El escorpión
Cosas perdidas que matan
Atañe a la revolución libia capitaneada por Gadafi en 1969, cuyas secuelas han llegado a nuestros días con el mismo grado de horror y de pavor. Y de incertidumbre. Mazzantini cuenta dos viajes que, en realidad, se componen de cuatro: el de los colonos italianos enviados a Libia en la época del gobernador Italo Balbo, a finales de los años 30; su repatriación tras la toma del poder por Gadafi; el regreso, durante la época de Berlusconi, de algunos colonos en busca de su memoria; y la huida en pateras de los libios que intentaban refugiarse de la guerra civil que acabó con el dictador.
A la narradora le interesan principalmente los viajes de pérdida y su equivalencia con la muerte o con algo peor que la muerte, la muerte en vida. El libro explora exquisitamente el significado de perder lo que se tiene, que casi nunca suele coincidir con lo que se cree tener. No es la vida ganada con los recursos materiales lo que al desaparecer acaba matando, no es ni siquiera la forma de vida, sino las infinitas pequeñas cosas que uno ni siquiera pensaba que estaban allí: el olor del aliento de una gacela, una esquina con un cine, un café a cierta hora en cierto sitio, los juegos intrascendentes. Hasta la pobreza y la aridez adquieren de pronto el relieve de lo más necesario, de lo que arranca la vida al perderse.
Es un libro absorto en su propia melancolía, que termina por exceder la tragedia precisamente cuando se pretende el regreso, pues no es posible volver a lo perdido. Es como la esperanza de una resurrección cuyo oculto designio es repetir la muerte. Y repetirla hasta el punto de que ya no se distinga lo muerto de lo vivo. Ese limbo en el que ya todo carece de sentido, también lo que pasó.
No es un libro político, salvo que se entienda la política como un fatum que planea sobre las existencias individuales sin misericordia y sin empatía humana. Es un libro sobre el desarraigo de los sentimientos, en qué se convierten cuando se les quita el suelo en el que pisan.
Recuerda Mazzantini a la Anne Michaels de "La cripta de invierno" en ese tono sentencioso y poético, pegado a las cosas concretas, que sólo de vez en cuando levanta el vuelo para exhalar un último suspiro sobre la faz del mundo.
Alejandro Gándara
Una crítica al aburrido discurso cultural dominante. Con "recomendados", "contraindicados" y "grandes citas".el dispensador dice:
somos colectores de cosas perdidas,
somos coleccionistas de pasos lentos,
de urgencias y de risas,
de lágrimas y otras prisas,
que vamos dejando atrás,
aquello que nos suena a dolor,
aquello que nos afecta como ciertas mentiras...
como en todo camino,
hay cosas que se pierden,
mientras que otras se ven perdidas,
por extrañas vueltas,
que tiene la vida,
que enseña una y otra vez,
que sólo portas tu alma,
y que lo demás... suena a cargas...
que por sí solas se eliminan...
vaya a saber por qué,
sucede que así es la vida...
te quedas con los recuerdos,
que siembras a medida que caminas.
SEPTIEMBRE 16, 2013.-
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