lunes, 20 de octubre de 2014

NATURALEZA MUERTA ► [Henciclo] interruptor - Los imprescindibles años de vagabundeo - la columna de H enciclopedia

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CONTRA EL MERCADEO DE DIVERSIDAD

Los imprescindibles años de vagabundeo

Aldo Mazzucchelli



¿Cuál es la finalidad de las 
Humanidades, la razón de su existencia como disciplinas universitarias? Ante esta aparentemente simple pregunta, la mejor respuesta que conozco es una simple: el estudio, con el fin de practicarlas bien, de la historia, de la filosofía, de las letras, etc. Esta respuesta requiere una especificación más, sin embargo. Pues responder, sobre la filosofía, por ejemplo, “el estudio de la filosofía”, no deja aun claro si la respuesta debe entenderse como “aprender a ser filósofo”, o “convertirse en un estudioso y conocedor de lo que los filósofos (es decir, otros) pensaron y escribieron”. En mi opinión, la respuesta es claramente la primera. Uno estudia filosofía con la esperanza de convertirse en filósofo, historia con la esperanza de convertirse en historiador, y las letras con la esperanza de convertirse en escritor. Sé perfectamente que la respuesta sorprenderá a algunos (especialmente, a algunos académicos), e incluso les parecerá un disparate. Hoy la noción admitida es que las humanidades deben formar una suerte de “técnicos” o “expertos en” “filosofía” o “literatura” —entendidas estas como “materias” y no como prácticas (en historia creo que la situación es ligeramente distinta, porque la práctica de la historia no tiene el aura que aun parecen conservar las otras dos. 

¿Por qué hay gente que reacciona y piensa de tal manera? Primero, por la desazonante improductividad de las carreras humanísticas tal como existen actualmente —por cada mil que estudian filosofía, quizá uno sea finalmente reconocido como filósofo por alguien más que su familia nuclear. Segundo, porque subsiste un sustrato romántico que afirma dogmáticamente que nadie aprende cosas como el pensar y el escribir, pues el talento lo provee todo. Creo que es una creencia falsa, o mejor dicho, una concepción miope e ignorante de en qué consiste verdaderamente el quehacer de, digamos, un escritor. Escribir es un oficio, y salvo el talento, todo en él se aprende. El talento es, para mi, una intuición que distingue certeramente lo importante de lo que no lo es, por un lado; por otro, una cierta y compleja capacidad para generar novedad. Ninguna de las dos cosas puede enseñarse, aunque la primera puede ayudarse bastante, pues una persona talentosa que quiere escribir, si tiene experiencia y ha vivido (y leído) mucho está en mucho mejores condiciones para evitar errores de principiante en todos los géneros. En fin, la sustancia de la práctica humanística ha sido sometida, crecientemente a lo largo de la modernidad, a un proceso de reducción a cierta instrumentalidad objetivista —solo se puede conocer “objetos”, y el conocimiento debe “servir para algo concreto”—, del que surgen los síntomas anteriores y otros.
***
¿Es escribir un oficio? Puede pensárselo así. De hacerlo, lo veríamos como una actividad humana que produce objetos útiles y bellos —textos, por ejemplo; o ideas-objetos, en el sentido de constelación que ha propuesto Benjamin. Para quien piense que lo es, valdría la pena repasar cómo la tradicional atención y cuidado por la formación de cada artesano hasta llevarlo a maestro contrasta con la “formación masiva de investigadores literarios”.

Esta última idea, bajo la apariencia de democratizar, es una idea bastante monstruosa. Para empezar, la sociedad no parece precisar una cantidad importante de “investigadores literarios” que se entiendan a sí mismos como reproductores de un “oficio” en realidad inútil e inexistente, que es el de reproducir discusiones inanes en estilo paper, que nadie lee, y que a nadie importan. Solo sirven para refritar hasta la náusea las mismas fórmulas —en general se trata de posicionamientos político-culturales esquemáticos que no resisten desafío intelectual alguno— y para, en el camino, legitimar la posición profesional del autor, lo cual a su vez le da la posibilidad de escribir todavía otro paper…
Pero, ¿qué pasaría si se aceptase que la enseñanza de las letras tiene solamente lugar para los que aspiran a convertirse en maestros , y que en lugar de hipostasiar una “función social” que nadie solicitó, se siguiese, en la legitimación de los practicantes de la literatura (como parte de las Humanidades) un proceso mucho más cercano al que se seguía en tiempos de las guildas? La analogía puede llevarse bastante lejos, y casi funciona como una alegoría: cada parte del proceso medieval de formación de, digamos, un maestro en carpintería, correspondería a una parte concebible y necesaria de la formación de un maestro en literatura —es decir, de un competente escritor en distintos géneros— que luego, además de competente, logre ser un escritor importante, dependerá de variables incontrolables para cualquier forma de educación. Especialmente, de su capacidad de hacer experiencia relevante y comunicarla adecuadamente a otros (talento).

Pero supongamos que se sigue la noción de formar lo formable en un filósofo o un escritor. Primero, el que quiere enseñar, tiene que aceptar que no sabe y someterse a un aprendizaje apreciable. Encontrar un maestro, o más de uno, y vivir con él (en nuestro caso, bastaría con que vaya a clase regularmente y que trabaje codo a codo con alguno que sepa más que él en proyectos conjuntos, por ejemplo). Luego de una serie de años conociendo distintos aspectos del oficio, el aprendiz sería absuelto de sus obligaciones —esto es, promovido o titulado, con un título elemental.  

En el esquema actual, el título inicial tiene cada vez menos importancia, puesto que no se presta atención a la experiencia, sino a las formas de un proceso sistematizado y cada vez más absurdo. Así, y debido, creo, a una falsa comprensión de la noción de democratización del conocimiento, la universidad estimula al recién graduado en Humanidades a que siga cuanto antes estudios de posgrado. En esto hay un problema crucial. En el tiempo de las guildas, no se suponía que un sujeto sin experiencia de la vida podía asumir estudios de posgrado. Entonces, un joven recién relevado de sus responsabilidades como aprendiz de carpintero no era siquiera considerado para darle responsabilidades mayores a las de un mero empleado de bajo rango, de modo que solo podía ser contratado como ayudante, pero en realidad la práctica más usual era la de irse a recorrer el mundo. No por un mes, sino por años. Esos se conocían, literalmente, por ejemplo en Alemania, como “años de vagabundeo” (Wanderjahre). El recién liberado iba de pueblo en pueblo ofreciendo sus servicios como carpintero, y debía cumplir ciertas regulaciones —no casarse, no tener hijos, y no generar deudas, de modo de que se asegurase que esos años no se empleaban meramente para liberarse de las obligaciones sociales. Solo después de cumplido un número mínimo de años se permitía a ese sujeto entrar en una guilda como aprendiz de maestro carpintero. Y solo después de estar años como aprendiz, se le permitía realizar su “obra maestra” y presentarla a la guilda para consideración. Si ésta era considerada digna del oficio, recién entonces se le permitía al aprendiz convertirse él mismo en maestro autónomo y abrir su propio taller.

El punto más importante de todo esto es, me parece, doble. Primero, todo el mundo tenía claro que el aprendiz aspiraba no a ser un burócrata para llenar espacios en un aparato educativo que de todos modos no enseña nada, sino que aspiraba siempre a llegar a lo más alto en su profesión —el ideal, en letras, es que un aprendiz de, digamos, Carlos Real de Azúa o Ángel Rama, no se contentaría con llegar a ser un mero profesor universitario o secundario de rutina, sino que debía aspirar a ser un ensayista capaz de alternar a nivel continental o mundial, cuyas obras fuesen buscadas por la gente en general —no meramente por los “especialistas”—   en su país y en otras partes. Segundo, el aprendiz entendía que el contacto con el hacer de sus maestros es lo que le enseñaría, por un complejo proceso de imitación y ensayo error, sumado a un penoso esfuerzo por asimilardirectamente la complejidad de los problemas de la existencia, a entender al menos en qué consiste el oficiode escritor —oficio que, si además tiene vocación de enseñanza, podrá enseñar a su vez a otros.


Sin embargo, el proceso de objetivación instrumentalista de las Humanidades no solo no ve a las letras o la filosofía como oficios enseñables de algunos modos más o menos cercanos a lo antes descrito, sino que cada vez intenta imponer más una aproximación sistemática y taylorista a la formación de la gente. El truco es la defensa de la siguiente, tranquilizadora creencia: cuanto más gente entre y salga de la carrera, mas gente se habrá formado. La verdad, hoy, es a menudo distinta: cuanto más gente entra y sale de la carrera, menos cierto es que se haya formado—aunque se ostente un título.

Como la experiencia compleja que implica un oficio no puede enseñarse masiva y tayloristamente, lo que se hace es inventar una serie de actitudes y textos que se codifican como los requeridos para la formación profesional. Así, en lugar de abrir la libertad de muchas perspectivas, se busca hasta cierto punto adocenar al estudiante que entra a la carrera de las letras, convenciéndolo enseguida de que debe integrarse a un repertorio autoral y teórico determinado, que va de la “theory” norteamericana a la teoría crítica, pasando por el posestructuralismo. Una lista de nombres que por alguna razón —en general, más ideológica que de otra clase— se ha vuelto “imprescindible” conocer. Todo esto bajo el paraguas de los convenientes “estudios culturales —no hay que demostrar saber nada de nada en particular para practicarlos, pero se ocupan de todo—, con énfasis en el concepto de diversidad y (supuesta) defensa de las minorías.Así, en una universidad a la que el mercado le exige que se masifique y democratice (aunque en el camino tenga que renunciar a enseñar a pensar en serio), lo más fácil es enseñar formas simples de juzgar. Comprender este repertorio proveerá de una ilusión de comprensión general.  

Pero el concepto de diversidad, que es lo que habría que considerar críticamente primero, es justo el término que, por encima de los otros, se presenta aprobado acríticamente (es decir, como condición de posibilidad de otra serie de razonamientos supuestamente basados en el carácter indiscutiblemente positivo de su aserción). Es la clave de bóveda de la conversión de las Humanidades al marketing de consumo del “(pos)sujeto autónomo” en su shopping simbólico privado, en el que cualquier pieza de ropa o cualquier plato del menú está predefinido y listo a ser intercambiado, vendido y comprado, y donde la única condición es que cada matiz del tornasol individualista parezca estar representado. La diversidad es lo que, o bien obtura toda posibilidad de juicio al comunicar una suerte de equidad valorativa universal, o bien lo que —cuando se la entiende como un ideal de justicia social a conquistar— prescribe juicios simplísimos y en general inútiles, en lugar de dar espacio al examen de las cosas en toda su complicación. Escribe Hegel en la introducción a laFenomenología del Espíritu: “lo más fácil es enjuiciar lo que tiene contenido y consistencia; es más difícil captarlo, y lo más difícil de todo la combinación de uno y lo otro: el lograr su exposición”. Al convertir las Humanidades, progresivamente, en un nuevo y supuestamente democrático “emprendimiento de la diversidad”, donde cada consumidor tiene en la góndola la forma platónica de un “paper” ready-made por “escribir”,  donde repetirá alguna forma ya prevista del menú binario (amigo-enemigo, o también bueno-malo), se percibe que el único negocio en todo el asunto es transmitir una elemental y performateada práctica del (pre)-juicio. Empresa políticamente redituable, se supone, porque como ya lo dijo Hegel, el juicio es siempre lo más fácil, lo más contagioso. Es decir, en unasHumanidades que han aceptado la lógica del mercado, es la estrategia de aprovechar la energía emocional a disposición para intentar canalizarla en remedos de “estudio académico” que  a veces son nada más que afiliación a una política abisal. Se supone que eso redundará en un aumento de la feligresía, para alegría de los administradores, que viven de mostrar a sus superiores y financiadores (igual que los demás “agentes culturales”) números de estudiantes, publicaciones, etc., que reflejan “algo”, “una realidad”, que nadie después de cobrar su sueldo parece preocuparse por entender. 

El panorama del contenido de las Humanidades se va pareciendo a una breve instrucción en el repertorio de los argumentos en pro de lo minoritario y lo diverso. Y la actividad más corriente —mejor dicho: la única actividad—de las ideologías de lo minoritario y lo diverso, convertidas en el centro del “pensar” universitario, es ejercer el juicio sobre lo que, supuestamente, está impidiendo a lo diverso desarrollarse económica y políticamente, manifestarse o hacer uso de su propia voz. Esta es una clase de actividad que, en los hechos, procede por un método más bien deductivo: se tiene el concepto (el dogma, la petición de principio) de tal práctica social, personaje o concepto enemigo de la diversidad, y se busca en un texto o en cualquier otra parte cualquier rasgo o elemento que pueda, en principio, servir de ejemplo o mostración de esa práctica o concepto —el procedimiento, como se entiende, es facilísimo, dada la falta de un principio limitador o discriminador cualquiera. Para esto hay, primero, que convertir en precondición metodológica la separación del texto (o rasgo cualquiera) de intencionalidades y contextos históricos (es decir: amordazar a los muertos, impedirles hablar, para que no vengan a estropear el procedimiento con sus peculiares posturas e intencionalidades). La deconstrucción ya lo hizo, basándose antes en la liquidación estructuralista y formalista del texto como “objeto”, con atención pretendidamente absoluta (lo que es completamente utópico, y además no puede hacerse) a su “materialidad”, y con una interpretación fantasiosa del autocontradictorio “principio de arbitrariedad” del signo. Este es, precisamente, el método que conduce a despolitizarlos textos, cuyas consecuencias en la marketinización objetualista del sujeto contemporáneo observaron perplejos, años después, los sacristanes nietos del posestructuralismo, manifestándose como un mundo transitorio, sin política ni sentido. Es como si alguien le cortase la cabeza a un animal y luego se condoliese de que no camina más.



el dispensador dice: aunque te parezca mentira, aunque no me lo creas, no me gustan los zoológicos donde otras especies se ven confinadas a soportar el paso de sus días, por imperio de las miserias humanas... mucho menos me gustan los zoológicos humanos que el imperio medieval conserva disfrazado en el África, en algunos lugares del Asia, y también en las Américas, tomando de allí lo que le place, condenando a inocentes a ser víctimas de miserias impensadas tanto como inaceptables... luego de ello, debo decirte que no me gustan las naturalezas muertas, ni siquiera las pintadas, porque revelan los "stop" que se producen en el alma de un artista, donde la imagen se torna eco de sí misma, anulándose y agotándose entre telas y colores, porque la naturaleza es o debería ser sinónimo de expresiones de vida, de respiración, de aguas sanas, de senda transitada tanto como de camino de esperanzas... más allá, no me gustan los osos de peluche, justamente porque no están a la altura de lo que dicen representar, aún cuando digan que cobijan los sueños de los niños, porque los niños necesitan de "seres vivos", de afectos genuinos, que pueden tenerlos aún cuando puedan contener salvajismos no tan "salvajes" como los que exhibe el hombre... por eso no me gusta el sapo pepe, ni la tortuga manuelita, fuera de sus contextos de imaginación que trascienden los sentidos de cualquier vida...

con los años me he vuelto más rebelde que lo que he sido en mis orígenes... rebelde de causas y con muchas causas a cuestas... persona de trincheras embarradas... silencioso hasta cuando suenan las balas... en soledad, aún estando acompañado por aquellos que usan palabras falsas para hacerte creer que eres parte de sus almas, cuando en verdad sólo eres "proveedor" que justifica sus mezquindades y miserias más que humanas... de allí que no acepto la mentira innecesaria, ni la traición inesperada... sólo entiendo a aquellos que hablan claro haciendo culto de las razones y de las palabras que pronuncian, cada vez menos, soy consciente de ello... por ello reniego del ser humano descartable, de la mujer desechable, del úsese y tírese que sustenta a la actual civilización humana deshumanizada, que prioriza la moneda para descalificar lo que guarda valor genuino y esencial... entiendo, entonces, que no hay ser humano que pueda prescindir del humanismo...

me vuelvo loco cuando veo cómo se talan los árboles, como se arrasan selvas y bosques para inmediatamente hacer patios sin vida, pavimentos que no conducen a ninguna cuadra, que parten de la premisa que todo aquello que "atrasa" es funcional a las "ignorancias" de las que vive el poder en cualquiera de sus formas...

traducido, para mí, humilde mortal de lenguas vivas, la humanidad es sinónimo de humanismos, filosóficos, éticos, esenciales, fundamentales a los sentidos de la vida, por ende dependientes de la lógica tanto filosófica como matemática, ya que una y otra forman parte de la misma cosa... cruzar el umbral para nacer porta consigna numeral y geométrica... cruzar el umbral para morir no prescinde ni del número ni de la geometría sello de cada alma... por ende la universidad es eterna tanto de ida como de vuelta... puede parecer difícil, pero es así... el universo es en realidad un complejo de universos que van más allá de los sentidos humanos, existiendo bajo la consigna de un orden que se sostiene a sí mismo, desde siempre y por siempre, sin necesidad que hombre alguno haga (o pueda hacerlo) algo por ello...

podría agregarte que creo en la necesidad de los cuerpos conjugados... porque antes de ello entiendo que los puentes son los que dan sentido temporal a nuestras circunstancias, sin dejarte de aclarar que aún siendo todo efímero... la luz y el tiempo se conjugan sólo en una convergencia que hacen a la circunstancia, para luego separarse, pudiendo constituir cercanía, así como traducirse en distancia... pero cuando cruzas tu propio umbral, ambos se separan... si perteneces a la luz... el tiempo ya no se señala, no impera, ni existe como llama... si no conservas los sentidos del "afecto", no eres nada... y curiosamente, cuando recorres la Tierra, entiendes que las existencias siguen un prolijo orden que va confiriendo sentido a lo que "sigue" en el ciclo de la creación vérbica, ésa que se pronuncia a sí misma para que todo permanezca a pesar del hecho humano...

hace días que vengo presintiendo... sabes, soy sensible, aún cuando entiendo que no siempre sé es del todo sensible, un poco a veces, mucho otras, dependiendo de vaya a saber qué ley cósmica desconocida de este lado de los tiempos respirables... vengo presintiendo, te decía, que la humanidad ha llegado a su propio límite y está por ser tomada por sorpresa por algo demasiado lejano y desconocido, inmanejable, indominable, que la cercará a su propia consciencia... fíjate que te digo que la "cercará", no que la "acercará"... poniéndola a prueba como conjunto... esto es como individuo, como sociedad y como tribu... justamente ayer perdí una hora sin saber dónde fue a parar... los relojes de toda la casa saltaron una hora hacia adelante, dejándome un hueco evidente que curiosamente, se superpuso con un sueño demasiado tangible que ocupó luz sin siquiera ocupar una milésima de segundo... hasta hoy mismo no he logrado reparar la paradoja... y ello me parece "señal" de lo que viene, motivo por el cual algunos somos más conscientes que otros de los paralelos emergentes...

nunca logré desentrañar los por qué de los ocios... no podemos malgastar el tiempo que se nos concede... mucho menos insultar la luz que nos empuja y nos precede... menos aún cuando sabemos cómo se separa ella (luz) del tiempo, para transformarse en sentimiento eterno, eterno sentimiento... doblando el espacio y enlazándolo con el destino caminado, el que se está caminando, y el que aún no es, pero que deberá ser caminado... alguna vez...

esto de internet ha movilizado ángulos indescifrables del hecho humano, combinándolos, mezclándolos, creando una especie de sopa o de ensalada que es irreversible y que sólo avanza, nadie sabe hacia dónde, pero avanza... a veces hacia una electrónica desesperada... otras comiéndose las esperanzas... algunas consumiéndose en soberbias y distintas elegancias... sumando gentes, pero de hecho, sumando almas para un mismo efecto, que no siempre se traduce en calma...

concluyendo... no creo en los robots... mucho menos en los transformers... porque esta Tierra es para humanos vivos que vienen a transitar destinos, y no para esclavos de tuercas y tornillos que no tienen otro sentimiento que el verse "sometidos"... si el hombre dejase de inventar reemplazos de sí mismo, descubriría la verdadera importancia de asumir el rol de "ser uno mismo", mientras tiempo, luz y espacio, son lo mismo. OCTUBRE 20, 2014.-







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