viernes, 28 de febrero de 2014

ESTAMPILLA ► Cartas perdidas para siempre - 21.02.2014 - lanacion.com

Cartas perdidas para siempre - 21.02.2014 - lanacion.com



Silvina Ocampo, inédita

Cartas perdidas para siempre

Texto inédito de Silvina Ocampo


LA víspera de Navidad, como de costumbre, escribí al Niño Jesús pidiéndole un caballo de madera y un juego de muebles para la muñeca; la maestra de castellano, la señorita Mariquirena, cuyas manos tenían en la punta de los dedos gomas de borronear y cuya cabeza testaruda tenía una peluca de un color incierto, con raya cosida a máquina, estaba junto a mí con sonrisa enigmática. Me dijo:
-B'hijita, ¿para qué le escribe usted al Niño Jesús? ¿Do sabe que son sus tías, sus hermanas mayores o su mamá quienes le traen los juguetes? Usted está muy grande para creer en esas cosas, ya va a cumplir ocho años. ¿No los cumplió? Es como si los tuviera. A su edad yo dirigía la casa de bi madre, cuidaba a bis hermanitos. Resolvía problemas buy difíciles.
-Señorita -protesté con desesperación-. Cuando me porto muy bien ¿no cree usted que el Niño Jesús me trae juguetes y lee mis cartas cuando se las escribo? -ladeé mi cabeza, suplicante.
Pero la maestra, implacable, me respondió: -Do, b'hijita.
La señorita Mariquirena, que tenía siempre la nariz tapada, pronunció esta frase, "Do, b'hijita", dando más énfasis a la frase que si la hubiera dicho cualquier otra persona.
Sentí que el Niño Jesús había muerto. Los muertos esta vez no tenían alas, como mi hermana que había muerto o como los niños que salían fotografiados en las noticias necrológicas, y no quise aceptarlo.
-Señorita, no creo lo que usted me dice; el Niño Jesús be trae a mí juguetes, lee bis cartas aunque no me las conteste. Usted no lo ha visto. Yo, sí.
Esto es lo que yo creí contestar a la señorita Mariquirena, con la nariz tapada como ella, pero tal vez pronuncié unas interjecciones que ella supo interpretar.
-¿Usted lo ha visto, b'hijita? Esta bandarina que usted va a comer dentro de unos binutos, la está viendo de verdad, pero el Niño Jesús. ¿usted lo vio? Reflexione.
La señorita Mariquirena tomó en sus manos una de las hermosas mandarinas que me daban después del desayuno.
-Yo, sí -respondí, sintiendo que mi voz resonaba con bastante firmeza.
-¿Cómo es? ¿Be lo podría describir, b'hijita?
-Es todo enrulado y rubio, con un trajecito blanco, tiene los pies desnudos y los ojos buy brillantes.
Trataba de salvar a mi Niño Jesús que me traería entre sus manos juguetes, aquella noche, pero sentía que algo había muerto.
La señorita Mariquirena se enderezó la peluca y suspirando optó por el silencio. Ya estaba cansada de aquella casa, donde venía todos los días a darme lecciones.
La maestra de francés tenía más suerte, porque le daban una taza de leche con miel o pastillas Valda para interrumpir sus accesos de tos. Ella, en cambio, la señorita Mariquirena, no tenía siquiera tos, tenía pólipos en la nariz (la palabra pólipos resultaba ridícula).
Una inmensa nostalgia con sombras de alas caía sobre la tarde. Ángeles mutilados debían de estar volando sobre la Tierra, cada ángel traía un recuerdo en los brazos, rotos, envueltos en otros recuerdos.
Yo tengo una valija colorada donde guardo cartas que no mandé; desenvuelvo las cintas, abro los paquetes, y en mis brazos puedo mecer durante horas mis recuerdos como a recién nacidos. ¡Pero ninguna carta dirigida al Niño Jesús! Sólo a personas que ya no quiero.
Busco siempre sobre la mesa del hall una carta que nunca llega. Cartas que cuando se queman vuelan como mariposas negras por la chimenea, porque les crecen alas. ¡Pero ninguna del Niño Jesús!
Las cartas valen ese dolor de la ausencia, aunque sean cartas que después de diez años no se pueden leer porque las personas que las han escrito no existen más, y la que las ha recibido tampoco. Cartas perdidas para siempre, como las fotografías de lo que fuimos y no volveremos a ser. No había cartas en el sitio habitual, había cuentas sobre esa oscura mesa del hall, cuentas y avisos y sobres que nunca se abren y viajan de mesa en mesa, hasta que llegan a los cajones de los dormitorios donde se quedan definitivamente.
Mis tías tejían siempre, tenían tanta habilidad y aplicación en criticar como en tejer. Cada vez que yo había pensado en suicidarme me ponía a tejer: como una mosca dentro de una telaraña, me inmovilizaba dentro del tejido de la araña.
Era una cosa mortal.
"Mi alma está hecha de jirones, tengo fiebre adentro del alma, mamá", pensaba yo mirando a mi madre. Ella también tejía. "Estoy enferma. Dejate de tejer. No estoy acostada en una cama de hospital, pero estoy enferma.
Por favor, lavame en una palangana floreada, con agua fresca, con un jabón rosado (color de mármol rosado, veteado de verde), como cuando era chiquita y me acariciabas la frente." Ese perfume rosado del jabón, me lavaba el cansancio y el alma entera.
"Mamá, si pudieras leer adentro de mi alma me quemarías como quemas esos libros que escondo de noche debajo del colchón. Soy inmoral como un libro inmoral.
Y, sin embargo, cuando abrimos las ventanas que dan sobre el campo y volvemos a ver temblar las hojas de los árboles, vuelvo a ser un infante en tus brazos, un infante liso y redondo con las dos manos tendidas al cielo."
Nunca supe ser chica ni grande. A los doce años me consumía de amor y me retaban diciéndome:
-Andá, jugá con las chicas.
Después de los veinte años me dijeron:
-¿Creés que tenés diez años?
Y jugaba a las muñecas con mis sueños.
S. O.

el dispensador dice:
era un rito,
escribir a alguien,
traducir un sentimiento,
expresar un "te quiero",
como si fuese un rito,
afectos distantes,
la vida y sus caminos,
olvidos y extravíos,
recuerdos distintos...
hay coincidencias,
que nos hace distintos,
algunos parten,
siguiendo sus propios destinos,
algunos ni siquiera entienden,
para qué se vino,
simplemente están,
reclamando a los gritos,
culpando a los otros,
de sus propios oportunismos,
pero la vida es así, 
a pesar de los escritos,
las cartas se pierden,
cuando nadie las ha leído,
cuando no se las ha sentido,
en el corazón o en su espíritu...
sabía la estampilla,
de su sabor distinto,
momento del cierre,
lacrados y envíos,
como ir al templo,
a seguir un rito,
como acercarse al altar,
silencios y vinos,
el sobre no está,
siguió su camino,
saber si llegó,
alegrará al vecino,
finalmente se perdió,
nadie sabe dónde,
fue la circunstancia,
que evitó la convergencia,
donde el encuentro se esconde...
y ya no hay nadie,
en el otro lado,
el lado opuesto es vacío,
mirada perdida en el río,
y algún amor perdido,
no te recuperas de nada,
cuando ya te has ido...
no puedes volver,
porque el paisaje será distinto,
ya no perteneces,
al espacio vacío...
y simplemente permaneces,
pensando en tí mismo,
en lo que pudo ser,
en lo que hubiese sido,
pero ya pasó,
lo dice el instinto,
no puedes volver... para ver si has venido...
nadie recibe,
al amor perdido...
las cartas se rompen,
o las envejece el olvido...
cuando alguien las descubra,
dirá que han mentido,
que nada era cierto,
que todo era un cinismo,
pero la verdad,
ya se habrá fundido,
la historia es huella,
a pesar de lo dicho.
FEBRERO 28, 2014.-

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