Héroes
En 'Los días no vividos', los españoles afrontan el fin del mundo con serenidad y solidaridad. Podemos sacar lo mejor de nosotros mismos en medio de lo peor
¿Que harías el último día de tu vida? La pregunta la lanza la película Los días no vividos (Alfonso Cortés-Cavanillas, 2012), que emite Canal+. La humanidad recibe la terrible noticia de que una llamarada solar va a aniquilar la vida en la Tierra al día siguiente. Y en vez de mostrarnos horas de pillaje y disturbios, o a predicadores chiflados tomando la calle como otras películas, esta nos retrata la serenidad y resignación con que una galería de personajes preparan y celebran su última cena en un Madrid desolado. Los protagonistas tratan de marcharse con buen sabor de boca: se dan caprichos, pero ante todo son solidarios y cariñosos, con los suyos y con desconocidos a los que abren las puertas de su casa. El filme emociona porque revela que podemos dar lo mejor de nosotros mismos en situaciones límite.
El miedo a la muerte marca a nuestra especie y explica muchas de sus manías. La entereza ante la muerte caracteriza a los héroes. El cine ha glorificado al ciudadano que se crece en la catástrofe: desde el Paul Newman de El coloso en llamas al Gene Hackman de La aventura del poseidón, pasando por el Leonardo DiCaprio de Titanic. De la destrucción planetaria nos salvó, dando su vida, el perforador Bruce Willis en Armageddon, igual que el piloto Robert Duball en Deep Impact o el buzo Ed Harris en Abyss. Cuanto peor está todo, mejores son ellos.
Las desgracias reales nos llegan sin avisar. Lamentablemente, España tiene sobrada experiencia en gestionarlas, lo que en parte se explica en el azote del terrorismo durante décadas. Tras el 11-M, el Prestige, el Yak o Hipercor, la reacción ciudadana siempre fue ejemplar, incluso cuando la respuesta de las autoridades no estuvo a la altura.
En estos tiempos en que indigna la falta de ética en el poder, el escaqueo de toda responsabilidad siquiera moral mientras no haya una condena firme, uno se reconcilia con su país viendo a esos anónimos llevando mantas y rompiendo las ventanas del tren estrellado en Santiago con sus manos, esas colas para donar sangre, esos funcionarios denostados (bomberos, policías, sanitarios) echando el resto, esos médicos despedidos poniéndose la bata blanca. Los héroes son sus vecinos. Ojalá no tenga que comprobarlo.
el dispensador:
nadie tiene la vida comprada,
ninguna gracia se paga,
lo que se concede se anda,
y lo que se desprecia flota en banda,
aguardando que otra alma,
comprenda los significados,
del tiempo y sus horarios,
de ser futuro ausente,
con sus presentes y sus pasados...
siempre hay un último día,
hoy, mañana, cualquier día,
que llega a golpearte el hombro,
a decirte que no guardes asombro,
que el pasado es sólo un escombro,
que queda por detrás de tu espalda,
que las lámparas se apagan,
justo cuando les corresponde,
para anunciarle a cualquier hombre,
que su hora ha llegado,
que haber sido héroe,
nada ha significado,
salvo para aquel que fue salvado,
porque en su destino así estaba escrito,
sobrevivir no es cuestión de gritos,
sino de seguir andando...
puedes verlo venir,
puedes esquivar el sentir,
pero el alma no se ha de mentir,
que llega justo a tiempo,
para mezclarse con el viento,
y darse cuenta en un momento,
que nada malo hay en el morir,
sólo se habrá de partir,
para pasar a la dimensión de al lado,
para comprender que lo pasado,
es como verse a sí mismo...
como es eso de "ir"... en la memoria de un abrazo.
JULIO 28, 2013.-
El miedo a la muerte marca a nuestra especie y explica muchas de sus manías. La entereza ante la muerte caracteriza a los héroes. El cine ha glorificado al ciudadano que se crece en la catástrofe: desde el Paul Newman de El coloso en llamas al Gene Hackman de La aventura del poseidón, pasando por el Leonardo DiCaprio de Titanic. De la destrucción planetaria nos salvó, dando su vida, el perforador Bruce Willis en Armageddon, igual que el piloto Robert Duball en Deep Impact o el buzo Ed Harris en Abyss. Cuanto peor está todo, mejores son ellos.
Las desgracias reales nos llegan sin avisar. Lamentablemente, España tiene sobrada experiencia en gestionarlas, lo que en parte se explica en el azote del terrorismo durante décadas. Tras el 11-M, el Prestige, el Yak o Hipercor, la reacción ciudadana siempre fue ejemplar, incluso cuando la respuesta de las autoridades no estuvo a la altura.
En estos tiempos en que indigna la falta de ética en el poder, el escaqueo de toda responsabilidad siquiera moral mientras no haya una condena firme, uno se reconcilia con su país viendo a esos anónimos llevando mantas y rompiendo las ventanas del tren estrellado en Santiago con sus manos, esas colas para donar sangre, esos funcionarios denostados (bomberos, policías, sanitarios) echando el resto, esos médicos despedidos poniéndose la bata blanca. Los héroes son sus vecinos. Ojalá no tenga que comprobarlo.
el dispensador:
nadie tiene la vida comprada,
ninguna gracia se paga,
lo que se concede se anda,
y lo que se desprecia flota en banda,
aguardando que otra alma,
comprenda los significados,
del tiempo y sus horarios,
de ser futuro ausente,
con sus presentes y sus pasados...
siempre hay un último día,
hoy, mañana, cualquier día,
que llega a golpearte el hombro,
a decirte que no guardes asombro,
que el pasado es sólo un escombro,
que queda por detrás de tu espalda,
que las lámparas se apagan,
justo cuando les corresponde,
para anunciarle a cualquier hombre,
que su hora ha llegado,
que haber sido héroe,
nada ha significado,
salvo para aquel que fue salvado,
porque en su destino así estaba escrito,
sobrevivir no es cuestión de gritos,
sino de seguir andando...
puedes verlo venir,
puedes esquivar el sentir,
pero el alma no se ha de mentir,
que llega justo a tiempo,
para mezclarse con el viento,
y darse cuenta en un momento,
que nada malo hay en el morir,
sólo se habrá de partir,
para pasar a la dimensión de al lado,
para comprender que lo pasado,
es como verse a sí mismo...
como es eso de "ir"... en la memoria de un abrazo.
JULIO 28, 2013.-
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