Teatro de la resistencia
Los grandes centros teatrales les ignoran, pero ellos no están dispuestos a callar
Autores y directores han encontrado su hueco en espacios de vanguardia
Una dramaturgia estimulante y explosiva que lucha contra su precariedad
Una virgencita, metida en un hueco en la pared, vigila a los 26 espectadores que caben en esta pequeña sala sin ventanas y presidida por un enorme espejo enmarcado en oro. Fotos, cuadritos, lámparas de araña, recuerdos familiares. Todo cabe en este espacio que se está convirtiendo en uno de los testigos privilegiados de las propuestas más estimulantes y singulares de los nuevos dramaturgos quienes, desamparados por la falta de apoyo institucional y olvidados en la programación de los teatros públicos, han encontrado un lugar en el que mostrar y hacer llegar a la gente toda esa explosión creativa teatral que se vive ahora en Madrid, algo a remolque de lo que viene pasando hace años en Barcelona.
En una calle tranquila del Madrid más castizo, en el portero automático de un edificio corriente un simple cartelito —Casa de la Portera— indica que ahí dentro, en esa minúscula vivienda, con la virgencita en una sala y un teléfono negro colgado de la pared del pasillo, algo mágico y nuevo encontrarás. No es el único caso en la capital. Desde un tiempo atrás están surgiendo como setas lugares y espacios pequeños —El Sol de York, Kubik Fabrik, la sala Tú, el Teatro del Arte, Microteatro por Dinero y muchas más— siguiendo el ejemplo de la sala FlyHard en Barcelona o, un poco más lejos, la experiencia de Timbre 4, una casa en Buenos Aires, la del dramaturgo Claudio Tolcachir, en la que comenzó a mostrar a amigos y conocidos sus propuestas y que, poco a poco, el timbre sonó tantas veces que las colas en el 640 de la avenida Boedo se hicieron tan largas que lograron crear una compañía.
“¿Por qué pensar que el teatro importante, el que más cuenta, es el que se está haciendo en otro lugar, distinto de aquel en que estamos nosotros haciéndolo?”. La frase del dramaturgo Javier Daulte llena de esperanzas a esta generación de jóvenes, y no tan jóvenes, que contra viento y marea, con el único objetivo de contar sus historias, están sacudiendo la escena teatral en España. Nombres como José Padilla, Carlos Be, Denise Despeyroux, Paco Bezerra y Pablo Messiez, en Madrid, y Marta Buchaca, Guillem Clua y Marc Crehuet, en Barcelona, vienen demostrando, con tesón y trabajo y sin ningún tipo de ayudas, que tienen muchas cosas que contar y que no están dispuestos a bajar del escenario. Hay más ejemplos y más nombres. Como el del actor Juan Diego Botto, que se hará cargo de la programación de la sala Mirador de Madrid la próxima temporada, atrapando la explosión con lo que él llama teatro urgente. “Lo que está claro es que ahora los que menos pesan en el teatro son la vanguardia. Me apetecía formar parte de esta explosión y más en el momento social en el que vivimos, en el que hay muchos autores que buscan y están encontrando la compañía del público con historias que hablan de cosas que a todos nos interesan”, defiende Botto.
Como la mayoría de sus compañeros, Denise Despeyroux, uruguaya de 38 años, criada en Barcelona y ahora instalada en Madrid, no puede vivir del teatro. Guiones, trabajos editoriales, series de televisión, pero también cuidador de ponis o celador en una clínica psiquiátrica, como Carlos Be, han sido y siguen siendo el sustento económico de algunos de ellos. La mirada en el panorama teatral, dice Despeyroux, se ha horizontalizado.
“Creo que cada vez más dirigimos la mirada a nuestros pares. En lugar de mirar en vertical, hacia arriba, hacia aquellos que aparentemente detentan un poder, el de ofrecer o negar ayudas económicas, espacios o reconocimiento, la mirada se horizontaliza, y pasan a ser nuestros propios pares los que nos hacen sentirnos autorizados, reconocidos, legitimados y, en definitiva, protagonistas”.
Después de nueve producciones de obras propias, la última La realidad, una inteligente y brillante apuesta con Fernanda Orazzi como única protagonista. Logró el “privilegio” de representarse con una más que buena acogida del espectador en el teatro Fernán Gómez de Madrid, con toda esa visibilidad que una sala pública ofrece. Pero su trayectoria está en esos espacios alternativos, que son los “únicos” que están dando oportunidades a autores como ella.
“Espero que con el tiempo y esta crisis que descoloca tantas cosas, las fronteras que a veces dividen tan marcadamente el teatro alternativo, el institucional y el comercial se vayan difuminando. Ojalá podamos tener un teatro comercial cada vez más alternativo, en el sentido de singular, estimulante e inteligente, y un teatro alternativo cada vez más comercial, en el sentido de que nos resulte a todos cada vez más rentable desde el punto de vista económico”, dice la autora y directora de Un infierno con fronteras, un insólito y fantástico juego sobre los psicoanalistas que se representó esta primavera pasada en La Casa de la Portera, el local regentado por José Martret y Alberto Puraenvidia.
Un actor, dos, tres como mucho. Más casi es un lujo. José Padilla (Tenerife, 1976) ha contado con siete en Sagrado Corazón 45, una de las obras más impactantes de esta temporada, también en La Casa de la Portera, en la que cada lunes (dos funciones) había lleno total y una lista de espera imposible de atender. Escrita por el propio Padilla y codirigida con Eduardo Mayo, la obra, tres instantes de la vida en una misma casa, se estrenó el 15 de abril y se prorrogó hasta finales de junio. “Para nosotros ha sido determinante que confíen en nosotros los responsables de estas salas alternativas. No quiero ni pensar cómo sería si no existieran este tipo de espacios.
La perspectiva sería horrible. No habría forma de renovar el teatro, y que no se renueven dramaturgos, autores y actores implica que tampoco se renueva el teatro. Todo esto, añadido al disparate de la subida del IVA, acabaría en un desierto en el que solo quedaría El Rey León y poco más”, asegura Padilla, que critica la programación de muchos de los teatros públicos en España, que piensan más en el marketing que en abrir caminos nuevos. “Con todos mis respetos, no entiendo que se programe en el Español toda la obra dramática de Vargas Llosa. Entiendo que se le represente porque no voy yo a descubrir los méritos que tiene Vargas Llosa, pero programar todas las obras, nueve en total, me parece que es fagocitar los recursos de un teatro público con un solo autor y que impide dejar espacio a otros”, denuncia Padilla, que el otoño próximo realizará en una institución privada, El Sol de York, una residencia artística para investigar y luego estrenar una nueva obra con un grupo de actores.
“Este tipo de procesos es el que tenía que apoyar el sector público, que nos tiene completamente abandonados. Existimos, estamos aquí”. Casi un grito de desesperación de este hombre que ha vivido, sin embargo, una temporada brillante. Además de Sagrado Corazón 45 ha visto representar sus dos versiones de Enrique VIII, de Shakespeare, dirigida por Ernesto Arias, y La importancia de llamarse Ernesto, de Oscar Wilde, dirigida por Alfredo Sanzol.
Menos mal que a Carlos Be le queda Praga. Otro ejemplo de medio exilio de talentos. Este autor, nacido en Vilanova i la Geltrú en 1974 y que abandonó a un año de licenciarse la carrera de Medicina para dedicarse al teatro y crear su propia compañía The Zombie Company, vive a caballo entre Madrid y Praga, donde en estos momentos está escribiendo tres textos que se estrenarán la próxima temporada: Autostop (para el teatro Lara), otra obra para La Casa de la Portera y una versión a partir del Fausto de Goethe, que se estrenará en Bogotá. Be resalta la nula ayuda institucional para su compañía en contraste con la que sus tres montajes están recibiendo en Praga.
“Quizás en España sea algo difícil de comprender, pero en la República Checa es muy palpable entre los profesionales del teatro porque su verdadero motor no habla de triunfos sino de felicidad. En Praga, la calidad es un medio, no un resultado”, asegura el autor de Elepé y La pecera, las dos estrenadas en Madrid. Para Be, los escenarios en España son el reflejo del estado cultural de un país y las ganas de creatividad, ahínco y voluntad, que chocan con esas puertas cerradas del llamado “gran teatro”. “Sin la ayuda de este tipo de salas mi trayectoria y la de la compañía habrían seguido otros derroteros bien distintos. Generalmente, quienes llevan estos espacios son tremendamente generosos y luchadores. Les une un frente común que es el de satisfacer al público con propuestas interesantes, pero nunca gratuitas. Saben que no se la pueden jugar con supercherías como los teatros subvencionados”.
Lo que le obsesiona a Pablo Messiez, argentino de 39 años, son las palabras. Esas palabras —“elegidas responsablemente”, dice— que explosionan en las cuatro obras (Los ojos, Las criadas, Ahora y La muda), que desde su llegada a Madrid, en 2008, ha conseguido estrenar y que le apuntan ya como una de las voces más estimulantes del teatro en español. “Mi mundo es un mundo de relatos que necesitan intimidad, un lenguaje que no se parece al que se puede ver en un aforo de 500 personas”. Por supuesto que le gustan los espacios grandes, pero ante la falta de ellos y la precariedad en las producciones, Messiez, ya definitivamente asentado en España, escribe pensando en ese teatro pequeño, simple, cotidiano, brillante.
“Es la necesidad de contar cosas la que nos ata al teatro. Llevo casi cinco años aquí y nunca había visto esta explosión de creatividad alejada de los grandes centros. Veo una gran vitalidad en espacios pequeños y una enorme desorientación en los grandes, atemorizados y que no quieren saber nada de riesgos”, asegura Messiez, sentado frente a una coca-cola en el café del Espejo de Madrid. Y cuando habla de riesgos se refiere a aquellos que buscan la renovación de nombres y autores, de responsables teatrales capaces de no ir siempre a lo seguro, de indagar y dar voz a los que quieren contar las cosas como sea. Pero, como buen argentino, sabe de crisis y su mirada es más que optimista.
“Las crisis económicas solo sirven y son buenas para una cosa: para preguntarnos qué deseo y necesidad tenemos de escribir, sin romanticismos”. Pero algo de romanticismo hay, aunque sea una gota, en la nueva propuesta que Messiez ensaya estos días en Madrid y para la que necesita, esta vez sí, un espacio grande. Su título, ya era hora, Las palabras, es una historia de amor hablada en verso. “Es mi pequeño homenaje a la poesía, tratar de decir lo indecible”. Las palabras, que se representará por primera vez a principios de octubre en Avilés, está a la búsqueda de espacio para su estreno comercial. “Me está costando horrores conseguirlo. Parece que hay interés, pero no se concreta nada”.
El que no busca espacios ni teatros ni escenarios grandes o pequeños es Paco Bezerra, almeriense de 35 años, premio Nacional de Literatura Dramática en 2009 por Dentro de la tierra, un thriller rural sobre los invernaderos del Sur. Lo de Bezerra, aunque de sus labios ha salido alguna queja por la falta de escenarios para algunas de sus obras —“las obras de dramaturgos jóvenes y con pintas no interesan”, “para que te escuchen tienes que tener barba y barriga”—, está en el papel. Él, con todas las obras escritas publicadas, lo que ya es todo un hito en la literatura dramática, nunca ha escrito para ningún montaje, ni grupo, ni sala.
“Yo escribo literatura dramática. La obra de teatro para un dramaturgo no existe. Solo las palabras. No escribo necesariamente para que mi obra se represente. ¿Que se lleva al teatro?, ¡fenomenal! ¿Qué no?, pues ahí está el libro. Mi trabajo está en el libro. No tengo control sobre la puesta en escena de mis obras ni lo quiero”, dice seguro y poderoso. Pero ahí está el montaje de Grooming, que eligió nada más y nada menos que José Luis Gómez para dirigirlo en el Teatro de La Abadía, o la más reciente, Ahora empiezan las vacaciones, adaptación de la obra de Strindgberg, El pelícano, con un humor negro, corrosivo y duro, y que se incluyó en la programación de La Casa de la Portera y que el próximo 6 de septiembre se estrenará en Montevideo con la Comedia Nacional de Uruguay. “Me siento satisfecho con que se complete el ciclo de mi escritura, pero si pienso en la escena me coarta mi creatividad y libertad. Además, creo que el teatro no avanza si se piensa todo el rato en la escena”, dice Bezerra a quien le gusta más leer teatro que verlo. “Yo moriré y mis textos quedarán”.
En pleno Raval de Barcelona, en ese jardín gótico que alberga la Biblioteca Nacional de Catalunya, se han dado cita tres conocidos del mundo de la escena, Guillem Clua, Marta Buchaca y Marc Creuhet, que esta temporada han visto relucir sus nombres en oro, como sus obras, a reventar de público, han pasado de las salas alternativas a los grandes centros. No es nuevo esto en Barcelona. Ni tampoco son meros debutantes. La capital catalana lleva ya mucho camino recorrido en esta búsqueda de nuevas voces en teatro. Las flores salen cuando hay alguien que las riega. Y el agua en Barcelona ha salido de varias mangueras, como la del trabajo obsesivo e indesmayable de la Sala Beckett, fundada por Sanchis Sinisterra, y auténtico semillero de la dramaturgia en catalán o de salas como la FlyHard o el Espai Brossa, indispensables para dar visibilidad a los que están tocando la puerta de los teatros.
Una mezcla de talento y medios que el espectador ha acogido con pasión. Es el caso de Litus, la sexta obra de Marta Buchaca (Barcelona, 1979), que convoca a unos amigos en torno al aniversario de la muerte de un músico de rock que dejó cinco cartas sin leer. Litus se representó dos meses en la FlyHard para pasar luego al Lliure. “Estamos como en Argentina hace años. Levantar un proyecto es muy complicado. Los medios que tenía hace años me parecen ahora ciencia ficción. En el caso de Cataluña nos ha costado años demostrar a los productores que podíamos llenar un teatro”, lamenta Buchaca, quien califica de “triste” lo que está pasando en los teatros públicos que no se atreven a dar el paso de abrir sus espacios a otras voces.
Guillem Clua, con 40 años recién cumplidos, rechaza el calificativo de “nuevo”. “Quizás lo somos a nivel de público porque no se nos conoce demasiado, pero estamos en la primera fila hace mucho tiempo”. Es precisamente en el público en el que confía Clua para salir de ese anonimato y poder pisar con orgullo y decisión aquellas salas que ahora se les niega. “La obligación y prioridad de un teatro público es cuidar de su gente y no perpetuar la precariedad en la que estamos cayendo”. Su obra Smiley, una comedia gay con dos actores, alegre y optimista, también realizó el camino desde la FlyHard al Teatre Lliure, con un taquillazo en torno a los 15.000 espectadores.
Clua defiende con ardor que el teatro entre Madrid y Barcelona debe viajar más y mejor, que la dramaturgia entre ambas ciudades no puede ser algo ajeno. De esto sabe algo Marc Crehuet, cuyo viaje del norte al centro, de Barcelona a Madrid, no pudo ser más bonito. Crehuet (Santander, 1978) no salió de su asombro cuando le llamaron del Lara en Madrid para representar en el hall del teatro El rey tuerto, su segunda obra, y otro triunfo en la FlyHard de Barcelona esta temporada. Las entradas de los cuatro días para ver El rey tuerto, una comedia negra, mezcla de irónica crítica a la situación actual y patético encuentro entre un policía antidisturbios y un joven al que dejó tuerto en una manifestación, se pudo ver en el Lara, con un aforo de unas cien personas, se habían agotado con bastante antelación. El rostro de satisfacción de Creuhet, en la noche madrileña, no ocultaba su preocupación por el anquilosamiento del teatro oficial. “Siempre son los mismos.
Hay gente de mi generación que no va al teatro. Tenemos que conseguir nuevo público porque las salas oficiales están muy alejadas de la calle. No confían en nosotros. No somos adolescentes”.
Pues les tendrán que oír y que ver y que festejar. Como se rindieron ante La función por hacer, la obra dirigida por Miguel del Arco y producida por Aitor Tejada, de Kamikaze Producciones. “Sí se puede”. El lema que llevó a la presidencia de Estados Unidos a Barack Obama sirve también para seguir el ejemplo de esta obra, que comenzó como experimento en un garaje, saltó al Off del Lara y ya es sin duda uno de los hitos teatrales de los últimos años.
La explosión está aquí y todo el mundo la aplaude. Pero, ¡ojo!, el fogueo de estas nuevas voces no se puede quedar en eso. Como asegura Aitor Tejada, la industria tiene que apoyar a esta nueva generación y no perpetuar su precariedad. “La puerta no puede permanecer más tiempo cerrada”.
Juan Diego Botto:
“Lo que está claro es que ahora los que menos pesan en el teatro son la vanguardia”
“¿Por qué pensar que el teatro importante, el que más cuenta, es el que se está haciendo en otro lugar, distinto de aquel en que estamos nosotros haciéndolo?”. La frase del dramaturgo Javier Daulte llena de esperanzas a esta generación de jóvenes, y no tan jóvenes, que contra viento y marea, con el único objetivo de contar sus historias, están sacudiendo la escena teatral en España. Nombres como José Padilla, Carlos Be, Denise Despeyroux, Paco Bezerra y Pablo Messiez, en Madrid, y Marta Buchaca, Guillem Clua y Marc Crehuet, en Barcelona, vienen demostrando, con tesón y trabajo y sin ningún tipo de ayudas, que tienen muchas cosas que contar y que no están dispuestos a bajar del escenario. Hay más ejemplos y más nombres. Como el del actor Juan Diego Botto, que se hará cargo de la programación de la sala Mirador de Madrid la próxima temporada, atrapando la explosión con lo que él llama teatro urgente. “Lo que está claro es que ahora los que menos pesan en el teatro son la vanguardia. Me apetecía formar parte de esta explosión y más en el momento social en el que vivimos, en el que hay muchos autores que buscan y están encontrando la compañía del público con historias que hablan de cosas que a todos nos interesan”, defiende Botto.
Como la mayoría de sus compañeros, Denise Despeyroux, uruguaya de 38 años, criada en Barcelona y ahora instalada en Madrid, no puede vivir del teatro. Guiones, trabajos editoriales, series de televisión, pero también cuidador de ponis o celador en una clínica psiquiátrica, como Carlos Be, han sido y siguen siendo el sustento económico de algunos de ellos. La mirada en el panorama teatral, dice Despeyroux, se ha horizontalizado.
“Creo que cada vez más dirigimos la mirada a nuestros pares. En lugar de mirar en vertical, hacia arriba, hacia aquellos que aparentemente detentan un poder, el de ofrecer o negar ayudas económicas, espacios o reconocimiento, la mirada se horizontaliza, y pasan a ser nuestros propios pares los que nos hacen sentirnos autorizados, reconocidos, legitimados y, en definitiva, protagonistas”.
Después de nueve producciones de obras propias, la última La realidad, una inteligente y brillante apuesta con Fernanda Orazzi como única protagonista. Logró el “privilegio” de representarse con una más que buena acogida del espectador en el teatro Fernán Gómez de Madrid, con toda esa visibilidad que una sala pública ofrece. Pero su trayectoria está en esos espacios alternativos, que son los “únicos” que están dando oportunidades a autores como ella.
“Espero que con el tiempo y esta crisis que descoloca tantas cosas, las fronteras que a veces dividen tan marcadamente el teatro alternativo, el institucional y el comercial se vayan difuminando. Ojalá podamos tener un teatro comercial cada vez más alternativo, en el sentido de singular, estimulante e inteligente, y un teatro alternativo cada vez más comercial, en el sentido de que nos resulte a todos cada vez más rentable desde el punto de vista económico”, dice la autora y directora de Un infierno con fronteras, un insólito y fantástico juego sobre los psicoanalistas que se representó esta primavera pasada en La Casa de la Portera, el local regentado por José Martret y Alberto Puraenvidia.
Un actor, dos, tres como mucho. Más casi es un lujo. José Padilla (Tenerife, 1976) ha contado con siete en Sagrado Corazón 45, una de las obras más impactantes de esta temporada, también en La Casa de la Portera, en la que cada lunes (dos funciones) había lleno total y una lista de espera imposible de atender. Escrita por el propio Padilla y codirigida con Eduardo Mayo, la obra, tres instantes de la vida en una misma casa, se estrenó el 15 de abril y se prorrogó hasta finales de junio. “Para nosotros ha sido determinante que confíen en nosotros los responsables de estas salas alternativas. No quiero ni pensar cómo sería si no existieran este tipo de espacios.
La perspectiva sería horrible. No habría forma de renovar el teatro, y que no se renueven dramaturgos, autores y actores implica que tampoco se renueva el teatro. Todo esto, añadido al disparate de la subida del IVA, acabaría en un desierto en el que solo quedaría El Rey León y poco más”, asegura Padilla, que critica la programación de muchos de los teatros públicos en España, que piensan más en el marketing que en abrir caminos nuevos. “Con todos mis respetos, no entiendo que se programe en el Español toda la obra dramática de Vargas Llosa. Entiendo que se le represente porque no voy yo a descubrir los méritos que tiene Vargas Llosa, pero programar todas las obras, nueve en total, me parece que es fagocitar los recursos de un teatro público con un solo autor y que impide dejar espacio a otros”, denuncia Padilla, que el otoño próximo realizará en una institución privada, El Sol de York, una residencia artística para investigar y luego estrenar una nueva obra con un grupo de actores.
“Este tipo de procesos es el que tenía que apoyar el sector público, que nos tiene completamente abandonados. Existimos, estamos aquí”. Casi un grito de desesperación de este hombre que ha vivido, sin embargo, una temporada brillante. Además de Sagrado Corazón 45 ha visto representar sus dos versiones de Enrique VIII, de Shakespeare, dirigida por Ernesto Arias, y La importancia de llamarse Ernesto, de Oscar Wilde, dirigida por Alfredo Sanzol.
Pablo Messiez: “Veo una enorme desorientación en los grandes teatros, atemorizados, sin querer saber nada de riesgos”
“Quizás en España sea algo difícil de comprender, pero en la República Checa es muy palpable entre los profesionales del teatro porque su verdadero motor no habla de triunfos sino de felicidad. En Praga, la calidad es un medio, no un resultado”, asegura el autor de Elepé y La pecera, las dos estrenadas en Madrid. Para Be, los escenarios en España son el reflejo del estado cultural de un país y las ganas de creatividad, ahínco y voluntad, que chocan con esas puertas cerradas del llamado “gran teatro”. “Sin la ayuda de este tipo de salas mi trayectoria y la de la compañía habrían seguido otros derroteros bien distintos. Generalmente, quienes llevan estos espacios son tremendamente generosos y luchadores. Les une un frente común que es el de satisfacer al público con propuestas interesantes, pero nunca gratuitas. Saben que no se la pueden jugar con supercherías como los teatros subvencionados”.
Lo que le obsesiona a Pablo Messiez, argentino de 39 años, son las palabras. Esas palabras —“elegidas responsablemente”, dice— que explosionan en las cuatro obras (Los ojos, Las criadas, Ahora y La muda), que desde su llegada a Madrid, en 2008, ha conseguido estrenar y que le apuntan ya como una de las voces más estimulantes del teatro en español. “Mi mundo es un mundo de relatos que necesitan intimidad, un lenguaje que no se parece al que se puede ver en un aforo de 500 personas”. Por supuesto que le gustan los espacios grandes, pero ante la falta de ellos y la precariedad en las producciones, Messiez, ya definitivamente asentado en España, escribe pensando en ese teatro pequeño, simple, cotidiano, brillante.
“Es la necesidad de contar cosas la que nos ata al teatro. Llevo casi cinco años aquí y nunca había visto esta explosión de creatividad alejada de los grandes centros. Veo una gran vitalidad en espacios pequeños y una enorme desorientación en los grandes, atemorizados y que no quieren saber nada de riesgos”, asegura Messiez, sentado frente a una coca-cola en el café del Espejo de Madrid. Y cuando habla de riesgos se refiere a aquellos que buscan la renovación de nombres y autores, de responsables teatrales capaces de no ir siempre a lo seguro, de indagar y dar voz a los que quieren contar las cosas como sea. Pero, como buen argentino, sabe de crisis y su mirada es más que optimista.
“Las crisis económicas solo sirven y son buenas para una cosa: para preguntarnos qué deseo y necesidad tenemos de escribir, sin romanticismos”. Pero algo de romanticismo hay, aunque sea una gota, en la nueva propuesta que Messiez ensaya estos días en Madrid y para la que necesita, esta vez sí, un espacio grande. Su título, ya era hora, Las palabras, es una historia de amor hablada en verso. “Es mi pequeño homenaje a la poesía, tratar de decir lo indecible”. Las palabras, que se representará por primera vez a principios de octubre en Avilés, está a la búsqueda de espacio para su estreno comercial. “Me está costando horrores conseguirlo. Parece que hay interés, pero no se concreta nada”.
El que no busca espacios ni teatros ni escenarios grandes o pequeños es Paco Bezerra, almeriense de 35 años, premio Nacional de Literatura Dramática en 2009 por Dentro de la tierra, un thriller rural sobre los invernaderos del Sur. Lo de Bezerra, aunque de sus labios ha salido alguna queja por la falta de escenarios para algunas de sus obras —“las obras de dramaturgos jóvenes y con pintas no interesan”, “para que te escuchen tienes que tener barba y barriga”—, está en el papel. Él, con todas las obras escritas publicadas, lo que ya es todo un hito en la literatura dramática, nunca ha escrito para ningún montaje, ni grupo, ni sala.
“Yo escribo literatura dramática. La obra de teatro para un dramaturgo no existe. Solo las palabras. No escribo necesariamente para que mi obra se represente. ¿Que se lleva al teatro?, ¡fenomenal! ¿Qué no?, pues ahí está el libro. Mi trabajo está en el libro. No tengo control sobre la puesta en escena de mis obras ni lo quiero”, dice seguro y poderoso. Pero ahí está el montaje de Grooming, que eligió nada más y nada menos que José Luis Gómez para dirigirlo en el Teatro de La Abadía, o la más reciente, Ahora empiezan las vacaciones, adaptación de la obra de Strindgberg, El pelícano, con un humor negro, corrosivo y duro, y que se incluyó en la programación de La Casa de la Portera y que el próximo 6 de septiembre se estrenará en Montevideo con la Comedia Nacional de Uruguay. “Me siento satisfecho con que se complete el ciclo de mi escritura, pero si pienso en la escena me coarta mi creatividad y libertad. Además, creo que el teatro no avanza si se piensa todo el rato en la escena”, dice Bezerra a quien le gusta más leer teatro que verlo. “Yo moriré y mis textos quedarán”.
En pleno Raval de Barcelona, en ese jardín gótico que alberga la Biblioteca Nacional de Catalunya, se han dado cita tres conocidos del mundo de la escena, Guillem Clua, Marta Buchaca y Marc Creuhet, que esta temporada han visto relucir sus nombres en oro, como sus obras, a reventar de público, han pasado de las salas alternativas a los grandes centros. No es nuevo esto en Barcelona. Ni tampoco son meros debutantes. La capital catalana lleva ya mucho camino recorrido en esta búsqueda de nuevas voces en teatro. Las flores salen cuando hay alguien que las riega. Y el agua en Barcelona ha salido de varias mangueras, como la del trabajo obsesivo e indesmayable de la Sala Beckett, fundada por Sanchis Sinisterra, y auténtico semillero de la dramaturgia en catalán o de salas como la FlyHard o el Espai Brossa, indispensables para dar visibilidad a los que están tocando la puerta de los teatros.
Una mezcla de talento y medios que el espectador ha acogido con pasión. Es el caso de Litus, la sexta obra de Marta Buchaca (Barcelona, 1979), que convoca a unos amigos en torno al aniversario de la muerte de un músico de rock que dejó cinco cartas sin leer. Litus se representó dos meses en la FlyHard para pasar luego al Lliure. “Estamos como en Argentina hace años. Levantar un proyecto es muy complicado. Los medios que tenía hace años me parecen ahora ciencia ficción. En el caso de Cataluña nos ha costado años demostrar a los productores que podíamos llenar un teatro”, lamenta Buchaca, quien califica de “triste” lo que está pasando en los teatros públicos que no se atreven a dar el paso de abrir sus espacios a otras voces.
Guillem Clua: “La obligación de un teatro público es cuidar de su gente y no perpetuar la precariedad”
Clua defiende con ardor que el teatro entre Madrid y Barcelona debe viajar más y mejor, que la dramaturgia entre ambas ciudades no puede ser algo ajeno. De esto sabe algo Marc Crehuet, cuyo viaje del norte al centro, de Barcelona a Madrid, no pudo ser más bonito. Crehuet (Santander, 1978) no salió de su asombro cuando le llamaron del Lara en Madrid para representar en el hall del teatro El rey tuerto, su segunda obra, y otro triunfo en la FlyHard de Barcelona esta temporada. Las entradas de los cuatro días para ver El rey tuerto, una comedia negra, mezcla de irónica crítica a la situación actual y patético encuentro entre un policía antidisturbios y un joven al que dejó tuerto en una manifestación, se pudo ver en el Lara, con un aforo de unas cien personas, se habían agotado con bastante antelación. El rostro de satisfacción de Creuhet, en la noche madrileña, no ocultaba su preocupación por el anquilosamiento del teatro oficial. “Siempre son los mismos.
Hay gente de mi generación que no va al teatro. Tenemos que conseguir nuevo público porque las salas oficiales están muy alejadas de la calle. No confían en nosotros. No somos adolescentes”.
Pues les tendrán que oír y que ver y que festejar. Como se rindieron ante La función por hacer, la obra dirigida por Miguel del Arco y producida por Aitor Tejada, de Kamikaze Producciones. “Sí se puede”. El lema que llevó a la presidencia de Estados Unidos a Barack Obama sirve también para seguir el ejemplo de esta obra, que comenzó como experimento en un garaje, saltó al Off del Lara y ya es sin duda uno de los hitos teatrales de los últimos años.
La explosión está aquí y todo el mundo la aplaude. Pero, ¡ojo!, el fogueo de estas nuevas voces no se puede quedar en eso. Como asegura Aitor Tejada, la industria tiene que apoyar a esta nueva generación y no perpetuar su precariedad. “La puerta no puede permanecer más tiempo cerrada”.
Sueño común
Miguel del Arco
Qué está sucediendo en el sector teatral que, según algunas fuentes, tiene un 90% de paro, donde las producciones son cada vez más escasas, más pequeñas y con menos capacidad para sobrevivir. Donde las giras son casi una entelequia. En el que baja el número de espectadores y cierran muchas salas de exhibición. Donde los teatros institucionales y privados acuden a reposiciones de producciones anteriores. Donde el 21% de IVA causa estragos en la taquilla y la inversión de dinero público es cada vez menor… Qué sucede en este sector, ninguneado por el ministro de —no sé si de deportes, de cultura ya te digo yo que no— para que, sin embargo, hayan surgido en poco tiempo un buen número de creadores que han servido como revulsivo del panorama teatral. Pues francamente, no tengo ni idea. La coyuntura invita a hacer las maletas y marcharse (muchos lo han hecho) a hacer compañía a los científicos e investigadores que huyen de forma masiva de nuestro país. Lanzo una teoría: ¿será que nos hemos impuesto la autoexigencia? Esperamos poco de la clase política (y digo poco por no cerrar del todo la puerta. Soy un tipo optimista). Qué se puede esperar de ellos cuando no son capaces de apartar el partidismo, el cortoplacismo y ponerse las gafas de visión de Estado para consensuar algo tan fundamental como una ley de educación. El teatro, por el contrario, para que esté vivo, debe ser un espacio de diálogo y encuentro entre seres humanos. Sus profesionales tienen la obligación de entenderse para después hacer extensible esta experiencia al público. Un público que, a pesar de las dificultades, sigue acudiendo para celebrar con nosotros este espacio de libertad. Ahora que estoy preparando un nuevo trabajo con mi compañía, encontrando todo tipo de problemas, me fuerza a seguir adelante la alegría del equipo. El compromiso de los profesionales que me rodean para sacar adelante un sueño común. Resistamos compañeros. Seamos exigentes. Estrictos con nuestro sentido de la responsabilidad. A lo mejor conseguimos que se les pegue algo.
Miguel del Arco es autor y director teatral.
el dispensador dice:
debes resistir a la resistencia,
debes resistir sin pedir clemencia,
cuando se acaba la paz,
anida la insistencia,
sobrevivir implica paciencia,
transitando los tiempos a pura sapiencia,
ocupar propios espacios suele ser experiencia,
a vivir se aprende como un ciencia,
si no transitas tu karma,
te verás condenado por tus herencias,
gentes que suelen condenar según sus inclemencias,
en algún punto el despertar comienza,
no siempre hay auroras... cuando las piensas...
de allí que cada memoria recuerda,
que para asumir el lugar propio,
debe ejercer resistencia,
ser claro y expresar lo que piensa,
estar errado puede conducir a la brecha,
puedes llegar entero o llegar hecho percha,
en general la vida no es cuestión de fuerzas,
sino de energías aplicadas a la propia tuerca.
JULIO 27, 2013.-
el dispensador dice:
debes resistir a la resistencia,
debes resistir sin pedir clemencia,
cuando se acaba la paz,
anida la insistencia,
sobrevivir implica paciencia,
transitando los tiempos a pura sapiencia,
ocupar propios espacios suele ser experiencia,
a vivir se aprende como un ciencia,
si no transitas tu karma,
te verás condenado por tus herencias,
gentes que suelen condenar según sus inclemencias,
en algún punto el despertar comienza,
no siempre hay auroras... cuando las piensas...
de allí que cada memoria recuerda,
que para asumir el lugar propio,
debe ejercer resistencia,
ser claro y expresar lo que piensa,
estar errado puede conducir a la brecha,
puedes llegar entero o llegar hecho percha,
en general la vida no es cuestión de fuerzas,
sino de energías aplicadas a la propia tuerca.
JULIO 27, 2013.-
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