Bioluminiscencias
De la bóveda en una gruta de Nueva Zelanda cuelgan millares de estalactitas de luz que parpadean verticalmente como en un bosque de árboles de Navidad. En algunas bahías del Caribe el que se baña de noche o hunde la mano en el agua sobre la borda de una barca ve un resplandor líquido que no es el reflejo de la Luna ni de ninguna otra luz exterior, sino la irradiación de organismos unicelulares de plancton. En las aguas más oscuras de algunos océanos se ven pequeñas luces blancas moviéndose de un lado a otro como luciérnagas submarinas. En los bosques de Indonesia hay árboles en los que chispazos de luz verdosa se repiten en todas las ramas y en casi todas las hojas, apagándose y encendiéndose a un ritmo variable. Muy hondos bajo la tierra hay escarabajos ciegos que tienen en la cabeza dos puntas redondas y rojas que brillan en la oscuridad, y largos gusanos que parecen trenes sinuosos con un faro rojo en la proa de la locomotora. Medusas transparentes se mueven en la superficie del mar como tulipas azuladas. En las noches lentas y cálidas del principio del verano, en el parque de grandes robles y arces y praderas jugosas a la orilla del Hudson, las luciérnagas trazan en el aire, en las zonas de penumbra más allá de las farolas, rápidos garabatos verdes, y la hierba se llena de puntos luminosos.
Como a los insectos voladores, que al parecer se guían por la Luna, nos atraen las luces en la oscuridad. Veíamos de niños las brasas de los cigarrillos de los adultos en las calles poco iluminadas, las velas en las capillas de las iglesias y esas lámparas de aceite que se encendían en los dormitorios de las casas la noche de los Difuntos: ruedas lisas de cartón de naipe con una mecha encendida flotando en una taza de aceite. Con los ojos de par en par mirábamos los números fosforescentes de los despertadores brillando en la oscuridad. En casa de una tía mía me subyugaba el invento moderno de un crucificado que no estaba clavado en una cruz de madera, como en el dormitorio más antiguo de mis padres, sino en una de cristal translúcido que fosforecía por dentro. Una linterna encendida bajo las sábanas hacía que la cama de uno se pareciera a aquellas tiendas de lona de los exploradores en África, iluminadas por dentro como fanales por lámparas de keroseno con una tulipa de cristal, en las noches falsas del cine. Mientras la heroína dormía era preceptivo que sobre la lona de la tienda se perfilara la silueta de un leopardo al que daría fin en el último momento con un disparo de su fusil infalible el héroe cazador.
Voy al Museo de Historia Natural de Nueva York cada vez que puedo, y siempre me veo sumergido en ese tipo de emociones primitivas, esos asombros que lindan por un lado con la fascinación de la ciencia y por el otro con la imaginación infantil. Voy para ver alguna exposición en particular o para perderme y dejarme llevar por esas salas medio en penumbra que son la enciclopedia en tres dimensiones del conocimiento humano y de la variedad ilimitada del mundo. Voy a veces con un propósito muy definido y cuando llego allí el propósito se me olvida y acabo perdiéndome en los sótanos de los minerales y de los meteoritos o en esas galerías de la última planta en las que se suceden los esqueletos fósiles de los dinosaurios y los de los mamuts y los mastodontes que cazaron hasta la extinción nuestros antepasados de no hace más de quince mil años. Voy a ver los arcos y flechas y los muñecos de trapo con que jugaban los niños en las tribus indias de las praderas, las ballenas que tallaban en marfil de morsa los Inuit, las máscaras de osos, de zorros, de salmones, de muertos, que usaban los indios de la costa noroeste del Pacífico, los cestos impermeables hechos con hierbas entrelazadas en los que recogían el agua. Voy a ver el corte en profundidad de la tierra de una granja en cada una de las estaciones del año, con su misterio de túneles y de cámaras secretas en las que los roedores guardan para el invierno sus tesoros de bellotas, y ese tronco de una secuoya en cuyos anillos concéntricos está marcada la fecha del nacimiento de Cristo, la de la caída de Constantinopla, la de la llegada de Colón a América.
Las horas se van sin que me dé cuenta, sin que se disipe ese estado de deslumbramiento en el que dejo de ser quien soy y puedo convertirme en un chico con la vida entera por delante que descubre de golpe su vocación de botánico o de biólogo o geólogo o físico. Hoy, esta última vez, el entusiasmo que he descubierto es el estudio de la bioluminiscencia. Quién no desearía ser uno de esos biólogos que descubren los patrones matemáticos en los parpadeos de las luciérnagas, o el mecanismo mediante el cual los ojos de los peces de las profundidades submarinas pueden detectar en la total oscuridad las muestras más tenues de luz. De todo eso trata la exposición que he venido a ver, Creatures of Light. Después de una puerta de cristal uno se interna en esa penumbra en la que viven las criaturas luminosas; casi tanteando, al principio, recién llegado de la claridad excesiva de la mañana de abril, ajustando la pupila. Por las alturas se enciende y se apaga una de esas maquetas que dan al museo ese aire de película fantástica de bajo presupuesto de los años cincuenta, una luciérnaga aumentada doscientas cincuenta veces, grande como un pato, con sus dos pares de alas, las unas protectoras, las otras membranosas y útiles para el vuelo, el vientre iluminándose gracias a esa reacción química que produce una claridad fría.
Maravillarse y aprender. Estimular la fabulosa capacidad humana para el conocimiento. ¿Quién necesita las fantasías tóxicas de las supersticiones religiosas, la brujería, los caprichos extravagantes del arte? Las luciérnagas macho vuelan trazando giros específicos que dejan como una firma genética en la oscuridad; en la hierba, las hembras emiten sus parpadeos, que varían según cada especie, para atraer a los machos que les parecen más prometedores. Ese centelleo que yo he observado con tanta distracción en las noches de verano es un alucinante sistema de signos a través del cual criaturas que no van a vivir más de dos semanas se aseguran la reproducción. En Indonesia, millares de machos se posan en las ramas de los árboles y sincronizan sus señales en un solo resplandor. Algunas veces, una hembra finge la intermitencia luminosa de una especie que no es la suya. Los investigadores la llaman femme fatale: el macho de la especie aludida vuela hacia ella y es inmediatamente devorado.
Criaturas marinas microscópicas captan la luz solar y la emiten de noche, y no se sabe si son animales o son plantas, porque se nutren a través de la fotosíntesis pero también absorbiendo a otros organismos. Corales submarinos resplandecen como grandes retablos barrocos. Escribo sobre estas cosas y tengo la sensación de haberlas soñado.
Creatures of Light: Nature’s Bioluminescence. The American Museum of Natural History. Nueva York. Hasta el 6 de junio de 2013. www.amnh.org .
antoniomuñozmolina.es
el dispensador dice: hubo un tiempo donde la humanidad protegía sus luces y hombres destacados la protegían del lapso de las oscuridades siderales... ello sucedía inmediatamente después al trasplante de los seres humanos a su nuevo suelo, por entonces, la Tierra. Aquellos humanos habían sido formados para comprender la significancia de las tinieblas, como ángulo de las intenciones veladas, de las nieblas como humedades asociadas a aquellas, y de las oscuridades y sus rangos más o menos impenetrables... se los llamó los "veladores de la noche"... y su tarea se extendió por miles de años hasta que su función se extinguió a manos del imperio romano y la triste historia de Masada. La historia es mayormente desconocida y ha sido olvidada con intencionalidad, sin embargo quedan minuciosos atisbos de ella en los mal llamados Manuscritos del Mar Muerto... y para ser más preciso en los Himnos del Qumrán. Aquellos hombres, muy distintos a estos... sabían "ver" en la oscuridad, y no lo hacían mediante sus ojos (muchos de ellos eran ciegos) sino a través de sus respectivas almas... con capacidades singulares para "detectar" lo que nadie podía, y ello asumiendo que aquellas habilidades eran muy distintas a las instaladas en la generación humana que cursa estos mismos tiempos. Distinguir en la noche. Ver en la oscuridad. Saber qué hay delante de uno en las nieblas cerradas. Descubrir el "qué es qué" durante las vigencias de las tinieblas envolventes. Claro está, aquella lejana humanidad se había criado aceptando que Dios era parte de la vida y que el hombre no podía abstraerse de él, colocándolo en un templo de conveniencias... tampoco Dios era punitivo y castigador tal lo entendió el cristianismo fundamentalista. Dios estaba presente en todo y compartía las rutinas de sus agraciados, protegiéndolos en la convicción de sus consciencias, mediante ángeles de la guarda y otros artilugios cósmicos y filosóficos. ¿Por qué ir a orar a un templo?... Dios estaba en los aires, en las fuentes, en los fuegos, en los suelos, y era parte de los pastos como también de cualquier otra existencia. El hombre respetaba dicho concierto... y Dios respetaba a su creación... bajo la condición de la gracia de la vida en los tiempos respirables... bajo la concesión de dones y bajo las diversas expresiones de los talentos... eran tiempos donde el hombre y naturaleza eran parte del mismo paisaje, indivisible. Entender la "oscuridad" era parte del entramado de las cuentas largas, que ya por entonces contaban con varias vueltas y cientos de miles de años de andar y andar... atrás había quedado la épica de Horus y sus gestas, mitos y leyendas que se apagaron hasta extinguirse y transformarse en "cuentos" propiciatorios de intereses que nadie entiende... cuando se pierden los sentidos originales, lo que se esfuman son justamente los sentidos. Por entonces, las luminiscencias eran ángulos de una geometría de conocimientos respetables... en el suelo como en los mares... en los abismos como en los aires...
el dispensador agrega: los veladores de la noche tenían un papel protagónico, algo semejante a un baqueano, a un guía de sensibilidades singulares... tanto como un escriba... tanto como... distinguir las luces entre las oscuridades, o bien, las dichas oscuridades en las luces escurridizas. Sabían escuchar la "oscuridad" y tomar distancia de las habilidades de los hijos de las tinieblas, hijos que por entonces respetaban las pautas de los espíritus y sus almas... "la decisión de estar en la luz, es sólo del hombre en su gracia"... "la decisión de estar en las tinieblas, es sólo del hombre en su gracia"... nadie puede tomar su alma para derecho propio. Lo más importante de una persona, era su dignidad individual y detrás, su convicción... luego venían los dones traducidos a talentos... escriba o ebanista... astrónomo o curador... y las gentes se respetaban asumiendo que todos dependían de todos y que hacer el bien a un extraño, regresaba a quien había extendido la mano al modo de una bendición. "Dar" implicaba "ser y estar"... y la humanidad funcionaba a modo de un "ovillo"... nadie sabía dónde quedaban los extremos. Entonces, ¿por qué prescindir del prójimo?...si él era parte de la propia tribu y algún día, sería parte del consejo de ancianos?... según sus sapiencias?...
el dispensador concluye: los vapores de aquellos tiempos aún flotan en los aires, pero el homnre está incapaz de comprender las diferencias... todo es lo mismo... todo da igual... las gentes viven apuradas arrollando cualquier cosa que los rodea, porque el hombre ya no es parte de su día ni tampoco de sus noches... mucho menos es consciente propietario de su destino... vive apurado tratando de "sobrevivir" y coexistir en un medio intensamente hostil que busca deformarlo para mediocrizarlo y someterlo a raras voluntades de prójimos que hacen uso y abuso del día y de su noche. Los veladores de la noche ya no forman parte del concierto de las sabidurías comunes y los académicos actuales no admitirían que esta, fuese en sí misma, una ciencia reveladora de abismos y desfiladeros. El hombre de hoy, se pretende "dueño" de un universo, al tiempo que entiende a la creación como una obligación de Dios, que el (hombre) puede manipular a su antojo... no hay verbo... el espacio se compra y se vende al igual que las dignidades, las convicciones y los conocimientos. Este hombre toma para sí todo lo que no le pertenece, y hace de la Tierra y sus días una condena semejante a un infierno que tiene fecha de vencimiento... entonces, todo lo que hay detrás, también padece de la misma condición y de la misma circunstancia. Mientras te cuento esto, aparece en mi memoria los legados del Bardo... un hombre y una mujer se juntan... los espermatozoides llegan a un óvulo y lo fecundan... en sus placeres, ninguno de los dos se da cuenta que han abierto la sinfonía de las esferas... la matriz se ha abierto... un alma se escurre desde el allá y comienza a "ser" en el preciso instante en que óvulo y espermatozoide se hacen uno, es decir, se hacen vida, en el primer segundo posterior a la unión... aquello que fue placer y pasión, oportunismo o despojo, se ha transformado en "vida" y sus protagonistas caminan ya mismo a ser padres... de una criatura humana de la que no serán dueños, apenas serán padres, por un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo. Esa criatura, antes de anidar en un óvulo fecundado, ha pasado por la sala de los ecos, una dimensión donde los ángeles inscriben el destino en el libro de la vida... también ha pasado por la sala de los dones, otra dimensión donde los ángeles hacen de la futura vida un "brote" del árbol de la vida, ése que contiene los linajes y sus herencias... y ha pasado, además, por la sala de los hálitos, donde el Espíritu Santo, además de otorgar la gracia, ha dejado su aliento sobre los sentidos de aquel que cambia la dimensión hacia la espesura... los veladores de la noche han quedado atrás... pero el hombre ya no sabe para qué vive... y cree, en su soberbia y su desprecio, que aquello que lo molesta, puede ser quitado de encima por el ejercicio de un raro derecho, el de burlar la vida. Esta Tierra ha perdido la capacidad de distinguir las luces de las tinieblas... y cree que todo es lo mismo... o que todo da lo mismo... hoy, los veladores se representan en teclas que encienden o apagan una luz artificial y mentirosa... y el mundo del hombre ha sido tomado por asalto por las tinieblas que dominan por doquier, creando espejismos de ángeles e ilusiones de consciencias... los veladores de la noche se han apagado y mientras tanto, el hombre que ha dejado de ser sapiens para transformarse en "contemptum" o "contemptim" (desprecio, o despreciativo) ya no se soporta a sí mismo... pero... pero... pero... sin ovillo no hay humanidad, sin madeja no hay raza humana, y sin valores genuinos, la vida es un mero reflejo de una utopía. Mayo 07, 2012.-
No maten a las abejas, tampoco a las luciérnagas...
Como a los insectos voladores, que al parecer se guían por la Luna, nos atraen las luces en la oscuridad. Veíamos de niños las brasas de los cigarrillos de los adultos en las calles poco iluminadas, las velas en las capillas de las iglesias y esas lámparas de aceite que se encendían en los dormitorios de las casas la noche de los Difuntos: ruedas lisas de cartón de naipe con una mecha encendida flotando en una taza de aceite. Con los ojos de par en par mirábamos los números fosforescentes de los despertadores brillando en la oscuridad. En casa de una tía mía me subyugaba el invento moderno de un crucificado que no estaba clavado en una cruz de madera, como en el dormitorio más antiguo de mis padres, sino en una de cristal translúcido que fosforecía por dentro. Una linterna encendida bajo las sábanas hacía que la cama de uno se pareciera a aquellas tiendas de lona de los exploradores en África, iluminadas por dentro como fanales por lámparas de keroseno con una tulipa de cristal, en las noches falsas del cine. Mientras la heroína dormía era preceptivo que sobre la lona de la tienda se perfilara la silueta de un leopardo al que daría fin en el último momento con un disparo de su fusil infalible el héroe cazador.
Voy al Museo de Historia Natural de Nueva York cada vez que puedo, y siempre me veo sumergido en ese tipo de emociones primitivas, esos asombros que lindan por un lado con la fascinación de la ciencia y por el otro con la imaginación infantil. Voy para ver alguna exposición en particular o para perderme y dejarme llevar por esas salas medio en penumbra que son la enciclopedia en tres dimensiones del conocimiento humano y de la variedad ilimitada del mundo. Voy a veces con un propósito muy definido y cuando llego allí el propósito se me olvida y acabo perdiéndome en los sótanos de los minerales y de los meteoritos o en esas galerías de la última planta en las que se suceden los esqueletos fósiles de los dinosaurios y los de los mamuts y los mastodontes que cazaron hasta la extinción nuestros antepasados de no hace más de quince mil años. Voy a ver los arcos y flechas y los muñecos de trapo con que jugaban los niños en las tribus indias de las praderas, las ballenas que tallaban en marfil de morsa los Inuit, las máscaras de osos, de zorros, de salmones, de muertos, que usaban los indios de la costa noroeste del Pacífico, los cestos impermeables hechos con hierbas entrelazadas en los que recogían el agua. Voy a ver el corte en profundidad de la tierra de una granja en cada una de las estaciones del año, con su misterio de túneles y de cámaras secretas en las que los roedores guardan para el invierno sus tesoros de bellotas, y ese tronco de una secuoya en cuyos anillos concéntricos está marcada la fecha del nacimiento de Cristo, la de la caída de Constantinopla, la de la llegada de Colón a América.
Las horas se van sin que me dé cuenta, sin que se disipe ese estado de deslumbramiento en el que dejo de ser quien soy y puedo convertirme en un chico con la vida entera por delante que descubre de golpe su vocación de botánico o de biólogo o geólogo o físico. Hoy, esta última vez, el entusiasmo que he descubierto es el estudio de la bioluminiscencia. Quién no desearía ser uno de esos biólogos que descubren los patrones matemáticos en los parpadeos de las luciérnagas, o el mecanismo mediante el cual los ojos de los peces de las profundidades submarinas pueden detectar en la total oscuridad las muestras más tenues de luz. De todo eso trata la exposición que he venido a ver, Creatures of Light. Después de una puerta de cristal uno se interna en esa penumbra en la que viven las criaturas luminosas; casi tanteando, al principio, recién llegado de la claridad excesiva de la mañana de abril, ajustando la pupila. Por las alturas se enciende y se apaga una de esas maquetas que dan al museo ese aire de película fantástica de bajo presupuesto de los años cincuenta, una luciérnaga aumentada doscientas cincuenta veces, grande como un pato, con sus dos pares de alas, las unas protectoras, las otras membranosas y útiles para el vuelo, el vientre iluminándose gracias a esa reacción química que produce una claridad fría.
Maravillarse y aprender. Estimular la fabulosa capacidad humana para el conocimiento. ¿Quién necesita las fantasías tóxicas de las supersticiones religiosas, la brujería, los caprichos extravagantes del arte? Las luciérnagas macho vuelan trazando giros específicos que dejan como una firma genética en la oscuridad; en la hierba, las hembras emiten sus parpadeos, que varían según cada especie, para atraer a los machos que les parecen más prometedores. Ese centelleo que yo he observado con tanta distracción en las noches de verano es un alucinante sistema de signos a través del cual criaturas que no van a vivir más de dos semanas se aseguran la reproducción. En Indonesia, millares de machos se posan en las ramas de los árboles y sincronizan sus señales en un solo resplandor. Algunas veces, una hembra finge la intermitencia luminosa de una especie que no es la suya. Los investigadores la llaman femme fatale: el macho de la especie aludida vuela hacia ella y es inmediatamente devorado.
Criaturas marinas microscópicas captan la luz solar y la emiten de noche, y no se sabe si son animales o son plantas, porque se nutren a través de la fotosíntesis pero también absorbiendo a otros organismos. Corales submarinos resplandecen como grandes retablos barrocos. Escribo sobre estas cosas y tengo la sensación de haberlas soñado.
Creatures of Light: Nature’s Bioluminescence. The American Museum of Natural History. Nueva York. Hasta el 6 de junio de 2013. www.amnh.org .
antoniomuñozmolina.es
el dispensador dice: hubo un tiempo donde la humanidad protegía sus luces y hombres destacados la protegían del lapso de las oscuridades siderales... ello sucedía inmediatamente después al trasplante de los seres humanos a su nuevo suelo, por entonces, la Tierra. Aquellos humanos habían sido formados para comprender la significancia de las tinieblas, como ángulo de las intenciones veladas, de las nieblas como humedades asociadas a aquellas, y de las oscuridades y sus rangos más o menos impenetrables... se los llamó los "veladores de la noche"... y su tarea se extendió por miles de años hasta que su función se extinguió a manos del imperio romano y la triste historia de Masada. La historia es mayormente desconocida y ha sido olvidada con intencionalidad, sin embargo quedan minuciosos atisbos de ella en los mal llamados Manuscritos del Mar Muerto... y para ser más preciso en los Himnos del Qumrán. Aquellos hombres, muy distintos a estos... sabían "ver" en la oscuridad, y no lo hacían mediante sus ojos (muchos de ellos eran ciegos) sino a través de sus respectivas almas... con capacidades singulares para "detectar" lo que nadie podía, y ello asumiendo que aquellas habilidades eran muy distintas a las instaladas en la generación humana que cursa estos mismos tiempos. Distinguir en la noche. Ver en la oscuridad. Saber qué hay delante de uno en las nieblas cerradas. Descubrir el "qué es qué" durante las vigencias de las tinieblas envolventes. Claro está, aquella lejana humanidad se había criado aceptando que Dios era parte de la vida y que el hombre no podía abstraerse de él, colocándolo en un templo de conveniencias... tampoco Dios era punitivo y castigador tal lo entendió el cristianismo fundamentalista. Dios estaba presente en todo y compartía las rutinas de sus agraciados, protegiéndolos en la convicción de sus consciencias, mediante ángeles de la guarda y otros artilugios cósmicos y filosóficos. ¿Por qué ir a orar a un templo?... Dios estaba en los aires, en las fuentes, en los fuegos, en los suelos, y era parte de los pastos como también de cualquier otra existencia. El hombre respetaba dicho concierto... y Dios respetaba a su creación... bajo la condición de la gracia de la vida en los tiempos respirables... bajo la concesión de dones y bajo las diversas expresiones de los talentos... eran tiempos donde el hombre y naturaleza eran parte del mismo paisaje, indivisible. Entender la "oscuridad" era parte del entramado de las cuentas largas, que ya por entonces contaban con varias vueltas y cientos de miles de años de andar y andar... atrás había quedado la épica de Horus y sus gestas, mitos y leyendas que se apagaron hasta extinguirse y transformarse en "cuentos" propiciatorios de intereses que nadie entiende... cuando se pierden los sentidos originales, lo que se esfuman son justamente los sentidos. Por entonces, las luminiscencias eran ángulos de una geometría de conocimientos respetables... en el suelo como en los mares... en los abismos como en los aires...
el dispensador agrega: los veladores de la noche tenían un papel protagónico, algo semejante a un baqueano, a un guía de sensibilidades singulares... tanto como un escriba... tanto como... distinguir las luces entre las oscuridades, o bien, las dichas oscuridades en las luces escurridizas. Sabían escuchar la "oscuridad" y tomar distancia de las habilidades de los hijos de las tinieblas, hijos que por entonces respetaban las pautas de los espíritus y sus almas... "la decisión de estar en la luz, es sólo del hombre en su gracia"... "la decisión de estar en las tinieblas, es sólo del hombre en su gracia"... nadie puede tomar su alma para derecho propio. Lo más importante de una persona, era su dignidad individual y detrás, su convicción... luego venían los dones traducidos a talentos... escriba o ebanista... astrónomo o curador... y las gentes se respetaban asumiendo que todos dependían de todos y que hacer el bien a un extraño, regresaba a quien había extendido la mano al modo de una bendición. "Dar" implicaba "ser y estar"... y la humanidad funcionaba a modo de un "ovillo"... nadie sabía dónde quedaban los extremos. Entonces, ¿por qué prescindir del prójimo?...si él era parte de la propia tribu y algún día, sería parte del consejo de ancianos?... según sus sapiencias?...
el dispensador concluye: los vapores de aquellos tiempos aún flotan en los aires, pero el homnre está incapaz de comprender las diferencias... todo es lo mismo... todo da igual... las gentes viven apuradas arrollando cualquier cosa que los rodea, porque el hombre ya no es parte de su día ni tampoco de sus noches... mucho menos es consciente propietario de su destino... vive apurado tratando de "sobrevivir" y coexistir en un medio intensamente hostil que busca deformarlo para mediocrizarlo y someterlo a raras voluntades de prójimos que hacen uso y abuso del día y de su noche. Los veladores de la noche ya no forman parte del concierto de las sabidurías comunes y los académicos actuales no admitirían que esta, fuese en sí misma, una ciencia reveladora de abismos y desfiladeros. El hombre de hoy, se pretende "dueño" de un universo, al tiempo que entiende a la creación como una obligación de Dios, que el (hombre) puede manipular a su antojo... no hay verbo... el espacio se compra y se vende al igual que las dignidades, las convicciones y los conocimientos. Este hombre toma para sí todo lo que no le pertenece, y hace de la Tierra y sus días una condena semejante a un infierno que tiene fecha de vencimiento... entonces, todo lo que hay detrás, también padece de la misma condición y de la misma circunstancia. Mientras te cuento esto, aparece en mi memoria los legados del Bardo... un hombre y una mujer se juntan... los espermatozoides llegan a un óvulo y lo fecundan... en sus placeres, ninguno de los dos se da cuenta que han abierto la sinfonía de las esferas... la matriz se ha abierto... un alma se escurre desde el allá y comienza a "ser" en el preciso instante en que óvulo y espermatozoide se hacen uno, es decir, se hacen vida, en el primer segundo posterior a la unión... aquello que fue placer y pasión, oportunismo o despojo, se ha transformado en "vida" y sus protagonistas caminan ya mismo a ser padres... de una criatura humana de la que no serán dueños, apenas serán padres, por un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo. Esa criatura, antes de anidar en un óvulo fecundado, ha pasado por la sala de los ecos, una dimensión donde los ángeles inscriben el destino en el libro de la vida... también ha pasado por la sala de los dones, otra dimensión donde los ángeles hacen de la futura vida un "brote" del árbol de la vida, ése que contiene los linajes y sus herencias... y ha pasado, además, por la sala de los hálitos, donde el Espíritu Santo, además de otorgar la gracia, ha dejado su aliento sobre los sentidos de aquel que cambia la dimensión hacia la espesura... los veladores de la noche han quedado atrás... pero el hombre ya no sabe para qué vive... y cree, en su soberbia y su desprecio, que aquello que lo molesta, puede ser quitado de encima por el ejercicio de un raro derecho, el de burlar la vida. Esta Tierra ha perdido la capacidad de distinguir las luces de las tinieblas... y cree que todo es lo mismo... o que todo da lo mismo... hoy, los veladores se representan en teclas que encienden o apagan una luz artificial y mentirosa... y el mundo del hombre ha sido tomado por asalto por las tinieblas que dominan por doquier, creando espejismos de ángeles e ilusiones de consciencias... los veladores de la noche se han apagado y mientras tanto, el hombre que ha dejado de ser sapiens para transformarse en "contemptum" o "contemptim" (desprecio, o despreciativo) ya no se soporta a sí mismo... pero... pero... pero... sin ovillo no hay humanidad, sin madeja no hay raza humana, y sin valores genuinos, la vida es un mero reflejo de una utopía. Mayo 07, 2012.-
No maten a las abejas, tampoco a las luciérnagas...
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