Viernes 04 de mayo de 2012 | Publicado en edición impresa
Libros y autores
Heroínas de mil rostros
En los cuentos de La legión extranjera, protagonizados generalmente por mujeres, la brasileña Clarice Lispector se revela a sí misma por medio de sus curiosos personajes
Por Débora Vázquez | Para LA NACION
Hija de ucranianos judíos, criada en Recife. Huérfana de una madre paralítica poco antes de cumplir los nueve años. Lectora voraz de las fábulas de Monteiro Lobato. Clarice Lispector (Tchechelnik, 1920-Río de Janeiro, 1977) supo desde temprano cuál sería su lugar en el mundo: "Cuando era pequeña pensaba que el libro era una cosa como un árbol, como una mesa, como la comida. Cuando descubrí que también tenía un autor, yo dije ?eso quiero ser'". A pesar de que sus primeros cuentos fueron rechazados en la sección de contribuciones infantiles del Diario de Pernambuco, por narrar sensaciones en lugar de una trama, la escritora permaneció fiel a su estilo. Es que como lo sintetizó con un neologismo João Guimarães Rosa -el otro gran renovador de la literatura brasileña del siglo XX-, Lispector "descrevive", suerte de fusión entre el describir y el vivir, algo muy propio de los escritores malditos y de los santos.
La legión extranjera , segundo volumen de relatos de la autora publicado originalmente en 1964, puede ser leído hoy como si hubiese sido escrito ayer. Ocurre que lo que importa en Lispector no pasa por capturar lo comarcal o el espíritu de una época. Pasa por el costado más intuitivo y hasta supersticioso del ser, por la tornadiza dialéctica de las relaciones humanas y sobre todo por la convivencia díscola de uno consigo mismo. "Monja alegre y monstruosa, pobre de mí", se lamenta, lejos del amparo de su pupitre, la protagonista de "Los desastres de Sofía".
Los personajes de Lispector son en su mayoría mujeres. Heroínas de mil rostros con una única voz. Pitonisas paganas que saben de antemano que no existe un grial pero que tampoco pueden evitar salir a su encuentro. Niñas de escuela primaria que sueñan con sus maestros mientras duermen "enroscadas", como acusa la empleada de Sofía en el cuento inaugural de La legión extranjera , adolescentes baudelerianas ávidas de estrenar su angustia ("El mensaje"), o mujeres adultas capaces de dejarse intimidar por "los ocho años altivos y bien vividos" de una vecinita trigueña, como se evidencia en el duelo verbal librado entre la escritora -álter ego de la autora- y la Ofelia del cuento que presta título a este libro. No es casual que heroínas como las de Lispector, que saben -como las de Marguerite Duras- lo que significa habitar un espacio, en silencio, apropiándoselo, sepan también cómo habitar a los otros, o en los otros, como por telepatía. Quizás ésta haya sido una de las razones por la cual Lispector fue invitada al Primer Congreso de Brujería llevado a cabo en Bogotá en 1975. Un convite que no declinó y en el que decidió leer "El huevo y la gallina", uno de los relatos más herméticos de esta compilación.
Los animales en la literatura de Lispector son un buen contrapunto para comprender aquello que los hombres no son. Algo compacto, sin fisuras. El miedo puro del pollito de "La legión extranjera" no puede competir con los vaivenes anímicos de la escritora protagonista de ese cuento. La indiferencia perfecta del basset de pelo rojizo en "Tentación" tampoco es comparable a la mezcla de desazón y sorpresa que experimenta la jovencísima pelirroja con hipo, que ve alejarse al perro con la sospecha de que se trataba de "su otra mitad en este mundo". Por otra parte, la relación de Lispector con los objetos -tal como ella lo expresó en una entrevista que, extrañamente, la encontró en Buenos Aires en marzo de 1976 para participar de la Feria del Libro- intenta asemejarse a la comunicación que Van Gogh establecía con sus muebles, sus zapatos. Es decir, un vínculo en el que las cosas, al igual que las personas, estén investidas de un "áurea" que roce lo espiritual.
Si bien las narraciones de corte surrealista -"Monos"- no están ausentes en La legión extranjera , como tampoco ciertos cuentos de apariencia liviana que cortejan el ejercicio literario -"La quinta historia"- o encumbran un suceso banal -"Tentación"-, lo que prima en el conjunto es el registro trágico. Cada drama está considerado desde la perspectiva del que lo sufre y no desde lejos, distanciado. En otras palabras, el narrador en tercera persona es empático, maternal, ágil para ponerse en el lugar del otro y adoptar su escala de valores. Hay en Lispector una obsesión por puntualizar la edad de sus personajes, y un talento extraordinario para escribir desde esa edad. Como si no hubiera enfermedad pequeña, cada cuento de Lispector invita a que el lector se sienta dentro de un cuadro del vía crucis. Sus soliloquios en primera persona son intensos, crudos, certeros. Suerte de radiografías magnificadas del dolor en las cuales ninguna terminación nerviosa escapa a la lupa de su hiperpercepción. Lispector es diestra a la hora de fabricar personajes que se creen sobrevivientes del apocalipsis, aunque la única baja en sus vidas, y en el texto, haya sido la de un ave de corral. Pese a su origen semita, el imaginario cristiano es recurrente en el interior de sus relatos, en los títulos de sus cuentos y de sus libros, como es el caso de La pasión según G. H. o El vía crucis del cuerpo , de reciente publicación en la misma colección de esta editorial en la que los textos críticos ocupan cerca de la mitad de cada volumen. No obstante, las más de las veces, este imaginario católico es empleado como mera matriz para secularizar lo bíblico o, en su defecto, expandir sus fronteras.
Escritora incontestable, Lispector no se conforma con el cliché del bien decir, o con decir de menos por temor a equivocarse. Prefiere ir hasta el fondo, pecar por exceso -"una alfombra está hecha de tantos hilos que no puedo resignarme a seguir un único hilo; mi enredo viene de que un relato está hecho de muchos relatos"- y dejarse vencer por el lenguaje -"las palabras me anteceden y me sobrepasan, me tientan y me modifican, y si no me cuido será demasiado tarde: las cosas se dirán sin que yo las haya dicho"-, tal como lo confiesa la narradora de "Los desastres de Sofía", acaso una escritora futura. No profesional, amateur , libre, como se define la propia Lispector, y como son las escritoras que pueblan con insistencia sus textos. Como si Clarice Lispector no pudiera haber sido otra cosa, no pudiera haber sido, tampoco en la ficción, más que sí misma.
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