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N° 897 - Recuerdo de Marco Denevi
Por Fernando Sorrentino
Uno de mis grandes amores literarios es Rosaura a las diez, la justamente célebre novela con la que el entonces ignoto Marco Denevi (13 de mayo de 1920* - 12 de diciembre de 1998) ganó, en 1955, el Premio Kraft para la Novela Argentina.
Concursos son concursos, y, en rigor, lo insólito no es ganar un concurso sino no haber ganado nunca un concurso. Pero, dentro de dos años, Rosaura cumplirá seis décadas de vida, y su lectura -que suelo repetir cada tanto- me resulta siempre fascinante.
Antes de cumplir los treinta años, tuve la fortuna de que mi segundo libro de cuentos, Imperios y servidumbres (1972), fuera publicado en Barcelona por la Editorial Seix Barral. En realidad, en aquella época yo no sabía bien qué se debía hacer después de publicar un libro. Cierta conjunción de retraimiento y de desdén me condujo a no hacer nada, a -simplemente- esperar los acontecimientos, sin tener la menor idea, por otra parte, sobre qué acontecimientos podrían ser aquéllos.
No sé cómo, en 1975, me atreví a enviar por correo un ejemplar del libro, con una timidísima dedicatoria, a mi admirado Marco Denevi. No muchos días más tarde recibí una carta hermosa -ésta es la palabra adecuada- en la que el maestro me transmitía su opinión sobre mis cuentos.
Y, como una carta suele traer otra, y ésta una tercera, y así sucesivamente, llegó el día en que Denevi -con el que jamás hablé por teléfono: sólo nos comunicábamos por carta- me invitaba a tomar un café en la desaparecida confitería Saint James, que quedaba en la esquina de Córdoba y Maipú.
Allí estaba yo, mesa por medio, con ese hombre de aspecto muy atildado, de traje tradicional, de camisa y corbata. Ese hombre canoso, de estatura más bien escasa, de ojos algo hundidos y de preclara inteligencia, se hallaba sentado frente a mí. Él tenía cincuenta y cinco años; yo, veintidós menos.
No pude no pensar: “Parece un sueño. Estoy conversando, muy suelto de cuerpo, con el maravilloso autor de Rosaura a las diez, con la persona que inventó a Camilo Canegato, a David Réguel, a la señorita Eufrasia Morales… Éste es el creador que tejió esa trama compleja y perfecta de la novela que yo leí y releí tantas veces…”.
Y ese hombre mágico me trataba con toda llaneza y sencillez, y me formulaba preguntas y se interesaba en la poquita cosa que yo podría escribir. Y contaba anécdotas y hacía bromas y se reía con ganas.
Corriendo los años, seguí -de modo más espaciado- intercambiando cartas con Denevi. Lo percibí como un hombre de integridad total, un hombre probo y honestísimo, de insobornable rectitud, que siempre decía lo que le daba la gana.
Por terceras personas, supe más adelante que era una persona difícil, de carácter áspero. En la última parte de su vida, rompiendo el contacto con el mundo exterior, se recluyó en su casa, y parecía estar enfermo de amargura contra todos y contra todo. Sé que amigos que lo querían mucho y bien recibieron, de su parte, respuestas duras e injustas. Por fortuna para mí, nunca fue ése mi caso.
Finalmente, me permito opinar que -aunque la mayor parte de su producción es excelente, y que tiene libros insuperables como Falsificaciones, Un pequeño café, Hierba del cielo y Los asesinos de los días de fiesta- nunca ninguno de sus títulos posteriores pudo igualar el prodigio de su primera novela.
A la calidad literaria la acompañó un inusual y continuo éxito de ventas. Por eso, Denevi solía decir que nunca una mujer había sido tan explotada por un hombre como lo fue Rosaura por parte de su autor.
Cometió los terribles errores de redactar en una sintaxis excelente, de tener vasta y profunda cultura, de saber latín, de no ejercer la demagogia, de no fingirse un profeta angustiado, de carecer de codicia comercial. Las despiadadas y lucrativas sectas autodenominadas progresistas que monopolizan la literatura y rigen los medios “culturales” en la Argentina han decidido ignorarlo.
Sin embargo, junto a Borges y Cortázar, forma el triunvirato de los mejores narradores argentinos del siglo xx.
* Desde que Denevi comenzó a existir como escritor, se dio como su fecha de nacimiento el 12 de mayo de 1922. Sin embargo, la puntillosa investigación de Juan José Delaney (tan admirador de Denevi como yo mismo) estableció que la llegada a este mundo se produjo el 13 de mayo de 1920. Esta información, y otras cuantas que destruyen ciertos errores trasmitidos con ligereza, se encuentran en este libro esencial: Delaney, Juan José, Marco Denevi y la sacra ceremonia de la escritura. Una biografía literaria, Buenos Aires, Corregidor, 2006, 244 págs.
Fernando Sorrentino
esta conducta hacía reir a otro crítico literario con mayúsculas, Joaquín Neyra... y a otros genios de la bohemia y la cultura... que se divertían señalando la pericia necesaria para comenzar por cualquier final, obviando cualquier comienzo...
por esos avatares de la vida, la última Feria del Libro de Buenos Aires en la que participé como autor, fue allá por 1978... si mal no recuerdo fue la cuarta edición de la misma... luego me sumergí en el anonimato y me dediqué a navegar por otras aguas... otros mares... otras tierras... y hasta otros mundos, pudiendo interpretarse esto como cada quien desee... el año condicionaba tanto como la década... las intolerancias eran muchas... todas bipolares... por eso, a veces y sólo a veces, la distancia te ayuda a tomar perspectiva... ver... oir... entender... comprender... interpretar... discernir... para luego tomar más distancia aún... o simplemente regresar a ahogarse en el mundo que te ha visto nacer...
por entonces los autores eran personas comunes... se podía conversar con ellos... se podía departir amablemente... y nadie se creía más que el otro... podría decirse que la fama no le nublaba el coco a nadie, mucho menos el espíritu... porque se trataba de personas antes que de escritores, y ellos escribían sus propios sentimientos, lo cual los ponía varios peldaños por arriba de cualquier cosa... por entonces, en las editoriales había editores respetables, y ninguno se creía más de lo que era en sí mismo, y si lo hacía, el propio código existente en el modelo, se lo comía... traducido, las editoriales estaban conformadas por gentes con valores... con ética... y sobre todo, con la voluntad suficiente como para construir... algo que se ha ido perdiendo a medida que las corporaciones fueron fabricando mediatismos, escritorios mediáticos, sabios oportunistas, genios de ocasión, creando un universo literario que se compra por la tapa, pero que pocos llegan a leer en su totalidad...
por entonces, también, era uno de esos locos que recorrían librerías de todo el planeta buscando obras no editadas en el país, viejas, demasiado antiguas, hojas con olor a humedad, muy amarillas, con algunos bichitos minúsculos recorriendo sus habitaciones a antojo... para mi locura, comprar uno de esos incunables era como tocar el cielo con las manos... y así fui coleccionando una biblioteca de cosas imposibles, que otros avatares de esta misma vida me hicieron perder en una esquina de miserias humanas y mezquindades comunes a estos tiempos... pero dado que de esta vida uno no se lleva nada más que lo que porta el alma, he dejado por detrás los hechos para quedarme con los contenidos... por otra parte, la vida te concede sin que sepas por qué, y también te quita sin que sepas por qué... y ambos hechos y sus circunstancias son igualmente válidos, aún cuando en el momento en que ocurran uno no comprenda aquellos por qué...
curiosamente, también, de aquellos libros que he tenido el honor de hacer el prólogo o hasta algún comentario introductor (sin categoría de prólogo)... siempre he comenzado leyéndolos por el final... para luego decidir qué hacía con el resto... te aclaro que no me arrepiento de estar tan loco como lo estoy... he dicho loco, no desquiciado... y allí reside la diferencia...
regresando a las páginas amarillas y los bichos protectores que recorren las obras sin reconocer a los autores, te diré que ARGENTINA tuvo una época dorada de pensadores y creadores de cualquier índole y factor, hasta que llegaron los caza-fantasmas devorándose ideas confundiéndolas con ideologías... y a partir de allí, todo se mezcló en una tremenda confusión que dura hasta nuestros días... para entonces, el país contaba con un ideario de privilegios y de privilegiados, un virtuosismo que se fue al carajo de la mano de los atropellos fundamentalistas de un lado... y del otro lado... generando una convergencia torbellínica que se terminó comiendo a una generación entera de iluminados... ¿para qué?... para abundar en ignorancias, en pobrezas, y desde luego, en dominaciones facilistas... siempre he tenido claro que la cultura manipulada, está lejos de cualquier cultura...
te diré que no creo en los premios... no en los literarios... tampoco en los científicos (parada donde me detuve muchos años de mi vida)... mucho menos en los políticos... ni siquiera en el Nobel... ya que cada vez que un premio alcanza alguna mano, muchos genios quedan por detrás sin consideración alguna, y aprendiendo de ello el concierto corporativo editorial, ha creado un universo de fantasmas que escriben mediatismos que se venden bien, pero que no dejan nada, o simplemente deforman alimentando los morbos... de allí sacas que ando viejo y medio desalineado respecto de estos tiempos de libros plastificados y de otros electrónicos que prometen inmortalidad... mientras haya batería... rogando que nunca se termine la energía eléctrica, porque el día que lo haga, esta humanidad se quedará sin memoria, sin saber sumar ni restar... sin saber cómo se alcanza un logaritmo... y peor aún, sin saber diferenciar un cubo de una esfera...
Fernando Sorrentino, quien me envió la nota introductoria sobre Denevi, hace hincapié en Rosaura a la Diez... paradigma... que me habilita a preguntarme ¿por qué no a las once?... y se me vienen tantas respuestas a mi atribulada cabeza, que prefiero guardarme las conclusiones para otra oportunidad... sólo te diré que un día, conversando con Astolfi, a solas, en algún aula vacía de la Escuela Normal Superior Nº 2 de Profesores "Mariano Acosta"... profundizamos tanto sobre la literatura argentina, que ambos nos pusimos a lagrimear duro... y él ya era viejo... y yo apenas pretendía arrancar... pero ya te dije, en la vida todo es causalidad... y toda causa tiene su consecuencia...
la cuestión es que la vida te va enseñando a alcanzar un lugar y conservarlo durante un lapso a fuerza de valores y éticas... la cuestión es que la vida no tiene escuelas, y aprendes a vivir según con quién te juntas, quién o quiénes son tus ejemplos, quién o quiénes tus referencias, y cuál es la envergadura de tus frecuencias, los compromisos, las siembras y las consecuentes sapiencias... y a veces, por qué no, hasta tropiezas... pero te levantas, comenzando por tu cabeza... ya que si tienes limpia el alma, lo demás se supera...
me voy... gracias a Fernando Sorrentino por compartir a Denevi... faro si los ha habido...
¿la conclusión? te la dejo para otro día... cuando estas hojas electrónicas, también estén amarillas... hoy es el día universal del trabajador, o mejor dicho, del trabajo como símbolo... y curiosamente, en mi vida, no he tenido descanso... poco he sabido de vacaciones... y mucho menos de ocios... así es que para no quebrar la costumbre... me he levantado temprano para escribirte estas líneas, y también para decirte que no estás solo... dejándote la interpretación a tu libre albedrío... un abrazo... andino, que es lo que respiro por estos tiempos.
MAYO 01, 2014.-
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