IDA Y VUELTA COLUMNA
Presencia de Falla
Como Stravinski, depuró los elementos de la música popular hasta levantar una especie de riguroso esquematismo cubista
Manuel de Falla LIPNITZKI ROGER VIOLLET / GETTY IMAGES
Manuel de Falla ocupa en la posteridad un papel tan discreto como el que ocupó durante su vida. En un siglo de egos megalómanos en la literatura y en las artes, en un país de palabrerías y aspavientos, Manuel de Falla es un hombre pequeño de estatura y sigiloso de ademanes del que nadie diría, por su aspecto exterior, que estaba componiendo algunas de las músicas más originales, más hondamente perturbadoras de su tiempo y del nuestro. En el siglo XX la idea romántica del genio se hipertrofia hasta el exceso y la caricatura. El genio es un monstruo que se cree con derecho a todo y al que se le permite todo. Las célebres vanguardias, tan rápidamente canonizadas en ortodoxias, conceden al genio una autoridad a la vez tiránica y liberadora, como si esa conjunción fuera posible. El genio puede permitirse ser un monstruo, un payaso, un actor dedicado las 24 horas del día a interpretarse a sí mismo, y a producir a gran velocidad obras que tengan en el mercado el valor de una marca de lujo, y a alimentar una leyenda que al envolver las obras en un aura de heroísmo o de disipación multipliquen su precio.
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