domingo, 15 de septiembre de 2013

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El tango perdido de Borges | Cultura | EL PAÍS

El tango perdido de Borges

Salen a la luz las grabaciones inéditas de cuatro charlas que el escritor dio en octubre de 1965

El escritor Bernardo Atxaga ha entregado el material a la Casa del Lector

 


El escritor argentino Jorge Luis Borges. / PEDRO LUIS RAOTA
 
En octubre de 1965 Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899 - Ginebra, 1986) acudió durante cuatro tardes a un lugar no identificado de Buenos Aires, no demasiado grande, para hablar sobre el tango. Ya era admirado en todo el mundo; ya había renunciado a los ojos y aprendido a componer textos de memoria. Pero todavía no se había casado y divorciado de Elsa Astete, cosas que ocurrieron en el lapso de tres años, ni las universidades (Oxford y Sorbona, entre otras) rivalizaban por hacerle doctor honoris causa. Las conferencias se habían perdido en la nebulosa del pasado. Casi nadie sabía de ellas, así que lo más probable es que nadie las echara de menos. Hasta que en 2002, el escritor Bernardo Atxaga recibió unas cintas (aquellos casetes que podrán recordar los nacidos antes de los ochenta) de un amigo que a su vez las había recibido de otro con el mensaje de que pertenecían al autor de El Aleph.

¿Es Borges? Según María Kodama, su viuda, sí. Después de escuchar varios fragmentos, Kodama cree que se trata del escritor “a menos que haya algún imitador perfecto de Borges”, bromea por teléfono. Y tampoco hay duda para Edwin Williamson, catedrático de Oxford y biógrafo del escritor, tras recibir las copias que le remitió Atxaga. “Opino que son las charlas en que, según el anuncio que descubrí en el archivo de La Nación del 30 de septiembre de 1965: Borges ‘contará sus experiencias personales en el Palermo feo donde compadritos y orilleros protagonizaron historias y anécdotas que muestran el espíritu de una época de Buenos Aires”. “Que yo sepa estas charlas son inéditas y valdría la pena darlas a conocer”, sostiene Williamson por correo electrónico.

 
El autor hace confidencias y tararea estrofas del popular ‘El choclo’

En las grabaciones, que Bernardo Atxaga ha legado a la Casa del Lector y a las que ha tenido acceso EL PAÍS, Borges despliega su proverbial erudición, desgrana historias, recita versos, se va por las ramas y vuelve al tronco, provoca risas y canturrea estrofas de algunos de sus tangos preferidos como El choclo“Caracanfunca se hizo al mar con tu bandera…”, tararea antes de confesar con picardía: “Pero la versión que yo conozco es inefable, no puedo repetirla aquí sin ofender a nadie”. Y continúa: “Le pregunté a un amigo que significaba caracanfunca y me dijo que es el estado de ánimo de un hombre que se siente caracanfunca”.

El choclo le divertía”, rememora María Kodama. “Le gustaban los tangos de la guardia vieja porque no tenían letra o, si la tenían, era con doble sentido. Sin embargo, detestaba el tango cantado por Gardel por sus letras melodramáticas y lloronas”. En la charla de 1965 se muestra más afable con otro de los mitos argentinos del siglo XX: “Gardel tomó la letra del tango y la convirtió en una breve escena dramática”.

Con voz lenta y algo cansada —grabaciones posteriores denotan más energía—, el escritor teoriza sobre el origen del tango, que sitúa alrededor de 1880: “El pueblo no inventa el tango ni lo impone a la gente bien. Ocurre exactamente lo contrario... Sale de las casas malas situadas en todos los barrios de la ciudad... había gente que las frecuentaba para jugar a la baraja, tomar un vaso de cerveza o ver a los amigos... Un argumento que da fuerza a esto son los instrumentos iniciales, que no son populares y corresponden a medios económicos superiores a los de los compadritos \[violín, flauta y piano\]”.

A pesar de que en ocasiones el ruido del tráfico invita a pensar que o bien los camiones salen de la garganta de Borges o bien Borges dicta su conferencia desde un camión, el sonido es aceptable. Él parece cómodo, en casa. “Es obvio que se encuentra relajado y muy a gusto con su audiencia. Se le nota animado y ocurrente explicando costumbres y expresiones del bajo mundo porteño de su juventud”, observa Edwin Williamson. “Es Borges en su salsa... su cabeza, su memoria, su improvisación. Las grabaciones nos dan idea de muchas cosas de él”, destaca el director de la Casa del Lector, César Antonio Molina.



Parejas bailando durante una lección de tango. / JAVIER PIERINI (GETTY)


En las cinco horas de disertación se van deslizando guiños confidenciales, la nostalgia por la Argentina que fue, detalles autobiográficos y el culto al coraje que comparte con compadritos de leyendas y tangos, capaces de aceptar un desafío fatal porque va en el código del gremio. “Bioy \[Casares\] me contó el caso de un compadre que tenía que hacer una operación dolorosa. Cuando le ofrecieron un pañuelo, dijo: ‘Del dolor me encargo yo”, relata a su audiencia. “El guapo”, prosigue, “iba llevando a su adversario a un terreno desventajoso de suerte que cuando llegaba el momento de la pelea, ya estaba vencido. La técnica no solo era el manejo de cuchillo y poncho, también era psicológica”. Borges detalla anécdotas de compadritos como su amigo Nicolás Paredes, guardaespaldas de un caudillo conservador, o Juan Muraña, “de tan escasa inteligencia que cuando lo provocaban no se daba cuenta”.


María Kodama ha confirmado que se trata del autor de ‘El libro de arena’

En ocasiones Borges inquiría a su amigo Macedonio Fernández.
—Decime Macedonio, ¿eran tan bravas las elecciones en Valvanera?
—Sí, todos los vecinos de Valvanera hemos muerto en las elecciones.

“Oyendo un tango viejo”, sostiene el escritor, “sabemos que hubo hombres valientes. El tango nos da a todos un pasado imaginario. Estudiar el tango no es inútil, es estudiar las diversas vicisitudes del alma argentina”. Él lo hizo en 1929, gracias a un premio de 3.000 pesos que recibió su poemario Cuaderno San Martín, mediante lecturas y entrevistas personales. Es el año en el que arrincona la poesía y se vuelve en exclusiva a la prosa. Poco después, en 1934, en un viaje por Uruguay presencia un asesinato en una pulpería y conoce la última frontera gaucha. Al año siguiente se publica su primer libro de cuentos, Historia universal de la infamia, donde figura la versión original y definitiva de Hombre de la esquina rosada —“el cuento más injustamente famoso”, desliza Borges en la conferencia—, que es un tango en sí mismo. “La idea de juntar el tango y la muerte fue el germen, pero lo escribí porque también había muerto hacía poco Nicolás Paredes y pensé que todos los cuentos que me habían contado él y un tío mío podían perderse”.

En la narración, el escritor recupera la entonación, la fonética y el argot del orillero criollo. “Yo escribía una frase”, confiesa a su audiencia. “La leía con la voz de mi amigo Paredes. Si la frase no le iba bien a su voz me daba cuenta de que me había portado como un literato en el peor sentido y lo borraba”. Borges bromea sobre sí, sobre el proceso creativo (“Quizás la única manera de hacer una obra de arte perdurable sea no tomándola demasiado en serio, distrayéndola”) y sobre el alma argentina, que abrazó el tango el día que triunfó en París. “Hasta 1910 nosotros habíamos percibido pero no habíamos sido percibidos por el mundo. Ocurren entonces hechos que nos alegran y llega la noticia que nos conmovió a todos: ¡el tango se bailaba en París! Y posteriormente en Londres, Berlín, Viena, hasta en San Petersburgo”. Pero hubo reticencias: el Papa, el káiser, ¡la justicia de Ohio! Allí, dice Borges, un profesor fue acusado de enseñar un baile inmoral. Aunque después de desplegar su arte ante el jurado, el tango fue declarado inocente.

Un regalo impagable por el que nadie paga

En la era Damien Hirst no todo se compra ni se vende. En esta historia la voz de Borges ha pasado de mano en mano y ha cambiado de propietario al menos en cuatro ocasiones sin que su precio de mercado haya ido hinchándose con comisiones por la intermediación, práctica tan sofisticada en el arte como en la economía. “Todo ha sido un azar borgiano”, resume César Antonio Molina, director de la Casa del Lector, la joven institución que custodiará las grabaciones y que, previo acuerdo con María Kodama, baraja la elaboración de un audio-libro con las charlas. En 2002 Bernardo Atxaga andaba embarcado en una gira con el doblador José Manuel Goikoetxea, que un buen día le llevó un regalo.
“Goiko vino con casetes envueltos en una goma que le había dado un gallego que se fue a Argentina de niño y que luego trabajó de productor musical en Alemania. Este hombre, Manuel Román Rivas, al que todos llamaban Kolo Román y que falleció hace cinco años, las trajo de Buenos Aires y se las dio a Goiko en agradecimiento por haberle acogido en su casa cierto tiempo”.

Y así fue como Atxaga se encontró escuchando la voz de Jorge Luis Borges a bordo de su R-5. “Se oían fatal, pero me pareció Borges desde el principio. Las conferencias no me sonaban de nada y empecé a preguntar. Consulté con una editora, un aficionado a Borges y en una radio”. Mientras aguardaba, Jonan Ordorika se encargó de digitalizarlas y limpiar el sonido. Se hicieron seis juegos. Después de ese año en el que solo palpó indiferencia, el entusiasmo de Atxaga se diluyó. “Pensé que no sería un material interesante si nadie respondía, hasta que pasan diez años y conozco a Edwin Williamson, que había escrito una biografía donde decía que Borges había dado una charlas en Buenos Aires en 1965”. Williamson, autor de Borges: Una vida (Seix Barral, 2007), recibe las grabaciones y concluye que se trata de las conferencias que se habían publicitado en La Nación el 30 de septiembre de 1965, según un anuncio que el hispanista descubrió.

En 2012 Atxaga publicó la historia de las cintas en la revista ERLEA (La abeja), de la Euskaltzaindia (Academia de la Lengua Vasca), y unos meses después decidió que estarían mejor en el archivo de una institución que en el suyo. Llamó a César Antonio Molina, viejo conocido de tiempos anónimos, y se las ofreció para la Casa del Lector, última receptora de un material impagable por el que nadie ha desembolsado nada.


El Buenos Aires eterno como el agua

el tango que interesaba a Borges era el de los inicios, el de la “guardia vieja” de fines del XIX y principios del siglo XX

 


Bailarines de tango. / VETTA ILYA TERENTYEV (GETTY)
 

En 1921, Jorge Luis Borges, apenas cumplidos los 22 años, regresa a Buenos Aires después de la forzada estadía de su familia en Ginebra durante la Primera Guerra Mundial. El propósito declarado del joven poeta es inventar o recuperar una mitología para su ciudad natal. Los barrios nocturnos y tranquilos, el río “de sueñera y de barro”, las historias de malevos que son, para Borges, la reencarnación de las antiguas epopeyas escandinavas y homéricas, se harán parte de ese mundo urbano, soñado y a la vez tangible, que Borges no dejará de reseñar a lo largo de su vida. Entre esos elementos primordiales está el tango.

Como conviene a una música que aspira a ser mitológica, el tango que interesaba a Borges era el de los inicios, el de la “guardia vieja” de fines del XIX y principios del siglo XX. Ese era para Borges el verdadero tango, erótico, melancólico y violento, cuya madre (dijo en la Historia Universal de la Infamia) era la habanera africana. Para concederle este carácter ancestral, era necesario negarle novedad: así Borges mantuvo que todo tango escrito después de 1920 era convencionalmente sentimental, y obra de gringos. “La milonga y el tango de los orígenes podían ser tontos o, a lo menos, atolondrados”, escribió en 1952, “pero eran valerosos y alegres; el tango posterior es un resentido que deplora con lujo sentimental las desdichas propias y festeja con desvergüenza las desdichas ajenas”.

Eduardo Berti, en un espléndido ensayo sobre el tema, señala que “desde temprano, Borges mantuvo una relación de franco conflicto con el tango: en sus poemas lo laudó algunas veces, pero en los reportajes solía formularle toda clase de reparos o explicar que allí donde sus versos decían tango, debía leerse en realidad milonga”. Si bien al final de su vida Borges llegó a conceder que estos juicios eran probablemente exagerados, siguió afirmando que el tango había sido pervertido por la sensibilería moderna.

El tango jalona toda la obra de Borges como elemento afín a sus otros temas favoritos: el culto del coraje, la dignidad criolla de los guapos, la calidad fatídica de los naipes, la calidad irreal del tiempo porteño, la belleza del cuchillo. No la letra de tango (que sería añadida más tarde y que Borges mismo llegaría a escribir para una serie de milongas) sino la música de bandoneón cuya calidad es a la vez deleitable y peligrosa y que Borges asocia a “la convicción de que pelear puede ser una felicidad, la emoción del combate como una fiesta”.

Este juicio puede explicar tal vez la duradera pasión de Borges por el género épico, por la historias fantásticas y violentas, por los héroes valientes y sanguinarios. En un célebre ensayo sobre el hecho estético, Borges recuerda que “ya Pater, en 1877, afirmó que todas las artes aspiran a la condición de música, que no es otra cosa que forma”. Quizás Borges sintió que la música del tango era la forma a la cual aspiraba su Buenos Aires mítico, “eterno como el agua y el aire”, y que Borges intentó reconstruir con palabras.
Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) es escritor e historiador.
El Buenos Aires eterno como el agua | Cultura | EL PAÍS


el dispensador anota al margen:
Tango - Wikipedia, la enciclopedia libre
El tango es un género musical tradicional de Argentina y Uruguay, nacido de la fusión cultural entre inmigrantes europeos (españoles e italianos, principalmente), descendientes de esclavos africanos, y nativos de la región del Río de la Plata.[2] Musicalmente suele tener forma binaria (tema y estribillo) o ternaria (dos partes a las que se agrega un trío). En esencia, es una expresión artística de fusión, de naturaleza netamente urbana y raíz suburbana («arrabalero»), que responde al proceso histórico concreto del mestizaje biológico y cultural de la población rioplatense pre-inmigración y a la inmigración masiva, mayoritariamente europea, que reconstituyó completamente las sociedades rioplatenses, a partir de las últimas décadas del siglo XIX.
Su interpretación puede llevarse a cabo mediante una amplia variedad de formaciones instrumentales, siendo las más características el cuarteto de guitarras, el dúo de guitarra y bandoneón, el trío de bandoneón, piano y contrabajo, así como la orquesta típica o el sexteto.
Muchas de las letras de sus canciones están compuestas basándose en un argot local llamado lunfardo, letras que suelen expresar las tristezas, especialmente «en las cosas del amor»,[3] que sienten los hombres y las mujeres de pueblo, circunstancia que lo emparenta en cierto modo con el blues, sin que ello obste al tratamiento de otras temáticas, incluso humorísticas y políticas.
Enrique Santos Discépolo, uno de sus máximos poetas, definió al tango como «un pensamiento triste que se baila».[4]
En 2009 fue presentado por los presidentes de la Argentina y Uruguay para ser incluido, y finalmente aprobado en la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) de la Humanidad por la Unesco.[5
 


el dispensador dice:
algo se te pega,
ciertos ritmos te llegan,
no sabes por qué,
pero te recrean,
dan sentido a los días,
ciertos recuerdos se avivan,
ciertas imágenes anidan,
coinciden en notas y en tiempos,
hay pentagramas abiertos,
cuerdas que curan heridas...

un bandoneón en cada esquina,
bohemias ganadas,
bohemias perdidas,
suenan violines doblando las rimas,
el piano se enreda,
las notas giran,
una clave de sol respira,
mientras un bemol atraviesa la vida,
hay sostenidos que permanecen,
hay orquestas que no se olvidan...

sentía a Piazzolla signando mis pasos,
"Adios Nonino"... la vida es una escuela...
"Verano Porteño"... allí guardo mi estrella...
"La Muerte del Ángel"... enseña su estela...
entrevero de notas,
mi alma está en ellas...
otros tangos suenan por sobre las huellas,
son tantos los títulos,
que no alcanzan las listas,
para recordar sus letras,
no obstante hay memoria,
que recrea mensajes,
dichos de barrios,
sensaciones de arrabales,
demasiado temprano se me fue mi madre,
la vida no da tiempos,
para contemplar las tardes...

doblé el destino sin darme cuenta,
las mentiras que atrapan,
provienen de almas desiertas,
cuando se descubre la traición,
la mañana se aquieta,
el espíritu se agita,
la pasión se aleja,
la vida se oxida hasta recalar en ausencia...
entonces te vas,
sin ninguna queja,
cargas la mochila con la nada que queda,
simplemente caminas por otra senda,
y así te vas yendo...
hasta que a tus espaldas...
nada queda...

tango perdido...
¿dónde está tu letra?,
dobla la esquina,
siempre hay alguien que espera,
de repente algo regresa,
en la mente se recupera,
suenan los acordes,
se recuperan los versos,
algo hace que vuelvas,
ya nadie te conoce,
ni te recuerda...
cuando te vas... se corta la cuerda...
y ya no hay detrás,
el mañana te espera.
SEPTIEMBRE 15, 2013.-

tango es un término deformado de la lengua ibibio del níger africano... que recaló en Uruguay antes que en Argentina, para luego asentarse en todo el Río de la Plata, asimilándose a la cultura del lunfardo.

 

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