martes, 31 de enero de 2012

Hachikō || 忠犬ハチ公 || LA LEALTAD COMO CULTO

Hachiko en sus últimos años


el dispensador dice: la lealtad no es objeto de culto por estos días, todo está demasiado confundido como para valorarla, tanto es así que los humanos se miran con desdén, midiendo las segundas intenciones del otro, intentando ocultar las propias para apenas ganar un poco de tiempo... hoy, se entiende por lealtad aquello capaz de tapar la mentira y la traición de los líderes de algo, de alguna circunstancia, de otra conveniencia, de intereses que sonríen para más tarde apuñalar, de daños acordados hacia indefensos e inocentes terceros, víctimas oportunistas de raros sentimientos de desprecio. Sin embargo, hubo una lealtad de "señores", hubo otra de "caballeros", hubo una estirpe de lealtades entre los samurais, y hubo más lealtades que no han quedado en la historia por el desuso del sentido de las manos entrelazadas, de los abrazos y hasta de los besos que no guardan afectos ni pasiones... Hachikō fue un mensaje y también una señal oportuna, sin embargo pasó desapercibido entre los apuros y sus urgencias, esas que siempre diluyen las consistencias de las esencias, de lo verdaderamente importante.
¿Quién fue Hachikō?, un perro claro está, por estas horas los humanos no suelen serlo, es más, no pueden serlo, porque los aqueja la enfermedad del "qué me importa"...
Hachikō (ハチ公? 10 de noviembre de 19238 de marzo de 1934), conocido en japonés como chūken Hachikō (忠犬ハチ公? «el perro fiel Hachikō» ('hachi' significa 'ocho')) y 'kō' (cuyo significado es príncipe o duque), fue un perro de raza akita nacido en una granja cerca de la ciudad de Ōdate (Prefectura de Akita, Japón),[1] recordado por su lealtad a su amo Eisaburō Ueno, un profesor del departamento de agricultura de la Universidad de Tokio, incluso varios años después de la muerte de éste.
En 1924, Eisaburō Ueno, un profesor del departamento de agricultura en la Universidad de Tokio, adoptó a Hachikō como su mascota. Desde entonces, cada día Hachikō lo esperaba en la puerta delantera de la estación de Shibuya para saludar a su amo al final de cada día. Esta rutina continuó sin interrupciones hasta el mes de mayo de 1925, cuando el profesor Ueno ya no regresó, como de costumbre, en tren, pues previamente había sufrido una hemorragia cerebral mientras impartía clases en la universidad de Tokio, y murió. Debido a esto, jamás regresó a la estación de tren, donde su leal mascota lo esperaba. Hachikō demostró lealtad a su dueño; y cada día, por los siguientes diez años de su vida, esperó en el acostumbrado sitio donde se sentaba, justo enfrente de la estación.
Conforme transcurría el tiempo, Hachikō comenzó a llamar la atención de propios y extraños en la estación; mucha gente que solía acudir con frecuencia a la estación habían sido testigos de cómo Hachikō acompañaba cada día al profesor Ueno antes de su muerte. Fueron estas mismas personas las que cuidaron y alimentaron a Hachi durante ese largo período.[2]
Desde la Prefectura de Akita hasta la estación de Shibuya viajó durante dos días en tren, en una caja. Cuando lo fueron a retirar sirvientes del profesor, estos creyeron que el perro estaba muerto.
Sin embargo, cuando llegaron a la casa, el profesor le acercó al perro un vaso con leche, y éste se reanimó. El profesor lo recogió en su regazo y notó que las piernas delanteras estaban levemente desviadas, por lo que decidió llamarlo Hachi (ocho en japonés) por la similitud con el Kanji (letra japonesa) que sirve para representar al número ocho (八).
En verdad el perro estaba destinado a la hija del profesor, quien prontamente abandonó la casa paterna al quedar embarazada y casarse para irse a vivir a la casa paterna de su esposo. Así, al comienzo, Hachi iba a ser regalado, pero el profesor pronto se encariñó con el perro al que adoraba enérgicamente.
El perro se despedía todos los días desde la puerta principal cuando Ueno iba al trabajo, y le saludaba al final del día en la cercana estación de Gonzy de San Fer. Esta rutina, que pasó a formar parte de la vida de ambos, no fue desapercibida ni por las personas que transitaban por el lugar ni por los dueños de los comercios de los alrededores, y todos ellos llegaron a apreciar de forma muy singular el vínculo que llegó a entablarse entre el perro y su dueño.
El 21 de mayo de 1925, el profesor Ueno no regresó; había sufrido una hemorragia cerebral que le provocó la muerte mientras impartía clase en la Universidad Imperial, pero Hachi se quedó allí, en su sitio, esperándole. Pasaron los días, que se convirtieron en meses, y los meses en años, y Hachi seguía acudiendo fiel y puntualmente a esperar a su amo, sin importarle si hacía frío o calor; tan sólo esperaba volver a verle.
La devoción que Hachikō sentía hacia su amo fallecido conmovió a los que lo rodeaban, quienes lo apodaron el perro fiel. En abril de 1934, una estatua de bronce fue erigida en su honor en la estación de Shibuya, y el propio Hachikō estuvo presente el día que se presentó la estatua. La estatua fue reutilizada a causa de la Segunda Guerra Mundial, pero se erigió otra estatua en agosto de 1947, que aún permanece y es un lugar de encuentro extremadamente popular, tanto que en ocasiones la aglomeración de gente dificulta el encuentro.
También hay una estatua similar en Odate, delante de la estación de Odate.
El 8 de marzo de 1934, Hachiko murió de filariasis. [1] Su cuerpo fue encontrado frente a la estación de Shibuya, tras esperar infructuosamente a su amo durante nueve años.[1] Sus restos fueron depositados en una caseta de piedra que se construyó al pie de la tumba del profesor Ueno, en el Cementerio de Aoyama, Minmi-Aoyama, Minato-Ku, Tokio. Aunque, posteriormente, su cuerpo se recogió para ser expuesto en el Museo de Ciencias Naturales del distrito Tokiota de Ueno tras ser restaurado y disecado.[3]
El 8 de marzo de cada año se conmemora a Hachiko en la plaza frente a la estación de trenes de Shibuya.[1]
Hachikō es un eco que opera al modo de un llamado al hombre, al alma, al espíritu, a las sensibilidades apuradas que han sido abandonadas en el atropello que significa "vivir"... Se repite de distintas maneras en todo el planeta humano, recordándole al hombre, que las esencias no tienen precio alguno, simplemente se dan y ya... no pueden ser razonadas, ni tampoco valoradas por ocasionales oportunismos, demostrándose de maneras singulares, que van desde una mirada hasta una presencia que va más allá del sentido de los tiempos. Quizás entendible por los linajes samurais ya no lo es, donde las espadas se someten a los imperios de extrañas ideologías vacías, siempre escudadas tras palabras que no dicen nada y argumentos que se evaporan antes de ser pensados y luego pronunciados. Ello se debe a que no hay esencia en las consistencias y éstas últimas se pierden en irracionalidades que se justifican en falsas razones. Los sentimientos genuinos no tienen precio... la palabra original tampoco... no hace falta hablar el mismo idioma para entenderse, pero el humano ha perdido el sentido de los contenidos de la "mente", por ende ya no sabe lo que se trata cuando se habla de "lealtades"... y éstas, son presencias eternas, presencias que van más allá del tiempo que se le concede a los humanos para cursar aquello que se llama "vivir", presencias que vibran sin pedir nada a cambio. presencias que no recibirán otra paga que no sea el afecto. Occidente anda carente de lealtades y abunda en humillaciones... Nada distinto ocurre en el oriente mediático, ése que venden los medios corporativos para embelezar negocios y atrapar a los inocentes. Hachikō y sus similares observan atentamente la Tierra de los humanos... ven que la misma está vacía de lealtades... y conceden la oportunidad a anónimos y desconocidos que sienten la vibración en el afecto de los silencios... algunos entienden y comprenden, asumen y devuelven... mientras que otros abandonan y mienten, para luego regresar a su condición de "señores de las ausencias". Hachikō es "presencia de eternidades"... más allá de los tiempos respirables, más allá del mañana necesario, más allá de la condición humana, más allá de la condición de perro... no importa la forma, tampoco lo que vemos, sí importa lo que hay dentro de las vibraciones armónicas y de las otras sinfónicas... ya que todos, durante los tiempos respirables, somos almas encarnadas en algo, por ende efímeras de cuerpo, no así de espíritu. Enero 31, 2012.-
Homenaje a Hachikō.
Homenaje a las lealtades que agregan valor, sólo a ellas.
Repudio a las lealtades que restan valor y que someten el pensamiento enaltecido.

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