lunes, 7 de enero de 2013

POR VENIR ▲ La fragilidad de la ignorancia | Cultura | EL PAÍS

La fragilidad de la ignorancia | Cultura | EL PAÍS

La fragilidad de la ignorancia


Hay momentos en la Historia, como fue la mitad del siglo XX, después de la II Guerra Mundial, en que parece que ya se sabe todo. Se tiene ordenado el valor del arte, se tiene organizada la articulación familiar, se hallan en su sitio los partidos, la medicina se felicita tras el antibiótico y tanto los automóviles como los aviones se deslizaban sin miedo a chocar. De este tiempo se derivó una fuerte afirmación de la arquitectura, del comercio, del teatro y aún del mismo Estado de Bienestar. Prácticamente todo se creía bajo un dorado control y con las puertas abiertas hacia un porvenir aún más brillante. La luz iluminaba tanto a América y Europa y todo el resto se componía de una doméstica oscuridad. Incluso el anticolonialismo no impidió que en la mayoría de los casos las secesiones se hicieran sin sangre y, por si fuera poco, incluso volvían a coaligarse en una fraterna commonwealth. No era el Paraíso pero la realidad del mundo parecía posible entenderla con nitidez.

Todo lo contrario de lo que ahora ocurre. Ni la familia, ni la política, ni la educación, ni la justicia, la economía o el sexo se aprecian con nitidez. El barullo de esta época no es tanto la crisis de una época como el vacío del conocimiento general. No se sabe cómo tratar la economía pero tampoco a los hijos. Lo que más se nota es el paro, los desahucios o el invencible endeudamiento pero lo que hay debajo es el despiste del político, el funcionario o el economista. Corruptos precisamente, por su degradación mental.

Nassim Nicholas Taleb, el autor de El cisne negro (The black swan) no dice exactamente esto porque entonces maldita necesidad tendría yo de escribir esta columna, pero el diagnóstico de su reciente libro, Antifragile (Random House), enfatiza el posible beneficio del error, sistemático y de su obstinada repetición. Su tesis, en fin, podría sintetizarse en la sentencia de que “lo que no mata engorda” y así explica los progresos escalonados de la humanidad.

Ni la familia, ni la justicia, ni la política, ni la educación, ni la justicia, la economía o el sexo se precian con nitidez

La “resiliencia” (de “resilio”, volver a empezar), cuyo concepto hizo famoso en España Boris Cyrulnik con Los patitos feos. Una infancia infeliz no determina la vida (Gedisa), tiene que ver con la capacidad de aguantar los golpes sin deformarse. Lo antifragile de Taleb significa, en cambio, no sólo que el choque no lisie al dañado de por vida sino que llegue a aprovecharle en su porvenir.

Con esta tesis, Taleb, cuya facundia es ya casi infinita, ha escrito 450 páginas candidatas a la lista de best sellers en The New York Times. Pero que sea muy pesado y, desde luego, oportunista, no le quita toda la razón. El error duele y el siguiente duele más pero si el dolor no postra a la víctima es predecible que se fortalecerá. El mismo Tales recuerda que se lo decía su abuela: la adversidad aumenta la experiencia y la experiencia es la madre de la ciencia. De la ciencia nueva, se supone que decía la abuela.

De modo que si, como es patente, no hay actualmente casi nada en que creer, la experiencia del descreimiento girará hacia otros mundos que nos procuren la ración de fe. No hallamos ahora anonadados, no solo condolidos sino desalentados. El soplo de sabiduría que falta para animarnos será pues aquel que venga de instituciones y seres humanos que encajen sus errores como piezas de hierro y construyan artefactos nuevos. Inventos de hierro o de espíritu santo pero que, en definitiva, se concreten en materiales cuya composición y disposición superen el atasco del artefacto actual.

Injusticias, abusos, estafas son componentes de un mundo degenerado y, entonces, ¿cómo esperar que desde ese subsuelo encenegado se alce un edificio valioso? ¿No hay pues esperanza? La esperanza que Taleb esboza —como ya hizo con el cisne negro— derivará de aquello que en medio de la degeneración preserve inesperadamente la integridad para parir todavía o alumbrar con ello entre las tinieblas, una o cien ideas que impulsen el airoso salto al porvenir. Dios lo quiera.

el dispensador dice:
¿estás por venir?,
¿estás por llegar?,
¿estás por partir?,
¿estás por regresar?,
¿quieres olvidar?,
¿pretendes negar?,
¿qué pudo pasar,
si lo hecho no se hubiese convertido en suelo?,
debes saber que todo lo que has de pensar,
en el aire que se respire flotará,
y el porvenir se transformará,
en un cruce de caminos que devendrá,
de las intenciones que se ocultarán,
de las palabras que se dirán,
y de aquello que no se pronunciará,
pero sí se pensará...

tal vez entiendas, al pasar,
que todo se puede olvidar,
que es bueno el mentir,
el confundir y hasta el juzgar,
pero por alto no podrás pasar,
que lo pensado, flotando quedará...
y que tus ancestros podrán contemplar,
desde algún ángulo de la eternidad,
ya que los paralelismos son inmensidad,
que se multiplica cuando se comienza a caminar...

no podrás alegar ignorancia,
ni desentenderte de lo que pasa,
todo lo sabe raza,
aún cuando no haya un cuerpo que abraza,
porque el que llega a la Tierra se lanza,
a un concierto de circunstancias,
donde el destino es línea,
pero las tangentes son las que avanzan,
haciendo de los radios casas,
y de los diámetros "cruzadas"...

crees ser parte de tu esperanza,
que la ilusión te empuja,
dibujando tus mañanas,
pero el porvenir es artilugio,
donde lo que viene es refugio,
y el "por" es subterfugio,
del imprevisto y del susto...

el sueño no es ignorancia,
olvidarlo es una desgracia,
ya que él contiene ejes,
donde el destino escrito,
es tu balanza.
Enero 07, 2013.-

No hay comentarios: