¿Y el tesoro de miniaturas?
Julio Muñoz Ramonet poseía una de las mejores colecciones de Europa en pequeño formato
El conjunto fue sacado en los 90 del palacete dentro de una caja fuerte
José Ángel Montañés Barcelona 18 AGO 2013 - 21:46 CET9
No se ha escrito aún el último capítulo sobre la historia de la herencia legada a Barcelona por el industrial textil y promotor inmobiliario Julio Muñoz Ramonet en mayo de 1991. Tras un largo pleito de más de dos décadas entre las cuatro hijas y el Ayuntamiento de la ciudad por el palacete de la calle Muntaner, el consistorio consiguió el pasado 25 de julio acceder por primera vez al interior del edificio. Echaron en falta muchas cosas, y en especial la colección de arte, valorada en decenas de millones de euros. Los grecos, zurbaranes, rembrandts, botticellis y velázquez no estaban allí. Lo que ignoraban entonces los operarios, con Jaume Ciurana, concejal de Cultura, a la cabeza, es que ese no era el único tesoro en paradero desconocido. Tampoco consta el destino de la extraordinaria colección de miniaturas que Muñoz Ramonet conservó en vida.
En los inventarios de 1968, 1998 y 2005, usados por el consistorio barcelonés para calibrar su herencia, no aparecen todas las obras que formaban parte del legado. Pese a su minuciosidad (describe las esculturas, el color de las alfombras, cómo son las cortinas, el número de piezas que forman las vajillas o la ropa de cama conservada en cómodas y armarios) en ningún momento se mencionan las valiosas miniaturas.
En la colección que Rómulo Bosch Catarineu dejó en 1934 como aval de un préstamo concedido a su empresa Unión Industrial Algodonera (y que acabó en manos de Muñoz Ramonet cuando este compró la compañía), aparte de las pinturas destaca una colección de piezas en pequeño formato que Bosch había comenzado a adquirir en 1923 y que llegó a superar el millar de obras. En 1936, el padre de la museología catalana, Joaquim Folch i Torres, calificó esta colección, depositada en el Museo de Artes Decorativas de Pedralbes en calidad de aval bancario del préstamo, como “una de las más importantes de Europa de esta especialidad”.
Su valor económico era enorme. En una de las muchas tasaciones de la colección completa, fechada el 16 de enero de 1958, el conjunto de miniaturas, por entonces formada por 1.181 piezas, tenía un valor de 23,7 millones de pesetas, mayor que el dado entonces a las pinturas al óleo (22,2 millones), a los retablos y tallas (15,7) y a los enormes tapices (1,7 millones).
Llevan la firma de pintores como El Greco, Goya, Velázquez, Sánchez Coello, Pantoja de la Cruz, Mengs o el francés Jacques Augustin
Esas miniaturas, retratos realizados sobre marfil o cobre, creados con la misión de mantener vivo el recuerdo de los seres queridos y se contemplaban en la intimidad, se dividían en su mayor parte entre ejemplos de la escuela española —499 piezas— y la francesa (410; consideradas las de mayor valor). La colección estaba formada, además, por obras de las escuelas inglesa (171), italiana (32), alemana (22), flamenca (18), suiza, holandesa y rusa (5 cada una), así como polaca (3), portuguesa (2) y un raro ejemplo llegado de Suecia.
Muchas de ellas son anónimas, aunque algunas llevan la firma de pintores como El Greco, Goya, Velázquez, Sánchez Coello, Pantoja de la Cruz, Mengs o el francés Jacques Augustin, considerado uno de los maestros de la disciplina.
Este diario ha tenido acceso a una relación de octubre de 1976 en la que aparecen inventariadas un total de 258 piezas. El listado, en el que se describe la figura representada, el soporte, la forma y la medida de cada una de estas obras, aparece titulado como Relación de miniaturas existentes en Porvenir, en referencia a una caja fuerte situada en la vivienda aneja al palacete de la calle Muntaner. Una casa que también ha sido heredada por la ciudad.
Pero, ¿dónde están esas miniaturas que por no constar en ningún inventario no pueden ser reclamadas por el consistorio barcelonés a partir de documentación alguna?
Cronología
1991. Fallece Julio Muñoz Ramonet en Suiza, a los 79 años.1995. EL PÁIS hace pública la existencia del legado a la ciudad de Barcelona que las hijas ocultaron. Se constituye la Fundación Muñoz Ramonet.
2001.La justicia suiza avala el testamento en alemán que las hijas impugnaron.
2007, 2009 y 2012. Tres sentencias confirman que el legado pertenece a la ciudad.
2012. El Constitucional desestima una aclaración a la última sentencia del Supremo.
2013. El 25 de julio el Ayuntamiento recibe las llaves y accede por primera vez al interior del palacete, 23 años después de haberlo heredado.
Las primeras relaciones de obras pertenecientes a la colección Muñoz Ramonet se hicieron con motivo de las distintas compraventas y transacciones realizadas por el industrial entre los activos de unas y otras firmas de su entramado empresarial. Es el caso de un inventario de 1968. Entonces, Muñoz Ramonet se vendió a sí mismo la colección de Inmobiliaria Alós, que pasó a formar parte del patrimonio de otra de sus empresas, Culturarte.
Las miniaturas escaparon a la luz y los taquígrafos de esos inventarios porque, tal y como recoge la sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona de 2007, la segunda de las tres que dan la razón al Ayuntamiento de la ciudad condal, había obras de arte, objetos de valor, joyas y bienes propiedad privada del industrial. No estaban por tanto adscritas a ninguna empresa y no constaban en las relaciones de bienes. Entre esas obras están las miniaturas.
En un inventario de 1998, que partió de una decisión judicial, se menciona que en el primer piso, en el despacho que perteneció a Muñoz Ramonet, se conserva en el interior de uno de los armarios empotrados “una caja fuerte abierta y vacía marca Fichet”. Se trata de la caja de color verde donde el empresario guardaba todos sus documentos. No hay rastro de otra caja fuerte situada en el sótano del edificio anexo de la calle de Porvenir donde estaban depositadas parte de la colección de miniaturas, joyas y dinero en metálico.
Que las miniaturas estaban en el interior del palacete cuando Muñoz Ramonet falleció en mayo de 1991, y por lo tanto son parte del legado que ahora pertenece a la ciudad, lo demuestra una factura emitida cuatro meses después de su fallecimiento, el 19 de septiembre de 1991. En ella, una empresa de construcciones situada en la calle Rogent de Barcelona gira un documento por valor de 96.655 pesetas a Inmobiliaria Lles, otra de las empresas del entramado empresarial de la familia Muñoz, en poder ya de sus cuatro hijas, para hacer unos trabajos “en la casa-vivienda sita en Barcelona, calle Porvernir-calle Muntaner, durante los días 16 y 17 de septiembre de 1991”.
El trabajo en cuestión consistió en “transporte de materiales a sitio, derribo de una de las paredes de tocho macizo y tabique” para extraer dos cajas blindadas. Luego se volvieron a levantar los tabiques de ladrillo para que no quedara rastro del butrón. También se sacaron los escombros y se llevaron al vertedero.
En otro documento, una empresa de grúas de Segur de Calafell presenta una oferta para extraer la caja fuerte “mediante la maquinaria y personal adecuados”, cargar y transportarla hasta Madrid “mediante camión grúa”. En la oferta figuraban también los trabajos para instalar la caja fuerte en su destino madrileño. El total: 280.000 pesetas. A las cuales había que sumar el 12% de IVA. Está claro que al menos en cuestiones tributarias aquellos eran otros tiempos.
Una colección de arte en ‘sfumato’
Barcelona posee ya el legado Muñoz Ramonet tras años de litigio, pero los ‘goyas’, ‘grecos’, ‘murillos’ o ‘rembrandts’ han desaparecido
Esta historia familiar no es como las demás. Este es el relato de una asombrosa colección de arte de incalculable valor propiedad de un industrial del franquismo barcelonés de turbio pasado. El de cuatro hijas desheredadas de ese fenomenal tesoro a favor del Ayuntamiento de Barcelona. Y el de un litigio iniciado entre este y aquellas hace dos décadas y del que aún quedan fascinantes capítulos por escribir. El último se vivió, como la mayoría de los de esta historia, en el señorial palacete que Julio Muñoz Ramonet, hombre hecho a sí mismo en el fango del estraperlo de algodón y de los favores del régimen, tenía hasta su muerte en 1991 en el número 288 de la calle Muntaner. El 25 de julio, técnicos del consistorio pudieron acceder al fin a una propiedad largamente ansiada por la ciudad. Y legítimamente deseada, según una sentencia de marzo de 2012 del Tribunal Supremo que daba por bueno lo establecido en la última voluntad del empresario. En el testamento, escrito en alemán en 1988 y que ni siquiera hace mención a la existencia de las hijas, Muñoz Ramonet legó a Barcelona el edificio y todo lo atesorado en su interior en el momento de la muerte.
Lo que Jaume Ciurana, concejal del Ayuntamiento de Barcelona, encontró tras abrir la intimidante verja y atravesar la isla verde del jardín de 3.000 metros cuadrados en plena agitación urbana, dista mucho de lo que le habría satisfecho hallar. Las joyas más importantes de la colección de arte —y eso incluye goyas, rembrandts, grecos o murillos— no están en el legendario palacete, que recientemente sirvió de escenario para el rodaje de la película Blancanieves, de Pablo Berger. En las paredes vacías se sucedían las marcas de lo que estuvo y ya no está. En muchos casos los huecos habían sido burdamente rellenados con piezas de escaso valor. “Queremos todas las obras que había en el interior de la casa en el momento en el que falleció Julio Muñoz Ramonet”, se limita a comentar con contundencia Ciurana. “No nos conformaremos con una compensación económica”.
Aunque el Ayuntamiento se conformara con el dinero, sería prácticamente imposible fijar una cantidad. La colección Muñoz Ramonet es una de las mejores de España conservada en manos privadas, pero no existen cálculos fiables sobre el valor en el mercado de las obras que la componen (suponiendo que el mercado estuviese en condiciones de absorber tanto tesoro). Lo que es seguro es que hablamos de decenas de millones de euros. El germen de este acervo está en la adquisición por parte del industrial de la colección de Rómulo Bosch Catarineu. Fue en 1950, cuando Muñoz Ramonet la compró como parte de Unión Internacional Algodonera, propiedad de Bosch, amante del arte en apuros.
Así entraron en el patrimonio del empresario más de dos millares de obras, entre pinturas, esculturas, piezas arqueológicas, jarrones de porcelana china o Sévres. Entre el más de centenar de artistas representados en la colección, destacan maestros como Fortuny (que aporta 26 piezas), Goya (18) El Greco (12), Sorolla (siete), Rembrandt (cuatro), Murillo y Zurbarán (con tres obras cada uno). Mengs, Monet, Berruguete, Carreño de Miranda, Corot, Delacroix, Renoir, Ribalta, Tiepolo, Tiziano, Zuloaga... La interminable lista, que bien podría servir para trazar una historia del arte occidental, incluye también a Velázquez, Botticelli, dos rafaeles y una exquisita pieza del escasamente prolífico Matthias Grünewald: Boceto de las tentaciones de San Antonio, una de las pocas, sino la única obra del autor alemán atesorada fuera de su país.
¿Qué queda de todo ello en la casa de Muntaner? Ciurana se escuda en razones de seguridad para evitar confirmar lo que otras fuentes consistoriales aseguran: prácticamente ninguna de las piezas maestras de la nómina de autores recién mencionada sigue en Barcelona. “Hay obras de pintores catalanes y españoles. El edificio está vigilado por seguridad privada porque a partir del día 25 es nuestra responsabilidad”, explica el concejal, que reclama tiempo para acabar el inventario de todo lo del interior: vajillas, muebles, ropa de cama, cortinas, alfombras y un largo etcétera, para luego cotejarlo con los listados elaborados durante la larga causa judicial. “El proceso será lento. No queremos especular sin tener todos los datos”.
El inventario será la próxima parada de un viaje que arrancó en 1991 en Suiza, donde Muñoz Ramonet murió como prófugo de la justicia española. Huyó en 1986 para evitar hacer frente a cargos de estafa y falsedad documental que le podían haber acarreado una condena de 11 años. Tenía 79 cuando falleció. Las hijas ocultaron el testamento desfavorable hasta que una información de EL PAÍS de mayo de 1995 alertó al Ayuntamiento de Barcelona sobre una fenomenal propiedad que ignoraban. Después, lo impugnaron; alegaron su invalidez por estar escrito en alemán, idioma que no dominaba el padre, que dictó 11 voluntades diferentes en vida. Desde un principio las hijas —solo se ha podido contactar con una de ellas para que ofreciera su versión y ha preferido no hacerlo— siempre defendieron que el palacete y las pinturas no eran del padre, sino de Culturarte, S. A., una de la treintena de empresas del industrial.
Al accionariado de esa compañía habían accedido ellas tras una ampliación de capital realizada tres meses antes de fallecer el progenitor. De ahí que, en su versión, no necesitasen heredar algo de lo que eran dueñas legítimamente: una fortuna valorada en más de 120 millones de euros en 1991. Tres sentencias de otros tantos tribunales han echado en estas dos décadas por tierra esos argumentos. En la creencia de esa legitimidad, las hijas fueron trasladando en estos años, casi con toda seguridad a Madrid, las obras que ahora se echan en falta en Muntaner.
En los diferentes inventarios manejados por la causa judicial se hace evidente la disminución de las obras albergadas en el palacete. Si en 1968 en el anexo de una escritura sobre la venta de parte de Inmobiliaria Alós a Culturarte, dos de las firmas del entramado empresarial del financiero, constaban unos 500 cuadros, 50 retablos y cinco grandes tapices, en el siguiente, realizado en 1998, la cifra ya se había visto reducida a menos de 300 obras.
Una cantidad que se mantiene en el último inventario de 2005. Si en el primero aparecen obras de grandes autores, en los dos últimos no hay rastro de ellas. En su lugar, sí constan un buen número de pinturas figurativas y paisajes adquiridos por Muñoz Ramonet a artistas de los años setenta y ochenta. Es el caso de las 71 pinturas de Jordi Curós, las 30 de Josep Garí o las 52 marinas firmadas por Ramon Aguilar More, un pintor hermano del cardiólogo de la familia y cuya obra adquiría por sistema. De las grandes firmas que dieron fama a la colección solo aparecen dos piezas en los inventarios recientes. Una, un cuadro dorado con la inscripción Príncipe Jesús y firmado por Velázquez. Y otra, una pieza ovalada consignada como de Rembrandt. También se citan dos dibujos de Ramon Casas y un retrato firmado por Nonell. Nada más.
Abundan las pruebas de que la colección conservada en Muntaner se ha visto disminuida en este tiempo. Algunas están al alcance de cualquier espectador de la exitosa Blancanieves: la casa sevillana de la madrastra que interpretaba Maribel Verdú, es, cosas del cine, el palacete de la discordia, cuyas paredes lucían en blanco y negro y prácticamente vacías. Otros indicios son más secretos. En un documento de los años sesenta al que ha tenido acceso este diario se puede contemplar un croquis del vestíbulo en el que se especifica que en esa zona hay 46 cuadros, cinco retablos y tres tapices. Se detallan los autores de las obras y dónde están colocadas. La lista impresiona: Boticelli, Goya, Rembrandt, Monet, Murillo, Tiziano, Ribera, Fragonard, Madrazo, Zurbarán, Veronese, Renoir, Grünewald y Tiepolo. En la sala de al lado, llamada “del aperitivo”, aparecen otros 24 óleos, salidos del pincel de Murillo, Rafael, El Greco, Rigaud, Mengs o Velázquez. El inventario de 2005 solo contabiliza siete cuadros en estas mismas salas.
Ya en la sentencia favorable al Ayuntamiento emitida por la Audiencia Provincial de Barcelona en 2007 se certificaba que la salida de obras de la casa ha sido una práctica habitual. Según la ponente Maria Sanahuja, que redactó el fallo, Culturarte contrató varios seguros en octubre de 1991 (y por tanto, después de la muerte de Muñoz Ramonet). Una póliza de la empresa Zurich ascendía a 1,8 millones de euros por el traslado de 325 obras a un palacete de la calle Villanueva de Madrid propiedad de la familia. Al mes siguiente, siempre según la jueza, las hijas suscribieron otra póliza, por la que aseguraban la colección depositada en este palacete de la calle Villanueva por valor de 21 millones de euros. Aquella sentencia establecía que debe considerarse “que el legado lo componen los inventarios de 1968”, extremo confirmado en la sentencia del Tribunal Supremo. Otro documento al que ha tenido acceso EL PAÍS de febrero de 1992 recoge el pago de 300.000 pesetas (1.800 euros) a Lori Gross, experta estadounidense en arte, quien, entre octubre de 1991 y febrero de 1992, asesoró en la elección de las obras, planificó el traslado de Barcelona al palacete de Villanueva y, una vez en Madrid, supervisó su desembalaje.
En este gigantesco embrollo hay al menos dos de las joyas de la colección que sí están localizadas. Obran en poder desde 2011 del juzgado de Alcobendas (Madrid) y han sido reclamadas por la Fundación Julio Muñoz Ramonet, creada en 1995 para defender los intereses del Ayuntamiento en esta historia. Se trata de La Anunciación, de El Greco, y La aparición de la Virgen del Pilar, de Francisco de Goya, peritadas judicialmente en siete millones de euros. Fueron recuperadas por la Guardia Civil en Alicante dentro de la Operación Creta, cuando iban a ser vendidas. La operación, algo confusa, partió de la denuncia de una de las hijas de Muñoz Ramonet a su exmarido, acusado de robar en 2000 las obras, además de joyas y relojes del domicilio conyugal. Nadie fue detenido. Según Ignasi Domènech, museólogo y experto en coleccionismo de arte, las dos obras son muy importantes. “Sobre todo La Anunciación de El Greco. En el Prado se expone otra versión, pero la de Muñoz Ramonet es mucho mejor y más grande”.
Cuando acaben los trabajos de identificación de lo que falta, la posible reclamación la tendrá que llevar a cabo el consistorio. Todo apunta a que las piezas acabarán depositadas en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), en cuyo patronato figura el Ayuntamiento de Barcelona. Ciurana no descarta que parte del legado pase a otros centros. El director del MNAC, Pepe Serra, niega que haya habido contactos con el Ayuntamiento por este asunto. El concejal, que ha explicado que el edificio puede acabar siendo una biblioteca municipal para el barrio, se vuelve a mostrar cauteloso: “Tendremos que atenernos a la última voluntad de Muñoz Ramonet y no incumplirla”.
Lo que Jaume Ciurana, concejal del Ayuntamiento de Barcelona, encontró tras abrir la intimidante verja y atravesar la isla verde del jardín de 3.000 metros cuadrados en plena agitación urbana, dista mucho de lo que le habría satisfecho hallar. Las joyas más importantes de la colección de arte —y eso incluye goyas, rembrandts, grecos o murillos— no están en el legendario palacete, que recientemente sirvió de escenario para el rodaje de la película Blancanieves, de Pablo Berger. En las paredes vacías se sucedían las marcas de lo que estuvo y ya no está. En muchos casos los huecos habían sido burdamente rellenados con piezas de escaso valor. “Queremos todas las obras que había en el interior de la casa en el momento en el que falleció Julio Muñoz Ramonet”, se limita a comentar con contundencia Ciurana. “No nos conformaremos con una compensación económica”.
Aunque el Ayuntamiento se conformara con el dinero, sería prácticamente imposible fijar una cantidad. La colección Muñoz Ramonet es una de las mejores de España conservada en manos privadas, pero no existen cálculos fiables sobre el valor en el mercado de las obras que la componen (suponiendo que el mercado estuviese en condiciones de absorber tanto tesoro). Lo que es seguro es que hablamos de decenas de millones de euros. El germen de este acervo está en la adquisición por parte del industrial de la colección de Rómulo Bosch Catarineu. Fue en 1950, cuando Muñoz Ramonet la compró como parte de Unión Internacional Algodonera, propiedad de Bosch, amante del arte en apuros.
Así entraron en el patrimonio del empresario más de dos millares de obras, entre pinturas, esculturas, piezas arqueológicas, jarrones de porcelana china o Sévres. Entre el más de centenar de artistas representados en la colección, destacan maestros como Fortuny (que aporta 26 piezas), Goya (18) El Greco (12), Sorolla (siete), Rembrandt (cuatro), Murillo y Zurbarán (con tres obras cada uno). Mengs, Monet, Berruguete, Carreño de Miranda, Corot, Delacroix, Renoir, Ribalta, Tiepolo, Tiziano, Zuloaga... La interminable lista, que bien podría servir para trazar una historia del arte occidental, incluye también a Velázquez, Botticelli, dos rafaeles y una exquisita pieza del escasamente prolífico Matthias Grünewald: Boceto de las tentaciones de San Antonio, una de las pocas, sino la única obra del autor alemán atesorada fuera de su país.
¿Qué queda de todo ello en la casa de Muntaner? Ciurana se escuda en razones de seguridad para evitar confirmar lo que otras fuentes consistoriales aseguran: prácticamente ninguna de las piezas maestras de la nómina de autores recién mencionada sigue en Barcelona. “Hay obras de pintores catalanes y españoles. El edificio está vigilado por seguridad privada porque a partir del día 25 es nuestra responsabilidad”, explica el concejal, que reclama tiempo para acabar el inventario de todo lo del interior: vajillas, muebles, ropa de cama, cortinas, alfombras y un largo etcétera, para luego cotejarlo con los listados elaborados durante la larga causa judicial. “El proceso será lento. No queremos especular sin tener todos los datos”.
El inventario será la próxima parada de un viaje que arrancó en 1991 en Suiza, donde Muñoz Ramonet murió como prófugo de la justicia española. Huyó en 1986 para evitar hacer frente a cargos de estafa y falsedad documental que le podían haber acarreado una condena de 11 años. Tenía 79 cuando falleció. Las hijas ocultaron el testamento desfavorable hasta que una información de EL PAÍS de mayo de 1995 alertó al Ayuntamiento de Barcelona sobre una fenomenal propiedad que ignoraban. Después, lo impugnaron; alegaron su invalidez por estar escrito en alemán, idioma que no dominaba el padre, que dictó 11 voluntades diferentes en vida. Desde un principio las hijas —solo se ha podido contactar con una de ellas para que ofreciera su versión y ha preferido no hacerlo— siempre defendieron que el palacete y las pinturas no eran del padre, sino de Culturarte, S. A., una de la treintena de empresas del industrial.
Al accionariado de esa compañía habían accedido ellas tras una ampliación de capital realizada tres meses antes de fallecer el progenitor. De ahí que, en su versión, no necesitasen heredar algo de lo que eran dueñas legítimamente: una fortuna valorada en más de 120 millones de euros en 1991. Tres sentencias de otros tantos tribunales han echado en estas dos décadas por tierra esos argumentos. En la creencia de esa legitimidad, las hijas fueron trasladando en estos años, casi con toda seguridad a Madrid, las obras que ahora se echan en falta en Muntaner.
En los diferentes inventarios manejados por la causa judicial se hace evidente la disminución de las obras albergadas en el palacete. Si en 1968 en el anexo de una escritura sobre la venta de parte de Inmobiliaria Alós a Culturarte, dos de las firmas del entramado empresarial del financiero, constaban unos 500 cuadros, 50 retablos y cinco grandes tapices, en el siguiente, realizado en 1998, la cifra ya se había visto reducida a menos de 300 obras.
Una cantidad que se mantiene en el último inventario de 2005. Si en el primero aparecen obras de grandes autores, en los dos últimos no hay rastro de ellas. En su lugar, sí constan un buen número de pinturas figurativas y paisajes adquiridos por Muñoz Ramonet a artistas de los años setenta y ochenta. Es el caso de las 71 pinturas de Jordi Curós, las 30 de Josep Garí o las 52 marinas firmadas por Ramon Aguilar More, un pintor hermano del cardiólogo de la familia y cuya obra adquiría por sistema. De las grandes firmas que dieron fama a la colección solo aparecen dos piezas en los inventarios recientes. Una, un cuadro dorado con la inscripción Príncipe Jesús y firmado por Velázquez. Y otra, una pieza ovalada consignada como de Rembrandt. También se citan dos dibujos de Ramon Casas y un retrato firmado por Nonell. Nada más.
Abundan las pruebas de que la colección conservada en Muntaner se ha visto disminuida en este tiempo. Algunas están al alcance de cualquier espectador de la exitosa Blancanieves: la casa sevillana de la madrastra que interpretaba Maribel Verdú, es, cosas del cine, el palacete de la discordia, cuyas paredes lucían en blanco y negro y prácticamente vacías. Otros indicios son más secretos. En un documento de los años sesenta al que ha tenido acceso este diario se puede contemplar un croquis del vestíbulo en el que se especifica que en esa zona hay 46 cuadros, cinco retablos y tres tapices. Se detallan los autores de las obras y dónde están colocadas. La lista impresiona: Boticelli, Goya, Rembrandt, Monet, Murillo, Tiziano, Ribera, Fragonard, Madrazo, Zurbarán, Veronese, Renoir, Grünewald y Tiepolo. En la sala de al lado, llamada “del aperitivo”, aparecen otros 24 óleos, salidos del pincel de Murillo, Rafael, El Greco, Rigaud, Mengs o Velázquez. El inventario de 2005 solo contabiliza siete cuadros en estas mismas salas.
Ya en la sentencia favorable al Ayuntamiento emitida por la Audiencia Provincial de Barcelona en 2007 se certificaba que la salida de obras de la casa ha sido una práctica habitual. Según la ponente Maria Sanahuja, que redactó el fallo, Culturarte contrató varios seguros en octubre de 1991 (y por tanto, después de la muerte de Muñoz Ramonet). Una póliza de la empresa Zurich ascendía a 1,8 millones de euros por el traslado de 325 obras a un palacete de la calle Villanueva de Madrid propiedad de la familia. Al mes siguiente, siempre según la jueza, las hijas suscribieron otra póliza, por la que aseguraban la colección depositada en este palacete de la calle Villanueva por valor de 21 millones de euros. Aquella sentencia establecía que debe considerarse “que el legado lo componen los inventarios de 1968”, extremo confirmado en la sentencia del Tribunal Supremo. Otro documento al que ha tenido acceso EL PAÍS de febrero de 1992 recoge el pago de 300.000 pesetas (1.800 euros) a Lori Gross, experta estadounidense en arte, quien, entre octubre de 1991 y febrero de 1992, asesoró en la elección de las obras, planificó el traslado de Barcelona al palacete de Villanueva y, una vez en Madrid, supervisó su desembalaje.
En este gigantesco embrollo hay al menos dos de las joyas de la colección que sí están localizadas. Obran en poder desde 2011 del juzgado de Alcobendas (Madrid) y han sido reclamadas por la Fundación Julio Muñoz Ramonet, creada en 1995 para defender los intereses del Ayuntamiento en esta historia. Se trata de La Anunciación, de El Greco, y La aparición de la Virgen del Pilar, de Francisco de Goya, peritadas judicialmente en siete millones de euros. Fueron recuperadas por la Guardia Civil en Alicante dentro de la Operación Creta, cuando iban a ser vendidas. La operación, algo confusa, partió de la denuncia de una de las hijas de Muñoz Ramonet a su exmarido, acusado de robar en 2000 las obras, además de joyas y relojes del domicilio conyugal. Nadie fue detenido. Según Ignasi Domènech, museólogo y experto en coleccionismo de arte, las dos obras son muy importantes. “Sobre todo La Anunciación de El Greco. En el Prado se expone otra versión, pero la de Muñoz Ramonet es mucho mejor y más grande”.
Cuando acaben los trabajos de identificación de lo que falta, la posible reclamación la tendrá que llevar a cabo el consistorio. Todo apunta a que las piezas acabarán depositadas en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), en cuyo patronato figura el Ayuntamiento de Barcelona. Ciurana no descarta que parte del legado pase a otros centros. El director del MNAC, Pepe Serra, niega que haya habido contactos con el Ayuntamiento por este asunto. El concejal, que ha explicado que el edificio puede acabar siendo una biblioteca municipal para el barrio, se vuelve a mostrar cauteloso: “Tendremos que atenernos a la última voluntad de Muñoz Ramonet y no incumplirla”.
“En el cielo manda Dios; en la tierra, los Muñoz”
El empresario era uno de los hombres más poderosos, junto a su hermano Álvaro, en la Barcelona gris y desesperada del franquismo
J. Á. M. Barcelona 18 AGO 2013 - 00:43 CET3
Cuando Julio Muñoz Ramonet huyó en 1986 de la justicia española se refugió en un hotel de la ciudad Suiza de Bad-Ragaz, en las montañas donde vivían Heidi y sus amigos. Llegó a este exilio de cinco estrellas tras ser acusado de crear un agujero de 4.000 millones de pesetas en la contabilidad de la Compañía Internacional de Seguros. En marzo de 1991, el juez Garzón solicitó 11 años de cárcel para él, acusándolo de estafa y falsedad. A los dos meses falleció. Su cuerpo fue repatriado al palacete de Muntaner en Barcelona, donde tantas veladas gloriosas vivió. El lugar donde conservaba uno de sus bienes más preciados: su extraordinaria colección de arte.
“En el cielo manda Dios, y en la tierra, los Muñoz”, se solía decir sobre su poder y el de su hermano Álvaro en aquella Barcelona gris y desesperada del franquismo en la que la falta de escrúpulos y los buenos contactos con el régimen bastaban para hacer fortuna. De origen humilde, amasó su riqueza a base del estraperlo de algodón y de la especulación inmobiliaria. En su imperio, formado por una nómina de 30 empresas, llegaron a trabajar más de 45.000 personas. Su poder se disparó tras su matrimonio en 1946 con Carmen Villalonga, hija del presidente del Banco Central. Tuvieron cuatro hijas: Helena, Carmen, Isabel y Alejandra.
Suyo y de su hermano Álvaro eran los grandes almacenes de El Siglo y El Águila, el Palau Robert, situado en la confluencia del burgués paseo de Gràcia con Diagonal, el Hotel Ritz y el palacete de la calle Muntaner que compraron en 1945, entre otras propiedades.
Sus negocios en Japón, Tailandia, Filipinas o República Dominicana le llevaron a los salones de dictadores como Ferdinand Marcos o Leónidas Trujillo. En Suiza, donde poseyó dos bancos, el Spard und Kredit y el Genevoise de Comerce et Crédit, recibía el lisonjero apodo del “encantador español”, por su férrea capacidad de convicción, pese a su pésimo francés, y por los paseos en sus cuatro Rolls Royce conducidos por Federico, chófer que aseguraba que también lo había sido del rey Alfonso XIII.
Quienes lo trataron le recuerdan como alguien sin excesivos conocimientos sobre arte; usaba sus obras para impresionar a los mismos invitados a los que hacía comer con cubiertos de oro. La colección que aún hoy se halla en cuestión la compró en 1950. La había creado Rómulo Bosch Catarineu que la usó como aval en 1934 de un préstamo concedido para reflotar su empresa Unión Industrial Algodonera. Ya no la recuperó jamás.
Julio Muñoz no superó, según algunas fuentes, no haber tenido un hijo. Eso explicaría la indiferencia y el desprecio con los que trató toda su vida a sus cuatro hijas. Tras su muerte, el 9 de mayo de 1991, comenzó un litigio de consecuencias insospechadas. Sus cuatro descendientes ocultaron la voluntad del padre durante años. Las tres sentencias que han dado la razón al Ayuntamiento mantienen que la colección estaba en el palacete en 1991. Ellas siempre han considerado que el inmueble y las pinturas no eran del padre, sino de Culturarte, S. A., a cuyo accionariado habían accedido ellas tras una ampliación de capital realizada tres meses antes de fallecer el progenitor. Por eso, siempre han defendido sus derechos no como herederas de ese tesoro, sino como sus legítimas dueñas.
el dispensador dice: las colecciones de miniaturas tienen vida acompañando a quién las atesora... luego se diluyen, haciéndose inertes ante miradas oscuras... tienen vida mientras "alguien las añora... luego descansan prescindiendo del paso de las horas... he conocido muchos recovecos de colecciones privadas, mueren simultáneamente a quien las ama... cruzando el umbral que conduce a las calmas... pueden decirte que valen mucho... pero más allá de sí mismas, no valen nada... porque no existe aquello que no se ama. AGOSTO 19, 2013.-
“En el cielo manda Dios, y en la tierra, los Muñoz”, se solía decir sobre su poder y el de su hermano Álvaro en aquella Barcelona gris y desesperada del franquismo en la que la falta de escrúpulos y los buenos contactos con el régimen bastaban para hacer fortuna. De origen humilde, amasó su riqueza a base del estraperlo de algodón y de la especulación inmobiliaria. En su imperio, formado por una nómina de 30 empresas, llegaron a trabajar más de 45.000 personas. Su poder se disparó tras su matrimonio en 1946 con Carmen Villalonga, hija del presidente del Banco Central. Tuvieron cuatro hijas: Helena, Carmen, Isabel y Alejandra.
Suyo y de su hermano Álvaro eran los grandes almacenes de El Siglo y El Águila, el Palau Robert, situado en la confluencia del burgués paseo de Gràcia con Diagonal, el Hotel Ritz y el palacete de la calle Muntaner que compraron en 1945, entre otras propiedades.
Sus negocios en Japón, Tailandia, Filipinas o República Dominicana le llevaron a los salones de dictadores como Ferdinand Marcos o Leónidas Trujillo. En Suiza, donde poseyó dos bancos, el Spard und Kredit y el Genevoise de Comerce et Crédit, recibía el lisonjero apodo del “encantador español”, por su férrea capacidad de convicción, pese a su pésimo francés, y por los paseos en sus cuatro Rolls Royce conducidos por Federico, chófer que aseguraba que también lo había sido del rey Alfonso XIII.
Quienes lo trataron le recuerdan como alguien sin excesivos conocimientos sobre arte; usaba sus obras para impresionar a los mismos invitados a los que hacía comer con cubiertos de oro. La colección que aún hoy se halla en cuestión la compró en 1950. La había creado Rómulo Bosch Catarineu que la usó como aval en 1934 de un préstamo concedido para reflotar su empresa Unión Industrial Algodonera. Ya no la recuperó jamás.
Julio Muñoz no superó, según algunas fuentes, no haber tenido un hijo. Eso explicaría la indiferencia y el desprecio con los que trató toda su vida a sus cuatro hijas. Tras su muerte, el 9 de mayo de 1991, comenzó un litigio de consecuencias insospechadas. Sus cuatro descendientes ocultaron la voluntad del padre durante años. Las tres sentencias que han dado la razón al Ayuntamiento mantienen que la colección estaba en el palacete en 1991. Ellas siempre han considerado que el inmueble y las pinturas no eran del padre, sino de Culturarte, S. A., a cuyo accionariado habían accedido ellas tras una ampliación de capital realizada tres meses antes de fallecer el progenitor. Por eso, siempre han defendido sus derechos no como herederas de ese tesoro, sino como sus legítimas dueñas.
el dispensador dice: las colecciones de miniaturas tienen vida acompañando a quién las atesora... luego se diluyen, haciéndose inertes ante miradas oscuras... tienen vida mientras "alguien las añora... luego descansan prescindiendo del paso de las horas... he conocido muchos recovecos de colecciones privadas, mueren simultáneamente a quien las ama... cruzando el umbral que conduce a las calmas... pueden decirte que valen mucho... pero más allá de sí mismas, no valen nada... porque no existe aquello que no se ama. AGOSTO 19, 2013.-
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