AUTOPOÉTICA - Limam Boicha
Escalas o como estornuda, a veces, el viento. Autostop.
El viento de arena tamborilea pésimos rumores y no sé a qué atenerme, ni en qué lado me planto: si doy la espalda al viento, puede pasar cualquier vehículo sin apenas oírlo, y si sigo en la misma posición, el vuelo de la arena ¿o la pólvora? me va a cegar como un pozo. Después de horas ¿o años? un camión me lleva kilómetros y otros y cientos y miles hacia el norte, hacia ciudades que nunca he visto, hacia el mar blanco, el mar cielo, el mar medio y hasta más allá del océano.
¡Todo el monte es una cabellera afro-verde! Todos los montes lo son en este apacible hogar, también lo es la tierra, el horizonte; mis ojos se tornan plantas, ríos, saben a frutas mis manos. La brisa es suave, acaricia mi rostro y sonrío. Mis ojos descubren donde empieza y termina la palabra verde. Me adentro en el vientre del bosque, es una inesperada aventura: todo es nuevo, colosal y luminoso y es oscuro y es una colonia infinita, enredadera empapada de rocío. Guarda su reserva de misterio y desasosiego, el agua es diáfana y sabe a helechos, algas, y troncos. Saboreo su infinita carta comestible y florezco y me llevo para siempre sus raíces, su espíritu de isla en isla, de ciudad en ciudad, me esfuerzo y comparto y la curiosidad es un cultivo que abrazo, y sonrío y me impaciento, y me enamoro y pierdo y gano y hambre paso y caigo y me levanto. Y. Pasan los años, termino mis estudios y retorno.
La llanura es un color pardo oscuro, un aluvión derramado, mar de piedras y arena. Un espejismo de cuerpo y alma. Pero cuando la corriente sopla desde el sur se presiente la lluvia, el anciano me señala la ruta de las nubes y yo no veo más que un punto indefinido en el cielo. Recostado sobre una alfombra roja el abuelo llama a su nieto y le agasaja con unos dátiles, el pequeño se levanta, tropieza, el regalo se le derrama sobre la estera y llora. Al anciano se le agua la vista y una corriente cargada de bendición comienza a elevar la jaima.
De antiguas mis raíces bebo y otra vez cruzo los caminos, al mar blanco, al mar cielo, a otros espacios abiertos en busca de bienestar, sin relegar de mi compromiso. En la penumbra el diminuto dedillo apunta la boca del frío metal y aprieta el gatillo en la sien del despertador, salta en pedazos el sueño y me alzo, como sonámbulo voy al aseo y me abrigo y caliento los alimentos y los guardo en el bolso. Mi piel y mi nombre están hechos jirones, no tienen la consistencia de un pasaporte occidental, les falta sangre y oxígeno oficial. La niebla condimenta la oscura callejuela, desde el campo desciendo hasta el término de espera, el aire salado, me rodea el abrazo del mar, pero no es para mí, yo me dirijo a un tétrico cobertizo. Pasan las horas ¿o años? Y retorno del Norte al Sur. Y del Sur al Norte.
Bajo la sinuosa carpa de la ausencia hornean mis versos. En el fondo de la masa palpitan voces resquebrajadas que anhelan y aguardan. La tempestad sigue aposentada en las almas, envuelve los ruidos y los olores, trepa y como ráfaga atraviesa los cuerpos arrumbados bajo la sombra de la espera, revolotea el polvo arenoso y bebe el sudor de la impotencia. Del Sur al Norte y de la Nada al Atlántico.
PD: La poesía crepita a los cuatro vientos, resiste, permite el entusiasmo, clama por el combate y galopa hacia un destello de luz al caer las estrellas.
De la antología A los cuatro vientos. Libros de Ariadna.
el dispensador dice: ¿estuviste alguna vez en el Sahara?... entonces no sabes de arenas, tampoco de silencios, mucho menos de vientos, ni qué hablar de soledades... pero... ¿y las distancias?... no son nada... si no sabes ver con el alma, apenas si veras arenas sueltas cambiando de forma todos los días... y siempre me digo a mí mismo... nada es igual después del Sahara... nada es igual después del África... no cualquiera llega, nadie se va, ni aún yéndose según lo que le marca el destino...
la cuestión de las arenas no es lo que no ves con tus ojos, sino todo lo que no ves sin tu alma... de sólo pensar que debajo de semejante paisaje hay un océano que espera por sus tiempos, se te frunce la voluntad... te das cuenta que no eres nada y que la vida es demasiado efímera como para dejarla pasar focalizando en las miserias humanas de los otros... debajo hay una historia que nadie ha registrado y sobre la que nadie ha escrito... un testimonio de humanidades olvidadas... atisbos que aparecen en donde menos lo esperas... pero que son bien conocidos por los nacidos entre los ocres y los óxidos... el Ahaggar es una muestra, un eco, una onda de todo aquello que nadie ha visto... que permanece oculto a los ojos de las soberbias y las vanidades que se han apoderado de una civilización miserable por excelencia...
sí, alguna vez me fui, pero no pude irme... y allí aprendí que las almas se dividen... que pueden estar en más de un lugar al mismo tiempo, en distintos tiempos, donde las simultaneidades son comunes a los sentidos de los vientos... allí aprendí que los paralelismos coexisten... que hay espíritus que viven, mientras otros existen... que nadie pronuncia aquello que no dice... y que lo que dice, marca la senda del espejismo que condiciona la gracia del que resiste... sí, me quedé allí porque no puede irme... aprendí a bifurcarme, descubriendo que tengo un oasis dentro mío, y dejando que circulen aguas subterráneas para alimentar el sentido de las soledades, prescindentes de todo pentagrama...
¿qué había allí donde quedó el árbol seco?... no, no está seco... el da testimonio de los perdidos y también de los encontrados... los esmerilados son los perdidos... los espejismos son los reflejados con esperanzas sin sellos de FE... ¿y los otros?, es fácil, los encontrados no tienen sombra... tampoco dejan huella... simplemente son convidados a pasar, al modo de invitados de lujo... se les rinde reverencia por el sólo hecho de estar y de pasar... porque su signo es el karma que exhiben... a veces andan solos... otras veces andan en caravana... ellos siembran en la nada, lo que otros tomarán como propio, haciendo alarde de ello... debes entender que poco es lo que salva y mucho es lo que condena...
¿te trajiste algo de allá?... sí el ser yo mismo, y lo importante de no querer ser nadie más que yo... en mis circunstancias... allí le perdí el miedo al sentido de culpa... allí me despojé de la mochila y sus cargas... y entendí que sólo puedes reconocer tu hoy, lo que das y lo que recibes, y cómo te traduces en un aura que algunos pueden ver y otros pueden negar aún viéndola... allí terminé de comprender el valor de las palabras pronunciadas y las otras pensadas y hasta las ni siquiera elucubradas... allí terminé de entender que amar es un puente que te une... y que si no lo hace, sea desde ti o desde la otra persona... no hay puente, y sin él tampoco hay amor genuino... hay una mera declamación conveniente de oportunismo... allí terminé terminé de entender que la única justicia que existe es la de Dios, la suprema, la que da señales que tomas o disimulas... allí comprendí que la sabiduría se traduce en silencios... y que ningún título ni ningún escudo valen nada ante la condición de "persona"...
el linaje que traes es el sello que portas en tu frente... ¿que no lo tienes?... no sabes lo que te pierdes... tal te dije... los paralelismos existen tanto como las coexistencias... si te las conceden como gracia, puedes estar sin irte, pero puedes regresar sin siquiera haberte ido... y esa condición, ése lado de la humanidad, sólo es propio de las extensiones donde moran los silencios. SEPTIEMBRE 20, 2014.-
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