ENTREVISTA
Hilary Mantel:“Me da vergüenza el Gobierno de Cameron”
La escritora ha revolucionado la novela histórica de mano de los Tudor.
Marcó un hito consiguiendo dos veces el Premio Man Booker.
Su secreto: redimir la controvertida figura de Thomas Cromwell.
L as novelas de Cromwell, las llama ella. Y ciertamente ha sido Thomas Cromwell quien más gloria ha dado a Hilary Mantel. El punto de vista, ya ven. Eso todo puede cambiarlo o darle la vuelta a la tortilla. La más que manida era de los Tudor parecía agotada a manos de escritores, historiadores y literatos hasta que esta autora que en su día fue calificada de posmoderna observó un filón histórico si los hechos del reinado de Enrique VIII se volvían a narrar desde la perspectiva de uno de sus hombres de confianza.
Hasta que aparecieron En la corte del lobo y Una reina en el estrado, Thomas Cromwell era una rata fría y calculadora a quien culpar de los principales males de un rey absoluto, caprichoso y despiadado. Pero Mantel observó en Cromwell su profunda modernidad y sus virtudes sin ocultar sus defectos. Con eso ha logrado seducir al lector, a la crítica británica, ser traducida a 32 idiomas y vender cerca de 1,5 millones de copias. Tal es la cosecha con las dos primeras partes de lo que será una trilogía basada en este personaje que le ha ayudado a sobrellevar su delicada salud, afectada en los años ochenta por un caso de endometriosis que le provoca dolor.
Pero no solo dinero y loas le ha reportado a Mantel este hombre redimido por ella. También gloria: ha sido la única autora británica en alzarse dos veces con el Premio Man Booker, uno de los más prestigiosos de su país. Un triunfo personal para esta autora que se ha sobrepuesto a su delicada salud para lograr el éxito sin que eso le impida ser crítica, dura y tajante con su propio Gobierno, de quien, dice, se avergüenza.
De ella han dicho que ha reinventado la literatura histórica. Si su estilo puntilloso, literario sin que por eso renuncie a una tensión constante, ha convencido a cientos de miles de lectores en un país de público exigente, sin duda se debe a su aproximación novedosa a un género sobre el que no cree que esté todo dicho. Pero sobre todo a una época de la que aún queda mucho por decir.
PREGUNTA: ¿Por qué la literatura histórica debe ser reinventada? ¿Con qué objetivos?
RESPUESTA: Creo que ya ha sido reinventada. Desde los años noventa, concretamente. Siempre han existido autores de referencia en ese campo. Gore Vidal y sus libros sobre los presidentes americanos lo han sido para mí, o Thomas Keneally; La lista de Schindler ha sido su mayor éxito, aunque escribió varias obras sobre la historia de Australia y la Edad Media. Pero lo que yo hago es diferente porque escribo sobre gente real. Empecé haciéndolo sobre la Revolución Francesa con mi libro La sombra de la guillotina (el país donde primero se tradujo –y hasta hace poco el único– fue España, y eso me satisfizo enormemente). Aunque el título que eligieron era malísimo –el original era A place of greater safety–, se vendió bien. Ahí, decía, escribí sobre gente real y durante mucho tiempo nadie me entendió. Asumían que se trataba de una novela romántica y en realidad no era así. Esperé hasta que las cosas cambiaran.
P: No había llegado su época. Cuando el éxito no aparece es fácil dejarse vencer. Es ahí donde debe imponerse la voluntad de resistencia por parte del autor.
R: La tuve. Pero me costaba. Así que me alejé de la novela histórica y escribí algo más moderno, de nuestro tiempo. Y continué hasta que me olvidé del género por completo. La gente me consideraba posmoderna. Pero en aquel entonces, cuando se hablaba de posmodernismo, nadie sabía a qué se referían.
P: Ni ahora…
R: Exacto.
P: Es que la posmodernidad, por propio concepto, es indefinición.
R: Cierto, sí señor. Pero es que la gente necesitaba etiquetarlo sin saber de qué hablaban.
P: Y usted se reiría mucho de los palos de ciego.
R: Bueno, me desesperaban. Desde siempre. Desde el primer libro. Me encantaba haber logrado publicarlo, pero no entendía que, en este país, a la gente le importara un comino la Revolución Francesa. Creían que se trataba simplemente de una matanza entre extranjeros. Pero la sensibilidad hacia esos temas ha ido cambiando y nos hemos hecho más europeos.
Tras unos comienzos contundentes pero discretos, se hizo un nombre en las letras británicas con novelas como La sombra de la guillotina, Vacant possesion o Everyday is Mother’s Day. Vivió en Botsuana y Arabia Saudí. Ahora en Devon, junto al mar, escribe la trilogía que le ha proporcionado dos veces el Premio Man Booker.
P: ¿En serio? Ustedes, ¿los británicos?
R: No se deje engañar por este Gobierno patético.
P: ¿Entonces o ahora?
R: Ahora. Me da vergüenza este Gobierno. Creo que las jóvenes generaciones de ingleses se ven realmente europeos. En mi caso, al menos, lo siento así. Yo me considero europea.
P: Bueno, eso parece sano, para ser usted inglesa.
R: Pero es que soy del norte, más irlandesa y católica. El problema respecto a eso viene del sur, del protestantismo, no crecí en ese país. Una parte que en mi obra no había abordado hasta que comencé esta serie sobre Thomas Cromwell. Me fijé en otros asuntos; mire usted, la Revolución Francesa fue un acontecimiento universal, de ahí salió la Declaración de Derechos del Hombre, que pertenece a todo el mundo. Siempre me he sentido una autora europea, eso he pretendido. Pero quizá he sobrevalorado a mis compatriotas con respecto a sus sentimientos europeístas porque cuando realmente he tenido éxito es cuando me he dedicado a un tema profundamente inglés. Enrique VIII es ese capítulo de la historia de Inglaterra que se aprenden todos los niños.
P: Y todos los extranjeros.
R: Sí, el único al que se reconoce por su figura, con sus seis esposas, un mito.
P: Inagotable.
R: Cierto, y se ha contado de formas tan diferentes, en drama, novela y película, pero bajo la óptica de Cromwell nadie lo había abordado. Los historiadores sí, pero no imaginativamente. Y es tan central que si observas todo bajo su óptica, la historia de la familia cambia. Gracias a Cromwell supe que podría volver a contar todo de forma original.
P: Ciertamente sorprende que usted, quien se considera alguien ajeno a la identidad más reconocible de su país, se haya dedicado a explorar lo que algunos llaman ‘the englishness’ –lo inglés– en toda su esencia. Eso que les hace distintos. De hecho, se enamora de ese aspecto. Es paradójico, pero no hay nada que enriquezca más una novela que una buena paradoja.
R: Me infiltré en el sureste y conquisté el territorio. Pero lo que más me atrae de Cromwell es que procede de ninguna parte. Sus orígenes humildes, su ambición… De eso trata todo: es la exploración de una ambición. Hoy podemos considerar que la ambición es hasta positiva, pero en la época de los Tudor era un pecado. Más en el caso de Cromwell porque, debido a sus orígenes, no debía aspirar a otro lugar en la vida que ocupar aquel donde Dios le trajo al mundo. Su modernidad radica en rebelarse contra eso. Por eso le entendemos ahora y se convierte en un héroe mucho más asequible a nosotros que el propio rey o el cardenal Woolsey. La concepción de sí mismo era innovadora, original.
P: Lo maquiavélico… Antes de Hobbes, también.
R: Sí, pero mucho más práctico.
P: ¿Más?
R: Es que ellos eran intelectuales, y Cromwell, un legislador, un pragmático. Tanto que, sin él, Inglaterra hubiese sido un país muy distinto.
P: ¿En qué sentido? Esas reformas que usted dice que aplicó, ¿cree que fueron para construir un Estado moderno o para satisfacer al rey?
R: Lo que hizo por Enrique fue fortalecer el Estado. En aquella época, el norte era casi ingobernable y Cromwell deseaba que la ley se impusiera por igual en todo el país. Todas sus medidas se dirigían a fortalecer la autoridad del rey. Habían atravesado años de guerra y si algo le ocurría al monarca se volverían a reproducir los conflictos. La estabilidad parecía su obsesión más allá de que el rey viviera o no. Aparte de no contar con un heredero…
P: Encima, la historia irrumpió con su ironía y a un rey le sucedieron dos reinas… Con Isabel I llegó el imperio. ¿Fue Cromwell quien plantó las raíces para que se dieran las circunstancias?
R: Sí, con la unidad y las finanzas que Cromwell propició para instaurar una monarquía rica, aunque después el rey lo dilapidara en cuanto se libró de él y volvió a entrar en guerra, sirvió bastante. Además creó un tejido de nuevos propietarios con los terrenos que le arrebató a la Iglesia y que él se aseguró de que no pasarían a los nobles, sino a nuevos propietarios. Una nueva clase que apoyaba al Gobierno.
P: De hecho, fue crucial en el eje de un gran cambio histórico universal: el que se produjo al arrebatar el poder a Roma y el que germinó un imperio.
R: Lo hizo además con tiento, diplomáticamente con respecto al gran poder que los españoles tenían en ese momento, con cuidado de no tensar las relaciones con el emperador Carlos.
P: Sin cabrearle, digamos.
R: Hombre, claro. Él entendía perfectamente que se había roto un vínculo al repudiar a Catalina de Aragón, pero que para las bases económicas del país resultaba crucial mantener buenas relaciones con España.
P: ¿Cómo se ha podido usted enamorar de un personaje que se veía a sí mismo como un asesino en los retratos?
R: ¡No me he enamorado de él!
P: Lo parece. Le entiende mejor que a Gerald, su marido.
R: Es que la gente no puede imaginarse lo complicado que Gerald puede llegar a ser… A Cromwell lo he llegado a comprender bien porque en parte lo he creado. Una persona que vive a tu lado llega a ser mucho más compleja. Soy una entusiasta de Thomas.
P: Es algo que se puede deducir de cómo habla usted de él.
R: Lo admiro.
P: ¿Una madre?
R: Una entusiasta. Puedo hablar de cualquier personaje de mis novelas con la misma pasión. Les admiro. A él lo entiendo, pero se me va complicando y oscureciendo su figura a medida que entro en la tercera parte.
P: ¿Para cuándo?
R: Lo estoy escribiendo, bueno, en teoría, pero en realidad me costará al menos dos años más, en parte porque todavía no he resuelto algunos enigmas históricos que no me dejan adentrarme en la trama hasta que lo logre. Cuestiones abiertas… Cuestiones que quizá no haya que responder, que haya que dejar a gusto del lector.
P: Lo inexplicable enriquece…
R: Mucha gente me ha echado en cara que he sido blanda con Cromwell, que me gusta demasiado. Pues bien, solo puedo decir que esperen, que las cosas cambian, las circunstancias cambian, ¿quién sabe?
P: Me recuerda a los giros que en la trilogía de ‘El Padrino’ daba Michael Corleone.
R: Es que se trata de un capo mafioso. Se parece. Si perteneces a su círculo, perfecto; pero si estás fuera, hace frío. Para un novelista es un campo abierto. Un mundo donde las cosas se resolvían cara a cara. No existen documentos, y eso para un narrador es terreno fértil.
P: Usted desciende al detalle, hace descripciones impresionistas.
R: Me gusta eso. Lo que extraigo de los documentos es muchísimo y me encanta interpretarlos. Me da placer, y si los detalles encajan en el contexto que voy creando, mejor. Me gusta mezclar eso con mi imaginación.
P: También le ayudan mucho los cuadros de Holbein.
R: Sí, además era un hombre muy cercano a Cromwell. Siempre me gustó describir cuadros. Hace tiempo me iba a la National Gallery, escogía tres cuadros y los desmenuzaba. El retrato de Cromwell parece un personaje de la novela. Y habrá más en la tercera parte porque en esta segunda el cuadro ha sido copiado y distribuido por toda Europa. Como una cadena de representación… Detrás se esconde el ser humano. Entre esas cosas se desarrolla nuestra técnica novelística. La ficción histórica es un empeño imposible. En eso nos desenvolvemos. No puedo hacer que las cosas resulten reales, pero sí posibles. Con haber cubierto un vacío histórico me vale. Compruebo mucho los datos y no coloco a los personajes en lugares donde no estaban. Pero hay veces en que ellos mismos andan desaparecidos. Sabes por cartas que en cierto momento se encuentran en un lugar y no en otro, y a eso te adaptas. El pacto que tienes con el lector es que le ofreces tu imaginación, pero basada en hechos reales.
P: ¿La ficción se convierte en una coartada?
R: En cierto modo sí, pero eso no debe convertirse en excusa para cometer errores.
P: Historia ha hecho usted también al ser la primera mujer que gana el Man Booker Prize dos veces y al ser también la primera inglesa que repite.
R: Según el presidente del jurado, fue unánime. También el Premio Costa me hizo ilusión.
P: Pero no se muestra sorprendida por su éxito. Parece como que pensara que se lo merecía.
R: Cuando lo gané por primera vez pensé: este es el fruto de lo que he estado persiguiendo durante años, planeando. Creo que vino como una consecuencia lógica de todo. La crítica había sido unánime y se daban las circunstancias. Con En la corte del lobo siempre tuve la impresión de que había escrito mi mejor libro y, por tanto, resultaba justo. La segunda vez sí que me sorprendí porque pensé que el jurado no iba a consentir que algo así ocurriera, y todavía no me lo creo. Pero la vida ha cambiado para mí, antes de esta serie contaba con un ramillete de editores extranjeros y de ahí hemos saltado a 32 países… Sin contar con las ventas. Es extraño porque sigo haciendo lo de siempre, pero el mundo ha cambiado a mi alrededor. Me empeñé en acometer lo que creí que debía.
P: Resistió. Fue fiel a sus deseos y no lo que en teoría podría demandar el público, que siempre es un misterio por su inmensa variedad.
R: No tiene sentido intentar satisfacer a nadie. Escribes los libros que crees que debes cuando puedes. Simplemente yo sabía mientras estaba escribiendo En la corte del lobo que era lo mejor que había hecho, pero no esperaba que nadie compartiera esa opinión conmigo. Pensé que Thomas Cromwell era difícil de vender, un desconocido para el gran público, pasto solo de historiadores.
P: En la propia serie de los Tudor tiene una relevancia relativa por detrás de Woolsey o Tomás Moro.
R: Siempre ha sido marginado, no solo en la ficción, también entre los biógrafos. Salvo el gran Geoffrey Elton, el gran historiador de los Tudor, que creía que fue el gran personaje de aquella era. Pero él no creía en el género de la biografía, ni que fuera capaz de crearlas, así que quedó sin hacer. Para abordarlo tan solo he contado con dos o tres trabajos que repiten los mismos prejuicios sobre él.
P: ¿Cuáles eran sus pecados?
R: Que resultaba corrupto, torturador, frío, responsable de la muerte de Moro, de Ana Bolena, nada era suficientemente malo para endosárselo. Pero ahora se están preparando o acaban de aparecer nuevas biografías.
P: ¿Lo ha resucitado usted? ¿Redimido? ¿La literatura como palanca de la historia?
R: Eso parece… Increíble, ¿no? Muy interesante. Generalmente es al revés. Y vigoriza el asunto para los historiadores. El presente alimenta el pasado. Mire lo que acaba de ocurrir con el descubrimiento de los restos de Ricardo III. La ciencia ha definido la historia.
P: Este mundo, tan conectado.
R: Me hace feliz. Que todo esto contribuya al interés en nuestra historia por parte de la mayoría de la gente, porque creo que andábamos muy ajenos a los hechos más oscuros de nuestro pasado. He escrito sobre eso en otras novelas. En Tras la sombra, por ejemplo, que trata de un médium que conecta a los vivos con sus antepasados… Me preocupa eso.
P: Ya que llegamos al presente, hablemos un poco más del Gobierno. ¿O no?
R: Sin problema. He intentado no convertirme en uno de esos autores a los que los periodistas llaman para una declaración cada vez que ocurre algo. Me mantengo al margen, pero la verdad es que hoy día en mi país contamos con un Gobierno incompetente y vergonzoso.
P: Depende de la semana. Un día la toman con la inmigración, otro día Cameron aprueba el matrimonio homosexual en contra de gran parte de los conservadores…
R: Su ataque a la inmigración con esos test a los extranjeros con preguntas que ni los propios ingleses sabríamos responder, sin ningún sentido histórico más allá que el que dan los héroes y las batallas… Absurdo. No hay estrategia, solo reacciones, da vergüenza. Con esa campaña dirigida a los rumanos o los búlgaros advirtiéndoles que no vengan porque esto es horrible. ¡No me diga!
P: Y ese eterna amenaza antieuropea…
R: Bueno, los conservadores siempre salen con lo mismo, nunca se han sentido a bordo del proyecto europeo. Pero en el fondo, los dos grandes partidos lo son y Cameron pasará por el aro. Aunque no demuestra ser nada inteligente, por una parte ahuyenta a los moderados con sus brotes antieuropeos y asusta a los retrógrados con el matrimonio gay. Es un mediocre. Poco hábil y carente de instinto para estar en el lugar adecuado.
P: El poder siempre ha sido uno de sus temas. De manera cruda. De hecho, usted ha admitido que de dedicarse a la política hubiera sido una servidora problemática… Explíqueme.
R: En fin, como cualquier escritor, somos demasiado sensibles y pasionales. Me hubiera metido en problemas de disciplina parlamentaria. Sobre el papel no tienes que ser tan consistente como deberías en la política.
P: ¿Qué le hizo convertirse en escritora?
R: Mi salud, mi pobre salud. Fue un camino que tomé cuando tenía 20 años por eso.
P: Renunció a la acción en su vida.
R: Bueno, necesitaba algo que me convirtiera en mi propia jefa. Me pregunté cómo podía serle útil a alguien. Las cosas no me pintaban bien a esa edad y, tampoco me equivoqué, iban a empeorar. No existía ayuda médica para mi problema.
P: Pero para este tipo de libros que escribe necesita mucha energía.
R: Sí. Energía mental y emocional, sobre todo. Pero si algún día me siento demasiado cansada para pensar o para sentir, me relajo. O me dedico a asuntos más banales. Me he ido organizando… Y a través de mis libros, viviendo lo que no he podido experimentar en la realidad. Imaginando que me pasaban a mí en todos mis personajes. Saliendo a buscarles, a Cromwell, a Enrique, a Ana Bolena…
P: Y ese problema que tiene con la gordura, sobre el que tanto ha escrito, ¿cómo lo lleva?
R: En mis memorias y en un artículo que escribí recientemente en The Guardian abordé todo eso. Los efectos que produjeron en mí algunas medicinas. En nueve meses mi cuerpo se transformó. Iba de viaje y me impresionaba que la gente a la que conocía nunca llegara a saber que en una época de mi vida fui delgada. Eso ocurrió, ahora me he tenido que acostumbrar. Desde los años ochenta he llevado eso conmigo. Engordé, adelgacé, volví a engordar. Entre la cirugía, los efectos secundarios, mis riñones como están, todo se complica. Entre los dos premios Booker he pasado mucho tiempo en el hospital, pero ahora me encuentro mejor. He dejado de sentirme fatal a diario y, aunque la situación no es ideal, voy mejorando.
P: Aun así, con todo el sufrimiento que su estado conlleva, ¿dónde encuentra la felicidad?
R: Mirando al mar, mirando y soltando pensamientos al aire, convirtiéndome en ojo, observar el cambio de la luz y los colores. También cuando escribo, en algunos momentos, cuando alcanzo esa perfecta conjunción en la que pensamiento y palabra encajan. No siempre, es una sensación extraña porque la mayoría del tiempo es un trabajo duro en el que solo aspiras a que aparezcan esos momentos. Tienes que estar preparado y sentado en tu escritorio para que se dé, para que fluya.
P: Debe de ser lo que llaman inspiración. ¿La felicidad de la escritura se reduce a la inspiración?
R: A esa exaltación, a esa excitación… Y no hay garantía de que esos momentos regresen, pero a veces se da, y es un regalo. No tienes ni que luchar para que aparezcan, luchar no lo garantiza, simplemente debes estar preparada.
el dispensador dice:
cada quien puede sentir vergüenza,
por exhibición de soberbias,
nunca por inocencias...
cualquiera puede sentir vergüenza,
por expresión de obsecuencias,
nunca por la paciencia,
fundada en las prudencias...
uno puede sentir vergüenza,
por injustificadas ausencias,
nunca por las comprometidas presencias...
puedes sentir vergüenza,
ante una mentira innecesaria,
pero nunca sentirás vergüenza,
ante una mentira piadosa...
sin embargo, sí producen vergüenza,
las pobres inteligencias,
que son oportunistas,
ante las necesidades ajenas...
también, producen vergüenza,
las intolerancias,
las impaciencias,
las discriminaciones,
las reverencias,
ante personas iguales,
devenidas en reyes o reinas...
en lo personal... me producen vergüenza... las gentes que se te acercan con segundas intenciones, para tomar ventaja de tu historia o tu posición corriente, para luego, una vez logrado o no el objetivo, darte la espalda y negarte la mano... sonríen... abrazan... se muestran afables y amables... pero en verdad contienen vacíos de consciencia y carencias de alma, que les impiden entender los sentidos de las calmas, los silencios, y la importancia de las historias largas, de huellas genuinas, y sombras que no se embargan...
me producen vergüenza... aquellas personas que hablan... sin saber a qué se refieren, desconociendo lo que pasa, cómo es la circunstancia, descalificando a los "otros" por el mero placer de emitir palabra, ocupar un supuesto espacio, para mostrarse como estrategas de batallas... que nunca han peleado, por vivir robando gracias...
me producen vergüenza... aquellos que transitan sus vidas a costillas de esfuerzos y voluntades ajenas, haciendo propias gestas extrañas, para luego despreciarlas, burlarlas y hasta negarlas...
me producen vergüenza... aquellos que usan y abusan de la legítima amistad, así como de los afectos genuinos... imponiendo el sentido de "ruina" a sus "apuros" por la vida, esos que transforman en urgencias para atropellar las inocencias de los "simples"...
me producen vergüenza... los estados ausentes... los políticos omnipotentes... los vejadores y los delincuentes, las gentes "sin don de gente"... todos aquellos que se aprovechan de los "desconocidos" de siempre...
me producen vergüenza... aquellos que hablan de Dios, para luego negar la mano a sus hermanos... para inmediatamente acudir a las iglesias, los templos, las mezquitas, a sacudirse los barros que llevan adheridos a sus auras... saliendo liberados para cometer renovados desprecios y esgrimir peores soberbias...
me produce vergüenza la envidia... la vanidad... y todo aquello que pretende burlar la integridad de las personas...
finalmente, me producen vergüenza, aquellos que no tienen vergüenza...
Marzo 16, 2013.-
Hasta que aparecieron En la corte del lobo y Una reina en el estrado, Thomas Cromwell era una rata fría y calculadora a quien culpar de los principales males de un rey absoluto, caprichoso y despiadado. Pero Mantel observó en Cromwell su profunda modernidad y sus virtudes sin ocultar sus defectos. Con eso ha logrado seducir al lector, a la crítica británica, ser traducida a 32 idiomas y vender cerca de 1,5 millones de copias. Tal es la cosecha con las dos primeras partes de lo que será una trilogía basada en este personaje que le ha ayudado a sobrellevar su delicada salud, afectada en los años ochenta por un caso de endometriosis que le provoca dolor.
Pero no solo dinero y loas le ha reportado a Mantel este hombre redimido por ella. También gloria: ha sido la única autora británica en alzarse dos veces con el Premio Man Booker, uno de los más prestigiosos de su país. Un triunfo personal para esta autora que se ha sobrepuesto a su delicada salud para lograr el éxito sin que eso le impida ser crítica, dura y tajante con su propio Gobierno, de quien, dice, se avergüenza.
De ella han dicho que ha reinventado la literatura histórica. Si su estilo puntilloso, literario sin que por eso renuncie a una tensión constante, ha convencido a cientos de miles de lectores en un país de público exigente, sin duda se debe a su aproximación novedosa a un género sobre el que no cree que esté todo dicho. Pero sobre todo a una época de la que aún queda mucho por decir.
PREGUNTA: ¿Por qué la literatura histórica debe ser reinventada? ¿Con qué objetivos?
RESPUESTA: Creo que ya ha sido reinventada. Desde los años noventa, concretamente. Siempre han existido autores de referencia en ese campo. Gore Vidal y sus libros sobre los presidentes americanos lo han sido para mí, o Thomas Keneally; La lista de Schindler ha sido su mayor éxito, aunque escribió varias obras sobre la historia de Australia y la Edad Media. Pero lo que yo hago es diferente porque escribo sobre gente real. Empecé haciéndolo sobre la Revolución Francesa con mi libro La sombra de la guillotina (el país donde primero se tradujo –y hasta hace poco el único– fue España, y eso me satisfizo enormemente). Aunque el título que eligieron era malísimo –el original era A place of greater safety–, se vendió bien. Ahí, decía, escribí sobre gente real y durante mucho tiempo nadie me entendió. Asumían que se trataba de una novela romántica y en realidad no era así. Esperé hasta que las cosas cambiaran.
P: No había llegado su época. Cuando el éxito no aparece es fácil dejarse vencer. Es ahí donde debe imponerse la voluntad de resistencia por parte del autor.
R: La tuve. Pero me costaba. Así que me alejé de la novela histórica y escribí algo más moderno, de nuestro tiempo. Y continué hasta que me olvidé del género por completo. La gente me consideraba posmoderna. Pero en aquel entonces, cuando se hablaba de posmodernismo, nadie sabía a qué se referían.
P: Ni ahora…
R: Exacto.
P: Es que la posmodernidad, por propio concepto, es indefinición.
R: Cierto, sí señor. Pero es que la gente necesitaba etiquetarlo sin saber de qué hablaban.
P: Y usted se reiría mucho de los palos de ciego.
R: Bueno, me desesperaban. Desde siempre. Desde el primer libro. Me encantaba haber logrado publicarlo, pero no entendía que, en este país, a la gente le importara un comino la Revolución Francesa. Creían que se trataba simplemente de una matanza entre extranjeros. Pero la sensibilidad hacia esos temas ha ido cambiando y nos hemos hecho más europeos.
Vuelta de tuerca a los Tudor
Hilary Mantel (Glossop, Reino Unido, 1952) vino al mundo en una familia de ascendencia irlandesa y católica. Desde fuera ha sido quien mejor ha penetrado en la Inglaterra profunda del cisma junto a Thomas Cromwell para desmenuzar la era Tudor en su serie de tres novelas. Estudió Derecho en la London School of Economics, pero sus problemas de salud la convirtieron en escritora casi a la fuerza.Tras unos comienzos contundentes pero discretos, se hizo un nombre en las letras británicas con novelas como La sombra de la guillotina, Vacant possesion o Everyday is Mother’s Day. Vivió en Botsuana y Arabia Saudí. Ahora en Devon, junto al mar, escribe la trilogía que le ha proporcionado dos veces el Premio Man Booker.
P: ¿En serio? Ustedes, ¿los británicos?
R: No se deje engañar por este Gobierno patético.
P: ¿Entonces o ahora?
R: Ahora. Me da vergüenza este Gobierno. Creo que las jóvenes generaciones de ingleses se ven realmente europeos. En mi caso, al menos, lo siento así. Yo me considero europea.
P: Bueno, eso parece sano, para ser usted inglesa.
R: Pero es que soy del norte, más irlandesa y católica. El problema respecto a eso viene del sur, del protestantismo, no crecí en ese país. Una parte que en mi obra no había abordado hasta que comencé esta serie sobre Thomas Cromwell. Me fijé en otros asuntos; mire usted, la Revolución Francesa fue un acontecimiento universal, de ahí salió la Declaración de Derechos del Hombre, que pertenece a todo el mundo. Siempre me he sentido una autora europea, eso he pretendido. Pero quizá he sobrevalorado a mis compatriotas con respecto a sus sentimientos europeístas porque cuando realmente he tenido éxito es cuando me he dedicado a un tema profundamente inglés. Enrique VIII es ese capítulo de la historia de Inglaterra que se aprenden todos los niños.
P: Y todos los extranjeros.
R: Sí, el único al que se reconoce por su figura, con sus seis esposas, un mito.
P: Inagotable.
R: Cierto, y se ha contado de formas tan diferentes, en drama, novela y película, pero bajo la óptica de Cromwell nadie lo había abordado. Los historiadores sí, pero no imaginativamente. Y es tan central que si observas todo bajo su óptica, la historia de la familia cambia. Gracias a Cromwell supe que podría volver a contar todo de forma original.
P: Ciertamente sorprende que usted, quien se considera alguien ajeno a la identidad más reconocible de su país, se haya dedicado a explorar lo que algunos llaman ‘the englishness’ –lo inglés– en toda su esencia. Eso que les hace distintos. De hecho, se enamora de ese aspecto. Es paradójico, pero no hay nada que enriquezca más una novela que una buena paradoja.
R: Me infiltré en el sureste y conquisté el territorio. Pero lo que más me atrae de Cromwell es que procede de ninguna parte. Sus orígenes humildes, su ambición… De eso trata todo: es la exploración de una ambición. Hoy podemos considerar que la ambición es hasta positiva, pero en la época de los Tudor era un pecado. Más en el caso de Cromwell porque, debido a sus orígenes, no debía aspirar a otro lugar en la vida que ocupar aquel donde Dios le trajo al mundo. Su modernidad radica en rebelarse contra eso. Por eso le entendemos ahora y se convierte en un héroe mucho más asequible a nosotros que el propio rey o el cardenal Woolsey. La concepción de sí mismo era innovadora, original.
P: Lo maquiavélico… Antes de Hobbes, también.
R: Sí, pero mucho más práctico.
P: ¿Más?
R: Es que ellos eran intelectuales, y Cromwell, un legislador, un pragmático. Tanto que, sin él, Inglaterra hubiese sido un país muy distinto.
P: ¿En qué sentido? Esas reformas que usted dice que aplicó, ¿cree que fueron para construir un Estado moderno o para satisfacer al rey?
R: Lo que hizo por Enrique fue fortalecer el Estado. En aquella época, el norte era casi ingobernable y Cromwell deseaba que la ley se impusiera por igual en todo el país. Todas sus medidas se dirigían a fortalecer la autoridad del rey. Habían atravesado años de guerra y si algo le ocurría al monarca se volverían a reproducir los conflictos. La estabilidad parecía su obsesión más allá de que el rey viviera o no. Aparte de no contar con un heredero…
P: Encima, la historia irrumpió con su ironía y a un rey le sucedieron dos reinas… Con Isabel I llegó el imperio. ¿Fue Cromwell quien plantó las raíces para que se dieran las circunstancias?
R: Sí, con la unidad y las finanzas que Cromwell propició para instaurar una monarquía rica, aunque después el rey lo dilapidara en cuanto se libró de él y volvió a entrar en guerra, sirvió bastante. Además creó un tejido de nuevos propietarios con los terrenos que le arrebató a la Iglesia y que él se aseguró de que no pasarían a los nobles, sino a nuevos propietarios. Una nueva clase que apoyaba al Gobierno.
P: De hecho, fue crucial en el eje de un gran cambio histórico universal: el que se produjo al arrebatar el poder a Roma y el que germinó un imperio.
R: Lo hizo además con tiento, diplomáticamente con respecto al gran poder que los españoles tenían en ese momento, con cuidado de no tensar las relaciones con el emperador Carlos.
P: Sin cabrearle, digamos.
R: Hombre, claro. Él entendía perfectamente que se había roto un vínculo al repudiar a Catalina de Aragón, pero que para las bases económicas del país resultaba crucial mantener buenas relaciones con España.
P: ¿Cómo se ha podido usted enamorar de un personaje que se veía a sí mismo como un asesino en los retratos?
R: ¡No me he enamorado de él!
P: Lo parece. Le entiende mejor que a Gerald, su marido.
R: Es que la gente no puede imaginarse lo complicado que Gerald puede llegar a ser… A Cromwell lo he llegado a comprender bien porque en parte lo he creado. Una persona que vive a tu lado llega a ser mucho más compleja. Soy una entusiasta de Thomas.
P: Es algo que se puede deducir de cómo habla usted de él.
R: Lo admiro.
P: ¿Una madre?
R: Una entusiasta. Puedo hablar de cualquier personaje de mis novelas con la misma pasión. Les admiro. A él lo entiendo, pero se me va complicando y oscureciendo su figura a medida que entro en la tercera parte.
P: ¿Para cuándo?
R: Lo estoy escribiendo, bueno, en teoría, pero en realidad me costará al menos dos años más, en parte porque todavía no he resuelto algunos enigmas históricos que no me dejan adentrarme en la trama hasta que lo logre. Cuestiones abiertas… Cuestiones que quizá no haya que responder, que haya que dejar a gusto del lector.
P: Lo inexplicable enriquece…
R: Mucha gente me ha echado en cara que he sido blanda con Cromwell, que me gusta demasiado. Pues bien, solo puedo decir que esperen, que las cosas cambian, las circunstancias cambian, ¿quién sabe?
P: Me recuerda a los giros que en la trilogía de ‘El Padrino’ daba Michael Corleone.
R: Es que se trata de un capo mafioso. Se parece. Si perteneces a su círculo, perfecto; pero si estás fuera, hace frío. Para un novelista es un campo abierto. Un mundo donde las cosas se resolvían cara a cara. No existen documentos, y eso para un narrador es terreno fértil.
P: Usted desciende al detalle, hace descripciones impresionistas.
R: Me gusta eso. Lo que extraigo de los documentos es muchísimo y me encanta interpretarlos. Me da placer, y si los detalles encajan en el contexto que voy creando, mejor. Me gusta mezclar eso con mi imaginación.
P: También le ayudan mucho los cuadros de Holbein.
R: Sí, además era un hombre muy cercano a Cromwell. Siempre me gustó describir cuadros. Hace tiempo me iba a la National Gallery, escogía tres cuadros y los desmenuzaba. El retrato de Cromwell parece un personaje de la novela. Y habrá más en la tercera parte porque en esta segunda el cuadro ha sido copiado y distribuido por toda Europa. Como una cadena de representación… Detrás se esconde el ser humano. Entre esas cosas se desarrolla nuestra técnica novelística. La ficción histórica es un empeño imposible. En eso nos desenvolvemos. No puedo hacer que las cosas resulten reales, pero sí posibles. Con haber cubierto un vacío histórico me vale. Compruebo mucho los datos y no coloco a los personajes en lugares donde no estaban. Pero hay veces en que ellos mismos andan desaparecidos. Sabes por cartas que en cierto momento se encuentran en un lugar y no en otro, y a eso te adaptas. El pacto que tienes con el lector es que le ofreces tu imaginación, pero basada en hechos reales.
P: ¿La ficción se convierte en una coartada?
R: En cierto modo sí, pero eso no debe convertirse en excusa para cometer errores.
P: Historia ha hecho usted también al ser la primera mujer que gana el Man Booker Prize dos veces y al ser también la primera inglesa que repite.
R: Según el presidente del jurado, fue unánime. También el Premio Costa me hizo ilusión.
P: Pero no se muestra sorprendida por su éxito. Parece como que pensara que se lo merecía.
R: Cuando lo gané por primera vez pensé: este es el fruto de lo que he estado persiguiendo durante años, planeando. Creo que vino como una consecuencia lógica de todo. La crítica había sido unánime y se daban las circunstancias. Con En la corte del lobo siempre tuve la impresión de que había escrito mi mejor libro y, por tanto, resultaba justo. La segunda vez sí que me sorprendí porque pensé que el jurado no iba a consentir que algo así ocurriera, y todavía no me lo creo. Pero la vida ha cambiado para mí, antes de esta serie contaba con un ramillete de editores extranjeros y de ahí hemos saltado a 32 países… Sin contar con las ventas. Es extraño porque sigo haciendo lo de siempre, pero el mundo ha cambiado a mi alrededor. Me empeñé en acometer lo que creí que debía.
P: Resistió. Fue fiel a sus deseos y no lo que en teoría podría demandar el público, que siempre es un misterio por su inmensa variedad.
R: No tiene sentido intentar satisfacer a nadie. Escribes los libros que crees que debes cuando puedes. Simplemente yo sabía mientras estaba escribiendo En la corte del lobo que era lo mejor que había hecho, pero no esperaba que nadie compartiera esa opinión conmigo. Pensé que Thomas Cromwell era difícil de vender, un desconocido para el gran público, pasto solo de historiadores.
P: En la propia serie de los Tudor tiene una relevancia relativa por detrás de Woolsey o Tomás Moro.
R: Siempre ha sido marginado, no solo en la ficción, también entre los biógrafos. Salvo el gran Geoffrey Elton, el gran historiador de los Tudor, que creía que fue el gran personaje de aquella era. Pero él no creía en el género de la biografía, ni que fuera capaz de crearlas, así que quedó sin hacer. Para abordarlo tan solo he contado con dos o tres trabajos que repiten los mismos prejuicios sobre él.
P: ¿Cuáles eran sus pecados?
R: Que resultaba corrupto, torturador, frío, responsable de la muerte de Moro, de Ana Bolena, nada era suficientemente malo para endosárselo. Pero ahora se están preparando o acaban de aparecer nuevas biografías.
P: ¿Lo ha resucitado usted? ¿Redimido? ¿La literatura como palanca de la historia?
R: Eso parece… Increíble, ¿no? Muy interesante. Generalmente es al revés. Y vigoriza el asunto para los historiadores. El presente alimenta el pasado. Mire lo que acaba de ocurrir con el descubrimiento de los restos de Ricardo III. La ciencia ha definido la historia.
P: Este mundo, tan conectado.
R: Me hace feliz. Que todo esto contribuya al interés en nuestra historia por parte de la mayoría de la gente, porque creo que andábamos muy ajenos a los hechos más oscuros de nuestro pasado. He escrito sobre eso en otras novelas. En Tras la sombra, por ejemplo, que trata de un médium que conecta a los vivos con sus antepasados… Me preocupa eso.
P: Ya que llegamos al presente, hablemos un poco más del Gobierno. ¿O no?
R: Sin problema. He intentado no convertirme en uno de esos autores a los que los periodistas llaman para una declaración cada vez que ocurre algo. Me mantengo al margen, pero la verdad es que hoy día en mi país contamos con un Gobierno incompetente y vergonzoso.
P: Depende de la semana. Un día la toman con la inmigración, otro día Cameron aprueba el matrimonio homosexual en contra de gran parte de los conservadores…
R: Su ataque a la inmigración con esos test a los extranjeros con preguntas que ni los propios ingleses sabríamos responder, sin ningún sentido histórico más allá que el que dan los héroes y las batallas… Absurdo. No hay estrategia, solo reacciones, da vergüenza. Con esa campaña dirigida a los rumanos o los búlgaros advirtiéndoles que no vengan porque esto es horrible. ¡No me diga!
P: Y ese eterna amenaza antieuropea…
R: Bueno, los conservadores siempre salen con lo mismo, nunca se han sentido a bordo del proyecto europeo. Pero en el fondo, los dos grandes partidos lo son y Cameron pasará por el aro. Aunque no demuestra ser nada inteligente, por una parte ahuyenta a los moderados con sus brotes antieuropeos y asusta a los retrógrados con el matrimonio gay. Es un mediocre. Poco hábil y carente de instinto para estar en el lugar adecuado.
P: El poder siempre ha sido uno de sus temas. De manera cruda. De hecho, usted ha admitido que de dedicarse a la política hubiera sido una servidora problemática… Explíqueme.
R: En fin, como cualquier escritor, somos demasiado sensibles y pasionales. Me hubiera metido en problemas de disciplina parlamentaria. Sobre el papel no tienes que ser tan consistente como deberías en la política.
P: ¿Qué le hizo convertirse en escritora?
R: Mi salud, mi pobre salud. Fue un camino que tomé cuando tenía 20 años por eso.
P: Renunció a la acción en su vida.
R: Bueno, necesitaba algo que me convirtiera en mi propia jefa. Me pregunté cómo podía serle útil a alguien. Las cosas no me pintaban bien a esa edad y, tampoco me equivoqué, iban a empeorar. No existía ayuda médica para mi problema.
P: Pero para este tipo de libros que escribe necesita mucha energía.
R: Sí. Energía mental y emocional, sobre todo. Pero si algún día me siento demasiado cansada para pensar o para sentir, me relajo. O me dedico a asuntos más banales. Me he ido organizando… Y a través de mis libros, viviendo lo que no he podido experimentar en la realidad. Imaginando que me pasaban a mí en todos mis personajes. Saliendo a buscarles, a Cromwell, a Enrique, a Ana Bolena…
P: Y ese problema que tiene con la gordura, sobre el que tanto ha escrito, ¿cómo lo lleva?
R: En mis memorias y en un artículo que escribí recientemente en The Guardian abordé todo eso. Los efectos que produjeron en mí algunas medicinas. En nueve meses mi cuerpo se transformó. Iba de viaje y me impresionaba que la gente a la que conocía nunca llegara a saber que en una época de mi vida fui delgada. Eso ocurrió, ahora me he tenido que acostumbrar. Desde los años ochenta he llevado eso conmigo. Engordé, adelgacé, volví a engordar. Entre la cirugía, los efectos secundarios, mis riñones como están, todo se complica. Entre los dos premios Booker he pasado mucho tiempo en el hospital, pero ahora me encuentro mejor. He dejado de sentirme fatal a diario y, aunque la situación no es ideal, voy mejorando.
P: Aun así, con todo el sufrimiento que su estado conlleva, ¿dónde encuentra la felicidad?
R: Mirando al mar, mirando y soltando pensamientos al aire, convirtiéndome en ojo, observar el cambio de la luz y los colores. También cuando escribo, en algunos momentos, cuando alcanzo esa perfecta conjunción en la que pensamiento y palabra encajan. No siempre, es una sensación extraña porque la mayoría del tiempo es un trabajo duro en el que solo aspiras a que aparezcan esos momentos. Tienes que estar preparado y sentado en tu escritorio para que se dé, para que fluya.
P: Debe de ser lo que llaman inspiración. ¿La felicidad de la escritura se reduce a la inspiración?
R: A esa exaltación, a esa excitación… Y no hay garantía de que esos momentos regresen, pero a veces se da, y es un regalo. No tienes ni que luchar para que aparezcan, luchar no lo garantiza, simplemente debes estar preparada.
el dispensador dice:
cada quien puede sentir vergüenza,
por exhibición de soberbias,
nunca por inocencias...
cualquiera puede sentir vergüenza,
por expresión de obsecuencias,
nunca por la paciencia,
fundada en las prudencias...
uno puede sentir vergüenza,
por injustificadas ausencias,
nunca por las comprometidas presencias...
puedes sentir vergüenza,
ante una mentira innecesaria,
pero nunca sentirás vergüenza,
ante una mentira piadosa...
sin embargo, sí producen vergüenza,
las pobres inteligencias,
que son oportunistas,
ante las necesidades ajenas...
también, producen vergüenza,
las intolerancias,
las impaciencias,
las discriminaciones,
las reverencias,
ante personas iguales,
devenidas en reyes o reinas...
en lo personal... me producen vergüenza... las gentes que se te acercan con segundas intenciones, para tomar ventaja de tu historia o tu posición corriente, para luego, una vez logrado o no el objetivo, darte la espalda y negarte la mano... sonríen... abrazan... se muestran afables y amables... pero en verdad contienen vacíos de consciencia y carencias de alma, que les impiden entender los sentidos de las calmas, los silencios, y la importancia de las historias largas, de huellas genuinas, y sombras que no se embargan...
me producen vergüenza... aquellas personas que hablan... sin saber a qué se refieren, desconociendo lo que pasa, cómo es la circunstancia, descalificando a los "otros" por el mero placer de emitir palabra, ocupar un supuesto espacio, para mostrarse como estrategas de batallas... que nunca han peleado, por vivir robando gracias...
me producen vergüenza... aquellos que transitan sus vidas a costillas de esfuerzos y voluntades ajenas, haciendo propias gestas extrañas, para luego despreciarlas, burlarlas y hasta negarlas...
me producen vergüenza... aquellos que usan y abusan de la legítima amistad, así como de los afectos genuinos... imponiendo el sentido de "ruina" a sus "apuros" por la vida, esos que transforman en urgencias para atropellar las inocencias de los "simples"...
me producen vergüenza... los estados ausentes... los políticos omnipotentes... los vejadores y los delincuentes, las gentes "sin don de gente"... todos aquellos que se aprovechan de los "desconocidos" de siempre...
me producen vergüenza... aquellos que hablan de Dios, para luego negar la mano a sus hermanos... para inmediatamente acudir a las iglesias, los templos, las mezquitas, a sacudirse los barros que llevan adheridos a sus auras... saliendo liberados para cometer renovados desprecios y esgrimir peores soberbias...
me produce vergüenza la envidia... la vanidad... y todo aquello que pretende burlar la integridad de las personas...
finalmente, me producen vergüenza, aquellos que no tienen vergüenza...
Marzo 16, 2013.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario