viernes, 4 de abril de 2014

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El espejismo de la industria cultural

Categoría (Cultura y democraciaGeneral) por Manu de Ordoñana el 02-04-2014

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El neoliberalismo que se puso en práctica en la segunda mitad del siglo pasado produjo una feroz transformación de la sociedad en que vivimos. Su plan de devolver a los estamentos privilegiados el poder perdido tras la segunda guerra mundial lleva camino de convertirse en realidad, a tenor del crecimiento de la desigualdad social que ha experimentado el planeta en los últimos años, no tanto por las crisis, sino porque el Estado ha descuidado su misión de redistribuir la riqueza.
Ha sido un cambio lento, pero profundo, que está pasando desapercibido, pero encierra un enorme perjuicio para las clases más desfavorecidas. Está basado en la liberalización de la economía, la privatización de los servicios, el recorte del gasto social y la reducción de impuestos, además de una tolerancia encubierta a la “no competencia” para favorecer las cuentas de resultados de las compañías multinacionales que, a cambio, se comprometen a financiar a los partidos políticos, con el consiguiente incremento de la corrupción y la sumisión de la justicia.
Tras el hundimiento que sufrió la economía occidental con la desindustrialización que siguió a la crisis del petróleo en 1973, la ideología liberal se apoderó de la cultura con la esperanza de convertirlo en uno de los motores para recuperar el brío. Surgió así la “industria cultural”, una expresión seductora que esconde una mercantilización descarada de los bienes culturales diseñados para divertimiento de la plebe, pensada exclusivamente para entretener, encubriendo cualquier ideología contraria a los intereses de la clase dominante para perpetuar su modelo económico.
Pasamos de una “cultura de masas” que surgió de forma espontánea en el pasado a una “industria cultural de producción masiva” de carácter mercantil, teledirigida para amaestrar al pueblo hacia el “no pensar”, un modelo que, con el tiempo, ha creado una minoría adinerada cuyo fin es derribar esa burguesía culta que ha sostenido la democracia en los últimos sesenta años. Esa “industria cultural” se ha adueñado del mercado y ejerce un cuasi monopolio en la distribución de los bienes culturales y, por ende, el derecho a “sugerir” a los creadores el tipo de mercancía que conviene a sus objetivos.
El Parnaso de Poussin
Este proceso de industrialización provocó la fusión de todas las manifestaciones artísticas, desde las más populares a las más exquisitas, para crear un fruto único de fácil acceso para el consumidor, convertido en sujeto acrítico por la influencia de un discurso inocente, pero cargado de intención. La Unesco definió en 2005 la “industria cultural” como el conjunto de empresas que trafican con bienes o servicios dotados de un atributo, uso o fin específico que incorpora o transmite expresiones culturales, con independencia de su valor comercial, acogiendo en el mismo paquete a las siguientes: patrimonio, archivos y bibliotecas, artes escénicas y visuales, música, cine y video, radio y televisión, libros y prensa.
Más tarde, la crisis económica mundial que estalló en 2008 aceleró el cambio que nos había traído la tercera revolución industrial, reduciendo la importancia de la producción fabril en beneficio de otras actividades que utilizan como materia prima la capacidad de crear y de innovar, lo que obligó a los gobiernos a apoyar la reconversión de sus economías hacia lo que se dio en llamar “sociedad del conocimiento”, un enjambre de profesiones de diferente pelaje, que se encuentran en la frontera entre la cultura y la industria, con aforo para promover el empleo y generar riqueza de forma más igualitaria.
Surgió así el concepto de industrias culturales y creativas (ICC), añadiendo a la definición de la Unesco otros sectores como la publicidad, la arquitectura, el diseño gráfico, la moda y la artesanía, a los que más tarde se unieron los videojuegos, la fabricación de instrumentos musicales, las agencias de noticias y los servicios de traducción e interpretación, a los que la Unión Europea se propone apoyar y potenciar mediante el programa “Europa Creativa 2014-2020”, con un presupuesto de 2.300 millones de euros, a fin de recuperar el espacio perdido, no sólo frente a potencias como EE.UU y Japón, sino también ante países emergentes como China y Corea.
Esta estrategia de crecimiento inteligente pretende mejorar el rendimiento de los europeos en materia de educación y desarrollo de la era digital, con objeto de estructurar una nueva cultura que facilite la adaptación a los cambios tecnológicos presentes y venideros. Hasta aquí, nada que objetar. Pero, a continuación, uno se pregunta: ¿y dentro de este mogollón de dominios, en qué lugar queda el mundo de las ideas? En el furgón de cola… difuminado, escondido, olvidado.
Al parecer, no se trata alentar la instrucción, sino estimular un modelo cultural descafeinado que sirva para reactivar una economía arruinada por los excesos de un capitalismo demoledor, que se ha llevado por delante los avances conseguidos en la segunda mitad del siglo XX. Y si este proyecto fuera transitorio, ahora que los recursos públicos son escasos, hasta se podría admitir como apto, pero no parece el caso. La cultura ha dejado de ser la herramienta apropiada para formar personas libres, capaces de vivir en comunidad y aceptar la diversidad, para convertirse en disfraz de lo que postula.
Las naciones presumen de avivar la oferta de bienes culturales, pero sin preocuparse de su calidad intelectual, para atraer a un público iletrado, ávido de artículos superfluos cuyo consumo apenas exige esfuerzo pensante. Su intención no es instruir al individuo en las esferas superiores del saber, sino dotarlo de ese conocimiento positivo que lo haga competitivo y, de paso, procurarle el poder adquisitivo para que disfrute de un ocio prestidigitador que le ayude a sobreponerse de los sinsabores de su explotación.
Con sus necesidades básicas satisfechas, el ser humano ha devenido un animal dócil que consume de manera convulsiva los objetos culturales que le son ofrecidos como diversión, ha optado por el sometimiento  ─en línea con las ideas expuestas por Hegel en su dialéctica del amo y el esclavo─  ha cedido su libertad a cambio de una existencia simple, sin compromisos, asumiendo los valores y las formas de vida de las estrellas que los medios de comunicación, al servicio de la ideología, se afanan en presentar como referentes irrenunciables. ¿Estaremos abriendo de nuevo el camino de la servidumbre?
En esa dirección van las reformas educativas en muchos países que se consideran civilizados. En España, el ministro de cultura ha hablado de “materias que distraen” para defender más horas lectivas a los saberes instrumentales (ciencias, lenguas y matemáticas), en detrimento de otros más prescindibles como las artes y la filosofía, que pasan a segundo plano, y la música, que queda relegada al último escalón de las asignaturas formativas en la enseñanza primaria. Los medios de comunicación ─salvo excepciones─ nos han hecho creer que, en estos momentos de crisis, el gasto público en cultura es prescindible, porque hay otras prioridades.
Si, de acuerdo, pero ¿no se podría invertir el argumento? Si desde la infancia, no se fomenta el estudio de materias que, de por sí, son arduas y dificultosas, en la adultez, resulta casi imposible adquirir el hábito. Entonces, ¿no sería mejor dedicar recursos a guiar la sensibilidad del niño hacia las artes y las letras, en todo su recorrido educativo, en lugar de utilizarlos para subvencionar a la industria? Seguramente así, con el tiempo, veríamos la ciudad sembrada de hombres y mujeres ilustrados, versados en disciplinas múltiples, de donde surgirían talentos capaces de crear bienes culturales de vuelo alto, así como un colectivo suficiente de demandantes que los apetezcan. Promover el conocimiento, el arte y la cultura desde la infancia provoca un enriquecimiento de todos los sectores de la sociedad.
En esas condiciones, sí haría falta la comparecencia de la industria para organizar el mercado, pero una industria subordinada, al servicio de la cultura, no al revés. La tarea de dar forma y distribuir el objeto cultural necesita ese eslabón entre el artista y el consumidor, un tipo de negocio abierto a iniciativas privadas de tamaño mediano, incluso familiar, en las que se abriría la puerta a multitud de emprendedores con vocación innovadora, a los que ahora los poderes públicos podrían financiar, ya que estarían contribuyendo al desarrollo integral del ciudadano, a hacerlo más libre y, de paso, a crear empleo y a repartir la riqueza.
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el dispensador dice: no te hablo de espejos, te hablo de espejismos... los hay en los desiertos... los hay en los mares... los hay en los pavimentos... y hasta los hay en los aires según el sentido de los vientos... alguien aprendió a manipularlos para distraer o engañar a los mortales, y ello lo habilitó a crear incertidumbres, frustraciones, hipotecas en las vidas de los otros, condicionamiento de las inocencias, imposición de las humildades, esclavitudes laborales y de las otras, las dignidades... sometimientos y otras aberraciones que traducen las miserias humanas que hoy dominan cualquier paisaje terrestre... en el primer mundo medieval y retrógrado... en el segundo mundo de los emergentes siempre sumergidos... en el tercer mundo de los pobres condenados... y hasta en el cuarto mundo, donde van a parar todos aquellos que no encajan en los anteriores o que sobran de los posteriores...

la cultura caracterizó a la condición humana... cultura es sinónimo de distinción según los hechos y sus días, según los genios, como así también las sabidurías, algo no común ni antes ni tampoco en estos días, donde sobran las mezquindades y se exacerban las envidias...

sin embargo, los humanismos afines a las expresiones culturales se fueron extraviando a medida que los mecanismos de poder imponían (o lo iban haciendo) el exterminio de la filosofía, de la lógica, y de la ética, como fundamentos imprescindibles a la existencia humana, a sus hechos, a sus ciencias, a sus conocimientos, dando lugar a un "negocio" que asesina a la cultura en cualquiera de sus formas, sea como arte, sea como expresión artístico-teatral del acto humano, sea como traducción de los dramas y las tragedias que exceden a lo griego, sea como escritura, sea como pensamiento, sea como escultura, sea como pintura, sea como se te ocurra que puede ser ese algo que identifica a la "cultura"... traducido, aquello que se compra y se vende... está distante de ser "cultura", porque parte de la premisa de manipulación de sus contenidos según las conveniencias del manipulador y sus intereses directos e indirectos... tanto es así, que las artes forman hoy parte de las estrategias corporativas para extender sus comercios... se da prioridad a cualquier cosa que deforme el pensamiento y el ejercicio personal de las consciencias, para dar lugar a un compendio masticado de visiones que distraen las atenciones mediante el uso y abuso de los morbos... incluyendo un periodismo esencialmente pobre que permite formar opinión nivelando siempre hacia abajo, esto es conduciendo a la ignorancia y a la confusión de los vectores de las geometrías del pensamiento racional, o si se quiere del razonamiento irracional...

desde la globalización para aquí, el corporativismo enloquecido por las depredaciones que habilitan a los lavaderos que permiten sostener con vida a numerosas economías quebradas, ha tomado ejemplos que no son tales, para elevarlos mediante premios oportunistas que van desde los nóbeles (con minúsculas porque no significan nada) hasta los editoriales corporativos o no corporativos que colocan en un altar, documentos humanos que estarían mejor en cualquier basurero, no obstante lo cual, ocupan vitrinas editoriales tanto como vidrieras de librerías, estanterías, y hasta mesas de luz en los hogares transformados ahora en reductos de soledades, donde lo individual se consume mediante el ejercicio más enloquecido de los individualismos que hacen de este mundo un tránsito de personas descartables, de destinos hipotecables, o si se quiere de gentes esclavizables... todo ello mediante la compra-venta de las dignidades de cada quién, todos investidos de apuros y urgencias inducidos por el propio pensamiento tenebroso de las corporaciones...

estos maestros de los espejimos hacen ver agua donde hay arenas... hacen ver aguas donde hay pavimentos... hacen ver aguas dulces donde las hay saladas... creando un concierto de oportunidades que, de analizarse, se descubriría rápidamente que no conducen a parte alguna, a puerto alguno, a costa alguna, a playa alguna... y sí conduce al sometimiento del pensamiento social...

a este ejercicio corporativo, manipulando la cultura humana, le llamo terrorismo de estado o delito de lesa humanidad, equivalente a un atentado a la torres gemelas, a otro en la estación de trenes de Atocha, a otro en la sede de la AMIA, o a cualquier atentado donde las inocencias humanas sucumben ante las malicias y las perversidades de unos pocos dementes que han ocupado el poder para destruir al ser humano como entidad evolutiva que va más allá de una simple especie animal, interfiriendo con el mundo de las ideas y la música de las esferas, y anulando la evolución perfeccionista del genio que debe estar asociado, indefectiblemente, al pensamiento matemático... algo que la civilización ha ido perdiendo a manos de una formación académica que deforma y atrasa... cuantos menos ejercicios neuronales más dependencia electrónica, más cortar y pegar, más dominación mediante la falsa propiedad intelectual, más condicionamiento mediante patentes que enferman y nunca curan, más mares intoxicados, más ríos contaminados, más suelos arruinados, más aires molecularmente arrasados... obsérvese cuánto de esto encaja en cualquier realidad cultural, arrasándola...

por su parte, los estados ausentes ocupados por políticos que saben de exclusiones pero nada de inclusiones, gentes negligentes que saben dividir el reino para marear al soberano, creen que cultura es sinónimo de museo... de biblioteca... de intelectuales que viven consumidos por sus bohemias... tomando las expresiones que son de sus conveniencias, y escupiendo y expulsando todo aquello que no les cuadra... desde luego, lo que no le cuadra es mucho más que lo que le encaja, por consiguiente domina la exclusión y el barullo consecuente...

conclusión: la industria cultural es una notable mentira de estos tiempos, urdida por mentes demoníacas con afinidades vaticanas, inquisidoras, medievales, ignorantes en esencia... ignorancia donde convergen (se juntan) las miserias humanas corporativas con las otras políticas, haciendo un notable ejercicio de inmoralidad cultural que aturde y anula al ciudadano atrapado en las urgencias que le impone el sistema económico nazi que domina el mundo... a este paso, nuevas cavernas deberán ser descubiertas a efectos de alojar a nostálgicos pintores de manos y búfalos, ya que esos artistas, ayer, hoy, en cualquier día, son los verdaderos mentores de la cultura que nace y se fundamenta en las fuentes... todo lo demás es cháchara de la peor. ABRIL 04, 2014.-

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