martes, 23 de septiembre de 2014

Alea iacta est ▼ LA SUERTE ESTÁ ECHADA ► “Cuando muramos, morirá el idioma” | Actualidad | EL PAÍS

“Cuando muramos, morirá el idioma” | Actualidad | EL PAÍS


“Cuando muramos, morirá el idioma”

En México coexisten 68 lenguas indígenas, un patrimonio cultural amenazado

De algunas de ellas, como el ayapaneco, apenas quedan solo siete hablantes



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Manuel Segovia Jiménez, uno de los últimos hablantes de ayapaneco. / SAÚL RUIZ


Cuando Fidel Hernández llega a su aldea, a Chicahuatxla, las casas pasan a tener boca, ojos y espalda. No es nada raro, sino algo que le sucede casi automáticamente cuando el autobús abandona la inacabable Ciudad de México y se adentra en el sur, en su estado natal de Oaxaca. Fidel, un cultivado estudiante de doctorado de la UNAM, deja entonces atrás las puertas, ventanas y techos del idioma español y pasa al universo de la lengua triqui. Un idioma tonal del que los registros oficiales dicen que tiene 25.883 hablantes y que forma parte de uno de los mayores y más desconocidos tesoros de México: la diversidad lingüística. En el país conviven 11 familias lingüísticas de las que derivan 68 lenguas, que a su vez se ramifican en 364 variantes. Una fronda inmensa, cuya concentración apenas tiene parangón en el mundo, excepto en Papúa-Nueva Guinea, Brasil y ciertas regiones de África, pero sobre el que corre una creciente amenaza. Cada vez se hablan menos. Apenas siete millones de indígenas (el 40%) cultivan sus lenguas, y en su mayoría lo hacen en solo seis idiomas (náhuatl, maya yucateco, mixteco, tseltal, zapoteco y tsotsil). El resto, en buena parte, peligra. El Instituto Nacional de Lenguas Indígenas ha concluido que 259 de las 364 variantes lingüísticas corren riesgo de desaparición. Y en muchos casos, su salvación es casi imposible: 64 tienen menos de un centenar de hablantes. Pertenecen al grupo de “alto riesgo”. Son los últimos de su estirpe.

Del ayapaneco, el más amenazado, quedan solo siete hablantes
Don Manuel suele despertarse a eso de las cinco de la madrugada. Los días normales se toma un café y unos frijoles, y los buenos, cuando hay dinero, también algo de pan. Luego agarra el machete y sale al campo a trabajar. Cien pesos (seis euros) por deslomarse hasta las dos de la tarde, en la espesa atmósfera selvática de Ayapa (Tabasco). Entonces vuelve a casa, vuelve ante los frijoles y vuelve a sentarse en la silla de plástico desde la que ahora mira al periodista con ojillos curiosos.
—¿Qué le falta, don Manuel?
—Dinero.
Manuel Segovia Jiménez, aunque no lo parezca, tiene 79 años y posee un tesoro único en el mundo. Habla nnumte oote, la lengua verdadera. El ayapaneco. El idioma más amenazado de México. Quedan siete hablantes (otros 13 lo entienden), de los que Don Manuel es el único que lo sigue usando en familia.


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Cirilo Velázquez, Manuel Segovia e Isidro Velázquez, en Ayapa. / SAÚL RUIZ


Entroncado en la familia lingüística del mixe-zoqueana, entre cuyas contribuciones universales figura la palabra cacao (pronuciada kaagwa, en ayapaneco), el idioma tiene singularidades que enloquecen a los especialistas. Entre ellas, su riqueza en palabras simbólicas, en onomatopeyas de enorme precisión como tzalanh (sonido del golpe de un machete) o el perfectamente entendible ploj (pisar el lodo).
Esta joya filológica, que durante siglos floreció en la húmeda selva tabasqueña, al sureste de México, no ha podido aguantar el embate de los tiempos modernos. La extensión masiva y exclusiva de la educación en español a lo largo del siglo XX y la inmensa riqueza petrolera de la zona, que atrajo una fuerte inmigración hispanohablante, barrieron el ayapaneco hasta convertirlo casi en un recuerdo. Una trayectoria parecida a la de otras lenguas en México. “No es un fenómeno aislado. Ha incidido la educación solo en español, pero también la emigración masiva y la discriminación que sufren los indígenas”, señalan los investigadores Carolyn O’Meara y Francisco Arellanes, del Seminario de Lenguas Indígenas, del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.
Esta zozobra general alertó a las autoridades y condujo en 2003 al reconocimiento oficial de los derechos lingüísticos indígenas. Se les otorgó el mismo status que el español y se creó un baluarte para su salvación, el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali). “Trabajamos en recuperar este patrimonio, le damos visibilidad, pero si no hay presión social, si la misma sociedad no exige el conocimiento de una lengua, es difícil parar la caída. Aún sufrimos un entorno de discriminación, donde se estigmatiza por el idioma, el color de piel o la forma de vestir, donde los idiomas indígenas son silenciados en los medios de comunicación”, afirma el director el Inali, Javier López Sánchez un chiapaneco de habla tseltal.

Los idiomas indígenas son silenciados en los medios”, afirma López Sánchez
Don Manuel, aunque con otras palabras, está de acuerdo. A su alrededor ha visto desaparecer el idioma. Y callar a los que lo conocían. En la escuela, que él abandonó en segundo de primaria, le prohibían usarlo. Poco a poco fue hundiéndose la lengua verdadera, hasta quedar confinada en las mentes de unos pocos náufragos, cuya excepcionalidad atrajo desde los años noventa a investigadores internacionales. En su casa baja de Ayapa, presidida por un altar que este mes tiene una vela encendida en honor del arcángel San Gabriel, don Manuel muestra sin ostentación las fotos de estos buscadores de perlas lingüísticas. Son un reconocimiento al tesoro que posee y que desde 2012 comparte. Anexo a su vivienda, en un vestíbulo de techo metálico, acoge una pequeña y modesta escuela. Allí, los sábados, don Manuel enseña ayapaneco a los niños del lugar. No es el único. Le acompañan Isidro Velázquez, 72 años, y su hermano Cirilo, de 66. Juntos, con el hijo de don Manuel, en silla de ruedas, han preparado un atlas del cuerpo humano, cartas y posters en ayapaneco para las clases. La iniciativa, auspiciada por el Inali, les ha devuelto el orgullo de su idioma. "En el pueblo no le dan valor. Pues bien, yo digo que quien no quiera aprender, que ahí se quede", zanja don Manuel.
Los frutos de esta siembra son desiguales. Los niños acuden en masa cuando se reparte algo, pero cuando los fondos andan escasos, solo pasan el umbral unos pocos. Y aunque alguno muestre verdadero entusiasmo, no basta. "Cuando muramos, morirá el idioma. Ni mis hijos lo han querido aprender", sentencia Cirilo Velázquez. Su hermano Isidro asiente.
La suerte del nnumte oote está posiblemente echada


"Lograr la restauración del idioma como hace 100 años nunca sucederá, pero el esfuerzo de esa escuela vale la pena para fijar la lengua como un símbolo de la comunidad, una forma de expresar su identidad", señala Daniel F. Suslak, investigador del departamento de Antropología de la Universidad de Indiana, una de la máximas autoridades en ayapaneco.
La suerte del nnumte oote está posiblemente echada. Otras lenguas, como recuerda la filóloga Carolyn O'Meara, aún disponen de tiempo para salvarse gracias a su propio aislamiento geográfico. Y en otros casos dependerán simplemente de la fidelidad de sus hablantes. Eso es algo con lo que cuenta Fidel Hernández, de 32 años. Aunque su idioma, el milenario triqui, no está en la lista de los más amenazados, sabe que no hay una enseñanza normalizada y efectiva de su lengua, que los niños cada vez lo usan menos y que, en un país donde aún se margina al indígena, se ha activado una bomba de relojería que estallará en tres o cuatro décadas. Sería el fin para un hermoso idioma de tradición oral, una lengua volátil donde una misma palabra cambia de significado simplemente con variar el tono (a mayor gravedad, arado pasa a ser agua, carne o desnudo). Pero algunas cosas han cambiado. No todo es declive. Hernández es un ejemplo. Nacido en la perdida Chicahuatxla, prepara su doctorado sobre la lengua triqui, su idioma. Miles de horas de estudio con un objetivo en la mente, salvar a ese maravilloso mundo donde un arado se vuelve agua, y las casas, en vez de techos, tienen espaldas.

La silenciosa nación monolingüe

Leonardo López Martínez vive en un mundo sencillo. Nunca ha buscado trabajo en la ciudad, tampoco ha leído un libro y ni siquiera entiende esas voces estridentes que salen del televisor que su hija se empeña en encender cada tarde. Leonardo, de 62 años y dos dientes de oro refulgentes, es un maya que sólo habla el milenario yokot’an, conocido por los especialistas como chontal de Tabasco. Él sabe (la experiencia se lo ha demostrado) que lejos de su pueblo casi nadie le entendería, y quien pudiera, muy posiblemente, lo disimularía. Pero eso no le preocupa, porque aquí, en la selvática aldea de San Isidro, en el municipio de Nacajuca (Tabasco), tiene a sus amigos y su trabajo; aquí, en un mundo aplastado por la humedad y los mosquitos, le basta con el yokot’an.
Como Leonardo hay un millón de indígenas en México, en su mayoría concentrados en los Estados de Oaxaca, Chiapas, Veracruz y Guerrero, que sólo hablan su idioma nativo. Son los más discriminados dentro del ya de por sí marginado colectivo indígena. Cada paso que dan fuera de su entorno, representa una dificultad. Pese a los esfuerzos gubernamentales y a los reconocimientos de sus derechos lingüísticos, se topan con muros sordos en la sanidad, el trabajo, la justicia, las prisiones, los medios, la educación… “Se les margina en muchos ámbitos, la sociedad aún no reconoce suficientemente la diversidad”, dice el director del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, Javier López Sánchez. Y esa experiencia los aísla o lleva a abandonar su idioma.
—Y usted, don Leonardo, ¿se ha sentido discriminado?
—Yo no, porque nunca he salido de aquí, pero sé que me mirarían extraño porque no hablo su lengua.
A Leonardo le ha traducido su hija. Se ríen juntos mientras hablan, sobre todo, cuando se le pregunta qué desearía en esta vida. “Ganado y dinero”, responde a carcajadas. Luego, recupera la seriedad y explica que a él lo que le gusta es salir a por leña, ver a sus reses, cuidar a las gallinas y pavos que corretean por el patio tropical, y tener la casa limpia.
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el dispensador dice: no te enojes ni te molestes por aquello que te diré acto seguido... ya te he dicho que estoy loco pero no demente... y esa locura es la que me habilita a decirte lo que sigue... allá por los setenta, un buen día, como por arte de magia... apareció en mi vida el que luego sería un entrañable amigo, el Profesor Ricardo Mello Vargas... él ya era un adulto entrado en años, mientras que por mi parte apenas era un aprendiz de brujo... muchas ganas, ningún recurso... el sabía de lenguas americanas nativas lo que pocos sabían, no por desmerecer a los otros, sino porque é tenía una visión distinta elaborada a partir de un complejo matemático al que nadie había llegado, nadie había descubierto, nadie había desentrañado... como buen paraguayo de la época de la guerra del Chaco... era meticuloso en sus conceptos... pero el sabía de raíces etimológicas lo que nadie conocía, y te aclaro que ya por esa época, en lo personal estaba en contacto epistolar y mucho más que epistolar con eruditos de México, del Perú, de Colombia, de Bolivia... por mencionarte sólo alguno de los ángulos lingüínsticos necesarios para conformar un paisaje ancestral de la América originaria...

él tomó la decisión de escribir sobre lo que sabía, y también tomó la decisión unilateral de involucrarme en su conocimiento tanto como en su iniciativa... aclaro que mis rumbos llevaban navegación por otras aguas... pero dado mi caracter de "inquietum asinum" no me pude negar... y decidí participar de sus voluntades, viéndome involucrado en un esfuerzo doble... primero para comprenderlo a él, y luego para interpretar sus conocimientos y traducirlos al hecho literario... finalmente, él, merecidamente recibió un reconocimiento de la Academia de la Lengua Guaraní (de la que supe tener copia), y yo seguí mi viaje hacia mi destino de sobresaltos europeos y de los otros...

por entonces, ambos insistíamos en la necesidad de establecer un registro prolijamente documentado de las lenguas americanas en proceso de extinción, y también de aquellas otras que no lo estaban en dicho momento, pero que sí lo estarían décadas más adelante... las circunstancias terminarían dándonos la razón de la importancia de lo que se no convirtió en hecho... desde luego, siempre hay razones presupuestarias, crisis mediante, caos mediante, para negar lo importante dejando suficiente espacio para que cursen las urgencias que se comen todos los presupuestos para luego no dejar nada a nadie... y que la historia sea adivinada... o bien, tal sucedió con los expedientes de Indias, bien mentida por los eclesiásticos y sus inquisiciones...

desde entonces a hoy, la vida nos llevó por distintos caminos... él partió hacia el paraíso, con idea de construir una biblioteca de lenguas nativas del orbe humano... y yo sigo aquí abajo sobreviviendo como puedo... reconociéndote que la caridad existe tanto como existen buenas personas dispuestas a ser silenciosas ante sus misericordias... mientras otras son excelentes sembrando discordias...

América tiene más lenguas en proceso de evaporación que las que habla hoy día... cada vez son menos los que conocen a alguna de ellas... y los documentos que las testimonian son pocos, sea en lo escrito como en la fonética... y cuanto más se pierden, más se olvidan dichas culturas "cultoras" de gramáticas desconocidas, generalmente omitidas y mucho más olvidadas... desde México para abajo dicho paisaje tétrico se repite una y otra vez... agravándose porque dichas lenguas no forman parte de ninguna historia de las que se estudia en los claustros académicos, entendiéndose que ello pertenece al ámbito de los posgrados... promoviendo que las nuevas generaciones se salteen etapas donde los de aquí sabían mucho más que los adelantados de los allá... desde luego, lengua que muere... no resucita...

te dejo la inquietud... 

los ancestros lo reclaman con justo derecho...

te insisto con la figura... América tiene más lenguas en extinción, que aquellas que aún se hablan hoy día... generando un escenario que está desperdiciado... tal vez esto te movilice y la UNAM, o la Universidad de Lima, o la de la Paz, se les ocurra alentar a sus estudiantes, a conservar aunque más no sea la punta del iceberg de tanta cultura que se nos está escurriendo entre los dedos... no obstante, me llevo la misma consigna que tenía mi amigo Ricardo Mello Vargas... por ello cuando llegue a mi paraíso, haré una biblioteca al estilo de la de Pérgamo... colectando las lenguas que se fueron apagando gracias a los "hechos inquisidores" de la conquista evangelizadora... desde luego, cuento con que allá están todos los sacrificados en nombre de ningún Dios... porque de ello estoy seguro, Dios no está en la Iglesia, tampoco con ella, antes de eso siempre estuvo con el hombre, su voluntad y sus esfuerzos. SEPTIEMBRE 23, 2014.-

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