miércoles, 2 de abril de 2014

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LARGA DISTANCIA

Y Sebald creó el mundo

Por: EL PAÍS
02/04/2014


Sebald-anillos















Imagen de 'Los anillos de Saturno', de Sebald.



Por JOSÉ OVEJERO
“El arte descriptivo, minucioso, es pueril y pesado. El arte expresivo, expresionista, aísla rasgos y gana, no solo en economía, sino en eficacia, porque arte es reducir las cosas a uno solo de sus rasgos, enriquecer el universo empobreciéndole, quitarle precisión para otorgarle sugerencia”. Estas afirmaciones las escribía Francisco Umbral en Mortal y rosa. Cada escritor tiene su poética y la fundamenta como le parece, lo que no impide que otros escritores hagan justo lo contrario con excelentes resultados. El estilo no es una mera decisión formal. El estilo es inseparable del contenido, y el contenido depende a su vez de los valores subyacentes a una obra y a la sociedad en la que se concibe. Como apunta la famosa frase de Goddard: “El travelling es una cuestión moral”. Dicho de otra manera: la estética es tan inseparable de la ética como el cuerpo de la mente.
Por eso no es difícil encontrar autores que disienten radicalmente de Umbral. El narrador de El gran cuaderno, de Agota Kristof, decía: “Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; más vale evitar su empleo y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir a la descripción fiel de los hechos”. Por supuesto, habría que saber si eso era lo que pensaba Kristof o solo lo que debía pensar su personaje, distinción siempre necesaria. Y en otro libro también mencionado en este blog, Paisaje lacustre con Pocahontas, encontramos: “No interpreten: aprendan y describan.”
Uno de los autores que más hincapié ha hecho en la descripción como forma narrativa es Alain Robbe—Grillet, el padre del nouveau roman, quien consideraba que la literatura solo puede describir y que no debe pretender explicar nada: “limitarse a la descripción significa necesariamente rechazar todas las demás formas de acercarse al objeto: la simpatía por poco realista, la tragedia por alienadora, la comprensión por pertenecer solamente al ámbito de la ciencia”.
Lo que me llama la atención en todas estas afirmaciones es que establecen una tajante oposición entre descripción y expresión o entre descripción e interpretación. ¿De verdad describir significa atenerse a los hechos prescindiendo de toda interpretación y una renuncia a lo expresivo?
Si alguien lo cree, ahí está W. G. Sebald para desmentirlo. Aunque probablemente su obra más conocida sea Austerlitz, confieso que a mí me interesó más Los anillos de Saturno, relato de un viaje realizado sobre todo a pie por el condado de Suffolk. No es un viaje ambicioso, el libro sí lo es. Quizá por eso me fascina: con una materia aparentemente menor logra una obra mayor.


Sebald describe lo que va viendo durante sus caminatas, y lo que ve despierta siempre un recuerdo, una asociación, le abre la puerta a otras historias; pero lo que parece un anárquico cajón de sastre no es tal: hay, al menos, dos hilos comunes: la memoria y la destrucción. Nada sobrevive eternamente, todo se desmorona, decae, se pierde: las civilizaciones, las ciudades, los paisajes, por supuesto nuestras vidas. El tono es melancólico, el propio de alguien que acepta, a la vez que lamenta, la decadencia como parte inevitable del devenir. Mientras pasea va redactando con meticulosidad notarial la crónica de diversas desapariciones: Lowestoft, una pequeña ciudad que conoció años atrás y que recuerda como bulliciosa y dinámica, es hoy una ciudad fantasma, la mitad de cuyas casas se alquilan o venden; la ciudad portuaria de Dunwich, una ruina porque el mar fue comiéndose la costa en sucesivos temporales; el bosque que rodea la casa del autor, allí donde crecían los olmos, los fresnos, las hayas, fue degradándose –y Sebald describe las formas específicas de enfermar de cada especie-, y a la mañana siguiente de una tormenta solo queda un calvero de muñones derribados; así de frágiles son las cosas, incluso las que nos parecían más robustas. Sebald nos cuenta la historia del maestro jubilado Alec Garrand, quien llevaba veinte años construyendo una maqueta del Templo de Jerusalén, una metáfora casi perfecta de la locura de pretender recuperar el pasado, la memoria precisa de las cosas. Y entre medias desgrana historias de fracasos: por ejemplo, el del mayor George Wyndham Le Strange, que se refugió en su hacienda, solo, salvo por una criada a la que obligaba a comer con él, pero con la condición de que no pronunciase una sola palabra –luego la compensó de esa tortura declarándola heredera universal-; la historia de Roger de Casement, quien denunció las brutalidades de Leopoldo II en el Congo y las de sus compatriotas en el Perú, y acabó ajusticiado –palabra engañosa- por apoyar la causa irlandesa. Y entre medias Sebald encuentra ocasión para hablar de Joseph Conrad, de Thomas Browne, de Chateaubriand, de la pesca del arenque y de la historia de la cría de gusanos de seda... Autor erudito, empeñado en recordar, aprender, anotar, como un monje que en medio de la peste quisiera preservar en un texto una civilización a punto de desaparecer.
El estilo de Sebald es una llanura surcada por meandros y afluentes: frases larguísimas, que se descomponen en cadenas de oraciones subordinadas, con un lenguaje preciso y rico –lo que es casi una tautología-, como si también quisiera preservar ciertas palabras de la desaparición; su mente va de un asunto a otro, parece perder el hilo que se desovilla en historias derivadas, pero cuando parece haberse extraviado en ese laberinto de relatos, regresa al tema central, y la sintaxis refleja a la perfección ese deambular solo aparentemente arbitrario. El estilo es el contenido, ya lo decía. Sebald, el hombre melancólico, llena de melancolía el lenguaje, que fluye moroso, que parece a punto de estancarse o ramificarse tanto como para perderle la pista, pero una y otra vez se recupera, la oración central reemerge y restaura el orden que creíamos a punto de derrumbarse; su estilo nos dice que describir el mundo no es simple, porque describirlo, digan lo que digan algunos escritores, es también una manera de entenderlo y de expresarlo: las descripciones de Sebald son ciencia y poesía a la vez. Y al final nos damos cuenta de que describir el mundo es también una forma de crearlo.

el dispensador dice:
no te puedo decir cómo fue,
ni siquiera cómo pudo haber sido,
sé que el silencio se ha perdido en mi olvido,
veo mares agitados,
veo hielos partidos,
veo polos extraviados,
veo selvas dominando horizontes perdidos...

no te puedo decir cómo fue,
ni siquiera cómo pudo haber sido,
sonaba el viento desplegado,
entre palos de un barco herido,
la Tierra giraba por sí mismo,
mientras el SOL era sólo su testigo,
noches de Luna... también meteoritos...
todo el paisaje se veía distinto...

hubo un motivo,
no puedo decirlo,
pero algunos humanos fueron traídos,
ellos eran tales, 
pero eran distintos,
había silencios de mares bravíos,
todo era distancias,
suelos elegidos,
traer a los humanos,
guardaba sentido,
salvar a la raza,
conservar su ciclo,
a veces el verbo,
repronuncia lo dicho...

imagina el silencio,
imagina la soledad,
imagina el equilibrio,
todo está en paz,
porque no hay individuos,
sólo hay dogmas,
para los presentes vividos,
cuando pasa el ayer,
alguien lo ha escrito,
haciendo la historia,
que alguien ha leído...
el mundo creado,
tiene sentido,
ahora hay humanos,
transitando lo que el verbo ha querido...

¿será mañana?,
no sé si lo has entendido,
la Tierra estaba sola,
y el humano fue traído...
no importa desde dónde,
ni quien fue el vehículo,
ahora está aquí,
y por ahora... todo está dicho...
ABRIL 02, 2014.-

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