miércoles, 21 de mayo de 2014

CABALLOS SALVAJES ► Susana Fortes: «Pedro Salinas era un poeta brillante, sensible, lúcido, un catedrático con pajarita? pero no era un tipo valiente» - ABC.es

Susana Fortes: «Pedro Salinas era un poeta brillante, sensible, lúcido, un catedrático con pajarita? pero no era un tipo valiente» - ABC.es



Susana Fortes: «Pedro Salinas era un poeta brillante, sensible, lúcido, un catedrático con pajarita… pero no era un tipo valiente»

Día 20/05/2014 - 18.26h

«El amor no es un verso libre» novela la pasión 

por Katherine Whitmore, que inspiró «los más 

bellos poemas de amor de la literatura española 

contemporánea»



Susana Fortes: «Pedro Salinas era un poeta brillante, sensible, lúcido, un catedrático con pajarita… pero no era un tipo valiente»

CORINA ARRANZ


La novelista Susana Fortes en la playa valenciana de La Malvarrosa el pasado mes de abril.


Novela a novela, Susana Fortes va consolidando una forma de estar en el mundo y, por lo tanto, de escribirlo. Nacida en Pontevedra (1959), estudió Historia en Santiago de Compostela y en Barcelona. Reside en Valencia, donde enseña historia del arte en un instituto, una de sus pasiones, junto al cine. Entre sus obras destacan las últimas, «Quattrocento» y «Esperando a Robert Capa» (traducida a 14 idiomas y que espera su versión en cine: Michael Mann compró los derechos). Acaba de publicar «El amor no es un verso libre» (Suma de Letras), recreación de la pasión de Pedro Salinas por la estadounidense Katherine Whitmore, la mujer que inspiró «los más bellos poemas de amor de la literatura española contemporánea»,libros como «Razón de amor» y «La voz a ti debida». Cree una novelista que se estrenó en el mundo literario con «Querido Corto Maltés», que le granjeó en 1994 el premio Nuevos Narradores de novela Tusquets, que «Pedro Salinas era un poeta brillante, sensible, lúcido, un catedrático con pajarita… pero no era un tipo valiente».
—Dice en los primeros compases del libro, hablando de Kate: «Sabe más cosas de sí misma, que es la clase de conocimiento que hace atractivas a las personas». ¿Es así, si se observa a sí misma? ¿La autora piensa lo mismo que su personaje?
—Sí, yo creo que el conocimiento sobre uno mismo es esencial. Es decir, hay una edad en la vida en la que uno empieza a vender la introspección, y vende el tener más claves, la inteligencia, la ironía, la experiencia, forman parte del carisma de las personas. Con veinte años tienes poco trabajado eso. La novela empieza en un momento en el que Kate ya no es la chavala de veinte años que llega a la Residencia de Estudiantes y que tiene una idea idealizada de España, como todos estos viajeros de los años treinta, ingleses..., esa idea de España, el Quijote. Ella es una hispanista, una enamorada de la literatura española. Pero con todo ese idalismo al llegar se encuentra con el país de carne y hueso, y vive una experiencia personal dura, política, y después de todo eso es otra mujer, y esa mujer es más interesante, menos ingenua, menos naif, con más aristas.
—¿La conclusión podría ser que la inteligencia es más seductora que la belleza?
—Según para gustos. Para mí, desde luego, sin ninguna duda. Para mí sin ninguna duda. Te enamoras de una historia, no te enamoras de una cara, a partir de cierta edad, sobre todo. Te enamoras de una historia que hay detrás de ese semblante.
—Va deslizando rasgos de la personalidad de la protagonista, como cuando dice, «a pesar de los años, seguía fiando su instinto a la complicidad con la que se forjan las grandes alianzas en la infancia». ¿Cuántos de esos rasgos comparte el personaje con su autora?
—Eso lo comparto. En las novelas haces eso. En algunos personajes, no de una forma total, pero siempre vas proyectando tus gustos literarios, musicales, tus carencias, afectos. Kate tiene un mundo de la infancia que tiene mucho que ver con mi infancia. Es un mundo en la América rural, es un mundo de caballos, libre, de los grandes descampados, de sus primos, con los que ella vivió. Todo ese mundo de los juegos infantiles que está muy presente en todo lo que es el patrón de ella es un mundo con el que yo me identifico mucho. Yo también me crié en un mundo de caballos salvajes. Yo también soy una chica del Oeste, aunque sea del Noroeste. Me identifico mucho con esa infancia libre, una infancia un poco a lo Tom Sawyer.
—¿Cuánto le hubiera gustado a la autora ser Kate Moore, vivir la vida y la época que vivió aquí en España?
—Fueron unos años duros. Ella vivió los años más duros de la República. La novela está centrada en la época del bienio de derechas, del bienio negro, y en medio de un gran escándalo político, y cuando todavía se dictaban sentencias de muerte todos los días, tras la revuelta de Asturias del 34. Y ella venía con una visión de España muy idealizada, como señalaba antes. Ella venía con una idea muy literaria, fruto de sus lecturas, como muchísimos autores anglosajones de esa época, y encontrarse con el país real, el olor de España, «un país que huele a incendio recién apagado». Madrid es una ciudad rugiente, es una ciudad fabulosa, en donde mejor se piropea del mundo, y ella se queda fascinada con todo eso. Pero al mismo tiempo es una ciudad a la que poco a poco le va viendo las costuras, porque dentro de ese mundo hay muchos mundos: está el Madrid del Palace, de las fiestas, de la Residencia de Estudiantes, que era muy cosmopolita, con Buñuel, Dalí, Lorca, todo ese ambiente, glamuroso, pero al mismo tiempo está el ambiente de la Ribera de Curtidores, de los callejones oscuros, los sótanos donde opera este personaje, el comandante Doval, que es un personaje real, donde se tortura. Es el Madrid donde ya se empieza a palpar la tragedia de la guerra civil. La revuelta de Asturias por un lado y el escándalo del estraperlo en el que se pierde la fe en las instituciones. La guerra estaba al caer. Esas dos cuestiones marcan ese Madrid. Entonces ella viene a un Madrid idílico y se encuentra con un país, y le cuesta aprenderlo, porque ella viene enamorada, de España y de todo lo que refleja. Le cuesta aceptar la realidad, y le sale caro.
—«Me va a llevar toda la vida aprender todo lo que he visto aquí». No puede ser una errata, porque una americana como ella no podía haber dicho «aprender» sin que resultara poco verosímil. Entonces, la frase adquiere otra enjundia, otra voluntad, muy poderosa que exige una explicación pormenorizada por parte de la autora. ¿Qué quiere decir?
—Me parece recordar que ella comenta eso en un paseo en el que el, Álvaro Díaz-Ugarte, le enseña Madrid. Ella empieza a sacar sus conclusiones, porque es una mujer muy intuitiva, sobre él. Todavía no lo conoce a fondo, le resulta un tipo atractivo, pero no se acaba de fiar. Hay cosas que no le encajan, pero por otra parte se deja arrastrar por el ambiente popular, los puestos de conejos, de gallinas, el regateo, algo a lo que ella no está acostumbrada, y es como un mundo muy exótico para ella, que en algún momento le puede recordar a los barrios de inmigrantes de Nueva York, a los barrios italianos...Pero ella está poniendo un pie en un mundo del que no tiene las claves, y que contrasta con la imagen idealizada que traía, este es un país noble, de virtudes nobles. Ella siente un desprecio profundo, como muchos americanos cultos y eruditos de su época, hacia su país, muy pragmático, el país de la producción en serie. España es todo lo contrario, un país con solera, de virtudes aristocráticas, con virtudes nobles, y ve cómo todo eso se le va desmoronando poco a poco. Y eso lleva toda una vida aprenderlo, claro.
—«Se quedó allí de pie un rato mirando la distancia que enmarcaban los árboles hacia la acequia que llevaba el agua del riego a las huertas del otro lado de la Castellana, entre Madrid y el campo, en el límite donde terminaba la ciudad. Los misterios». Ese punto y seguido y esas dos palabras son un verdadero hallazgo. Y también un misterio en sí mismo. ¿Cómo se fía de la respiración de la sintaxis? ¿Cuánto pesa el ritmo y cómo lo concibe, con perfecto control de la materia narrativa o dejándose sorprender por la propia imantación de las palabras?
—Pues no lo hago de una forma premeditada. Hay mucha documentación previa. Pero es la propia prosa la que te lleva ahí, es un estilo de escribir. En mis primeras novelas yo tenía un estilo mucho más barroco, mucho más adjetivado. Pero también mis gustos como lectora han cambiado. Hay más vanidad cuando empiezas, y entonces quieres mostrar tus armas, como un pavo real: sacar las plumas. Y las plumas son los adjetivos, son el recrearte en las palabras, el demostrar lo bien que lo puedes hacer, y describir un párrafo, y poco a poco te vas haciendo mucho más contenido. Es lo que Juan Marsé llama «prosa sonajero». Poco a poco le aplicas la vibradora universal y todo lo que se desprende sobra, lo que queda es el hueso. De ahí llego a «los misterios. Punto». Una palabra y un punto sugieren muchísimo más que un párrafo entero. La economía de léxico y narrativo y de ir a lo esencial es mucho más eficaz a la hora de contar, e incluso es más poética, desde mi punto de vista. Con menos dices más. La poesía es eso.
—¿Y también han cambiado sus gustos literarios, santos de su devoción han ido cambiando?
—Siguen siendo santos de mi devoción, porque nunca renuncias del todo a tus orígenes. Por ejemplo, a mí me gustaban autores muy barrocos, como Alejo Carpentier, que es un magnífico escritor, con libros como «El siglo de las luces», pero cada vez me gustan autores mucho más concisos, como lo que suelen hacer los autores de literatura policiaca, como Benjamin Black [el seudónimo de John Banville para novela negra]. Las descripciones psicológicas... Inevitablemente vas eligiendo un camino, y ese camino te lleva por donde te lleva y yo creo que en la trayectoria de un escritor acaba siendo mucho más determinante el verbo que el adjetivo. Probablemente en los primeros pasos empieza siendo el adjtivo, pero gana la batalla el verbo. El verbo es lo que manda.
—Llegamos al episodio del baile, cuando Kate siente que se están moviendo «sobre una frágil lámina de hielo extremadamente quebradiza». ¿Cómo controla la autora la estructura dramática, el avance de las emociones en la fibra de los personajes? ¿Cómo se sirve de su propio conocimiento del mundo y del alma para presentar a sus criaturas? Es decir, ¿cuánto las conoce antes de empezar a verlos crecer y desenvolverse? ¿Cuánto se asoma al brocal de sus personalidades y cuánto se asombra de lo que descubre en el pozo de cada identidad?
—Eso es así siempre, a medida que escribes una novela vas descubriendo aspectos de tus personajes que no sabías. Es distinto si la novela es solo ficción o te basas en algo de personajes reales como es en este caso. Perolos personajes conforme respiran se van construyendo a sí mismos. Yo tengo datos sobre su psicología, sobre su personalidad, pero en una novela llega un momento en que el personaje hace así [y Susana Fortes abre los brazos] y respira, y entonces tratas de que vean a Kate, que el lector vea que es una rubia flaca, desgarbada, que llega de América, que viste de una manera tal, pecosa, con el pelo cortado de una manera, que es muy intuitiva, intuyes que tiene alguna herida, que viene de algún pasado, que tiene algo que olvidar. Pero no lo tienes todo. Poco a poco ese personaje va respirando solo, va abriéndose camino. En mi manera de trabajar no está todo cerrado de antemano con respecto a la personalidad del personaje, conforme avanzan las páginas va creciendo también. Esa es mi manera de trabajar, yo también lo voy descubriendo en su proceso, y una vez que se ha construido su alma [en ese momento, como si estuviera escuchando nuestra conversación, a distancia, al barman se le hace trizas un vaso y hace un estruendo de mil demonios] pues trato de seguir sus pasos.
—¿Pero no hasta el punto de Unamuno, que el personaje toma conciencia de sí y se rebela contra el autor?
—No, y menos en estas novelas donde te inspiras (porque tampoco es una biopic, no es una novela biográfica) en personajes reales. Esto está inspirado en el romance entre el poeta Pedro Salinas y Katherine Whitmore, pero no es es un seguimiento absoluto, biográfico, ni muchísismo menos. Pero de los dos me interesaba sobre todo ella, porque él es el poeta conocido, todos hemos leído sus versos, son los mejores poemas de amor de la literatura española contemporánea («La voz a ti debido», «Largo lamento»...), y, entonces, la mujer que inspiró estos poemas, quién era, cómo era, estaba en la sombra. Nadie sabía nada de ella, hasta que se publicaron las cartas. Ella fue siempre discretísima, y a mí me interesaba saber quién era esta mujer, cómo pensaba, qué le supuso venir aquí, cómo se enamoró de esta manera, cómo fue esa historia de amor, y por qué. Ella, ¿no? Ella. Me interesaba ella, más que él, el gran poeta.
—La siguiente pregunta la acaba de responder, pero de todos modos viene a corroborarlo: ¿Es Álvaro Díaz-Ugarte el alter ego de Pedro Salinas y es Kate Moore la doble de Katherine Whitmore, la estadounidense a la que dedicó «La voz a ti debida»?
—Es y no es. Son y no son. Evidentemente la novela está inspirada en este romance que inspiró a su vez los mejores versos del poeta. Es curioso cómo todo el mundo de esa generación estaba en el ajo, sabían que ahí había una historia de amor, y también es muy conmovedor cómo los protegen, cuando hay un amor que es sólido hay un intento como de cubrirles las espaldas, porque era un amor clandestino. Él estaba casado, eran otros tiempos, existía la cuestión de la reputación, él tenía un papel político importante también, no solo com escritor. Él era un poeta contra las cuerdas. En las memorias de Julián Marías le preguntan, porque esta es una pregunta que se hacía mucho: ¿es verdad que la trilogía del amor está dedicada a Katherine Whitmore? Y este no se quiera mojar y no dice ni que sí ni que no, pero desde luego ella lo merecía. Y Jorge Guillén, que de alguna forma intervino para que ella, que era una mujer superdiscreta, decidiera ceder las cartas. Guillén la convenció de que era un material literario de primera magnitud para conocer la obra de Salinas...
—¿Las cartas que le escribió él?
—Las cartas que le escribió él a ella.
—¿Y las que le escribió ella a él?
—No, porque esas supongo que las tiene la familia de él, que no quiere darlas a conocer. Cierto que una correspondencia es algo de doble sentido, pero las únicas cartas que se conservan que se han publicado, y que están en Harvard, en la Huftington Library (pero también en Madrid, microfilmadas, en la Residencia de Estudiantes, y se pueden consultar). Son deliciosas, en las que ves a un hombre absolutamente enamorado...
—¿Poeta adolescente, casi?
—Casi, con los toques de ternura que parece un crío de instituto en aquel momento, enamorado. Las cartas de ella a él no están accesibles, y la hija, Solita, nunca ha querido hablar de ello, un poco por la memoria de su madre. En cualquier caso esto no le resta nada a la figura de su padre, pero son estas cosas familiares que entiendes, que se han dado con todos los poetas, con Lorca, con todos, ha habido este debate. Al final las cartas de él se publicaron, que es esta edición magnífica, dirigida por Enric Bou, en Tusquets. Yo las leí en su momento y me conmovieron y me gustaron mucho. Entonces me quedé con esa copla. Hay un texto de ella en una de las cartas, una reflexión. Apunta una cosa que a mí me dio que pensar y que me resultó muy conmovedora. Una historia que ella cuenta: estaba ya en su universidad, preparando una clase de español, y en un momento dado se asomó a la ventana, que es como empieza la novela, está nevando, falta poco para Navidad, y de repente, ese día, después de estar mucho tiempo sin tener noticias de él, se acerca a la ventana y lo ve. Lo ve en las canchas, lo ve, pero es tan inverosímil, y la forma en que lo cuenta, que de puro inverosímil tiene que ser verdad. Y entonces le viene todo ese mundo a la memoria, se acuerda de todo, y al pasar unos días (esto era el 4 de diciembre de 1951), y dos días después le llega el telegrama de que ese día, esa mañana, se había muerto Salinas. Ella no sabía que estaba enfermo, ni siquiera. Ese día que ella se acercó a la ventana ocurrió una de esas cosas que te puede creer o no. Ella lo cuenta de una forma muy conmovedora. Esa es la imagen que yo utilicé para el arranque de la novela, por eso lo de cuando una mujer se asoma a la ventana...
—Como no hay «nada sobre ella» eso le ha dado pie a construirla a partir de su imaginación y de los poemas que le dedicó y las cartas que le envió?
—Los poemas han sido fundamentales para construir el personaje de ella y la historia de amor. Hay uno fabuloso, que era el favorito de ella, que Salinas lo escribió precisamente aquí al lado [hablamos en un hotel frente a La Malvarrosa] en una escapada a la playa de Ifach: «Qué día sin pecado!/ La espuma, hora tras hora/ infatigablemente./ Fue blanca, blanca, blanca./ Inocentes materias, los cuerpos y las rocas/ -desde cénit total/ mediodía absoluto-/ estaban/ viviendo de la luz y en ella./ Aún no se conocían/ la conciencia y la sombra». Es el trasfondo de su historia de amor.
—¿Era Salinas mejor poeta que hombre? ¿Y Díaz-Ugarte?
Cuestiones morales no entramos a valorar. A mí en algún momento me ponía bastante de los nervios, y a ella también. Como dije antes, él era un poeta contra las cuerdas. Era un hombre como tantos, un hombre atrapado entre el corazón y la cabeza. Un hombre que está casado, que tiene hijos, que tiene compromisos, que tiene una reputación, porque eso también era importante en esa época. Un gran poeta que tiene una carrera literaria por delante, que vive en un Madrid donde los poetas también tenían sus cargos políticos y eran embajadores de la República. Yo creo que él era un hombre bueno, pero no era un hombre valiente. Como poeta era el mejor, pero como hombre era un hombre acorralado en estas circunstancias.
—Llama la atención lo que comenta su amigo Bergamín, que uno puede ser y hacer lo que le dé la gana siempre que vuelva a cenar a casa, que es un retrato de una época...
—De una generación.
—Pero un hombre que se ha presentado siempre tan crítico...
—Pero muy católico. Bergamín decía una frase que a mí me hace mucha gracia: con los comunistas hasta el fin del mundo, pero ni un paso más. Después ya está Dios. Madrid y España estaban a caballo entre dos mundos, entre el siglo XIX y un mundo que estaba naciendo. Ya había mujeres muy rompedoras, había nuevas inquietudes, otro tipo de mujer, se estaban estableciendo nuevas relaciones, Gerda Taro, Robert Capa, la Institución Libre de Enseñanza... Estaba naciendo, pero todavía no estaba consolidado en la sociedad, todavía pesaban mucho los convencionalismos, las tradiciones, las reputaciones. Madrid era también un patio de comadres, de dimes y diretes. Y ella era una mujer americana más libre en ese sentido, más joven. No tenía que perder. Él lo tenía todo que perder. También hay un choque de mentalidades. Porque ella estaba muy enamorada de todo lo español, de la pintura, de la literatura, pero era americana, no era española. No acababa de entender ese peso de las tradiciones, ese catolicismo tan arraigado. Ella no lo podía entender.
Realmente lo tenían muy difícil en la sociedad de los años treinta. Defender un amor clandestino que implicaba la infidelidad y el escándalo exigía coraje y Salinas, como le decía, era un poeta brillante, sensible, lúcido, un catedrático con pajarita… pero no era un tipo valiente. Quizá no podía serlo. De todas formas a esa imposibilidad le debemos los más bellos poemas de amor de la literatura española contemporánea, «La voz a ti debida».  Si  Dante y Beatriz se hubieran casado  probablemente nos habríamos perdido «La divina comedia». Tal vez ellos perdieron, pero nosotros salimos ganando.  Son las paradojas entre la literatura y la vida.  
Lo cierto es que Salinas nunca entendió que ella no aceptase mantener aquella situación. Una vez Kate intentó explicárselo desde su punto de vista de mujer, y él le respondió: «La verdad es que no te entiendo. Cualquier otra mujer, en tu lugar, se habría considerado muy afortunada» (el ego de los poetas es infinito). Ella le contestó como se merecía: «Probablemente. Pero yo no soy cualquier otra mujer».
En el origen de una novela hay siempre una pregunta que acarrea ciertos riesgos. Contemplar la nieve desde la ventana una tarde de invierno no es el menor de ellos. Esta novela empieza con una mujer que ve nevar. La imagen procede de un texto en el que la profesora americana Katherine Whitmore evoca su intenso y apasionado romance con el gran poeta español de la Generación del 27, Pedro Salinas. Pero como todo el mundo sabe las distancias entre el mundo poético y el mundo real son abismales. Que nadie espere pues que en esta novela se acomode la ficción a la realidad. He tomado como punto de partida una anécdota verídica para construir a partir de ahí unos personajes y una historia que son producto de mi imaginación. Nunca entendí la Literatura con una vocación notarial, sino más bien como un fenómeno meteorológico de difícil catalogación que cada cual debe interpretar a su manera. Estoy segura de que el lector avispado sabrá a qué atenerse.
—«Había un fondo de nostalgia en sus palabras, algo parecido a un universo familiar perdido, o a la infancia perdida, un lugar predilecto...». La autora suele referirse en casi todos sus libros a la infancia, los hermanos, los juegos, las lecturas y los comanches. Lealtades eternas. Desde «Querido Corto Maltés» hasta «El amor es un verso libre». ¿Qué clave se esconde ahí?
—Yo creo que en la infancia ser perfilan los grandes afectos, las grandes pasiones de la lectura, todo el mundo heroico y épico. Toda tu construcción ideal creo que se forjan en la infancia, en las vivencias de la infancia, en las lealtades de la infancia. Puede ser que yo también tenga ahí mi universo perdido, como todo el mundo, y en el caso de Kate es así. Ella es una niña huérfana que se va a vivir con sus primos y es ese mundo de la libertad. La infancia es también la libertad, esas imágenes que ella recuerda, de indios y vaqueros, el mundo del Oeste americano. Supongo que ahí proyecto yo también mi pasión por el Western, mis gustos literarios. Pero es que en la infancia está todo. Yo no podía construir su personaje sin estas referencias a la infancia, ¿no? Y también es la infancia de cualquiera siempre hay un instante en que se rompe un jarrón, y uno pasa el resto de la vida tratando de recomponer los pedazos rotos. Pero así es la vida
—Llama la atención al presencia del «Heraldo de Madrid», sobre todo porque después de salir la novela, curiosamente se publicó el pasado mes de abril un número homenaje especial al «Heraldo» con motivo del 75º aniversario de su incautación al término de la Guerra Civil.
—No contaba con esto, ha sido una verdadera coincidencia. Los azares que se cruzan. Este personaje del periodista, José Hidalgo, El Buho, que usaba unas gafas redondas, es un personaje real, que trabajaba en el «Heraldo». Yo cuando me documenté sobre él tenía en la cabeza la imagen de de Danny DeVito en «L. A. Confidential», que también se encargaba de las crónicas de sociedad en Los Ángeles, aunque en una época completamente distinta. Pero cuando pensé en él como periodista a mí me venía a la cabeza DeVito. Son azares.
—¿En qué medida sus estudios de historia le han servido para la construcción de sus novelas, no solo desde el punto de vista sentimenal sino también académica, lo que tal vez le permita darle un sustrato muy sólido a la trama, y más en novelas como esta inspirada en personajes reales?
—El que haya estudiado historia y sea profesora de historia todo eso de alguna forma me ayuda, sobre todo a saber donde buscar lo que quiero encontrar sobre un periodo determinado. Las hemerotecas son fundamentales para esto, porque ya no es tanto un trabajo de registro sino de hemeroteca, porque ahí están los anuncios, las modas, los almacenes, los accidentes que podía haber en Madrid con los tranvías, las galerías, la crema para las pecas de La bella Aurora (yo tenía pecas de pequeña y mi madre me ponía esa crema), y eso está en los periódicos, y consultarlos es vital, aunque esta época ya la tenía consultada de la novela anterior («Esperando a Robert Capa», en la que se refiere a la relación entre Capa y Gerda Taro, también fotógrafa en la guerra de España), aunque aquella sea un poco posterior, porque se refiere a la Guerra Civil. Pero quieras que no es el mismo periodo histórico. Esta novela está ambientada en la preguerra. En realidad está reflejando un Madrid en el que se ve venir el monstruo, que la convivencia está deteriorada, la crisis de las instituciones, la corrupción, el estraperlo, las penas de muerte, la revuelta de Asturias... La convivencia está fracturada. Ves que eso va a acabar mal.
—Hace mucho tiempo que vive en Valencia, trabaja de profesora, escribe, pero ¿le gusta estar un poco en la periferia del sistema literario?
—La periferia me gusta, tengo una vocación periférica, diríamos. Y del mundo literario especialmente, me gusta mucho ir por libre, no me gustan nada las capillas literarias, no me gusta sentirme parte de una generación, aunque inevitablemente pertenezca a la mía. Pero vivir al margen me da libertad, ir a mi aire, es mi manera de estar en el mundo, más cómoda.
¿Y quién es Susana Fortes?
[Se ríe e insulta cordialmente al entrevistador]. Esto no lo puedo contestar. No sé cómo contestar a eso. Soy una mezcla de muchas épocas y etapas en mi vida, soy una gallega que ha recalado en el Mediterráneo, que nunca encuentro mi sitio en el mundo, que voy de un lado para otro, que trato de apañármelas como puedo, que... me gusta mucho el cine, que me fascina leer, que me considero lectora muchísimo antes que escritora, que también doy clase, y que me gusta. Y que ahí estoy, en la brecha.


el dispensador dice:
de pronto las pampas,
grandes distancias,
vientos que peinan,
otros que arrasan,
caballos salvajes,
que se detienen... te miran... te hablan...
relinchos que traducen,
horizontes de ausencias prolongadas,
ombúes, ponchos, 
lluvias que carcomen esperanzas...

verdes intensos,
arboledas corta vientos,
poesías sin versos,
atardeceres con fragancias,
a lo lejos puedes descubrir,
cómo cabalga el alma,
espíritu indómito,
tejiendo alianzas,
entre aires que se respiran,
entre nubes que pasan,
taperas de la vida,
cercas abandonadas,
alguien al ser buscado,
dio vuelta su espalda,
ensilló su caballo,
con destino a la nada,
y aún no ha vuelto,
de su huida escalada,
lo que no salva el hombre,
se pierde en distancias...
cuando te detienes un rato,
a regresar la mirada,
nada hay por detrás,
sólo vientos y pampas.
MAYO 21, 2014.-

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