La nueva mirada
Ensayos, sazonados de reflexiones filosóficas y biológicas, repasan la evolución y nos ponen en nuestro lugar: sintonía con la naturaleza y asumir que somos una pieza más en el reino animal
Tenemos una visión del mundo y no una audición o un tacto; nos preguntamos cómo lo vemos, no cómo lo olemos o cómo lo gustamos. Somos seres visuales. La vista es, probablemente, el más humano de los sentidos y la mirada es el mascarón de proa de nuestra personalidad. Los filósofos, de la mano de los biólogos, están lanzando una nueva mirada a nuestro entorno para poner de relieve detalles que habían pasado inadvertidos o que no se habían querido ver. Estamos empezando a ver miradas que nos conmueven, ojos detrás de los que vemos algo más que animales y que nos ayudan a colocarnos en nuestro sitio.
“La filosofía se ha convertido en un juego de palabras en el que unos se citan a otros, y yo pretendo centrar la reflexión en la realidad misma. El libro más interesante de todos es el gran libro de la naturaleza”. Jesús Mosterín, filósofo, profesor de investigación del CSIC, es el autor de El reino de los animales, un ensayo que pretende “colocarnos en nuestro sitio”. Para ello es necesario prestar atención a lo que tenemos más cerca, para ver con una nueva mirada lo más próximo. “Se ha producido el fenómeno curioso de que cuanto más cerca de nosotros están las cosas, más hemos tardado en conocerlas. Históricamente, las ciencias más establecidas son la matemática y la astronomía, astros y estrellas lejanas; de lo cercano, de nosotros mismos, hasta hace poco no sabíamos nada”.
Somos una pieza más en el reino de los animales, y no a todo el mundo le resulta fácil colocarse ahí, como una especie más. “Antes teníamos que inventar mitos, parecía que daba vergüenza estar donde estábamos, así que inventamos que éramos hijos de dioses o de ángeles. Sin embargo, deberíamos reconocernos como lo que somos y sentirnos bien, en sintonía con la naturaleza. Por eso la nueva mirada es esta especie de visión realista, por así decir, intelectualmente honesta. Y creo que, de paso, relaja verlo tal y como es”.
Mosterín dedica su libro, precisamente, a explicar cómo es el mundo que nos rodea, este Reino de los animales que nace con la química y llega a la célula y continúa modificándose lentamente. Se trata de un repaso de la evolución aderezado de reflexiones filosóficas y biológicas para explicar la función de la alimentación, de la reproducción, de la locomoción y, en definitiva, de todo aquello que nos hace animales y que nos iguala al resto de seres que habitan el planeta. Es decir, nos coloca en nuestro sitio.
El cerebro, la conducta y la opinión de diversos filosóficos sobre estas cuestiones llevan al lector de manera natural a las ideas sobre la muerte y de ahí al concepto de especie y a su esencia, el genoma, “lo que más describe a un ser humano, el proyecto más notable desde el punto de vista biológico y antropológico. Se trata de una revolución en nuestro autoconocimiento pero del que hace cien años no se sabía nada, ni siquiera que existían los genes”. Y ese estudio del genoma nos aproxima aún más a los grandes simios, porque “estamos emparentados con todos los animales, desde las medusas hasta los conejos, pero estamos más cercanamente emparentados con los primates, con quienes llevamos juntos toda la evolución”.
Por eso también los vemos más próximos y por eso también la nueva mirada se ha detenido en ellos con más insistencia. Chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes forman parte del Proyecto Gran Simio, “que no es una organización, es una idea. La idea es pedir para estas especies más próximas no derechos que no tendrían sentido en su caso, como el de votar o la libertad de expresión, si no tres derechos en concreto: el derecho a la vida, a que no se les mate; el derecho a no ser torturados, y el derecho a no ser encarcelados ni metidos en una jaula sin necesidad”.
Para Miguel Ferrer, biólogo doctorándose en filosofía, investigador del Consejo Superior de Investigaciones, Científicas y presidente de la Fundación Migres, “el deseo de reconocer valores intrínsecos a los animales es la expresión secundaria de un comportamiento humano muy importante que es la empatía. La capacidad para determinar el estado de ánimo del otro es fundamental y está sometido a una fuerte selección en animales tan sociales como nosotros. Intuir la receptividad, la cólera, el engaño, etcétera, lo que llamamos sentimientos, es un factor de éxito en un contexto social, indudable. La extensión de esa capacidad de intuir al otro y su estado de ánimo a animales diferentes de nosotros es inevitable y explicaría porque nos empeñamos en atribuirles derechos tanto más cuanto más se parezcan a nosotros en su capacidad de comunicar socialmente. Pero considero que posiblemente sea más realista pensar no en el dolor que ellos puedan sufrir, cosa que desconocemos, sino en el dolor que sentimos nosotros mediante la empatía y protegerlos en la medida en que protegemos nuestra propia sensibilidad. Esto sería menos antropocentrista que atribuirles una de las invenciones más humanas del planeta, los derechos y los valores”.
De eso trata, precisamente, el libro de Frans de Waal, La edad de la empatía, también en cierta medida elaborando filosofía desde la biología. Para este primatólogo el altruismo no es rasgo único de los humanos, ni siquiera de los primates o de los más mamíferos, sino que está impreso en círculos anteriores de nuestro comportamiento, surge en momentos evolutivos anteriores. De Waal, holandés afincado en Estados Unidos, director del Centro Nacional Yerkes de Investigación de Primates, en Estados Unidos, ha escrito algunos de los libros más impactantes y audaces sobre los chimpancés, incluidos La política del chimpancé (1993), Primates y filósofos (2007) y El mono que llevamos dentro (2007).
Extraordinariamente provocadores, por lo que tienen de sacudida interna, nos convocan también a mantener una nueva mirada tanto sobre los grandes simios como sobre nosotros mismos. Nos viste la mirada con un guiño que nos confunde porque pone ante nosotros un espejo en el que no sabemos si lo que vemos es un reflejo o es otra cosa que nos mira con la misma empatía que miramos.
Se publica ahora en español Reflejos del Edén, de Biruté M. F. Galdikas, la tercera en concordia de este trío conocido como los “Ángeles de Leakey” porque las tres se formaron con Louis Leakey, arqueólogo y naturalista británico, clave en el establecimiento del desarrollo de la evolución humana y en la protección de la vida salvaje en África que hizo famosa la excavación de la garganta de Olduvai, el más importante yacimiento antropológico del mundo, situado al norte de Tanzania. Galdikas conoció a Laekey cuando él dio una conferencia en la Universidad de Los Ángeles donde ella estudiaba y “cuando entré en su vida, él ya estaba esperándome”. Al día siguiente la citó y le hizo un sencillo test con naipes, que ella superó, y entonces Leakey le dijo que “Jane Goodall y Dian Fossey habían superado la prueba, pero que todos los hombres habían fracasado”.
Este libro, escrito en 1994, cuenta la vida de Galdikas en Borneo desde que llegó en 1971, y cómo hizo para ser lo que es: “Para mí, estudiar y rescatar orangutanes no era un proyecto ni un trabajo, sino una misión”. Llegó con su marido, que siete años después quiso regresar. Ella se quedó porque había llegado con otra idea, una manera presuntamente femenina de estar en Borneo: “Me proponía ayudar”, frente a la manera de estar allí de su primer marido, que quería “buscar sus propios límites… y sobrepasarlos”.
Tanto el trabajo de Galdikas como el de Goodall y Fossey han cambiado la mirada que tenemos sobre nuestros más próximos parientes biológicos, y también sobre nosotros mismos. En palabras de Galdikas, “cuando -Goodall-escribió a Leakey y le contó sus descubrimientos, éste se vanaglorió de ellos como un padre orgulloso. Los antropólogos, dijo, tendrán que cambiar la definición de humano, la definición de herramienta, o aceptar a los chimpancés como humanos. El carácter único de la especie humana no había recibido un golpe tan fuerte desde Linneo y Darwin”.
Por su parte, Fossey, la “chica gorila” de Laekey, instaló, con fondos conseguidos por él, un campamento en las montañas de Ruanda. A base de estudio, tesón y publicaciones consiguió, asegura Galdikas, “que la imagen pública del gorila pasase de la de un monstruoso King Kong a la de un pacífico vegetariano”. Y se implicó de manera natural en su defensa, de manera que “el mayor logro de Dian fue salvar a los gorilas de montaña de la extinción”.
Galdikas, por su parte, asegura que nació para estudiar a los orangutanes. Y este libro es el producto de su estudio, de su pasión, de su vida en las selvas de Borneo y de todo lo que rodeó su experiencia vital, desde su Alemania natal, pasando por Canadá y los estudios universitarios en California. Desde California, pasando por África, llegó finalmente a su casa, a las montañas de Borneo.
Sus descripciones son, en cierta medida, científicas, y así procura dejar la pasión para los simios naranjas y usar la precisión quirúrgica para las descripciones del entorno humano, por ejemplo de Leakey y su mujer, Mary, que “se tomaba a mal, de una manera profundamente personal, la atención que Louis dedicaba a los estudios de los primates”. Frente al interés paleontológico de Mary Leakey, Louis Leakey pensaba que para comprender la evolución humana era de capital importancia conocer con detalle la etología, las costumbres, los hábitats y las diferentes culturas de los tres grandes simios, orangutanes, chimpancés y gorilas, cada uno de los cuales estaba siendo estudiado por una de sus protegidas.
Leakey volcó sus energías, y sobre todo su gran capacidad como captador de fondos, para apoyar a las tres investigadoras, que eran tres mujeres entre otras razones porque “Louis consideraba a las mujeres como una especie distinta”, asegura Galdikas. “Estaba firmemente convencido de que las mujeres eran más observadoras que los hombres. Eran más perceptivas, afirmaba, y más capaces de apreciar detalles que, a primera vista, podían parecer insignificantes. También eran más pacientes. Por último, decía, las mujeres no provocaban conductas agresivas entre los primates como sucedía, aunque fuera involuntariamente, con los hombres”.
Quizá, el hecho de que fueran tres mujeres influyó también en esa nueva mirada sobre los grandes simios, porque, en todo caso, “el estudio de los primeros humanos de Louis Leakey, el estudio de los chimpancés de Jane Goodall, el estudio de los gorilas de montaña de Dian Fossey y mi estudio de los orangutanes estaban inextricablemente unidos e inevitablemente conectados”.
En Borneo, Galdikas vivió entre los orangutanes y sus observaciones, hasta la fecha, no tienen parangón. Es, sin duda, la mayor experta del mundo en estos simios anaranjados que nos miran como desde dentro de nosotros mismos. Muy poco a poco logró que se acostumbraran a su presencia y, al mismo tiempo, estableció un orfanato para orangutanes excautivos que habían perdido la capacidad de vivir en la selva libremente, precisamente porque no habían adquirido la cultura, la manera de estar en el mundo, de los orangutanes. Allí, en el Campo Leakey, en la Reserva Tanjung Puting, en Borneo, fundado en 1971, sigue trabajando en el estudio y la conservación de los orangutanes.
Los orangutanes, palabra que en malayo significa hombre del bosque, son los únicos primates superiores supervivientes en Asia y los más arborícolas de los grandes simios. Su linaje se separó del de los humanos, y de otros simios, hace unos 16 millones de años y comparte con los humanos el 97% del genoma, que fue secuenciado en 2011. En la actualidad quedan dos subespecies, una en Borneo (Pongo pygmaeus) y otra en Sumatra (Pongo abelii) y ambas están amenazadas.
Y allí conoció y se casó con Pak Bohap. “Un campesino dayako con instrucción primaria”. Muchos años después, evitado el pelotón de fusilamiento frente al que estaban los orangutanes, Biruté Galdikas sigue allí, en Borneo, mirando su mirada y contándolo a través de su cuenta en Twitter, @DrBirute y otros muchos medios de comunicación. Da clases en Canadá y en Indonesia y, efectivamente, ha dedicado su vida al conocimiento y a la defensa de los orangutanes. Quizá porque “al asomarnos a los ojos serenos y atentos de un orangután vemos, como a través de una serie de espejos, no solo la imagen de nuestra propia creación sino también un reflejo de nuestra alma y un Edén que una vez fue nuestro”.
“La filosofía se ha convertido en un juego de palabras en el que unos se citan a otros, y yo pretendo centrar la reflexión en la realidad misma. El libro más interesante de todos es el gran libro de la naturaleza”. Jesús Mosterín, filósofo, profesor de investigación del CSIC, es el autor de El reino de los animales, un ensayo que pretende “colocarnos en nuestro sitio”. Para ello es necesario prestar atención a lo que tenemos más cerca, para ver con una nueva mirada lo más próximo. “Se ha producido el fenómeno curioso de que cuanto más cerca de nosotros están las cosas, más hemos tardado en conocerlas. Históricamente, las ciencias más establecidas son la matemática y la astronomía, astros y estrellas lejanas; de lo cercano, de nosotros mismos, hasta hace poco no sabíamos nada”.
Somos una pieza más en el reino de los animales, y no a todo el mundo le resulta fácil colocarse ahí, como una especie más. “Antes teníamos que inventar mitos, parecía que daba vergüenza estar donde estábamos, así que inventamos que éramos hijos de dioses o de ángeles. Sin embargo, deberíamos reconocernos como lo que somos y sentirnos bien, en sintonía con la naturaleza. Por eso la nueva mirada es esta especie de visión realista, por así decir, intelectualmente honesta. Y creo que, de paso, relaja verlo tal y como es”.
Mosterín dedica su libro, precisamente, a explicar cómo es el mundo que nos rodea, este Reino de los animales que nace con la química y llega a la célula y continúa modificándose lentamente. Se trata de un repaso de la evolución aderezado de reflexiones filosóficas y biológicas para explicar la función de la alimentación, de la reproducción, de la locomoción y, en definitiva, de todo aquello que nos hace animales y que nos iguala al resto de seres que habitan el planeta. Es decir, nos coloca en nuestro sitio.
El cerebro, la conducta y la opinión de diversos filosóficos sobre estas cuestiones llevan al lector de manera natural a las ideas sobre la muerte y de ahí al concepto de especie y a su esencia, el genoma, “lo que más describe a un ser humano, el proyecto más notable desde el punto de vista biológico y antropológico. Se trata de una revolución en nuestro autoconocimiento pero del que hace cien años no se sabía nada, ni siquiera que existían los genes”. Y ese estudio del genoma nos aproxima aún más a los grandes simios, porque “estamos emparentados con todos los animales, desde las medusas hasta los conejos, pero estamos más cercanamente emparentados con los primates, con quienes llevamos juntos toda la evolución”.
Por eso también los vemos más próximos y por eso también la nueva mirada se ha detenido en ellos con más insistencia. Chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes forman parte del Proyecto Gran Simio, “que no es una organización, es una idea. La idea es pedir para estas especies más próximas no derechos que no tendrían sentido en su caso, como el de votar o la libertad de expresión, si no tres derechos en concreto: el derecho a la vida, a que no se les mate; el derecho a no ser torturados, y el derecho a no ser encarcelados ni metidos en una jaula sin necesidad”.
Para Miguel Ferrer, biólogo doctorándose en filosofía, investigador del Consejo Superior de Investigaciones, Científicas y presidente de la Fundación Migres, “el deseo de reconocer valores intrínsecos a los animales es la expresión secundaria de un comportamiento humano muy importante que es la empatía. La capacidad para determinar el estado de ánimo del otro es fundamental y está sometido a una fuerte selección en animales tan sociales como nosotros. Intuir la receptividad, la cólera, el engaño, etcétera, lo que llamamos sentimientos, es un factor de éxito en un contexto social, indudable. La extensión de esa capacidad de intuir al otro y su estado de ánimo a animales diferentes de nosotros es inevitable y explicaría porque nos empeñamos en atribuirles derechos tanto más cuanto más se parezcan a nosotros en su capacidad de comunicar socialmente. Pero considero que posiblemente sea más realista pensar no en el dolor que ellos puedan sufrir, cosa que desconocemos, sino en el dolor que sentimos nosotros mediante la empatía y protegerlos en la medida en que protegemos nuestra propia sensibilidad. Esto sería menos antropocentrista que atribuirles una de las invenciones más humanas del planeta, los derechos y los valores”.
De eso trata, precisamente, el libro de Frans de Waal, La edad de la empatía, también en cierta medida elaborando filosofía desde la biología. Para este primatólogo el altruismo no es rasgo único de los humanos, ni siquiera de los primates o de los más mamíferos, sino que está impreso en círculos anteriores de nuestro comportamiento, surge en momentos evolutivos anteriores. De Waal, holandés afincado en Estados Unidos, director del Centro Nacional Yerkes de Investigación de Primates, en Estados Unidos, ha escrito algunos de los libros más impactantes y audaces sobre los chimpancés, incluidos La política del chimpancé (1993), Primates y filósofos (2007) y El mono que llevamos dentro (2007).
Extraordinariamente provocadores, por lo que tienen de sacudida interna, nos convocan también a mantener una nueva mirada tanto sobre los grandes simios como sobre nosotros mismos. Nos viste la mirada con un guiño que nos confunde porque pone ante nosotros un espejo en el que no sabemos si lo que vemos es un reflejo o es otra cosa que nos mira con la misma empatía que miramos.
El reino de los animales. Jesús Mosterín. Alianza Editorial. Madrid, 2013. 407 páginas. 18 euros.
La edad de la empatía. Frans de Waal. Tusquets. Barcelona, 2011. 358 páginas. 21,15 euros.
La tercera en concordia
Antonio Calvo Roy
Tres mujeres han dado su vida por los grandes simios; una de ellas, literalmente. Dian Fossey dedicó su vida al estudio y a la protección de los gorilas y murió, a los 53 años, por defenderlos. Allí está enterrada, en las montañas de Ruanda. Jane Goodall es la dama de los chimpancés. En Tanzania, y en otros lugares, ha estudiado sus costumbres y su cultura, y ha ayudado a descubrir que hay tres áreas culturales distintas —el área de las piedras, el área de los bastones y el área de las hojas y lianas— en las que aprenden las costumbres de la región y utilizan en cada una las herramientas características en su vida diaria. Ambas han escrito libros contando qué han hecho y cómo: Los diez mandamientos, de Goodall y Marc Bekoff, y el famoso y cinematográfico Gorilas en la niebla,que Fossey escribió en 1983, dos años antes de ser asesinada.Se publica ahora en español Reflejos del Edén, de Biruté M. F. Galdikas, la tercera en concordia de este trío conocido como los “Ángeles de Leakey” porque las tres se formaron con Louis Leakey, arqueólogo y naturalista británico, clave en el establecimiento del desarrollo de la evolución humana y en la protección de la vida salvaje en África que hizo famosa la excavación de la garganta de Olduvai, el más importante yacimiento antropológico del mundo, situado al norte de Tanzania. Galdikas conoció a Laekey cuando él dio una conferencia en la Universidad de Los Ángeles donde ella estudiaba y “cuando entré en su vida, él ya estaba esperándome”. Al día siguiente la citó y le hizo un sencillo test con naipes, que ella superó, y entonces Leakey le dijo que “Jane Goodall y Dian Fossey habían superado la prueba, pero que todos los hombres habían fracasado”.
Este libro, escrito en 1994, cuenta la vida de Galdikas en Borneo desde que llegó en 1971, y cómo hizo para ser lo que es: “Para mí, estudiar y rescatar orangutanes no era un proyecto ni un trabajo, sino una misión”. Llegó con su marido, que siete años después quiso regresar. Ella se quedó porque había llegado con otra idea, una manera presuntamente femenina de estar en Borneo: “Me proponía ayudar”, frente a la manera de estar allí de su primer marido, que quería “buscar sus propios límites… y sobrepasarlos”.
Tanto el trabajo de Galdikas como el de Goodall y Fossey han cambiado la mirada que tenemos sobre nuestros más próximos parientes biológicos, y también sobre nosotros mismos. En palabras de Galdikas, “cuando -Goodall-escribió a Leakey y le contó sus descubrimientos, éste se vanaglorió de ellos como un padre orgulloso. Los antropólogos, dijo, tendrán que cambiar la definición de humano, la definición de herramienta, o aceptar a los chimpancés como humanos. El carácter único de la especie humana no había recibido un golpe tan fuerte desde Linneo y Darwin”.
Por su parte, Fossey, la “chica gorila” de Laekey, instaló, con fondos conseguidos por él, un campamento en las montañas de Ruanda. A base de estudio, tesón y publicaciones consiguió, asegura Galdikas, “que la imagen pública del gorila pasase de la de un monstruoso King Kong a la de un pacífico vegetariano”. Y se implicó de manera natural en su defensa, de manera que “el mayor logro de Dian fue salvar a los gorilas de montaña de la extinción”.
Galdikas, por su parte, asegura que nació para estudiar a los orangutanes. Y este libro es el producto de su estudio, de su pasión, de su vida en las selvas de Borneo y de todo lo que rodeó su experiencia vital, desde su Alemania natal, pasando por Canadá y los estudios universitarios en California. Desde California, pasando por África, llegó finalmente a su casa, a las montañas de Borneo.
Sus descripciones son, en cierta medida, científicas, y así procura dejar la pasión para los simios naranjas y usar la precisión quirúrgica para las descripciones del entorno humano, por ejemplo de Leakey y su mujer, Mary, que “se tomaba a mal, de una manera profundamente personal, la atención que Louis dedicaba a los estudios de los primates”. Frente al interés paleontológico de Mary Leakey, Louis Leakey pensaba que para comprender la evolución humana era de capital importancia conocer con detalle la etología, las costumbres, los hábitats y las diferentes culturas de los tres grandes simios, orangutanes, chimpancés y gorilas, cada uno de los cuales estaba siendo estudiado por una de sus protegidas.
Leakey volcó sus energías, y sobre todo su gran capacidad como captador de fondos, para apoyar a las tres investigadoras, que eran tres mujeres entre otras razones porque “Louis consideraba a las mujeres como una especie distinta”, asegura Galdikas. “Estaba firmemente convencido de que las mujeres eran más observadoras que los hombres. Eran más perceptivas, afirmaba, y más capaces de apreciar detalles que, a primera vista, podían parecer insignificantes. También eran más pacientes. Por último, decía, las mujeres no provocaban conductas agresivas entre los primates como sucedía, aunque fuera involuntariamente, con los hombres”.
Quizá, el hecho de que fueran tres mujeres influyó también en esa nueva mirada sobre los grandes simios, porque, en todo caso, “el estudio de los primeros humanos de Louis Leakey, el estudio de los chimpancés de Jane Goodall, el estudio de los gorilas de montaña de Dian Fossey y mi estudio de los orangutanes estaban inextricablemente unidos e inevitablemente conectados”.
En Borneo, Galdikas vivió entre los orangutanes y sus observaciones, hasta la fecha, no tienen parangón. Es, sin duda, la mayor experta del mundo en estos simios anaranjados que nos miran como desde dentro de nosotros mismos. Muy poco a poco logró que se acostumbraran a su presencia y, al mismo tiempo, estableció un orfanato para orangutanes excautivos que habían perdido la capacidad de vivir en la selva libremente, precisamente porque no habían adquirido la cultura, la manera de estar en el mundo, de los orangutanes. Allí, en el Campo Leakey, en la Reserva Tanjung Puting, en Borneo, fundado en 1971, sigue trabajando en el estudio y la conservación de los orangutanes.
Los orangutanes, palabra que en malayo significa hombre del bosque, son los únicos primates superiores supervivientes en Asia y los más arborícolas de los grandes simios. Su linaje se separó del de los humanos, y de otros simios, hace unos 16 millones de años y comparte con los humanos el 97% del genoma, que fue secuenciado en 2011. En la actualidad quedan dos subespecies, una en Borneo (Pongo pygmaeus) y otra en Sumatra (Pongo abelii) y ambas están amenazadas.
Y allí conoció y se casó con Pak Bohap. “Un campesino dayako con instrucción primaria”. Muchos años después, evitado el pelotón de fusilamiento frente al que estaban los orangutanes, Biruté Galdikas sigue allí, en Borneo, mirando su mirada y contándolo a través de su cuenta en Twitter, @DrBirute y otros muchos medios de comunicación. Da clases en Canadá y en Indonesia y, efectivamente, ha dedicado su vida al conocimiento y a la defensa de los orangutanes. Quizá porque “al asomarnos a los ojos serenos y atentos de un orangután vemos, como a través de una serie de espejos, no solo la imagen de nuestra propia creación sino también un reflejo de nuestra alma y un Edén que una vez fue nuestro”.
Reflejos del Edén. Mis años con los orangutanes de Borneo. Biruté M. F. Galdikas. Pepitas de Calabaza. Logroño, 2013. 644 páginas. 29,50 euros.
Los diez mandamientos. Jane Goodall y Marc Bekoff. Paidós. Barcelona, 2013. 208 páginas. 16,90 euros.
Gorilas en la niebla. Dian Fossey. Salvat. Barcelona, 1990. 264 páginas. 20,00 euros.
el dispensador dice:
me he preguntado si el hombre ha avanzado,
me he preguntado en qué es que ha evolucionado,
me he preguntado qué culturas ha cultivado,
me he preguntado qué prejuicios ha superado,
me he preguntado dónde está el amor expresado,
me he preguntado por qué se ha mentido...
y por qué se ha traicionado...
no he hallado respuestas,
he visto un hombre perdido entre sus soberbias,
he visto un hombres justificándose en almas desiertas...
he visto otros ojos en la naturaleza,
ojos abiertos y pasiones discretas,
me han brindado su afecto como parte de la Tierra,
me han mirado a los ojos como pasajero de una misma espera,
han estado presentes como quien se revela,
han sido como una guía protectora de quimeras,
he visto en sus ojos más humanidad comprensiva,
que la que exhibe el hombre al cruzar su día,
y me he preguntado dónde está la filosofía,
dónde sus valores, y dónde sus éticas perdidas,
para qué las religiones, si Dios está en nuestras vidas,
para qué la gracia, si vivirla se torna reñida...
me elevé sobre las nubes,
observé despuntar el día,
en el espacio nunca es de noche,
pero tampoco existe el día,
no hay distancias lejanas,
como tampoco las hay cercanas,
las gentes viven sólo en una Tierra, la concedida,
no pueden irse porque aquí se sembró su vida,
necesitan estar aquí para que el ciclo se repita,
ya que el karma se expresa,
cuando su espiral es divina,
ya que el paraíso está,
por sobre las cabezas de quienes respiran...
me alcanzó un ángel,
me dijo ven, te mostraré la esquina,
lo seguí presuroso como quien se descuida,
apareció una escala que no comienza ni termina,
me dijo ven, acompáñame y mira,
simplemente subí, contemplé la vida,
había un edén para cada vida,
me dijo ven, detente y mira,
ví que había vacíos que no se olvidan,
me dijo ven, por favor, gira,
ví que había muchas vidas perdidas...
seguí ascendiendo,
la curiosidad no se retira,
miré hacia abajo y el infierno ardía,
me dijo ven, asómate y observa,
vi muchas gentes clamar por sus días,
me dijo ves, es sutil el abismo,
entre los extremos de cada vida...
cada uno recoge... lo que siembra en sus días,
toma tu karma y regresa a la memoria,
sólo los buenos espíritus mueven la noria,
y descendí la escala según me pedía,
descubrí que no hay suelo,
que el sueño es el día...
me sumergí en él y seguí con mi vida,
ahora sé que el edén,
pertenece a mis fibras... y allí estará...
cuando ya no se respira...
vi esa mirada,
supe lo que decía,
duele la soberbia,
como duele la envidia,
tomé distancia y regresé al edén,
el ángel estaba allí,
me observaba y se sonreía,
me dijo ven,
no tengas en cuenta... lo que las gentes olvidan.
JULIO 14, 2013.-
DEDICADO A: Horacio José González, donde quiera que estés...
el dispensador dice:
me he preguntado si el hombre ha avanzado,
me he preguntado en qué es que ha evolucionado,
me he preguntado qué culturas ha cultivado,
me he preguntado qué prejuicios ha superado,
me he preguntado dónde está el amor expresado,
me he preguntado por qué se ha mentido...
y por qué se ha traicionado...
no he hallado respuestas,
he visto un hombre perdido entre sus soberbias,
he visto un hombres justificándose en almas desiertas...
he visto otros ojos en la naturaleza,
ojos abiertos y pasiones discretas,
me han brindado su afecto como parte de la Tierra,
me han mirado a los ojos como pasajero de una misma espera,
han estado presentes como quien se revela,
han sido como una guía protectora de quimeras,
he visto en sus ojos más humanidad comprensiva,
que la que exhibe el hombre al cruzar su día,
y me he preguntado dónde está la filosofía,
dónde sus valores, y dónde sus éticas perdidas,
para qué las religiones, si Dios está en nuestras vidas,
para qué la gracia, si vivirla se torna reñida...
me elevé sobre las nubes,
observé despuntar el día,
en el espacio nunca es de noche,
pero tampoco existe el día,
no hay distancias lejanas,
como tampoco las hay cercanas,
las gentes viven sólo en una Tierra, la concedida,
no pueden irse porque aquí se sembró su vida,
necesitan estar aquí para que el ciclo se repita,
ya que el karma se expresa,
cuando su espiral es divina,
ya que el paraíso está,
por sobre las cabezas de quienes respiran...
me alcanzó un ángel,
me dijo ven, te mostraré la esquina,
lo seguí presuroso como quien se descuida,
apareció una escala que no comienza ni termina,
me dijo ven, acompáñame y mira,
simplemente subí, contemplé la vida,
había un edén para cada vida,
me dijo ven, detente y mira,
ví que había vacíos que no se olvidan,
me dijo ven, por favor, gira,
ví que había muchas vidas perdidas...
seguí ascendiendo,
la curiosidad no se retira,
miré hacia abajo y el infierno ardía,
me dijo ven, asómate y observa,
vi muchas gentes clamar por sus días,
me dijo ves, es sutil el abismo,
entre los extremos de cada vida...
cada uno recoge... lo que siembra en sus días,
toma tu karma y regresa a la memoria,
sólo los buenos espíritus mueven la noria,
y descendí la escala según me pedía,
descubrí que no hay suelo,
que el sueño es el día...
me sumergí en él y seguí con mi vida,
ahora sé que el edén,
pertenece a mis fibras... y allí estará...
cuando ya no se respira...
vi esa mirada,
supe lo que decía,
duele la soberbia,
como duele la envidia,
tomé distancia y regresé al edén,
el ángel estaba allí,
me observaba y se sonreía,
me dijo ven,
no tengas en cuenta... lo que las gentes olvidan.
JULIO 14, 2013.-
DEDICADO A: Horacio José González, donde quiera que estés...
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