Las formas y los tiempos de la cultura
El año que vivimos retrospectivamente
La crisis económica, el súbito viaje a la nostalgia que permite Internet y el pasado como valor de salvavidas alimentan un creciente revival en el mundo creativo
IKER SEISDEDOS / XAVI SANCHO - Madrid / Barcelona - 07/01/2012
Acabó el año cultural, proliferaron las listas de repaso a sus frutos y entre el coro discordante emergió un claro triunfador: el pasado. Sobran los ejemplos: mientras The artist, ¡una película en blanco y negro muda!, figura en las quinielas de los Oscar, la más ¿novedosa? aportación estilística de la música resultó ser un mejunje de referencias que llaman pop hipnagógico y se basa en los ecos de las producciones de los 80 procesados con la atención del duermevela. Libertad, de Jonathan Franzen, se vendió como "la gran novela decimonónica del siglo XXI" en su invocación a Dostoievski. Y entretanto, la gastronomía, motor de democratización de la modernidad, se descolgó con un sorprendente ejercicio de contrición al glorificar la comida de la abuela, mientras el hipster, último paradigma del joven enterado, decidió que su barba rescatada del baúl de los recuerdos solo debía ser cuidada por los veteranos artesanos del corte a cuchillo.
Se podría argumentar que la cultura del eterno revival es cosa vieja, tan vieja al menos como el siglo. Por no decir, como Marco Aurelio o Hegel, que ya detallaron sus tentaciones. Acaso la diferencia resida en que vivimos el paroxismo de una tendencia que ha hecho saltar las alarmas teóricas. 2011 comenzó en el terreno de los retroestudios culturales con la publicación de Retromania (Faber and Faber), libro del crítico británico Simon Reynolds sobre la obsesión de la cultura pop con su propia herencia, y terminó con un artículo en la edición estadounidense de la revista Vanity Fair. Firmado por Kurt Andersen, detallaba, con fotografías en las que se afeaba a Lady Gaga su escasa aportación al discurso de Madonna, la incapacidad de la cultura a secas de las dos últimas décadas para proyectarse hacia el futuro en un mundo por lo demás marcado por los vertiginosos cambios sociales y tecnológicos. El novelista se refería al pasado como a un país extranjero sin iPhones, redes sociales y el resto de lo que súbitamente ha venido a configurar nuestras vidas.
Pero ¿a qué se debe tanta esclerosis creativa? ¿Por qué la cultura solo parece tener ojos últimamente para fijarlos en el retrovisor? Podría ser pura comodidad. "Se busca desesperantemente el confort en el pasado, cuando no en lo meramente entrañable, como demuestra la fiebre del diseño por lo vintage", explica el escritor Julián Rodríguez, editor también de Periférica. Paradigma de la joven editorial, el sello se identificó en sus primeros compases con la sintomática tribu de los reeditores, casas que basaron (y basan) su oferta en el rescate de clásicos por razones estéticas o puramente económicas; desde hace un par de años, Periférica se atreve también con nuevos autores.
En esa comodidad hay también un ingrediente de conservación, coinciden los expertos, acaso disculpable; en medio de la crisis económica el pasado se identifica con lo auténtico, con una tabla salvavidas en medio de la tormenta de ese progreso que ya dejó de ser sinónimo de mejora. Nadie está para demasiadas alegrías. Menos, si, como decía el crítico de arte Harold Rosenberg, padre del expresionismo abstracto, "todo arte profundamente original es, en un principio, percibido como feo". Y lo feo, ya se sabe, no vende a la primera. Andersen achaca estos síntomas al hecho de que, "como cualquier otro sector capitalista, la gigantesca industria de la cultura y el estilo busca lo estable y predecible".
"Todo el mundo quiere triunfar y, para innovar, debe haber gente dispuesta a no hacerlo. Por eso parece que volvamos siempre a lo mismo, porque avanzar es arriesgar", explica Thomas Frank, crítico cultural estadounidense. El extremo podría ilustrarse con el triunfo de Adele, autora de 21, el álbum más vendido en 2011 con más de siete millones de copias. Su fórmula no se despega demasiado de la música de los años 60 que la inspira. "En la música, la ideología de la modernidad se hallaba en pleno corazón del discurso más popular, y alcanzó a los artistas más exitosos de la historia. Desde Pink Floyd hasta The Police", afirma Reynolds. "Eso pasó. De la parálisis reinante nace el concepto de la atemporalidad, tan en boga. Ya no puedes detectar la época en que fue concebida una canción".
Quizá porque, como reconoce Andreas Huyssen, cofundador de la New German Critique y autor de Modernismo después de la posmodernidad (Gedisa), hay un elemento que ha venido a distorsionar el discurso lineal de pasado que progresa en el presente para proyectarse al futuro: Internet. "Paradójicamente, los nuevos instrumentos", aclara Frank, "se utilizan para afianzar viejos sistemas, no para crear nuevas perspectivas". La Red no solo posibilita acceder de un modo inmediato al archivo universal, sino que permite recrearse en la nostalgia (propia o ajena), imitar gracias a YouTube sus ademanes y volver sobre lo mismo una y otra vez. Como aquel personaje de Woody Allen en Midnight in Paris, una de las películas que marcaron el año que vivimos retrospectivamente. Ya saben, ese tipo en crisis que solo hallaba consuelo viajando cada noche al París de los años 30, el pasado de su elección.
El triunfo de Adele y sus canciones inspiradas en los 60 es un paradigma
Se podría argumentar que la cultura del eterno revival es cosa vieja, tan vieja al menos como el siglo. Por no decir, como Marco Aurelio o Hegel, que ya detallaron sus tentaciones. Acaso la diferencia resida en que vivimos el paroxismo de una tendencia que ha hecho saltar las alarmas teóricas. 2011 comenzó en el terreno de los retroestudios culturales con la publicación de Retromania (Faber and Faber), libro del crítico británico Simon Reynolds sobre la obsesión de la cultura pop con su propia herencia, y terminó con un artículo en la edición estadounidense de la revista Vanity Fair. Firmado por Kurt Andersen, detallaba, con fotografías en las que se afeaba a Lady Gaga su escasa aportación al discurso de Madonna, la incapacidad de la cultura a secas de las dos últimas décadas para proyectarse hacia el futuro en un mundo por lo demás marcado por los vertiginosos cambios sociales y tecnológicos. El novelista se refería al pasado como a un país extranjero sin iPhones, redes sociales y el resto de lo que súbitamente ha venido a configurar nuestras vidas.
Pero ¿a qué se debe tanta esclerosis creativa? ¿Por qué la cultura solo parece tener ojos últimamente para fijarlos en el retrovisor? Podría ser pura comodidad. "Se busca desesperantemente el confort en el pasado, cuando no en lo meramente entrañable, como demuestra la fiebre del diseño por lo vintage", explica el escritor Julián Rodríguez, editor también de Periférica. Paradigma de la joven editorial, el sello se identificó en sus primeros compases con la sintomática tribu de los reeditores, casas que basaron (y basan) su oferta en el rescate de clásicos por razones estéticas o puramente económicas; desde hace un par de años, Periférica se atreve también con nuevos autores.
En esa comodidad hay también un ingrediente de conservación, coinciden los expertos, acaso disculpable; en medio de la crisis económica el pasado se identifica con lo auténtico, con una tabla salvavidas en medio de la tormenta de ese progreso que ya dejó de ser sinónimo de mejora. Nadie está para demasiadas alegrías. Menos, si, como decía el crítico de arte Harold Rosenberg, padre del expresionismo abstracto, "todo arte profundamente original es, en un principio, percibido como feo". Y lo feo, ya se sabe, no vende a la primera. Andersen achaca estos síntomas al hecho de que, "como cualquier otro sector capitalista, la gigantesca industria de la cultura y el estilo busca lo estable y predecible".
"Todo el mundo quiere triunfar y, para innovar, debe haber gente dispuesta a no hacerlo. Por eso parece que volvamos siempre a lo mismo, porque avanzar es arriesgar", explica Thomas Frank, crítico cultural estadounidense. El extremo podría ilustrarse con el triunfo de Adele, autora de 21, el álbum más vendido en 2011 con más de siete millones de copias. Su fórmula no se despega demasiado de la música de los años 60 que la inspira. "En la música, la ideología de la modernidad se hallaba en pleno corazón del discurso más popular, y alcanzó a los artistas más exitosos de la historia. Desde Pink Floyd hasta The Police", afirma Reynolds. "Eso pasó. De la parálisis reinante nace el concepto de la atemporalidad, tan en boga. Ya no puedes detectar la época en que fue concebida una canción".
Quizá porque, como reconoce Andreas Huyssen, cofundador de la New German Critique y autor de Modernismo después de la posmodernidad (Gedisa), hay un elemento que ha venido a distorsionar el discurso lineal de pasado que progresa en el presente para proyectarse al futuro: Internet. "Paradójicamente, los nuevos instrumentos", aclara Frank, "se utilizan para afianzar viejos sistemas, no para crear nuevas perspectivas". La Red no solo posibilita acceder de un modo inmediato al archivo universal, sino que permite recrearse en la nostalgia (propia o ajena), imitar gracias a YouTube sus ademanes y volver sobre lo mismo una y otra vez. Como aquel personaje de Woody Allen en Midnight in Paris, una de las películas que marcaron el año que vivimos retrospectivamente. Ya saben, ese tipo en crisis que solo hallaba consuelo viajando cada noche al París de los años 30, el pasado de su elección.
el dispensador dice: no me despego de la almohada, percibo que llueve, que siendo de día aún es de noche, está fresco, me decido y me coloco las alpargatas, es necesario encarar un nuevo día... me asaltan algunos raros recuerdos, instantáneas de atropellos y desprecios, burlas y mentiras acondicionadas a y por la miseria humana común a la soberbia de las personas faltas de alma, carentes de la substancia que hace a la esencia del espíritu... me repito a mí mismo que no hay que regresar la mirada porque el mañana queda siempre por delante, incluyendo en ello el instante que sigue al presente que transcurre... y allí caigo en la cuenta que el mundo entero, atrapado por la ausencia de horizonte y la incredulidad creciente sobre el mañana necesario, se zambulle en las nostalgias, buscando algo que le recree el ideario, la sensación de estar vivo fundada en motivos genuinos, esos que impulsan hacia un adelante intangible pero esperable. Mientras la Tierra gira sobre sí misma, oscila y se traslada alrededor del Sol que la cobija, muchas otras cosas suceden prescindentes de las realidades que le impone la rutina a cada ser humano... nadie es consciente de la simultaneidad de las dimensiones contiguas, invisibles, pero ellas están y tienen vida propia, coexisten con la vida en la Tierra tanto como la segunda vida de los cielos y sus paraísos... sucede lo propio con el mundo de las ideas, el que a modo de un oasis padece sequías de "creación", ausencia y carencias de ese algo que conduce hacia la escala de la cultura como unidad, o bien hacia el entretejido de pentagramas rebozantes de notas, y hasta pleno de renglones que entrelazan las palabras en una prosa que nutre a los espíritus buscadores... pero así como los posos naturales se secan, el oasis de las ideas puede verse atacado por el imperio de las densidades y sus atrocidades... las ideas no descienden y las pobrezas intelectuales producen algo así como un regreso a aquello que tuvo entidad propia y que se distinguía por sus contenidos visionarios, imprescindibles para "ir hacia adelante", fundamentales a la hora de las esperanzas y sus ilusiones, angulares para darle vida a los sueños... pero el mundo transita la órbita del cuestionamiento y todo está en tela de juicio, manipulado, manipulándose... la sociedad humana ha descubierto que la historia ha sido diseñada para favorecer ciertas conveniencias y otros intereses y ello ha derivado en la incertidumbre mayor, aquella que desconoce a las fuentes como tales. No se ve a Dios ni aún teniendo al lado... no se percibe la presencia del propio ángel de la guarda ni aún mirándolo en el espejo... no se escucha la consciencia porque el día a día está plagado de ruidos ensordecedores que distraen la mente y quiebran el orden para sostener un caos a medida. La luz se ha doblado sin que nadie se haya percatado. Lo mismo ha sucedido con el tiempo... cuando ello sucede la nostalgia envuelve a las almas, cobijándolas en la certidumbre de aquello que sirvió para su contención... aún en la duda se estaba mejor... y todo indica que la incertidumbre crecerá de la mano de los infiernos liberados, esos mismos que diseminan la duda sobre un mañana en tinieblas. La tela del juicio apronta a los instintos y estos a las violencias, a las réplicas, a las intolerancias, a los fundamentalismos, a las inquicisiones, se disemina una extraña sensación donde se mezclan ansiedad y aburrimiento, nada conforma, mucho menos contiene... las fuentes se transforman en espejismos y la duda se instala, ganando espacio en santuarios vacíos de oración... Jerusalem y La Meca siguen en el mismo lugar... pero las gentes, al carecer de horizontes, desconocen el rumbo que los conduce hacia los ángulos de una geometría de esferas virtuales. Alguien recuerda el sentido de algunas tradiciones pero no halla el eje que ellas solían proveer. Otros acuden presurosos a las sagradas escrituras, pero el tedio impide la lectura... y aún existiendo ésta, la misma se carga de pesares propios y ajenos. Flotan las profecías y se diluyen las revelaciones... ¿2012?... qué deparará un mundo donde las prioridades sociales y personales se han extinguido a manos de urgencias sin sentido?... el desmadre ha ido ganando el todo y ese mismo todo no depara el sentido de "muelle", tampoco el de "isla", mucho menos el de "playa" o "costa"... aún pisándolo no se halla suelo... aún respirándolo no se encuentra aire. El hombre, la raza humana, han alcanzado el doblez de sus destinos... ¿cuánto durará la sequía del mundo de las ideas?... la sal ha perdido su sabor... el azúcar ha hecho lo propio... no hay alma en la masa del pan y éste es piedra que pesa en el estómago tanto como en el alma. ¿Dónde ha quedado el mañana que guardaban las esperanzas?. Se busca en el pasado aquello que no se encuentra en el presente... ¿qué palabra se dijo de más?... ¿dónde están los creadores y los formadores, portadores de los ángulos del verbo?... de pronto el mundo humano se ha vaciado de contenidos y las razones ya no son tales... todo suena a hueco... todo está distante aún estando cerca... se desvirtúan los sentidos cuando el tiempo no guarda abrigos. El hombre debe aprender una nueva lección... la economía es una mentira urdida por los pocos para esclavizar a los muchos, no confiere sentido a las cosas, tampoco a los espíritus, antes bien quita del mundo los sentidos de solidaridad, compasión y misericordia, convirtiéndolos en meras justificaciones de paso... un paso que da entidad a los hipócritas desmereciendo a las inocencias de los anónimos. Sucede que las hipocrecías desbordan y los ojos están tan vacíos como las almas... los ojos no ven aún mirando... los oídos no escuchan aún oyendo... las mentes no entienden aún atendiendo. Algo hay en el aire que alienta el desconcierto, ¿dónde están las fuentes?. El hombre debe aprender una nueva lección... cuando se pierde de sí mismo, cuando el espíritu se satura de vacíos, las esencias se evaporan a la espera de poder precipitarse en el universo cosmogónico que contiene a los "conciertos"... mientras tanto se transitan los desiertos. El 4-ESPÍRITU está en proceso de destilación y es necesario sembrar la "espera"... la paciencia y la resignación son fuentes de la paz de las almas... saber esperar que el doblez transcurra... vislumbrar el ángulo... recorrer la bisectriz que hace de la vida una geometría del espacio. Mientras tanto la nostalgia acuna la esperanza de un nuevo concierto de sinfonías consonantes... un nuevo SOL está por ser alumbrado, y con él, una nueva Tierra... por ende, una nueva y distinta humanidad. Enero 07, 2012.-
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