domingo, 29 de septiembre de 2013

ENTRE EL ECUADOR Y CAPRICORNIO ► Brasero de la añoranza | Cultura | EL PAÍS

Brasero de la añoranza | Cultura | EL PAÍS

BRASIL, PAÍS INVITADO A LA FERIA DE FRÁNCFORT. EL LIBRO DE LA SEMANA

Brasero de la añoranza

En 'Sol tropical de la libertad', de Ana Maria Machado, la tensa relación entre una madre y una hija convive con la memoria de la represión militar en Brasil durante los años sesenta


Protestas estudiantiles en São Paulo en 1968. / AFP / ImageForum

Conocida en todo el mundo por sus novelas y relatos infantiles, Ana Maria Machado (Río de Janeiro, 1941) consiguió, mediante libros como El domador de monstruos y Un montón de unicornios, la rara proeza de arrastrar a los más jóvenes a leer. Alumna de Roland Barthes, periodista del Jornal do Brasil, pintora, estudiosa del aprendizaje de la lectura, Machado inició en 1979 con su Historia medio al revés una revisión de los cuentos de hadas, despojando a los personajes del determinismo y la frialdad con los que Andersen y los Grimm los habían dotado.

A partir de ahí, la autora fue incorporando el entorno familiar de su Brasil natal, enraizándolo en un mundo mítico y tribal dominado por la naturaleza exuberante. Su primera novela dirigida a un público general, Alice e Ulisses (1983), dejaba ver la buena sombra de Clarice Lispector, de cuya impronta Machado se intentaba desviar gracias al empleo lúdico del lenguaje y a su capacidad de sugerencia, desgranando las oportunas dosis de realidad y ficción. Después, O mar nunca transborda (1995), mostraba el reencuentro de una periodista brasileña afincada en Londres con las tierras de sus ancestros en el litoral de Espíritu Santo. El descubrimiento de Brasil y la realidad del final de siglo se fundían en una voz evocadora, magnética.

Machado emprende aquí un retrato generacional centrado en la clase media de
Río de Janeiro
En esta línea, Sol tropical de la libertad representa un nuevo tour de force en la obra de una autora cimentada en las sólidas bases del cuento clásico. Machado emprende aquí un retrato generacional que, centrado en la clase media de Río de Janeiro y por extensión en la ciudadanía brasileña, va derivando en la semblanza de todas las persecuciones y el exilio de los años setenta y ochenta en Latinoamérica. Lena, periodista convaleciente de una enfermedad a la que no llega a poner nombre, y que le ocasiona mareos y caídas, visita a su madre en la casa familiar frente al océano. Se encuentra en un momento de bloqueo existencial, subrayado por su imposibilidad de escribir. Tras varios intentos fallidos con curas alternativas, se ha plegado a depender de los fármacos, aunque sabe que empeoran su ánimo. La forzada convivencia con Amália, la madre, pone a prueba su “irritación atávica” a que alguien invada su territorio. No puede caminar por la playa ni zambullirse en el mar porque tiene un pie roto. Intenta corregir una obra teatral que ha empezado sobre su experiencia de exilio en París. A medida que se adapta a duras penas a la proximidad y los juicios maternos, comprende que lo único que está de veras vivo en ella es la memoria, sobre la que carece de dominio y de la cual acabará “molida a palos”.

Sirviéndose de escenas de la obra dramática de Lena, de cartas (extraordinaria la dedicada a Marcelo, su hermano), de apuntes, de fotografías familiares, de recuerdos felices y amargos de sus años de infancia y juventud, de incursiones de Amália, Machado traza el mapa de la vida de Lena. Y no solo de ella, también de sus padres, de sus hermanos y de sus amigos. La revuelta estudiantil del 68 en Río de Janeiro, la dictadura militar y la sanguinaria represión que vio después, pasan como una sucesión de imágenes que proyecta Lena ante sí con estupor e impotencia, avergonzada de la sociedad en que nació. Para Amália —que en esos años de sufrimiento por el destino de su prole descubrió que la patria era más bien “matria”, porque todo “paría y se paría desde las mismas entrañas”—, Lena era la que menos entendía de sus hijos, por “sus manías de independencia, su silencio, sus maneras esquivas”. La periodista evoca la indignación del viejo pintor Cesário (“además de violentos, somos unos ladrones”), el temblor de la resistencia, sus compañeros del exilio, las sorpresas ingratas, la pérdida de su hijo nonato, su separación. Repasa casos paradójicos, como el de esa mujer torturada a la que, en la confortable Alemania, le venían unas dolorosas “ganas de correr descalza por Brasil”. En ese “brasero de la añoranza”, de donde derivaría para algunos el nombre del país (de brasa que palpita, calienta, quema) se cuece la “inadaptación permanente” de los que se fueron, que permanecerá incluso aunque regresen, quizá aún más.

El resultado es una novela de hondo aliento, trufada de sabiduría narrativa y sensibilidad, cuyo tono nunca desfallece, que alcanza el otro lado del río que atraviesa el bosque de los enormes jequitibá, con el latido rítmico, seguro, de un corazón apasionado, rebelde. No solo es la verdad de lo que cuenta Machado, porque solo con “la verdad” exprimida a la experiencia (histórica, política, privada) no se construye una buena novela; es el estilo que convierte este magma de memoria en ejemplar, insustituible, paradigmático. El énfasis vital, colectivo, y el intimismo de lo que atañe a una sola persona, se aúnan con naturalidad para alcanzar una dimensión épica sin renunciar al lirismo que siempre se contiene y por eso logra calar en la imaginación del lector con la fuerza de una prodigiosa aventura en “la tierra de las palmeras donde cantan los tordos”.
Sol tropical de la libertad. Ana Maria Machado. Traducción de Roser Vilagrassa. Alfaguara. Madrid, 2013. 381 páginas. 19,50 euros (electrónico: 9,99) 


el dispensador dice:
zonas del ecuador,
zonas del capricornio,
hay zodíaco protegiendo el entorno,
donde se construye el futuro,
historias sin fondo,
simplezas de espíritu,
presentes redondos...
es muy bueno andar despacio,
saber ir de a poco,
aprecias la senda,
miradas de unicornio...

hay mucha historia,
entre el ecuador y capricornio,
navegar por el Amazonas,
demanda retorno,
todo en la vida se aprende a poco,
ir despacio libera cerrojos,
el que aprende a vivir,
no se tiene por flojo.
SEPTIEMBRE 29, 2013.-
 

 

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