martes, 10 de septiembre de 2013

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Alejandro Gándara

Una crítica al aburrido discurso cultural dominante. Con "recomendados", "contraindicados" y "grandes citas".

El escorpión




El desamparo en casa



Supongo que los cinéfilos y los enterados conocen sobradamente al cineasta ruso Andréi Tarkovski, sin duda uno de los grandes talentos del lado artístico de este entretenimiento de masas. El caso es que el último libro de nuestro apreciado Geoff Dyer va sobre una de sus películas señeras: "Stalker", rodada a finales de los 70 en la extinta Unión Soviética y bajo el correspondiente auspicio político-administrativo. Lo titula "Zona. Un libro sobre una película sobre un viaje a una habitación" (Mondadori, traducción de Cruz Rodríguez Juíz).

Primero, Tarkovski. Es al cine lo que Bill Viola al videoarte: un genio específico, intenso, que circula de lo físico a lo metafísico con la facilidad del que monta en bicicleta y cuya potencia imaginativa encuentra pocos rivales. Sus imágenes son completamente de este mundo, pero el otro se ha colado en él de un modo sutil y lo gobierna, como sucede en las novelas de Lebert, desde lo íntimo a lo patético. No esperen dar aquí con esa densidad de las latitudes septentrionales, ni con esas tramas que parecen dormitar al ritmo de las estaciones. La experiencia espectadora es literal, lo que se ve es lo que hay, lo que pasa es que hay que averiguar qué es lo que se está viendo. Que el ojo es ciego, ya lo advirtió Goethe.

"Stalker", para el que no lo sepa, es el viaje de tres personas a una zona prohibida y, en particular, a una habitación en la que se supone ocurren cosas que cambian la vida del visitante, una de las cuales -y con mucho la más peligrosa- es que se cumplan los deseos (los verdaderos deseos: mejor para todos que nadie cumpla los suyos, porque suelen ser aterradores). La Zona carece de los atractivos esperables y a simple vista carece de misterio o maravilla, como no sea la putrefacción y el abandono de uno de esos paisajes tóxicos e industriales consecuencia de algún cataclismo ambiental.

Bien, Dyer se mete también en viaje con su libro y nos muestra las numerosas prendas que lleva en el equipaje: a veces va vestido de semiólogo parisino, a veces de cinéfilo impenitente, así como de filósofo existencialista, fenomenólogo, antropólogo general, cotilla o simplemente biógrafo de sí mismo. El estilo de siempre: un meditado collage con la intención de componer un cuadro unitario.

No sé si el "Stalker" de Tarkovski permite esta sobreabundancia interpretativa: la película acaba resultando mucho más pura y simple que el libro, mucho más decidida y rematada. De hecho, Dyer, que admite que no hay lectura simbólica en Tarkovski, acaba cayendo en un repaso simbólico: desde la Biblia a los viajes astrales, pasando por lo visionario (por ejemplo, la Zona es la gran prisión soviética -la bolshaia zona- y una prefiguración de los sucesos de Chernóbil).

En conjunto, sin embargo, el libro es mucho más rico que eso y merece el trato propio que se le debe a este autor brillante, siempre en la confianza de que no se nos esté viniendo arriba. Para ambas obras, de todas formas, yo me quedo con la cita de Heidegger: "El desamparo no nos permite sentirnos en casa". De eso va todo. De dónde está el desamparo y de dónde está nuestra casa.


el dispensador dice:
vi el desamparo en sus ojos,
lo estaba aún cuando no decía nada,
no se quejaba de nada...
podía sentir frío,
algo lo incomodaba,
aseguro que había desamparo en su mirada...
me seguía sin pronunciar palabra,
esperando un "algo" que no llegaba,
esperando "entender" por qué le pasaba...
a veces las cosas que nos suceden,
sólo las explica el karma,
a veces lo que nos pasa,
tiene que ver con sucesos de vidas pasadas...
¿cómo explicarle lo que pensaba?,
¿cómo decirle que había pasado tiempos en el Himalaya,
conviviendo entre los sherpas,
viendo cosas que en la dimensión humana,
nadie consideraba?...
cuando te abstraes de tu tiempo,
el destino se esfuma como si nada,
cuando miras a los ojos,
lo que atraviesas es el alma,
percibes lo que hay en ella,
tanto como lo que la marca,
ese "algo" del que nadie escapa...
¿cómo explicarle que viajar la vida,
puede no significar nada?,
lo miré a los ojos sin decir una palabra,
sólo sonaba el aire que se respiraba,
no sentía frío, pero se me calaba el alma,
así como así, le sostuve la mirada,
sin nada que perder, él me enseñó qué deseaba,
una vez más le hablé, sin pronunciar palabra,
debes tomar la senda que lleva a tu mañana,
que día tiene su faro, e ilumina con su llama,
¿sabes lo que es el aura?,
aunque no la veas no puedes negarla,
los no humanos sabemos diferenciarlas...
sabemos cuando es actual,
sabemos cuando es del karma,
aseguro que había desamparo en su alma,
tenía todo sin tener nada,
no obstante había aprendido,
a mirar lejos y descubrir distancias,
la soledad se aprecia,
cuando la ausencia te gana...
le dije entonces que me acompañara,
a subir una cuesta, sin decir palabra,
le enseñé a escuchar las piedras,
a atender al viento, sus remolinos,
sus decires cuando el SOL asomaba,
le mostré el espíritu y cómo flotaba,
se me quedó mirando sin decir nada...
¿de dónde vienes,
se animó a preguntarme?,
"soy un viajero del alma,
que viene curando karmas",
lo comprenderás cuando me vaya...
lo dejé atrás sin darle mi espalda,
el desamparo se fue... y no tuvo nada...
había perdido su vida... 
pero había encontrado su gracia...
cuando el destino se ilumina,
comprendes que no existe el mañana.
SEPTIEMBRE 10, 2013.-

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