interruptor_Impreco, luego existo
LA MIRADA VACÍA
Impreco, luego existo
Carlos RehermannPocos días después de la muerte de Gabriel García Márquez, un escritor uruguayo hizo un comentario en su columna radial semanal, acerca del valor de la obra del fallecido. Un resumen de lo que dijo podría razonablemente ser el que sigue:
García Márquez escribió algunos buenos libros a partir de Cien años de soledad, pero luego de El amor en los tiempos del cólera ya no produjo ningún libro a la altura de aquellas novelas. Comenzó su carrera siendo un mal escritor, y la terminó siendo pésimo. [Al final de su espacio, recomendó la lectura de tres novelas, para quienes no conocen la obra del escritor: las dos mencionadas y Crónica de una muerte anunciada. Acerca de la misteriosa decadencia de la calidad literaria de su trabajo de los últimos 30 años, el especialista aventuró la hipótesis de que el escritor había dicho todo lo que tenía para decir antes de 1990. (La grabación de la columna está disponible aquí).]
La columna, de una duración de 30 minutos, abunda en otras consideraciones que tienen que ver con el contexto histórico y cultural del escritor. Al día siguiente de la emisión del programa, una oyente publicó un comentario en Facebook. El comentario tenía un error, pero el contenido es lo menos importante. De inmediato varios de los amigos de esta usuaria de Facebook expresaron su solidaridad propinando en grupo la siguiente golpiza al conductor del programa de radio y al columnista (se consigna solo la lista de epítetos):
mediocre, frustrado, disfrazado de intelectual, narcisista, pedante, pobre tipo envidioso, se cree superior, no lo conoce ni la madre, hijo de canalla, escritorcito, pigmeo, tipo de temer, peligroso, tonto, boludo, enano, canalla, Eróstrato.
¿Qué irritó tanto a esas personas, que necesitaron insultar y agredir al columnista y al conductor del programa? Si se examina con cuidado la lista de diatribas y las frases en las que se insertan (que ahorramos al lector), parece claro que lo que molestó a algunas personas fue que se dijera que García Márquez no produjo una obra sublime, perfecta y absoluta, sino que tuvo momentos buenos y momentos malos. Parece que lo más importante no es la obra sino la figura del autor.
Uno podría (o querría) creer que un espacio como Facebook, donde las personas pueden expresarse libremente a través de innumerables formatos, permitiría esa "situación ideal de habla" que definió Jürgen Habermas: una comunidad de intercambio de ideas, de confrontación racional, de argumentación fundada, en la cual la situación sociocultural de los hablantes carece de importancia. Pero como se ve, el mecanismo que comenzó a funcionar en esa discusión de Facebook fue típico del accionar de una horda.
Mientras Atila no se paró a conversar con nadie, le fue bien: acercarse, arrasar, alejarse. El día que aceptó hablar tuvo que retirarse para siempre sin pelear.
La acción de la horda de Facebook consistió justamente en impedir que llegara a configurarse una situación ideal de habla. Algunos de los insultos que se profirieron durante la discusión, como "disfrazado de intelectual", "escritorcito", "no lo conoce ni la madre", "Eróstrato", manifiestan gran maestría para la síntesis imprecatoria. Colocan al oponente en cierto lugar social desde el que se supone que opera con frustración personal y profesional. Mientras tanto se impide escuchar razones a quienes son testigos de la discusión.
En determinado momento del intercambio en Facebook uno de los agresores pregunta por los motivos para sostener determinado punto de vista, y cuando se explica que justamente la profesión del columnista es la de crítico literario, con estudios de posgrado en la materia, uno ya cayó en la trampa, porque el otro se defiende diciendo que él es apenas un lector común, y la discusión se empantana en cuestiones como la legitimidad que puede tener un doctor en letras para hablar de literatura y el derecho de los lectores sin formación académica a dar sus puntos de vista. Es decir, se insiste en atender las circunstancias socioeconómicas del interlocutor, y no su discurso.
Toda racionalidad queda alegremente perdida, y vuelve, por milenios incansable, el argumentum ad hominem.
El problema de no existir
No existir es un asunto preocupante, aunque en ocasiones puede llegar a ser un alivio, como sostienen algunos suicidas. En términos generales pensar en demasía acerca de la propia inexistencia no tiene consecuencias muy edificantes.
Algunos pueblos desarrollaron una estereo-angustia acerca de la inexistencia: metidos entre dos nadas, les preocupaba no solo a dónde vamos sino de dónde venimos. La reencarnación y la ley del Karma resuelven el asunto, del mismo modo que el infierno y el empíreo solucionan las angustias cristianas. Los paganos tenían una versión del más allá bastante horripilante: para ellos, estar muerto era francamente un desastre lamentable, y para explicarlo convertían la inexistencia que se produce con la muerte en algo más sutil: una existencia vaga, una brumosa sombra semiconsciente, constituida por el dolor perenne de saberse casi nada hasta el fin de los tiempos. En realidad la inexistencia es inimaginable; lo horrible es constatar que nuestra existencia es desleída.
La sensación de no existir que experimenta cada vez más gente con progresiva intensidad es explicada por el antropólogo estadounidense Thomas de Zengotita como consecuencia de la sobreexposición a los medios de comunicación de masas.
Zengotita dice que nuestra manera de mirar cambió a lo largo del siglo XX. Cuando uno mira una pantalla (en general cualquier medio de comunicación de masas, incluyendo los carteles publicitarios estáticos), la actividad que se produce es muy diferente a la que ocurre cuando uno mira un árbol o cualquier objeto de la naturaleza o del entorno. El árbol se deja mirar; nuestra mirada va hacia el árbol. En cambio, cuando uno mira un mensaje emitido por un medio masivo el mensaje lo mira a uno; uno es el destinatario, y es tratado como alguien muy especial. Uno es un objeto de deseo: objeto del deseo de ventas del anunciante. Sentirse deseado es halagador, incluso si sabemos que es porque simplemente alguien quiere nuestro dinero.
Zengotita dice que nuestra manera de mirar cambió a lo largo del siglo XX. Cuando uno mira una pantalla (en general cualquier medio de comunicación de masas, incluyendo los carteles publicitarios estáticos), la actividad que se produce es muy diferente a la que ocurre cuando uno mira un árbol o cualquier objeto de la naturaleza o del entorno. El árbol se deja mirar; nuestra mirada va hacia el árbol. En cambio, cuando uno mira un mensaje emitido por un medio masivo el mensaje lo mira a uno; uno es el destinatario, y es tratado como alguien muy especial. Uno es un objeto de deseo: objeto del deseo de ventas del anunciante. Sentirse deseado es halagador, incluso si sabemos que es porque simplemente alguien quiere nuestro dinero.
El mundo de los medios masivos se convierte, así, en el único mundo que tiene algún interés para mí, puesto que se muestra interesado en mí. Mi mirada, entonces, empieza a perder intensidad; ya no va hacia el mundo, sino que yo me dejo mirar por el mundo.
En ese punto yo adquiero la misma naturaleza perceptual que el famoso. Lo que define al famoso no es lo que hace, sino su función de dejarse mirar, es decir, hacerse desear. Todos nosotros tenemos esa misma función para los medios, cuyo sentido último es dar espacio a la publicidad: nuestra función es dejarnos mirar, hacernos desear. El problema es que uno no es realmente famoso: es decir, no aparece en las pantallas.
Entonces uno empieza a tener, dice Zengotita, la sensación de no existir. Como nuestra mirada perdió energía, ya no va hacia las cosas, para recuperarla hay que ponerse en el lugar desde donde sí la mirada se proyecta: los medios. Si no entramos a los medios (es decir, si no nos convertimos en famosos) no podemos mirar. Zengotita resume que si uno no es famoso experimenta una intensa sensación de inexistencia. Surge así una misteriosa angustia por la propia inexistencia. Terrible angustia, inexplicable, porque uno sabe, o al menos recuerda que le enseñaron, que existe. Es el comienzo de la locura.
La creación de una figura absoluta (en el caso de García Márquez, un artista total, incuestionable, cada una de cuyas creaciones es perfecta, incuestionable y sublime) es muy conveniente para los dueños de los derechos de reproducción y venta de sus libros. Semejante construcción sirve además para reafirmar el rol consumidor de quien no tiene permitido el cuestionamiento. Si además de experimentar la angustia por no existir se nos derriba la imagen de los famosos que sí existen, entonces ni siquiera nos queda la esperanza de ser, alguna vez, famosos nosotros mismos. Cualquier ataque a un famoso es un ataque al poco resto de existencia que aun tengo.
el dispensador dice: ¿cómo era la fama antes de la pantalla?... ¿cómo era la fama antes de internet?... ¿cómo era la fama antes de la radio?... ¿cómo era la fama antes de la fama?... ¿es "fama" la consideración pública?... ¿es "fama" ocupar un espacio en el inconsciente colectivo?... ¿es "fama" pertenecer con entidad propia a la inteligencia pública?... ¿es "fama" el reconocimiento masivo?... ¿o es que la fama la fabrican aquellos que tienen interés sobre las inteligencias de terceros, privilegiando aquello que alimenta sus beneficios?... ¿o es que la fama la crean los mediatismos de las conveniencias corporativas que están por sobre las necesidades de las gentes, a efectos de deformarlas y aturdirlas evitando sus estados de consciencias?...
en verdad... nadie es más que su prójimo... o lo que es lo mismo... nadie es más que el otro...
no sé es nada si antes no sé es "persona"... si no se es digno de sí mismo... si no se tiene don de gente...
hoy existe una descalificación facilista... se descalifica para ocupar un espacio inalcanzable de otra forma... todo se sustenta en el conflicto permanente... un conflicto que desmerece a quien lo ejerce... porque no se entiende que la competencia "decrece"... enalteciendo al que se la cree, para luego negarlo cuando ése mismo "no puede"... y una vez más, las circunstancias operan al modo de las olas marinas... suben y bajan... y los períodos de cresta de la ola son tan efímeros como los de abismos... simplemente ocurren... dejando en claro que todo es consecuencia de un proceso ondulatorio que se replica en todos los ámbitos de la vida, incluyendo en ellos aquellos que se respiran...
desde los medios se insiste con confundir al prójimo, aportándole digestiones endulzadas o amargadas que atienden a las conveniencias de aquellos que viven comerciando con la sapiencia ajena... que emplean el oportunismo para hacer de los logros ajenos un eterno negocio que los alimenta según visiones pobres, pobres de expresiones, pobres de contenidos, que finalmente no evitan que aquel que califica por sí mismo, sea descalificado por opiniones mezquinas...
sucesivamente se pierde el árbol o se pierde el bosque... pero en esencia el problema reside en que los medios han logrado que las gentes desconozcan los valores, al perderse el sentido de las fuentes, al desconocerse los fundamentos filosóficos de las existencias de quien sea, al omitirse las bases éticas de la vida de cada quien, disimulando la presencia de las esencias, priorizando el vivir atrapado por urgencias que va inventando el sistema que demanda almas y dignidades a cambio de huecos y vacíos... asumiendo que no todos los huecos son vacíos... y que no todos los vacíos son huecos...
los huecos se construyen mediante las obsecuencias... que hacen del espíritu un felpudo...
los vacíos se construyen mediante las ignorancias... que evitan los compromisos... quebrando las implicancias... diluyendo las responsabilidades.... tergiversando los sentidos de los pensamientos y por consiguiente de las palabras...
los medios corporativos y los periodismos amarillos, han logrado mediatizar el mundo sintonizándolo a través de una mediocridad generalizada, que pretende que la ignorancia sea el eje supremo de una civilización caracterizada por los apuros impuestos y por las urgencias inducidas por intereses supremos de un grupúsculo de inútiles en uso y abuso del poder en cualquiera de sus formas...
ser no significa "fama"... ni la fama se asocia a la entidad del "ser"... cuando la circunstancia toma algo de alguien y lo destaca en la consideración general, es porque ello le suma al inconsciente colectivo e individual, agregándole valor intrínseco... no más que eso, que al mismo tiempo no es poca cosa, ni tampoco algo para mirar a la ligera... y en la mayoría de los casos, el genio toma entidad atemporal luego de la muerte del portador del "genio"... lo cual alimentará económicamente a los falsos enaltecedores... haciendo lo propio, pero de manera diferente, a aquellos que toman el valor esencial de aquel genio legado... dejando establecido que a los falsos enaltecedores no les dejará más que "caja", mientras que el verdadero resultado permanecerá en las personas que adoptaron el "valor" genuino del aporte... más allá, lo que se compra y se vende, como siempre te digo y te repetiré hasta el cansancio, no tiene ni tendrá valor alguno...
de nada sirven los medicamentos si la enfermedad se eterniza... sirven como negocio, pero no cura a quien debería hacerlo...
de nada sirve aquello que agrega urgencia restando valor intrínseco...
de nada sirven los apuros hipotecarios fabricados para favorecer los oportunismos de unos pocos...
de nada sirven los estados ausentes ni los dioses que aparecen y desaparecen exhibiendo sus bienes...
quien envidia no puede...
quien descalifica no merece...
de allí la importancia de "ser" persona conteniendo un "don de gente"... siendo genuinamente humilde e inocente... nada más se necesita, ya que de aquí no te podrás llevar nada más que los afectos sembrados y los otros recogidos... y aún habiéndote llenado de vanidades, entonces te irás vacío... ABRIL 26, 2014.-
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