SILLÓN DE OREJAS COLUMNA
Esperpentos, mitologías
En el tablero de ajedrez de los posibles pactos, Pedro Sánchez debería tener en cuenta el discurso de Mao titulado 'Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo'
'Obrero y koljosiana en Moscú', escultura de Vera Mújina (1937).
1. Espectáculo
Magnífico espectáculo esperpéntico, que tuvo hasta su look-alike Valle-Inclán, el del inicio de la XIII legislatura(mal número, decía mi tía abuela, supersticiosa cual bruja de Macbeth: “¡Arredro vayas, trece!”). Se inició con el simpático juego de la silla a cargo de los recios posfascistas, que madrugaron para conseguir escaño de platea en el asendereado hemiciclo; continuó con el numerito de las fórmulas de acatamiento, con los políticos presos jurando por su improbable república una constitución monárquica; mientras los fachitas, que lo hicieron por Dios y por España y olé, le daban a su atronadora batería en plan Charlie Watts, el legendario drummer de los Rolling, y el señor Iglesias, que siempre nos ofrece hermosas lecciones de moral (¡glup!), la prometía por la democracia y los derechos sociales; se prolongó con el altercado entre el señor Rivera, que saltó en plan slasher (solo le faltaba la motosierra) al cuello de la presidenta del Congreso, a la que le falta un buen hervido reglamentario; y terminó, después de que dentro y fuera de los parlamentarios muros cada cual lanzara su mitin, con el tuit del siempre victimista senyor Turull explicando a su parroquia que el ambiente le había parecido propio de una taberna (en catalán, taverna), quizás como las que frecuentaba Max Estrella, por seguir con Valle-Inclán. Total, que por la tarde, y tras horas de escuchar —y, lo que es peor, ver— a ese señor tan sectario de La Sexta, soñé en mi siesta que hacía añicos la tele con un martillo tan grande como el del obrero soviético de la célebre escultura de Vera Mújina que representa la indestructible alianza de obreros y campesinos. Lo único que me puso verdaderamente contento en la “histórica” mañana del lunes —tenemos la inconmensurable suerte de vivir una época en que cada día lo es— fue el aterrizaje en la presidencia del Senado de mi admirado Manuel Cruz, nuestro mejor filósofo de la historia, un estupendo pensador sobre la memoria (no se pierdan, en Katz, su libro Cómo hacer cosas con recuerdos), y uno de los más inteligentes federalistas que conozco. De modo que, si las elecciones de este domingo fueran propicias y el señor Gabilondo llegara a gobernar la Comunidad de Madrid, esto se parecería bastante a aquella república de filósofos que para Platón suponía el mejor de los gobiernos posibles, puesto que sólo ellos, con el ojo de su mente, saben donde está la verdad y el bien (lo mismo le pasaba a Pol Pot, por otra parte). Claro que, en cuanto al federalismo, también hay opiniones: como explicaba el siempre elitista Ortega en el discurso (Federalismo y autonomismo) que pronunció ante las Cortes Constituyentes el 26 de septiembre ¡de 1931!, “un Estado unitario, que se federaliza, es un organismo de pueblos que retrograda [el verbo es de Ortega] y camina hacia la dispersión”. En fin, que el debate sigue abiertísimo.
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