Anne Carson: “La gran paradoja es escribir con placer sobre algo trágico”
Capaz de transformar un mito del cine como Marilyn Monroe en el mito homérico de Helena de Troya, la autora canadiense es una de las poetas más destacadas de la lengua inglesa. En su casa de Nueva York, repasa su trayectoria
La escritora canadiense Anne Carson LAWRENCE SCHWARTZWALD
La canadiense Anne Carson, considerada por muchos como el nombre mayor de la poesía en lengua inglesa hoy, nació en Toronto el 21 de junio de 1950. Su padre era empleado de banco y ocupó diversos puestos en pequeñas poblaciones de la región de Ontario durante la infancia y adolescencia de sus hijos. Carson tenía 15 años cuando se tropezó con una edición bilingüe de los poemas de Safo en la librería local. El encuentro marcaría su vida. “Yo era una adolescente desafecta necesitada de estímulos. La visión de las dos páginas yuxtapuestas, una de ellas un texto impenetrable pero de gran belleza visual, me cautivó y me compré el libro. Al año siguiente destinaron a mi padre a otra ciudad igual de aburrida, pero lo que me salvó fue que en el instituto había una profesora de latín, una mujer excéntrica, que cuando supo de mi interés por aprender griego se ofreció a darme clases a la hora del almuerzo. Se llamaba Alice Cowan y le debo mi carrera y mi felicidad”.
“Si supiera qué es la poesía no tendría necesidad de escribir. Es algo que busco a tientas en la oscuridad”
Tras la escuela secundaria, Anne Carson se matriculó en lenguas clásicas en la Universidad de Toronto, cursando después estudios de doctorado en St. Andrews, Escocia, con una tesis sobre Safo, la poeta en cuyo mundo se adentró guiada por Miss Cowan. La relación entre maestra y discípula estaba destinada a cobrar un giro inusitado. “Me mantuve en contacto con ella de manera asidua durante años, hasta que un día desapareció sin dejar rastro. Según los rumores, se había ido a vivir a África, pero nadie sabía exactamente adónde. Durante mucho tiempo no supe absolutamente nada de ella. Un día, al final de una lectura de poemas, una mujer que se identificó como hija suya me dijo que su madre había regresado de África y vivía recluida en un bosque al norte de Ontario. No quería que nadie la importunara, pero su hija me sugirió que le escribiera, porque tenía la certeza de que a su madre le agradaría saber de mí, aunque lo más probable es que no me respondiera, y efectivamente así fue. Le escribí una carta que no contestó. Nunca más he vuelto a saber de ella”.
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