domingo, 19 de enero de 2014

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Vidas hipotéticas | El País Semanal | EL PAÍS

Vidas hipotéticas

Así funcionan las novelas, son caminos que nuestra existencia pudo seguir y no siguió


Como siempre he sido muy pedante y muy elitista (o como no se puede leer todo), nunca me animé a leer a Stephen King, quizá el novelista vivo más popular del mundo; pero, después de devorar la entrevista que semanas atrás le hizo en este suplemento Miguel Mora, pienso corregir ese error. Leyéndola, recordé el titular que un periódico gratuito colombiano publicó al día siguiente de la elección del papa Bergoglio: “Argentino, pero modesto”. A diferencia de la mayoría de los escritores, que apenas publicamos nuestro primer relato tendemos a sentir que entre Cervantes y nosotros se abre un vacío dramático en la literatura universal, King se considera un escritor de segunda. Sorprendido por su humildad, Mora le pregunta por qué se quita importancia; la respuesta de King es contundente: “Lo contrario de eso sería llamarme Il Grande, que sería lo mismo que llamarme El Gran Gilipollas. No quiero ser eso. Quiero ser tratado como una persona normal”. Muchas de las respuestas de King están llenas del mismo buen sentido (“La popularidad no siempre significa que algo sea malo”) y en conjunto delatan a un escritor de verdad, que es aquel a quien lo que le importa es escribir, no posar de escritor. De hecho, quizá lo único sospechoso de King, o del King de la entrevista, es su considerable brillantez: mi impresión es que, por regla general, en las entrevistas los grandes escritores suelen parecer un poco grises, porque un escritor de verdad, a menos que sea Oscar Wilde, es quien pone su genio en sus libros y sólo su talento en su vida, lo que explica que su vida siempre esté por debajo de sus libros y que él mismo sea a menudo, en persona, un poco decepcionante. Aunque quizá digo lo que digo porque aún no he leído ningún libro de King.
Pero no es de eso de lo que yo quería hablar. En un momento de la entrevista cuenta King: “Esta mañana íbamos en el coche, nos paramos al lado de un autobús donde iba una mujer sentada y pensé: ‘¿Y si ahora sube un tipo y le corta el cuello?’ (…). Lo importante es esa pregunta: ¿qué pasaría si…? Ese es el motor de mis historias”. Falso: ese no es el motor de las historias de King, sino el de todas o casi todas las historias, el de todas o casi todas las novelas, desde la mejor hasta la peor. Tomemos la mejor. Un día cualquiera Cervantes se dice: “¿Qué pasaría si, en vez de haber sido yo alumno de López de Hoyos y haber vivido en Italia y haber combatido en Lepanto y haber sido cautivo en Argel y ser un poeta fracasado, un dramaturgo fracasado y un novelista fracasado, me hubiera pasado la vida sin salir de un poblachón de La Mancha y leyendo libros de caballería?”. Esa es la pregunta inicial del Quijote, en ese punto exacto empieza la novela. ¿Significa esto que Cervantes es don Quijote y que todo lo que dice don Quijote lo dice Cervantes? Sí y no: todo lo que dice don Quijote lo dice Cervantes, pero también todo lo que dicen Sancho Panza y el cura y el barbero y los demás personajes de la novela, porque lo que dice la novela es el resultado poliédrico, complejísimo y contradictorio del diálogo entre todos sus personajes, empezando por el narrador; del mismo modo, Cervantes es don Quijote y Sancho Panza y los demás personajes de la novela, todos ellos carne de su carne y sangre de su sangre, todos ellos –por usar la expresión de Milan Kundera– “yoes hipotéticos” suyos, posibilidades no realizadas de su vida, caminos que hubiera podido seguir y no siguió, igual que King hubiera podido bajarse del coche en el que aquella mañana circulaba y se hubiera podido subir al autobús en el que estaba sentada la señora y le hubiera podido cortar el cuello. No lo hizo, por fortuna. Pero algún día quizá escribirá una novela donde él será a la vez el asesino y la víctima y donde, si le sale bien, expresará a la vez su furia y su miedo, su apetencia de muerte y su terror a la muerte.
Así funcionan las novelas; tanto para quienes las escriben como para quienes las leen, eso son: vidas hipotéticas, caminos que nuestra existencia pudo seguir y no siguió o aún no ha seguido. Y para eso necesitamos las novelas: para vivir de mentira lo que no pudimos o no quisimos vivir de verdad, para enriquecer nuestras vidas, para ensayar el futuro y prepararnos para él o protegernos de él, para vivir del todo.
elpaissemanal@elpais.es

el dispensador dice:
y las realidades superan a las ficciones,
y esas mismas realidades,
superan a las imaginaciones,
estableciendo situaciones,
que modifican las sensaciones,
preparando los corazones,
para desconciertos y sinrazones...

los relatos transmiten la imagen del laberinto,
desfiladeros de sentimientos trastocados,
que atrapan al descuidado,
que capturan al desprevenido,
que confinan a la torre hasta al más avezado,
que a pesar de haber vivido,
ha dejado atrás en su camino,
cosas que le han pasado de largo...

y con el tiempo compruebas que nada es imaginario,
que siempre da lo soñado,
así como se repite lo que se pueda haber imaginado,
sea novela o sea relato,
lo escrito entretiene por un rato,
para inmediatamente verse superado,
por circunstancias que van rodeando,
a cualquiera en cualquier lado,
que de pronto y de la nada se ve cercado,
por hechos cercenados,
por terceros involucrados,
que no han procedido según lo estimado,
burlándose de los futuros,
robándose los pasados...
ENERO 19, 2014.-

todo se resuelve creando,
desprendido,
enseñando,
para que el que viene atrás vaya asumiendo,
que no todo sucederá como lo ha soñado,
y que a veces deberá hallar atajos,
a cualquier camino trazado,
ya que los ficticio supera,
a cualquier cosa que haya imaginado.

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