sábado, 5 de octubre de 2013

DE DUELOS Y CONSUELOS || Escribí sobre el consuelo | El escorpión | Blogs | elmundo.es

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El escorpión


Escribí sobre el consuelo





Escribí sobre el consuelo, porque necesitaba consuelo. La vida no es lineal, pero en algunos momentos se vuelve acumulativa. Las pérdidas y las tristezas del pasado se presentan de golpe a través de la última herida, mientras se hace el último duelo. Juntas y revueltas, aprovechando la confusión de este instante que, como siempre, nos pilla desprevenidos. Y aunque no nos pillara desprevenidos, daría lo mismo, pues al dolor no hay forma de anticiparlo y las precauciones no valen.

De todos modos, la pena no me interesaba por sí misma, lo que me interesaba era el consuelo, los medios por los que uno se levanta de la caída, de dónde se obtienen los recursos para volver a mirar el mundo como si no hubiera sido definitivamente fracturado, cómo hacer para que la melancolía no irradie hacia las cosas, hacia los otros.

Se suponía que en el equipaje llevaba lo necesario: libros y experiencia suficiente como para destilar de todo ello el bálsamo que exigía aquella época aciaga que se cuenta en esta historia. Como los montañeros en plena ascensión, tenía que revisar el equipo para saber si lo que había metido dentro servía para algo o había sido trágicamente descuidado. Resultó que la mochila era pesada y en general inútil. Había que volver sobre los pasos y empezar de nuevo.

Y así fueron cuajando las páginas de "Las puertas de la noche", a medias entre la historia de vida, la narración pura y la reflexión sobre las fuentes de nuestra forma de ver el mundo y nuestra sentimentalidad. El título salió del "Poema" de Parménides, de ese viaje al inframundo, al Hades, a que el filósofo es arrastrado en plena juventud (si bien no es asunto de la edad, todos somos siempre demasiado jóvenes cuando nos llevan al infierno). El infierno, para muchos, es algo de lo que se huye. El poema en cambio lo prescribe. La verdadera faz de las cosas se halla mirando de frente lo más temido. Aprende a vivir el que ha aprendido a morir. La filosofía no enseña otra cosa, dice el Sócrates platónico, que el aprender a morir.

El libro no salió a la primera, precisamente. Los materiales estuvieron desde el origen, pero su armonía tardé en encontrarla. No sólo era un problema de música: mi deseo era que la lectura del libro fuese en sí misma un acto consolador. No estaba interesado en cavar en el hoyo de la miseria y de la melancolía, ni de suscitar empatía hacia el doliente. Ya he dicho qué era lo que me importaba. Aquí les dejo una muestra.

 


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