viernes, 18 de abril de 2014

SOLEDAD, DESPUÉS DE LOS CIEN AÑOS ▲ Muere Gabriel García Márquez: La soledad de América Latina | Cultura | EL PAÍS

Muere Gabriel García Márquez: La soledad de América Latina | Cultura | EL PAÍS



La soledad de América Latina

Discurso íntegro que Gabriel García Márquez dio al recibir el Premio Nobel de Literatura, en 1982





Gabriel García Márquez, durante la entrega del Nobel, en 1982. / AP


Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.
La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.
Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.
De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América Latina, tendría una población más numerosa que Noruega.
Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.
No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.
América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.
No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.
Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.
Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: «Me niego a admitir el fin del hombre». No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.
Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.
Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.
En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía.
Muchas gracias.


Muere Gabriel García Márquez: genio de la literatura universal

  • El escritor y periodista colombiano fallece en Ciudad de México a los 87 años. Fue distinguido con el Premio Nobel en 1982
  • Es autor de obras clásicas como 'Cien años de soledad', 'El amor en los tiempos del cólera' y 'El coronel no tiene quien le escriba'

Gabriel García Márquez, en 1994. / GORKA LEJARCEGI
Desaparece uno de los grandes escritores del siglo XX. El narrador y periodista colombiano, ganador del Nobel en 1982, fue el creador de obras clásicas como 'Cien años de soledad', 'El amor en los tiempos del cólera', 'El coronel no tiene quien le escriba', 'El otoño del patriarca' y 'Crónica de una muerte anunciada'. Nació en Aracataca el 6 de marzo de 1927 y fue el artífice de un territorio eterno llamado Macondo donde conviven imaginación, realidad, mito, sueño y deseo. Con él la literatura abrió rutas maravillosas. García Márquez fue uno de los protagonistas de la universalización del 'boom' de la novela hispanoamericana













Gabriel García Márquez, durante la entrega del Nobel, en 1982. / AP

La soledad de América Latina. Y un brindis por la poesía

El discurso íntegro que el escritor colombiano dio en Estocolmo al recibir el Premio Nobel de Literatura, en 1982

Escribió para que le quisieran más

"Su pérdida significa para mí, antes que nada, la ausencia de un amigo entrañable, insustituible"

La película a medio hacer

Crítico, productor, mecenas de una escuela en Cuba... La relación del escritor con el cine fue la de una vocación frustrada

Historia mítica de las Américas

Como la Atlántida o la ciudad de Oz, la ciudad de Macondo existe desde siempre


el dispensador dice: hay poca gente que llega a cumplir cien años, y si bien cada vez son más los que alcanzan dicha edad, siguen siendo pocos... por lo tanto, son pocos los que guardan en sí mismos el transcurso de la significancia de cien años padeciendo soledades, salvo que tengan la capacidad de abstraerse de ellos mismos, convirtiéndose en viajeros sin tiempo, observadores que catalizan el espacio que ocupan pudiendo contemplar las consecuencias de los hechos de los otros, testimoniando los sucesos atravesados por gentes en sus circunstancias, mejores o peores... una vez más, América latina constituye una isla en el concierto del mundo humano... a pesar de todo, a pesar de los dolores y los dramas, a pesar de las economías quebradas por recetas inducidas por malicias imperiales, a pesar de las carencias y las pobrezas fabricadas por las corrupciones negligentes, a pesar de todo... Dios sigue morando en las américas... reponiendo los espíritus sacrificados por la inquisición eclesiástica de un mundo oscurantista que vino a saquear sapiencias y recursos, para luego asumir soberbias y desprecios comunes a las ignorancias... enseñando que hubo un reverso de la conquista, que nace como reconocimiento de Dios hacia los hombres legítimos, simples, que no saben de culpas pero sí de vidas, que no saben de pecados porque han venido a transitar sus gracias partiendo del recado de las herencias comunes a los linajes y a las estirpes, que saben que Dios forma parte de ellos, de sus antepasados, y de sus sucesores, y que los suelos son prodigados en alquiler apenas por un rato, porque de aquí nadie se lleva nada, salvo el aprendizaje del afecto genuino, la solidaridad, la compasión y la misericordia hacia el todo necesario... tema no menor a la hora de regresar al estado de vapor... tema no menor a la hora de la pesada de las palabras versus las intenciones dadas... tema no menor a la hora de enfrentar el ojo de Horus que todo lo ve, más allá de las pirámides y de las esfinges...

occidente está atrapada por la desidia de las falsas sapiencias y las peores ciencias, filosofías que no contienen éticas, conocimientos que se compran y se venden patentando lo que pertenece al mundo de las ideas, que favorece a unos pocos y que se establece en contra de los muchos, de las necesidades de todos, de lo que todos merecen como derecho humano elemental por el sólo hecho de nacer... pero que está hoy dominado por las miserias humanas de un imperio mezquino, carente de alma, escaso de espíritu, que cree que todo lo que hay le pertenece, que cree que las gentes le deben sus destinos, que se arroga el derecho sobre los derechos ajenos, que se cree ley de leyes para favorecer a los victimarios y condenar a las víctimas... y el mundo humano está al revés de los valores y sus éticas... defendiendo recetas indefendibles que hacen de los pueblos condenados a un viaje sin fin de penas, dramas y tragedias inducidas por soberbias de pocos dementes en uso y abuso del poder de los hombres, negando el poder de Dios al que dicen responder, induciendo soledades que condenan a los ostracismos del alma... imperando una soledad que nace y muere en el propio imperio tergiversado en sus principios, sin convicciones, vacío de contenidos ciertos, prescindente de principios sociales que aúnen las coherencias, ahuyentando las incoherencias... entonces, sucede todo lo contrario... y las gentes asumen sus soledades como una condena interminable, hasta que se les termine la vida, entendiendo que esto siempre ha sido así y que está bien que así sea... 

nadie es más que su prójimo... no hay título ni honor que lo haga más que su prójimo... no hay conocimiento, ni propiedad intelectual, ni patente que lo haga más que su prójimo... no hay corporación que sea más que su colaborador... no hay dueño que no sea más que dueño de sí mismo... ya que nadie es propietario del aire que respira como tampoco lo es del agua que bebe, mucho menos del suelo que pisa... pero el mundo humano invertido parece no darse cuenta e insiste con la receta del poder por el poder mismo, una satisfacción que ahuyenta la mística y destroza el espiritualismo necesario para trasponer los sentidos de la vida...

hoy... 2014... la Tierra humana padece soledades individualistas... donde cada quien se salva a sí mismo como puede, arrasando con los conceptos sociales de la tribu... del consejo de la tribu... del consejo de ancianos... ya que hoy los ancianos son arrumbados en altillos que esconden las demencias seniles y ocultan los alzheimer creados por un sistema que despoja al ser humano de contenidos espirituales, haciéndolo descartable a sus fines, alimentándolo con basuras justificadas, y enfermándolo apropiadamente para facturar medicamentos que no curan, pero aseguran que la enfermedad se eternizará, proveyendo recursos a la corporación de las propiedades intelectuales saqueadas... los guerreros de las tribus juegan cada cual su guerra, tratando de sobrevivir en una jungla donde todos se devoran a todos, produciendo soledades afines a la traición de amores caídos, donde la palabra amor se extingue cuando se llega a la "r", para inmediatamente se reemplazada por el sentido de los penes y las vaginas inquietas que no piensan con el alma, porque los mueve el sentido de los "culos", la urgencia del placer que salva el momento, a sabiendas que es probable que no haya mañana que salve el alma... y todo se va dando vuelta hasta transformarse en una sociedad de soledades insoportables, donde nada se comparte, donde nadie se acompaña, y donde la amistad muere como un lagaña, refregada en un ojo que ve pero no entiende... 

hay soledad, más allá de los cien años... las gentes mueren sin saber para qué vinieron a vivir... desconociendo cuál ha sido el sentido de sus vidas... creyéndose a salvo de sus propias mentiras... sin atender a sus ángeles guardianes, y sin haber escuchado a sus consciencias... eternos desconocidos de otras impaciencias...

a pesar de todo... en América sigue estando Dios... intentando explicar al ser humano que la vida es un tránsito de ejemplos afines a los tiempos respirables... donde rindes examen de circunstancias matemáticas todos los días... donde cada vez se aprueba menos... donde cada vez se reprueba más... donde la mayoría parte llevándose el espacio de sus manos vacías de solidaridades ciertas... donde la mayoría parte sin haberse dado cuenta que ha vivido por la misericordia de la gracia que lo trajo... no hay compasión en la soledad... y pocos son los que llegan a los cien años, con la autoridad suficiente como para confesar que han vivido... por sus prójimos. ABRIL 18, 2014.-

NADIE llega aquí si no es por su madre... y ninguna MADRE llega aquí de no ser por DIOS.

No hay comentarios: