CULTURA | Recopilación de poemas y arte
La poesía de los barcos suelta amarras en 'Litoral'
- El nuevo número de la revista rinde homenaje a la literatura marina
Con el mar herido de tempestades y naufragios para las revistas culturales, que difícilmente flotan en los tiempos que corren, una publicación legendaria como Litoral, fundada por los poetas malagueños del 27, sigue soltando amarras. Su último número, que estará dentro de unos días en las librerías, es un océano de páginas que rinde homenaje a los barcos y la literatura marina. Es una recopilación de poemas y arte en la que están presente todos los ingredientes de la navegación. Desde la visión de los astilleros de Günter Grass, a los párrafos que le dedicó a las brújulas Jorge Luis Borges, el poema sobre la rosa de los vientos de Lorca, los marineros de Luis Cernuda, el ¡Oh, Capitán! de Walt Whitman, los puertos de Max Jacob, las amarras de Claudio Rodríguez, o la prosa con tintes náuticos que Ramón Gómez de la Serna azuzó con hélices, anclas y algún buzo loco.
Esta entrega, coordinada por Antonio Lafarque y José Antonio Mesa Toré, también publica artículos como los que dedican al modelismo naval Arturo Pérez-Reverte, a los capitanes José Antonio Garriga Vela, al accidente de un submarino Juan José Millás, a las despedidas en los puertos Amalia Bautista, a la literatura pirata Luis Alberto de Cuenca y a los faros Lorenzo Oliván. Al mismo tiempo, el núcleo central se centra en un recuerdo de los grandes escritores del mar y sus barcos predilectos. A él se asoman Herman Melville, Julio Verne, Mark Twain navegando por el Mississippi, George Bernard Shaw, Robert Louise Stevenson a bordo del Equator, o Joseph Conrad con cinco grumetes.
Este tributo continúa con Jack London, Vicente Blasco Ibáñez, Gertrude Stein, Juan Ramón Jiménez con Zenobia en su luna de miel, Blaise Cendrars en el Normandie, y Scott Fitzgerald con su mujer y su hija. No falta Ernest Hemingway, ni Alberti en el Valbanera, ni un texto de Bertolt Brecht, La demolición del barco Oskawa por su tripulación. Y se llega hasta nuestros días con el reciente Premio Cervantes Caballero Bonald, de quien se rescatan líneas tan reveladoras como éstas: "Hay un antiguo adagio a atribuido a Platón que divide en tres escalas de valores a los seres humanos: Los vivos, los muertos y los navegantes".
Al proseguir por las páginas de este número, titulado Líneas marítimas, se corrobora que el mar de literatura que ha derramado el mundo de los barcos es infinito. Hasta el tipo menos pensado de embarcación ha sido la musa de algún poeta. Lo confirma un apartado titulado Embarcaciones que arranca con un trance machadiano. En ese poema, aquel profesor desaliñado que ejerció en Soria suelta versos en los que "la vela tronchada parece que aún sueña en el sol y en el mar".
En cambio, los de Manuel Altolaguirre evocan "las barcas de dos en dos, como sandalias del viento puestas a secar el sol", en un guiño a la rutina del pescador que ilustra una pintura de Van Gogh. También están las galeras de Ángeles Mora, La balada del bergantín viejo de Juan Ramón Jiménez, una fragata a la que mira María Victoria Atencia o los veleros de invierno de Joan Margarit. Según confiesa el director de la revista, Lorenzo Saval, uno de los propósitos de este número era el de abordar la figura del barco más allá de la máquina que es, «atendiendo a las relaciones que siempre ha establecido con ellos el ser humano».
Y la consigna se encuentra en líneas emborronadas por numerosos escritores, como aquellas en las que Luis García Montero asegura que "las palabras son barcos y se pierden así, de boca en boca, como de niebla en niebla". La lectura de este poema del granadino titulado El amor puede ser un alto en el camino, una pausa en una travesía que apenas concede una tregua. El salto de unas embarcaciones a otras no cesa, y se llega a la visión de los submarinos de Julio Verne o José Emilio Pacheco, los petroleros de Juan Manuel Villalba, y los transatlánticos que armaron con letras rimadas Vicente Huidobro y Cristina Peri Rossi.
Los avatares de la navegación que ahora se recopilan dedican, igualmente, una mirada a la emigración y a los barcos del exilio español. Llegados a este punto se torna inevitable el universo de Pablo Neruda: "Me gustó desde un comienzo la palabra Winnipeg", confesó el chileno sobre el vapor francés que, tras su mediación, partió con más de dos mil exiliados de la Guerra Civil hacia Valparaíso. Igualmente, se recogen las expresiones con las que Pedro Garfias o Juan Rejano plasmaron el trayecto hacia el destierro mejicano que emprendieron a bordo del Sinaia.
Además, a las imágenes de legendarios barcos se abrazan instantáneas añejas que inmortalizaron los itinerarios marinos frecuentados por grandes estrellas del cine, como Greta Garbo, Gary Cooper, Errol Flynn, Humphrey Bogart, Charles Chaplin, Marlen Dietrich y Clark Gable.
La miscelánea se completa con la presencia de Salvador Dalí y Gala a bordo del Normandie, en 1936, y con un texto anterior del artista surrealista de Figueres, que recreó en 1927 la siguiente escena: "En el puente de un blanco paquebote una joven sin pechos enseñaba a los marineros saturados de viento del sur cómo bailar el black bottom".
Tal galería de actrices y artistas se sugiere como un soplo de glamour previo a una recta final de la revista que aborda aquellas situaciones más dificultosas y arriesgadas, sin las que no se entendería el arte de navegar, y que tampoco escaparon a las inquietudes de los creadores. Por ejemplo, Rudyard Kipling escribió Una canción en la tormenta; Ángel González y Pedro Molina Temboury se fijaron en los barcos de la noche; Luis Mateo Díez o Manuel Vázquez Montalbán le dedicaron textos a los buques fantasmas; y la clandestinidad de los barcos piratas sedujo a peculiares literatos.
"Mejor el barco pirata que la nave de los locos", se lee en una estrofa que lleva la firma de Leopoldo María Panero. A su vez, de los barcos varados se ocupa en los siguientes términos Julio Martínez Mesanza: "Estoy solo en un mar que Dios no mira, un mar fuera del tiempo, un mar inmóvil, en un barco sin velas, que se pudre, y no hay viento y no hay olas y no hay tiempo". Asimismo, hay un rincón reservado a los barcos de Tintín, otro a las botellas mensajeras, o un puñado de composiciones dedicadas a los faros por Francisco Brines, Andrés Neuman o Luis Alberto de Cuenca. "Tú eres mi faro. Y tú tienes la culpa de mis naufragios", escribió el poeta madrileño.
Finalmente, el epílogo de este recorrido se centra en la poesía de los naufragios y los hundimientos. A los primeros se llega a través de las palabras del malagueño Rafael Pérez Estrada, para quien "un barco hundido es siempre un fracaso del corazón», y de Mario Benedetti, que anduvo entre contundente e irónico el día que escribió: "Sólo los náufragos valoran con justicia la natación".
Eso sí, el esperado símbolo de las tragedias marinas lo representa el Titanic, a través de la prosa de Walterd Lord y de la Oda a un barco hundido de Lorenzo Saval. Sus versos sirven de antesala a un homenaje a los músicos de aquel buque que cierra el círculo, y podría recordar las décadas que Saval lleva pintando barcos, como el que navega por la portada del reciente disco de Sabina y Serrat, La orquesta del Titanic.
el dispensador dice:
historias de cuerdas y velas,
leyendas de anclas y estelas,
mitos de aguas turbulentas,
bitácoras de motores y leñas,
todo navega según se recuerda,
entre corrientes que acercan y alejan,
¿dónde están las costas siniestras?,
¿dónde se ubican arrecifes que acechan?,
las gentes transitan sus vidas a cuestas,
nadie sabe de astrolabios y ascensiones rectas...
veo mi velero navegar en botella,
conserva las esperanzas,
pero no hay vientos en sus velas,
sólo duendes custodian sus penas,
ya no hay muelles donde atar las cosechas,
anclas se han perdido entre mares y suelas,
el sextante no encuentra ni siquiera una estrella,
no hay guía posible si alguien no precede en su huella,
tiempos de dramas,
se han cortado las cuerdas,
ya nadie canta sobre la cubierta...
aguas agitadas en pinturas quietas,
viajan los recuerdos,
pero las almas no navegan,
no se ven horizontes,
en los mares de telas,
no huele a océano,
ni a salados conciertos,
golpean las quillas,
ronda de muertos,
nos vemos condenados a andar sin tiempos,
espero el mañana para saberme "cierto"...
alguien escribe en un camarote,
ha pasado un día y nada se sabe del bote,
salió de puerto con rumbo norte,
no había sirenas ni príncipe consorte,
sólo una brisa señalando olas y cortes,
el mar se abría como amanecer incipiente,
nadie remaba, sólo eran mentes,
que atribuladas en sus locuras,
acumulaban millas hacia el poniente,
quisieron los hados asumir el perderse,
olas crecieron hasta que nadie puede verse,
la nave se hundió sin siquiera quererse,
hoy reposa entre abisales arenas,
son los espíritus pendientes los que resuenan...
y allí me veo,
entre tanta locura,
no me veo en la proa,
de aquella pintura,
seguro fui hombre al agua,
cubierta sin borda,
me han olvidado,
y ya nadie se asombra...
la bitácora se cerró,
no encuentro mi sombra.
Enero 11, 2013.-
Este tributo continúa con Jack London, Vicente Blasco Ibáñez, Gertrude Stein, Juan Ramón Jiménez con Zenobia en su luna de miel, Blaise Cendrars en el Normandie, y Scott Fitzgerald con su mujer y su hija. No falta Ernest Hemingway, ni Alberti en el Valbanera, ni un texto de Bertolt Brecht, La demolición del barco Oskawa por su tripulación. Y se llega hasta nuestros días con el reciente Premio Cervantes Caballero Bonald, de quien se rescatan líneas tan reveladoras como éstas: "Hay un antiguo adagio a atribuido a Platón que divide en tres escalas de valores a los seres humanos: Los vivos, los muertos y los navegantes".
Al proseguir por las páginas de este número, titulado Líneas marítimas, se corrobora que el mar de literatura que ha derramado el mundo de los barcos es infinito. Hasta el tipo menos pensado de embarcación ha sido la musa de algún poeta. Lo confirma un apartado titulado Embarcaciones que arranca con un trance machadiano. En ese poema, aquel profesor desaliñado que ejerció en Soria suelta versos en los que "la vela tronchada parece que aún sueña en el sol y en el mar".
En cambio, los de Manuel Altolaguirre evocan "las barcas de dos en dos, como sandalias del viento puestas a secar el sol", en un guiño a la rutina del pescador que ilustra una pintura de Van Gogh. También están las galeras de Ángeles Mora, La balada del bergantín viejo de Juan Ramón Jiménez, una fragata a la que mira María Victoria Atencia o los veleros de invierno de Joan Margarit. Según confiesa el director de la revista, Lorenzo Saval, uno de los propósitos de este número era el de abordar la figura del barco más allá de la máquina que es, «atendiendo a las relaciones que siempre ha establecido con ellos el ser humano».
Los avatares de la navegación que ahora se recopilan dedican, igualmente, una mirada a la emigración y a los barcos del exilio español. Llegados a este punto se torna inevitable el universo de Pablo Neruda: "Me gustó desde un comienzo la palabra Winnipeg", confesó el chileno sobre el vapor francés que, tras su mediación, partió con más de dos mil exiliados de la Guerra Civil hacia Valparaíso. Igualmente, se recogen las expresiones con las que Pedro Garfias o Juan Rejano plasmaron el trayecto hacia el destierro mejicano que emprendieron a bordo del Sinaia.
Además, a las imágenes de legendarios barcos se abrazan instantáneas añejas que inmortalizaron los itinerarios marinos frecuentados por grandes estrellas del cine, como Greta Garbo, Gary Cooper, Errol Flynn, Humphrey Bogart, Charles Chaplin, Marlen Dietrich y Clark Gable.
La miscelánea se completa con la presencia de Salvador Dalí y Gala a bordo del Normandie, en 1936, y con un texto anterior del artista surrealista de Figueres, que recreó en 1927 la siguiente escena: "En el puente de un blanco paquebote una joven sin pechos enseñaba a los marineros saturados de viento del sur cómo bailar el black bottom".
Tal galería de actrices y artistas se sugiere como un soplo de glamour previo a una recta final de la revista que aborda aquellas situaciones más dificultosas y arriesgadas, sin las que no se entendería el arte de navegar, y que tampoco escaparon a las inquietudes de los creadores. Por ejemplo, Rudyard Kipling escribió Una canción en la tormenta; Ángel González y Pedro Molina Temboury se fijaron en los barcos de la noche; Luis Mateo Díez o Manuel Vázquez Montalbán le dedicaron textos a los buques fantasmas; y la clandestinidad de los barcos piratas sedujo a peculiares literatos.
Mark Twain navegando por el Mississippi. | ELMUNDO.es
Finalmente, el epílogo de este recorrido se centra en la poesía de los naufragios y los hundimientos. A los primeros se llega a través de las palabras del malagueño Rafael Pérez Estrada, para quien "un barco hundido es siempre un fracaso del corazón», y de Mario Benedetti, que anduvo entre contundente e irónico el día que escribió: "Sólo los náufragos valoran con justicia la natación".
Eso sí, el esperado símbolo de las tragedias marinas lo representa el Titanic, a través de la prosa de Walterd Lord y de la Oda a un barco hundido de Lorenzo Saval. Sus versos sirven de antesala a un homenaje a los músicos de aquel buque que cierra el círculo, y podría recordar las décadas que Saval lleva pintando barcos, como el que navega por la portada del reciente disco de Sabina y Serrat, La orquesta del Titanic.
el dispensador dice:
historias de cuerdas y velas,
leyendas de anclas y estelas,
mitos de aguas turbulentas,
bitácoras de motores y leñas,
todo navega según se recuerda,
entre corrientes que acercan y alejan,
¿dónde están las costas siniestras?,
¿dónde se ubican arrecifes que acechan?,
las gentes transitan sus vidas a cuestas,
nadie sabe de astrolabios y ascensiones rectas...
veo mi velero navegar en botella,
conserva las esperanzas,
pero no hay vientos en sus velas,
sólo duendes custodian sus penas,
ya no hay muelles donde atar las cosechas,
anclas se han perdido entre mares y suelas,
el sextante no encuentra ni siquiera una estrella,
no hay guía posible si alguien no precede en su huella,
tiempos de dramas,
se han cortado las cuerdas,
ya nadie canta sobre la cubierta...
aguas agitadas en pinturas quietas,
viajan los recuerdos,
pero las almas no navegan,
no se ven horizontes,
en los mares de telas,
no huele a océano,
ni a salados conciertos,
golpean las quillas,
ronda de muertos,
nos vemos condenados a andar sin tiempos,
espero el mañana para saberme "cierto"...
alguien escribe en un camarote,
ha pasado un día y nada se sabe del bote,
salió de puerto con rumbo norte,
no había sirenas ni príncipe consorte,
sólo una brisa señalando olas y cortes,
el mar se abría como amanecer incipiente,
nadie remaba, sólo eran mentes,
que atribuladas en sus locuras,
acumulaban millas hacia el poniente,
quisieron los hados asumir el perderse,
olas crecieron hasta que nadie puede verse,
la nave se hundió sin siquiera quererse,
hoy reposa entre abisales arenas,
son los espíritus pendientes los que resuenan...
y allí me veo,
entre tanta locura,
no me veo en la proa,
de aquella pintura,
seguro fui hombre al agua,
cubierta sin borda,
me han olvidado,
y ya nadie se asombra...
la bitácora se cerró,
no encuentro mi sombra.
Enero 11, 2013.-
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