Malcolm Lowry, un regalo bajo las cenizas del volcán
Día 01/11/2014 - 16.29h
Editan «En lastre hacia el Mar Blanco», la novela
que se creía perdida en un incendio en 1944
ABC
En la galería de los malditos de las artes siempre se le guarda un pedestal al novelista inglés Malcolm Lowry (1909-1957). Allá mora, junto a Dylan Thomas, Jimi Hendrix, Charlie Parker, Jackson Pollock y tantos genios del siglo XX que eligieron a conciencia la senda de la autodestrucción. Para lo mucho que se aplicó con su medicina -el alcohol a fuego- Lowry todavía duró bastante. Su hígado resistió 47 primaveras, hasta que el 27 de junio de 1957 muere en la White Cottage, su casa de campo, en una visita a su patria natal, Inglaterra. Personaje proclive a los misterios, el enigma rodea hasta su óbito: ¿Ingesta de barbitúricos o un simple ahogamiento por el reflujo de la última curda? Los biógrafos más viperinos llegan a apuntar que su segunda esposa, su mujer y casi madre Margie Bornner, pudo haber dado un empujoncito, saturada del personaje.
Quienes creemos que el malditismo no es más que una forma estúpida de narcisismo suicida no encontraríamos nada admirable en Lowry -explotador de mujeres, poco fiable, quejica, con tics del niño de papá que fue- de no mediar que se trataba de un novelista superior, leal a su vocación. Entre bolinga y bolingón, el inglés del bigotito fino y los ojos claros y helados, el apasionado de la natación, el tenis, el ukelele y la botella, se las apañó para escribir una de las novelas señeras de su siglo, «Bajo el volcán». Allí se cuenta, sabido es, la bajada a los infiernos en la convulsaCuernavaca de los años 30 del cónsul inglés Geoffrey Firmin, trasunto del propio Lowry, que en la novela va caminando en pos de una muerte cierta, bañado en mezcal, remordimiento y celos.
Incendio en el Pacífico
Detallaba el maravilloso Eduardo Chamorro, con su voz de barítono y sus ojos de sabio triste, que una resaca de mezcal dura 48 horas. La resaca de «Bajo el volcán» fue todavía más larga. Duró años. A Lowry le llevó una década escribirla, y por poco la extravía para siempre. En junio de 1944 arde la caseta de pescadores en la que vive con su segunda mujer, Margie Bonner, en una playa de la costa del Pacífico canadiense. La casucha de la playa de Dollarton queda hecha cenizas. Pero antes de que se desmorone, Lowry logra salvar el manuscrito de «Bajo el volcán», aunque parte del techo cae sobre su espalda, causándole graves quemaduras. La obra se publicará tres años después. Pero el mundo no se rendirá ante ella hasta después de su muerte.
En España
Todo este enredo, que en realidad parece una novela más, ofrece también una derivada española. En 1933, su amigo y tutor literario, el novelista estadounidense Conrad Aiken, se lleva a Lowry de vacaciones a España con él y su mujer. Arriban a Gibraltar, donde Malcolm leerá con buen provecho el preceptivo «Ulises», y recorren Andalucía hasta Granada. Allí, cuenta la leyenda que en los jardines del Generalife, el novelista cae noqueado por un amor a primera vista con la guapa Jan Gabrial, una neoyorquina que quiere ser actriz y escritora y nunca alcanzará ninguna meta. Malcolm la acomete, con éxito y gatillazo (las disfunciones sexuales de Lowry son también parte del personaje) y acaban casándose en París.
En el año 2000 ella desvela en sus memorias que posee ese material. Tras su muerte en el 2003, la novela aparece en un inventario de sus posesiones, donado a la Biblioteca de Nueva York. Esa misma institución elaboró en su día una lista de las mejores novelas del siglo XX. «Bajo el volcán» ocupa el puesto once. La primera es «Ulises», deJames Joyce, y la segunda «El gran Gatsby», de Scott Fitzgerald. El triunfo de los dipsómanos. Si se juntasen en una taberna Malcolm, James y Scott habría que ir llamando a un camión cisterna.
La Gran Ballena blanca
el dispensador dice:
de toda ceniza,
nace una mañana,
resplandece una tarde,
de leves brisas...
de todo volcán,
erupcionan los miedos,
aquellos que huyen,
ocultándose tras pañuelos,
que temen al azufre que acarrean,
desde sus propios sueños...
cada ceniza a su volcán,
cada tristeza a su suelo,
algunos llegan llorando,
así como otros llegan riendo,
todo lo que arde conlleva,
el germen que trae consuelo,
siempre que sepas esperar,
el sentido de tu momento...
las gracias no pertenecen al tiempo,
sino al destino escrito,
prendido al árbol de lo eterno.
NOVIEMBRE 02, 2014.-
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