Últimas palabras del gran polemista
'Mortalidad’, libro póstumo de Christopher Hitchens sobre su enfermedad y la inminencia de la muerte, recupera a uno de los grandes analistas de nuestro tiempo
Toni García Barcelona 2 NOV 2012 - 21:04 CET27
Dicen que cuando uno se enfrenta cara a cara con la muerte algo cambia en su interior, como si la certeza del propio fin pusiera en marcha un mecanismo que acaba otorgando al ser humano una perspectiva distinta de las cosas. Sin embargo Christopher Hitchens no vivió ninguna epifanía. Hasta el último día siguió siendo el ateo deslenguado y escéptico que el mundo había conocido. Lo cuenta el propio Hitchens en Mortalidad (Debate, en traducción de Daniel Rodríguez Gascón), el libro en el que retrata su enfermedad, con luz y taquígrafos. Sin ahorrarse nada.
La obra póstuma de este pensador y polemista recopila, con variaciones, los artículos que Hitchens publicó en la revista Vanity Fair desde el momento en que se le diagnosticó un cáncer hasta pocos días antes de su muerte, cuando ya había perdido la voz. “Aquella noche me desperté con la sensación de que estaba encadenado a un cadáver”, dice el británico, maestro de la prosa más descarnada, para describir el momento, a principios de junio de 2010, en que en medio de la noche notó un dolor agudo en el pecho y se vio obligado a consultar al médico. El diagnóstico fue tajante: “Un cáncer agresivo y muy extendido”. Aquel mismo día, mientras promocionaba su autobiografía, Hitch 22, el ensayista acudió a dos programas de televisión (“los compromisos eran importantes”) sabiendo que tan solo había empezado a ensayar el calvario que estaba por venir.
En las siguientes páginas, aun cuando el lector note que el león se aplaca, Hitchens hace honor a la mala leche que le caracterizaba en vida, sin olvidar la inmensa humanidad y talento que desprendían sus reflexiones: “La nueva tierra es bastante acogedora a su manera. Todo el mundo sonríe con coraje y parece que no existe el racismo (…). Por el contrario el humor es flojo y repetitivo, parece no haber ni un poco de conversación sobre el sexo y la cocina es la peor de todos los lugares que he visitado. El país tiene su propia lengua así como gestos perturbadores que requieren cierto tiempo para acostumbrarse a ellos”, dice Hitchens de su obligada visita a los territorios del cáncer.
Aunque se ha repetido hasta la saciedad y el autor sea famoso por ello, no está de más recordar su intransigencia religiosa, que dejó clara en obras como Dios no es bueno o su polémico ensayo sobre la Madre Teresa de Calcuta y que el propio Hitchens trata en Mortalidad con flema. Primero reproduce la entrada de un blog frecuentado por extremistas cristianos donde se relaciona el cáncer del escritor con sus pretendidas ofensas a Dios y en el que se le desea “que arda eternamente en el infierno”. Eso sirve a Hitchens como punto de partida para una demoledora autopsia sobre la religión en la que acaba advirtiendo a los lectores que si en algún momento cambiara de opinión y solicitara la ayuda de alguna divinidad, que “sepan” que no ha sido él.
No podían faltar en esta suerte de epílogo sus grandes obsesiones públicas: “¿De verdad no viviré para ver a mis hijos casarse? ¿Para ver el World Trade Center alzarse otra vez? ¿Para leer —si no escribir— los obituarios de viejos villanos como Joseph Ratzinger o Henry Kissinger?”, se pregunta en un formato dolorosamente retórico el hombre que durante años fue el azote de figuras como Bill Clinton, Noam Chomsky o el mencionado Kissinger.
En Mortalidad, describe la sensación de ser envenenado con un propósito que no acierta a comprender, sus conversaciones con amigos que le hablan de terapias novedosas que nunca llegan a materializarse o de su anhelada delgadez, que cuando llega lo hace convertida en un enemigo cuyos beneficios son “convertir cada paseo al frigorífico en una forzada marcha”. Y entonces emerge el grandioso ser humano que se escondía tras aquel tipo capaz de desnudar a cualquiera con tres frases.
Hitchens, descrito por Richard Dawkins como “el más grande orador de nuestro tiempo” murió el 15 de diciembre de 2011 en Houston. A su funeral acudieron personajes tan dispares como Sean Penn, Anna Wintour, Salman Rushdie o Paul Wolfowitz, uno de los halcones de la administración Bush. En el precioso epílogo, su esposa, Carol Blue, cuenta la “esperanza radical” de su marido hasta el final, de sus peticiones de lectura “tráeme a Nietszche, Mencken y Chesterton” y de sus charlas a media voz cuando la suerte parecía echada. Después de su muerte, cuenta Blue, se dedicó a vaciar las estanterías de libros y leer las notas que Hitchens depositaba en ellos: “Cuando lo hago, le escucho, y él tiene la última palabra. Una vez tras otra, Christopher tiene la última palabra”.
El dolor hecho literatura
W. M. S.
Hablar solos. Andrés Neuman (Alfaguara). A partir de las voces de un moribundo, su cuidadora y su hijo, el autor se acerca a la agonía y a la pérdida.
De vidas ajenas. Emmanuel Carrère (Anagrama). Antropología de la pérdida y del dolor por la muerte de un hijo para sus padres y de una madre para su marido y su hijo.
Tiempo de vida. Marcos Giralt Torrente (Anagrama). El inevitable adiós del padre da tiempo al hijo a desandar sus pasos con él, a enderezar los desencuentros y a entender la vida desde el borde del abismo.
Memorias de una viuda. Joyce Carol Oates (Alfaguara). Una cartografía de las emociones contradictorias y llenos de vida. Diáfana, irónica, aleccionadora.
Esa visible oscuridad. William Styron (La otra orilla). Publicada en origen en EE UU en 1985, narra la lucha constante contra las tinieblas de la depresión que lo emboscaron todo el tiempo.
el dispensador dice:
¿cuál será el último instante?,
¿cuál fue el último instante?,
¿cuándo será el último momento?,
¿cuándo se produjo el último momento?,
¿cuál fue la última palabra,
pronunciada en el instante,
de aquel último momento,
donde se esfumó la vida,
quebrando el destino de tu tiempo?,
¿dijiste acaso, "te quiero",
o sólo echaste un reclamo al viento?,
¿guardaste el alma en el silencio,
o acicateado por el odio, echaste leña al fuego,
haciendo de la discordia el honor a tu juego?,
¿torciste tu fracaso,
colocándolo en la espalda de una víctima,
propicia a tus disimulos, adecuada a tus negaciones?...
aunque no se crea,
aunque no haya consciencia,
aunque la reflexión no encuentre paciencia,
siempre, a lo largo de la vida,
hay un último instante,
de un último momento,
de un último encuentro,
de un último suspiro,
absorbiendo trozos de aires y vientos,
que revuelven pensamientos,
alentando o no nuevos tiempos,
otros instantes,
distintos momentos,
ocasiones para renovados encuentros,
circunstancias que fluyen hacia desencuentros,
induciendo palabras,
distintos sentimientos...
si lo pronunciado salió del alma,
tomado de la fuente de la inocencia...
si lo pronunciado salió del espíritu,
tomado desde el silencio de la humildad...
si lo dicho fue testigo del puro sentimiento,
de aquellos sentidos que son consciencia de respeto...
habrá sido justo el hecho...
habrá sido oportuno el momento...
te diré, es acogedora la nueva tierra... no se siente frío ni calor... todo se muestra apasible, y las fragancias provienen de jazmines edénicos y rosas que no se ven, pero pueden percibirse en los jardines de cada quién, naciendo por sí solas como consecuencia de las buenas acciones realizadas en los tiempos respirables, los contiguos, los adyacentes, los paralelos...
la palabra es un hecho que te honra o te deshonra, según la intención y sus contenidos, según el momento y sus sentidos...
piensa que, si lo último que pronuncies conlleva sentimientos de pesar, odios, lástimas o desprecios, ellos mismos te estarán esperando al final del túnel... y justo allí donde se revela la luz,
justo allí deberás enfrentarte con los sentidos del para qué... de los por qué... de las necesidades y sus omisiones, de las obligaciones y sus consideraciones...
piensa además, que siempre, a lo largo de cada vida, hay un último instante, de un último momento de una distinta circunstancia, justo allí donde tu tiempo se dobla sin que lo detectes, sin que lo hayas percibido... sin que lo supieras con antelación... pero del que eres parte indefectible.
Noviembre 08, 2012.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario