EL ESTORNINO QUE LE SILBABA MOZART
Carlos de Hita
Carrascal de la Cuesta es un pequeño pueblo en la rampa norte de la sierra de Guadarrama, en Segovia. Un pueblo que por un lado se asoma a las laderas montañosas cubiertas de robledales y pinares; por el otro se abre hacia los campos de cereal, las fresnedas de la meseta.
En Carrascal viven grajillas, chovas, cornejas, cigüeñas blancas, gorriones, cucos, oropéndolas, milanos reales, autillos y mochuelos, entre otros. Y no lo digo porque lo haya visto. Lo sé porque me lo han contado.
En los chopos y tejados de este pueblo viven también muchos estorninos negros.
Y los estorninos imitan, copian lo que oyen a su alrededor. Y con la suma de esas voces componen su canción, un resumen del paisaje sonoro que les envuelve.
Y los estorninos imitan, copian lo que oyen a su alrededor. Y con la suma de esas voces componen su canción, un resumen del paisaje sonoro que les envuelve.
El estornino negro reinterpreta la banda sonora de su propio entorno.
La secuencia sonora es un montaje, el extracto de algunas de esas imitaciones interpretadas por un pájaro solista, mezcladas con las voces reales, sus fuentes de inspiración. En ocasiones la diferencia es evidente – en la garganta del estornino la voz del cuco parece más bien la de un reloj de cuco-. En otras, como en el caso del gorrión común, los piídos reales y los del impostor son prácticamente irreconocibles.
En la minúscula garganta de un estornino cabe el crotorar de las cigüeñas, el relincho de un milano real, las notas aflautadas de la oropéndola; el estornino está especialmente bien dotado para reproducir los graznidos ásperos de cornejas, grajillas y chovas, vecinos habituales de tejado. Y aunque canta de día, los sonidos de la noche se propagan al imitar a mochuelos y autillos.
Un estornino negro canta sobre las tejas de un tejado. | Carlos de Hita
En ocasiones este montaje sonoro, la mezcla de lo real y las imitaciones, puede parecer embarullado. Para complicar un poco más las cosas, este pájaro tiene la capacidad de cantar a dos voces, como un violinista que roza a la vez dos cuerdas de su instrumento. Y las imitaciones muchas veces están en la segunda voz, la más tenue, lo que dificulta la escucha. Pero así es la canción del estornino: embarullada, atropellada, una madeja de silbidos, graznidos y chasquidos.
Puede que escuchar un mapa sonoro en la voz de un pájaro sea una excentricidad de naturalista. Pero si es así no es un caso aislado. Plinio, por ejemplo, afirmaba que había escuchado a un estornino recitar de tirón largas parrafadas en latín y griego. Y otro excéntrico de la historia, quizá el más grande de todos, vivió en compañía de uno de ellos durante tres años. Cuando murió lo enterró en su patio y le dedicó un poema póstumo. Y, según consta, al principio de su relación este pájaro negro y melómano le silbó alguna melodía original a su amigo y cuidador, Wolfgang Amadeus Mozart.
el dispensador dice:
cantan las aves,
cantan los ángeles,
coros se alzan,
desde acantilados y playas,
ante amaneceres que hablan,
entre atardeceres que callan...
noches que avanzan,
silencios que ganan,
pentagramas que se escriben,
mientras las músicas vagan,
ocupando espacios,
del que nadie sabe,
del que nadie halla...
los coros son coincidentes,
confluyen hacia mismo eje,
envuelven al planeta,
la Tierra se envuelve,
mientras viaja por el espacio,
mientras las rutinas se resuelven,
cantan los ángeles,
cantan los pájaros,
despejando aires sobre los tejados...
cuando cantan a coro,
coros simultáneos,
se detienen los tiempos,
impidiendo avanzarlos,
para ser ocupados por nuevos humanos,
son segundos que se escurren,
entre muchas manos,
nadie sabe que ha amanecido,
y que no ha sido en vano.
ABRIL 06, 2014.-
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