domingo, 12 de octubre de 2014

ELEFANTE ▲ Fernando Sorrentino: Esencia y atributo - Badosa.com

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Fernando Sorrentino: Esencia y atributo - Badosa.com







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Esencia y atributo

Essence and Attribute

Essence et attribut

Essenza e attributo



Saludos cordiales,

FerS




Esencia y atributo

Fernando Sorrentino
Baby elephant at the zoo



El 25 de julio, al querer apretar la letra A, advertí en el meñique de mi mano izquierda una tenue verruga. El 27 me pareció considerablemente mayor. El 3 de agosto logré, con ayuda de una lupa, discernir su forma. Era una suerte de diminuto elefante: el elefante más pequeño del mundo, sí, pero un elefante cabal hasta en su ínfimo rasgo. Estaba adherido a mi dedo por la extremidad de su colita. Así, prisionero de mi meñique, gozaba, sin embargo, de libertad de movimientos, salvo que su traslación dependía por completo de mi voluntad.
Con orgullo, con temor, con dudas, lo exhibí ante mis amigos. Sintieron asco, dijeron que no podía ser bueno tener un elefante en el meñique, me aconsejaron consultar a un dermatólogo. Desprecié sus palabras, no consulté a nadie, rompí relaciones con ellos, me dediqué por entero a estudiar la evolución del elefante.
Hacia fines de agosto ya era un lindo elefantito gris, de la longitud de mi meñique, aunque bastante más voluminoso. Yo jugaba todo el día con él. A veces me complacía en fastidiarlo, en hacerle cosquillas, en enseñarle a dar volteretas y a saltar mínimos obstáculos: una cajita de fósforos, un sacapuntas, una goma de borrar.
En esa época me pareció oportuno bautizarlo. Pensé en varios nombres tontos y, en apariencia, tradicionalmente dignos de un elefante: Dumbo, Jumbo, Yumbo… Por último, ascéticamente, preferí llamarlo Elefante, a secas.
Me encantaba alimentar a Elefante. Yo diseminaba sobre la mesa migas de pan, hojas de lechuga, trocitos de césped. Y, allá lejos, en el borde, un pedacito de chocolate. Elefante, entonces, pugnaba por llegar a su golosina. Pero, si yo ponía firme la mano, Elefante jamás podría alcanzarla. De este modo, yo ratificaba que Elefante no era más que una parte —y la más débil— de mí mismo.
Poco tiempo después —digamos, cuando Elefante había adquirido el tamaño de una rata— ya no pude gobernarlo con tanta facilidad. Mi meñique resultaba demasiado flaco para resistir sus ímpetus.
En ese entonces yo aún conservaba la idea errónea de que el fenómeno sólo consistía en el crecimiento de Elefante. Me desengañé cuando Elefante fue tan grande como un cordero: ese día también yo fui tan grande como un cordero.
Esa noche —y algunas más todavía— yo dormí boca abajo, con la mano izquierda fuera de la cama: en el suelo, a mi lado, dormía Elefante. Después debí dormir —boca abajo, mi cabeza en su grupa, mis pies en su lomo— sobre Elefante. Casi en seguida me resultó suficiente un fragmento de su anca. Después, la cola. Después, la puntita de la cola, donde yo sólo era una pequeña verruga, del todo imperceptible.
Entonces temí desaparecer, dejar de ser yo, ser un mero milímetro de la cola de Elefante. Luego perdí ese miedo, recobré el apetito. Aprendí a alimentarme con perdidas miguitas, con granos de alpiste, con briznas de pasto, con insectos casi microscópicos.
Claro que eso era antes. Ahora he vuelto a ocupar un espacio más digno en la cola de Elefante. Es cierto que aún soy aleatorio. Pero ya puedo apoderarme de galletitas enteras y contemplar —invisible, inexpugnable— a los visitantes del Jardín Zoológico.
A esta altura del proceso soy muy optimista. Sé que ha comenzado la reducción de Elefante. Por eso, me inspiran un anticipado sentimiento de superioridad los despreocupados paseantes que nos tiran golosinas, creyendo sólo en el obvio Elefante que tienen ante sí, sin sospechar que él no es más que un atributo futuro de la latente esencia que aún acecha, agazapada.

.-.



el dispensador dice: no he visto muchos elefantes a lo largo de mis años, no obstante ello, no me preguntes por qué, pero siento una conexión inexplicable que me une a ellos... una conexión que puede traducirse como respeto... pero en verdad, va más allá de un simple respeto, es algo intangible que une esta alma pobre con una estirpe de trompas y colmillos que tienen mi admiración como hombre, como científico, y como loco suelto que soy...



he estado junto a elefantes salvajes en África... pero también he estado junto a otros elefantes en el Asia... donde hacen de ellos espectáculos para turistas idiotas que no saben de sacrificios ni tampoco de desarraigos... algo semejante a lo que ocurre en estas pampas con las pialadas y los domadores que se ganan la vida castigando inocencias equinas... o bien algo semejante a lo que ocurre en la Europa medieval que asesina toros para mostrar las habilidades de perversos vestidos con trajes de luces que encadilan la estupidez humana de políticos, reyes, y degradados mentales que pagan para ver matanzas... pero así funciona este mundo... cada vez peor...



debo decirte, confesarte, que dado mis años mi cuerpo se asemeja al de las ballenas... exhibiendo bichos de mar que se le van pegando y que no se les puede quitar... me salva que aún no picotean las gaviotas porque como vivo al ladito de la cordillera de los Andes, aún no han descubierto los líquenes que me cubren... supongo que algunos se deben a los años... otros se me han pegado por los odios que flotan en los aires... y otros por los conjuros a los que me he visto sometido a lo largo de la vida, atravesando selvas de miserias humanas y de mezquindades disfrazadas de "amor" oportunista...



como sea, en la India tuve la oportunidad de estar parado a menos de metro y medio de un elefante domesticado a golpes... no sé cómo llegué hasta él, ni tampoco cómo fui a parar a dicho lugar... la cuestión es que contrariado por los castigos a los que era sometido el elefante balbuceé en inglés mi indignación, la que no fue atendida por el domador de oportunidad, pero que fue respondida sí en un dialecto indio que desconozco, desde luego descalificando lo dicho por mi... detrás de la circunstancia, un montón de turistas indignados me puteaban en distintos idiomas, con la desgracia mía de que, al no tener subtitulados al pie de la pantalla no sabía de qué era objeto... ni qué hablar de lo que me decían otros indios...



la cuestión fue que el elefante, de repente se plantó... no se movió y pareció no atender las razones de su domador... se acercó donde estaba parado (yo)... me miró fijo a los ojos e hice exactamente lo mismo... no me habló pero entendí lo que me dijo... no le hablé pero comprendió perfectamente lo que le dije... 



fue curioso que la convergencia nos interpretara en una coincidencia universal... entendí que él estaba en paz consigo mismo y su realidad... entendió que estaba en paz conmigo mismo y mi tiempo respirable... fue como si el tiempo se hubiese detenido prescindente de los demás espectadores y actores... por un par de segundos sin tiempo... fuimos de la misma estirpe y del mismo linaje... 



me fui buscando en la memoria de mi karma el haber sido elefante...



me di cuenta, que él (elefante) se quedó buscando en su memoria del karma... el haber sido, alguna vez, yo...



cuatro lágrimas corrían por mi mejilla... vi que un par de lágrimas paquidérmicas corrían por las propias... las sintonías jamás son casuales. OCTUBRE 12, 2014.-






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