de su viaje a América".
Nueva York supone la primera salida al extranjero. Su lazarillo fue el profesor y político Fernando de los Ríos. Éste le conectó con Federico de Onís -uno de los hispanistas más destacados de aquel tiempo en EEUU-. Y a partir de ahí, el mundo social de Lorca se fue ensanchando con García Maroto, con León Felipe, con Ángel Flores... "Lorca conoce a un sinfín de americanos y extranjeros, pero los círculos en los que se mueve con cierta frecuencia y soltura son bastante pequeños, compuestos casi exclusivamente de hispanohablantes", subrayan Maurer y Anderson.
"Las fiestas, las cenas y los licores contrastan con las madrugadas angustiadas, la desorientación, la melancolía, la nostalgia...", revelaba el poeta en otro escrito
Entre ellos destacan Herschel Brickel y su mujer, Norma. A ellos refiere una de las notas inéditas que recoge este volumen, donde sugiere un encuentro con ambos tras cinco semanas de vacaciones fuera de Manhattan. Son los mismos meses en los que empieza a dar forma a los textos feroces de 'Poeta en Nueva York'. "La amabilidad, la ingenuidad y la generosidad de los americanos, los conciertos y paseos por la ciudad, las fiestas, las cenas y los licores son experiencias que contrastan con las madrugadas angustiadas, el sentimiento de desorientación, el abatimiento, la melancolía, la nostalgia, el asco a las condiciones de vida y trabajo de muchos de los habitantes y la aflicción ante los problemas sociales y ante la opresión de los negros...", apuntan Maurer y Anderson.Y es exactamente de ese perímetro de tinieblas de donde viene el malditismo, el malestar y el desorden de un libro en llamas como Poeta en Nueva York. Pues nunca como en Manhattan vivió Lorca tanto en el caos de su instinto artístico. Algo así como Rimbaud cuando exclamó: "He descubierto que mi caos es sagrado". Y apuntan los autores: "Aquí las luces bajo las cuales se ve a Lorca, y las facetas de su personalidad que se destacan, son inevitablemente múltiples y a veces dispares... El resultado de todo esto es que a veces disponemos de tres relatos diferentes -dos de Lorca, a su familia y a sus íntimos, y uno más de otra persona involucrada-, hecho que hace posible una sutil y sugestiva perspectiva".
De aquellos nueves meses, quizá el momento de más alta plenitud emocional fueron, por fin, los días que el autor de 'El público' pasó en Cuba. Fueron el contrapunto de calidez y desinhibición necesarios de quien buscaba sol y cuerpos, sonrisas del sur, jardines distintos. Mar de plata y papel de monedas./ Iré a Santiago./ ¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas!/ Iré a Santiago./ ¡Oh ritmo caliente y gota de madera!/ Iré a Santiago!/ ¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco!/ Iré a Santiago./... Brisa y alcohol en las ruedas./ Iré a Santiago... ¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro!/ Iré a Santiago.
Y exactamente fue así.
el dispensador dice:
de pronto...
tomas consciencia,
te das cuenta que aún acompañado,
la sonrisa no lo es todo,
que las palabras vuelan,
que ante la vida estás solo,
que a nadie le importa,
el destino del otro,
que aún tomando la mano,
la intención aleja,
que el vínculo es otro,
no es como uno lo entiende,
no es como lo piensas,
no es como lo sientes,
cuando el oportunismo pesa,
el afecto se evapora,
mientras se esconden los tesoros...
de pronto... miras la vida...
te sabes solo,
vendrán a reclamarte,
cuestionando tus pasos,
fabricando fracasos,
soltando el rollo,
entendiendo que aquello que parecía cerca,
está en las antípodas,
de los sentimientos sembrados,
regalados a otros,
y te mirarás al espejo,
buscando respuestas,
confusiones sin tonos,
desbarrancando pensamientos,
¿qué pasó en el medio,
mientras la esperanza era todo,
mientras el sueño dominaba,
mientras había un mañana,
que esperaba por un "nosotros"?...
de repente,
tomas consciencia,
estés donde estés,
dependes de ti mismo,
que el mar es extenso,
que navegar exige estar atento,
a todo imprevisto,
que el timón te señala,
rumbo sostenido,
que mirar las velas,
hace que los vientos soplen amigos...
entonces te entregas,
liberas amarras,
te embriagas en vinos,
sueltas el alma,
navegas distinto,
te gana la angustia,
de lo que pudo haber sido,
miras la proa,
hay un horizonte,
te guía el instinto,
no vuelvas la mirada,
no atrás en un laberinto...
la vida es como es,
tu me lo has dicho,
no se vive del pasado,
cuando el tiempo está extinto.
NOVIEMBRE 27, 2013.-
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