VIDA - Sukina Aali-Taleb
He dejado de buscar tu nombre,
se había instalado en mí, no recuerdo desde cuándo,
quizá desde que la nieve cubría los bancos
y los paseos entre hileras de flores era nuestra rutina de fin de semana.
Dejé de rendirte cuentas,
de comer los domingos, de esperar tu llamada.
Me dijeron que la vida pasa, y que no importan las palabras,
y así una mañana me arrancaron tu nombre
y desde entonces no he vuelto a pronunciarlo.
He dejado de buscar tu nombre,
porque grito y nadie me contesta,
porque pregunto y no hay respuesta,
porque el silencio lo llena todo,
y se ríe de mí sin decir nada.
Es solo una palabra, pienso,
y entonces busco entre mis recuerdos,
y se me escapa el llanto, y no debo,
es solo una palabra, pienso.
Y te veo bailar en la cocina,
una suerte de albóndigas y gazpacho,
de vino dulce, de risas,
y no sé qué hacer con tu nombre.
Quiero decirlo, y no puedo.
De niña me enseñaron a unir sus sílabas,
pero nadie me dijo que un día tendría que aprender
a dejar de pronunciarlo.
A eso nadie te enseña.
Eso lo aprendes solo.
Mejor rápido que lento.
Es solo una palabra, pienso.
Aprendí tu nombre cuando el mundo era un lugar seguro,
y las amapolas dibujaban un mar rojo
en los descampados,
y nos divertía hacer ramos de novia,
con pétalos que se deshacían en nuestras manos.
Y jugar al balón,
entre hierbas silvestres, abuelillos, espigas,
y olor a campo.
La ciudad lo tenía todo.
Tampoco conocías otro escenario.
Y de pronto tu nombre, arraigado en mi cuerpo,
se me hizo extraño.
Nadie me avisó. Lo borraron de mí
un mañana, fría como todas,
como si estuviera escrito con mala caligrafía,
como si ya no valiera.
Como si se hubiera agotado.
Las palabras no pasan, pienso.
Pero la vida pasa, me dijeron,
y que el tiempo no espera.
Cómo utilizar esta palabra que tanto quiero,
que me enseñaron con tanto esmero.
No sé qué debo pensar.
Este vocablo, que me dio la vida,
hoy se me hace ajeno.
La vida borra con autoridad de un bandazo
vocablos de mi diccionario.
Me dicen que es una simple palabra, que es sencillo.
Mamá, decía ayer,
mamá, no volveré a decirlo.

el dispensador dice:
mira... a veces pienso en blanco y negro,
así como otras veces sueño en colores,
navegando otoños rojos,
buscando puertos de inviernos,
supe de fríos nuevos y también de los eternos,
pero algo me fue llevando,
hacia un ecuador sin tiempo,
será porque para eso he nacido,
llorando los pasados,
atrayendo los olvidos,
niñez de desvalidos,
forajeros sin sentidos,
donde todo se escurre en rutinas,
de empujones y aullidos...
no sé cómo llegué al África,
tal vez fueron los alisios,
o quizás otros desquicios,
son más las veces que me he encontrado,
que aquellas en las que anduve perdido,
me cansé de las mentiras,
los reclamos y los quejidos,
y tanto me alejé que hasta me encontré escondido,
de ayeres con mucho peso específico,
al punto de verme huido,
hacia los desiertos pretendidos...
a la distancia,
entre el mar y el caracol vendido,
muchos no han sabido escuchar,
lo que se les anunció al oído,
de allí que se hayan extraviado,
siguiendo la huella errada,
y el oxidado destino,
las dunas se siguen por sus crestas,
ya que lo demás desorienta al vacío...
aprendí a andar de noche,
entre caravanas de bueyes perdidos,
soñando a paso hundido,
entre llantos y otros gritos,
diciendo lo que se piensa,
sin temor a la represalia del bandido,
porque hay mucha alma condenada,
mucha suelta...
y mucha que ni siquiera reconoce a su espíritu...
por eso distingo a los demonios,
de sus infiernos emergidos,
aunque tengan forma humana,
los descubro por sus alaridos,
entre soledades y silencios,
de humanismos prescindidos...
hay arena en mis venas,
y hasta un poco de desierto bendecido,
he adoptado las caravanas,
para no permanecer más allá del tiempo perdido...
y de eso he aprendido,
ya ni siquiera regreso al puesto,
porque es bueno regalar huella al desprevenido.
JULIO 03, 2015.-
he enterrado mis lanzas,
he preferido el ovillo,
es bueno tejer alabanzas,
a la gracia que has recibido...
no cualquiera entiende lo respirado,
luego de haber vivido.
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