La totalidad de la vida
Edgard Lee Masters compuso un libro entero a partir de epitafios imaginarios que se convirtió en un best seller.
Ahora, una nueva traducción rescata un gran clásico del siglo XX que la crisis devuelve a la actualidad
De formación clásica y abogado laboralista de profesión, ducho en la defensa de los débiles, perfectamente consciente de los chanchullos, corrupciones y miserias de todo tipo en el entorno de aquel Chicago de comienzos de siglo, Lee Masters tuvo una fecunda idea: escribir un libro en el que brotaran las voces de los muertos de una pequeña localidad imaginaria —Spoon River—, trasunto de cualquier localidad provinciana estadounidense. Y así le salió este libro considerablemente asombroso, que mantiene una especie de también asombrosa vigencia, entre otras cosas porque nos habla de un mundo que —salvando todas las distancias— tiene más de un parecido con el nuestro.
Porque Lee Masters se propuso ciertamente reconstruir un microcosmos provinciano cediendo la voz de ultratumba a multitud de personajes en un peculiar engranaje narrativo, que funciona perfectamente, todavía hoy: cada voz engarza con la siguiente, y esta rebota sobre la anterior, de forma que, así, nos enteramos de las peculiaridades biográficas que permiten comprender mejor cada monólogo. Cada voz individualiza un destino, rematado por la muerte, pero, sobreponiéndose a esta, cada existencia rehace, con distancia —unas veces serena, otras cínica, otras irónica, otras amarga—, las peripecias que muestran una sociedad gravemente lastrada por la corrupción, la violencia y la injusticia.
Es como un caleidoscopio donde cada historia deja un rastro casi siempre hiriente, entre otras cosas porque es irreversible
Ahora bien, Lee Masters es un poeta con varios registros y sería un error ignorar que sus poemas tienen a veces un raro toque de lirismo además de una especie de constante aliento por el que se interroga a la vida más allá de sus cadenas histórico-temporales. En este sentido, a medida que el libro avanza se apodera de él una tonalidad en la que cede la ruda y cruda realidad y emerge con claridad la irremediable herencia romántica, con manifiestos ecos de Wordsworth, Whitman y hasta de Hardy, como en estos versos del poema Jones el músico: “…escuchas un susurro de faldas / como el de las muchachas que bailan el Little Grove”, que parecen un trasunto del fabuloso poema de Hardy En la feria de Casterbridge. Oigamos a este Arlo Will, hablando de anhelos casi místicos: “¿Alguna vez, caminando con el viento en los oídos / y rodeados de luz, / habéis visto brillar de pronto un resplandor interno? / Saliendo del fango muchas veces, / ante muchas puertas de luz, / a través de muchos campos resplandecientes / donde, en torno a vuestros pasos, una silenciosa gloria / se extendía / como una nevada recién caída, / así pasaréis por la tierra, vosotros los del alma fuerte, / y a través de innumerables cielos llegaréis / a la última llama”. U oigamos a este Isaiah Beethoven (mezcla del profeta bíblico y del músico alemán), que ha tocado el cielo: “…El alma del río había penetrado en la mía… / ¡Y por fin he visto brillar las trompetas / en las almenas del Tiempo”. O, para terminar, a este Robert Browning (poeta preferido de Lee Masters), disfrazado de Elijah Browning: “Apoyado en mi bastón, reconocí / mi silueta en la nieve. Sobre mí, / el aire silente, atravesado por un cono de hielo / sobre el que colgaba una estrella solitaria. /…Subí, pues, hasta la cumbre. / Arrojé al vacío mi bastón. / Toqué la estrella / estirando la mano. / Desaparecí sin dejar rastro. / ¡La montaña concede la Verdad Infinita / a todo el que toca la estrella!”.
Por tanto, la totalidad de la vida —miseria, realidad, espíritu, elevación— cabe en Spoon River, razón por la cual sigue siendo un libro completamente recomendable que —¡oh cielos!— se puede leer además como si fuera una novela.
el dispensador dice:
te he hablado pero no me has atendido,
permaneces en silencio, mármol frío,
no entiendo el por qué de tu hastío,
te da lo mismo la reflexión,
que ser objeto del tiempo como testigo,
¿qué te ha sucedido?,
¿has sido objeto del olvido?,
¿o los recuerdos te han herido?,
algún genio reflexionó contigo,
dándote formas, viéndose a sí mismo,
pero la vida es como un presidio,
eres cuerpo para ser querido,
más tarde eres nada más que un recuerdo perdido...
permaneces allí,
viendo caer hojas secas en un jardín,
juntando tardes de otoño vestidas de hollín,
padeciendo inviernos como yo mismo los sentí,
acalorado y frío en alguna primavera gentil,
agobiado por las temperaturas del verano hostil...
dicen que cobijas el alma de algún pasado,
soy un ángel que anda vagando,
buscando al espíritu perdido,
tal vez a algún otro negado,
se pudren cuerpos bajo los tiempos obligados,
y ya nadie viene a contemplar el parque,
la soledad se va adueñando también de esta tarde,
los corazones se cansan y ya no arden,
no escucho palabras,
no veo abrazos,
no hay lágrimas en los rostros de mármol.
Enero 06, 2013.-
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