martes, 14 de octubre de 2014

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Doctorow viaja al interior de la mente humana | Cultura | EL PAÍS



Doctorow viaja al interior de la mente humana

El escritor, uno de los más importantes de EE UU, novela el enigma de la conciencia en ‘El cerebro de Andrew’





El escritor estadounidense E.L.Doctorow en su casa de Manhattan. / PASCAL PERICH




Considerado uno de los escritores norteamericanos más importantes del último medio siglo, la trayectoria de E. L. Doctorow (El Bronx, Nueva York, 1931) es ejemplar. En su vasta producción hay zonas deslumbrantes, pero poco transitadas, como sus cuentos o sus ensayos. Como novelista es autor de una docena de títulos que asombran por lo sostenido de su calidad, con novelas como El libro de Daniel (1971), Ragtime (1975), Billy Bathgate (1989), El arca de agua (1994), La ciudad de Dios (2000), o La gran marcha (2005). En su obra narrativa Doctorow desarticula con infinita gracia, eficacia y lucidez episodios clave de la historia de su país, reconfigurándolos por medio del poder desnudo de la imaginación. Embaucadores, soñadores, jóvenes esclavas, mercachifles, científicos locos, emigrantes, mendigos y millonarios, delincuentes y espías, poetas y músicos de jazz, niños que descubren el terror a la vez que el lado milagroso de la vida en el Nueva York de la Gran Depresión, todos ellos seres de ficción, conviven cómodamente en sus novelas con figuras históricas como el general y escritor William T. Sherman, el banquero J. P. Morgan, el gánster Arthur “Dutch” Schultz, el ilusionista Harry Houdini, la anarquista Emma Goldman, el matrimonio constituido por Julius y Ethel Rosenberg, judíos comunistas condenados por espionaje, o los hermanos Homer y Langley Collyer, que murieron en su mansión de Harlem, aplastados por el peso de miles de toneladas de periódicos que habían ido acumulando durante décadas. El milagro consiste en que unos y otros tienen el mismo grado de realidad para el lector.


En El cerebro de Andrew, Doctorow ha dado forma a una narración elegante e intimista, una miniatura en la que se plantea el enigma de la conciencia, el conocimiento, la percepción, y se aborda la estructura profunda del deseo y los sentimientos, algo un tanto alejado de los grandes frisos históricos a que tiene acostumbrados a sus lectores. “No veo tanta distancia”, afirma el escritor en la biblioteca de su casa de Manhattan, inundada por la luz de un atardecer espléndido. “Las metáforas son pequeñas, pero el alcance del libro es muy vasto. El cerebro del protagonista nos traslada a una infinidad de lugares y momentos. Se evoca una gran cantidad de sucesos y además se cuenta una historia de amor”. En la que algunos se preguntan si será la última novela de Doctorow, hay momentos de gran intensidad, evocados con un lenguaje límpido y de gran belleza, pero también hay elementos desconcertantes, que el escritor no tiene inconveniente en intentar elucidar.
“Pienso en términos de imágenes, que se manifiestan en el libro en forma de lugares y episodios que no se sabe si son reales o sólo existen en la mente de Andrew. Procuro no hacer distinciones en ese sentido, de modo que siempre hay un elemento de duda. La escena que ha sido objeto de más críticas es la que cierra el libro. Tiene lugar en la Casa Blanca y algunos piensan que es una especie de chiste, pero no lo es en absoluto. Tiene un sentido político muy claro. La coincidencia con los datos que recoge el informe oficial sobre lo que ocurrió en Washington el 11 de septiembre de 2001 es absoluta. Desde el punto de vista estético, la escena es totalmente coherente. Dentro de unos años nadie dirá que es un chiste. La verdad es que de todos los libros que he escrito, este es el que juzga más severamente al lector”.
El libro se sustenta sobre teorías procedentes de disciplinas como la psicología cognitiva y la neurociencia. ¿Qué se proponía exactamente conseguir el autor con una narración así? “En realidad mi libro no hace más que recoger la vieja disputa entre los cartesianos que postulan la existencia del alma y quienes niegan categóricamente que haya nada fuera de lo que es materialmente tangible, para quienes el alma no es más que una ficción. Si la conciencia humana, los sentimientos, los pensamientos, los deseos, son funciones del cerebro, algo físico, corpóreo, se pregunta Andrew, ¿entonces cómo se llega a la conciencia humana y a la vida subjetiva? Andrew revive un debate eterno, sólo que lo hace desde los postulados de la neurociencia. Los términos son muy resbaladizos, pero para entendernos digamos que incluso entre los neurocientíficos hay quienes postulan la existencia de algo que funciona fuera de los parámetros de su disciplina. En el libro, este problema se aborda desde el plano de la ficción”.
En su acercamiento a la ciencia cognitiva, Doctorow señala que son los expertos quienes abren la puerta a la posibilidad de la duda. “Andrew recuerda que en Suiza hay gente que está construyendo un ordenador que emula el funcionamiento del cerebro. A propósito de una posibilidad así me interesa lo que han dicho gente como John Searle, el filósofo, o Gerald Edelman, neurólogo que ganó el premio Nobel, conocido por sus teorías sobre la conciencia. Edelman habló de la posibilidad de crear una computadora que emule el cerebro y tenga conciencia. La hipótesis es aterradora. De ser así las creencias por las que nos guiamos se esfumarían por ensalmo. El ser humano dejaría de ser una excepción. Que los ordenadores llegaran a tener conciencia sería lo más revolucionario que cabe pensar en cuanto a lo que le sucede a la vida humana”.
Doctorow no es científico, ni pretende serlo. Es novelista, y sus únicas armas son las de la ficción, cuya relación con la verdad siempre será muy complicada. “Recurro a la ficción cuando algo me interesa tanto que se convierte en una obsesión, entonces escribo sobre ello y no hay lugar para nada más en mi cabeza. El tema de mi última novela es el más importante que hay hoy para mí. En cuanto al papel de la ficción: ¿Cuál es la misión del artista en cualquier época y lugar? Frente al reto de lo desconocido, responder. Responder. Y enEl cerebro de Andrew creo que eso es precisamente lo que he hecho”.

Bibliografía selecta

La obra de E. L. Doctorow parte de episodios de la historia reciente de los EE UU para construir sus ficciones.
Cómo todo acabó y volvió a empezar.
El libro de Daniel.
Ragtime.
El lago.
La feria del mundo.
El arca de agua.
Billy Bathgate.
La ciudad de Dios.
La gran marcha.
Todo el tiempo del mundo.
Homer y Langley.
El cerebro de Andrew.
.-..-.

el dispensador dice: la ciencia, según el momento, le rinde culto al corazón... a veces a los pulmones... otras a los riñones... ahora es el turno del cerebro... un desconocido de las ciencias de conveniencias de esta civilización... manipulado durante los conflictos... usado y abusado durante las inteligencias militares sin neuronas, muchas soberbias, peores desprecios... pero... el hombre sigue sin preguntarse dónde está su alma... el hombre sigue sin preguntarse dónde está el espíritu, mucho reconoce qué es o de qué se trata... el hombre sigue sin preguntarse dónde está su consciencia, ni tampoco por qué le habla a algunos mientras que permanece en silencio para otros... el hombre sigue sin preguntarse dónde está la gracia que se porta al nacer para luego transitar un destino... el hombre sigue sin saber dónde está su propia fecha de vencimiento, ese momento en el que Dios decide que "ya es suficiente"... el hombre, a veces reconoce su huella porque no sabe por qué lo sigue una sombra, que a veces está, y otras se esfuma inculcándole los sentidos de la soledad... el hombre sigue sin preguntarse el por qué de la luz en sumatoria a su tiempo, a la ecuación del tiempo, agregado al espacio... 

las humanidades anteriores a los nubios, paralelas a los persas tenían muchas de estas respuestas... los lemures eran conocedores de las geometrías del alma y sus contenidos... los atlantes eran portadores de ciencias del espíritu, superiores a cualquier otra, un espíritu signado por el número y la forma... los mismos mayas reconocían a la perfección las diferencias entre los vivos y los distintos... las antiguas culturas americanas sabían reconocer dónde moraban "los otros", esos que no tenían cuerpo pero que existían en mundos paralelos a los que tenían perfectamente identificados...

esta humanidad es densa... anda densa... su pisada se marca en el suelo porque su cuerpo pesa, al tiempo que es incapaz de reconocer el valor de su propia alma...

el cerebro humano no es más que una herramienta de enlace... si la cultivas veras campos que ni imaginas... si la dejas como está ahora, se va apagando hasta consumirse, desconociendo que el aquí y allá pueden ser la misma cosa siempre que los sueños sean puente...

sí tienes un cordón umbilical por el que te alimentas de tu madre... mientras dura tu baño de madre...

pero tienes un cordón umbilical que te une a tu estirpe y tu linaje con el más allá, en una conexión que opera al modo de una cuerda... y ése cordón umbilical es el que te habilita a sostener vivo tu destino mientras lo cursas, una cuerda que se va desenrollando día tras día hasta que, cuando te vas, se enrolla de golpe pasando por delante de los ojos de tu alma... justo cuando ya no puedes pronunciar ni una sola palabra... porque pierdes entidad corporal, haciéndote invisible a los ojos humanos de los que permanecen en los tiempos respirables...

ése cordón umbilical es el túnel por que el que desciende tu gracia, la que se recoge justo cuando te vas, llevándote de regreso el destino ya consumado...

en ése túnel se separan la luz del tiempo y ambos del espacio... ya que en la dimensión a la que te diriges en primera instancia... la luz tiene su propio signo, su propio número y su propia geometría... el tiempo no existe... y el espacio, no es otra cosa que tu propio espíritu... compartido. OCTUBRE 14, 2014.-

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