Isla del regreso
Leer a Cees Nooteboom en Menorca acentúa el deseo de encontrar un refugio en ese lugar
Durante los nueve meses del año que no pasa en Menorca, Cees Nooteboom vive en Ámsterdam o viaja por el mundo. Esa costumbre hace de Lluvia roja un libro nómada y a la vez un libro sedentario. Trata de las sensaciones de la ida y de las del regreso, del descubrimiento de lo remoto y de la comprobación de la permanencia de las cosas, experiencias simétricas que es difícil conocer con la misma intensidad en una misma vida, pero que a muchas personas les son igualmente necesarias para mantener un cierto equilibrio. Hay lugares a los que uno llega por primera y única vez, y luego son nada más que recuerdos más o menos fijados por la literatura. Hay otros a los que se está volviendo siempre, por una especie de fatalidad no del todo electiva, como un novelista vuelve a ciertos temas que no se le agotan por mucho que ahonde en ellos, como un músico explora una tras otra, maniáticamente, todas las variaciones posibles de una melodía simple, de una canción trivial. Yo llegué a Menorca y ya desde la ventanilla del avión me sorprendió un paisaje de verdes ondulados y acantilados agrestes que me hacía pensar en Irlanda, donde no he estado nunca. Todo lo que veía era nuevo y se me imponía con una especie de serena contundencia: la vegetación como agazapada, las formas blancas y sobrias de la arquitectura popular, las hileras sinuosas de bajos muros de piedra, a veces coronados por una capa de cal. Luego leía a Nooteboom y encontraba la confirmación y la explicación de lo que había visto, y a la cualidad de presente puro y novedad completa de mis observaciones se agregaba en su relato la profundidad de campo de la perspectiva en el tiempo. Yo era un recién llegado y él contaba recuerdos de sus primeros años en la isla, hacia finales de los sesenta. Lo que yo presenciaba tenía una inmediatez de disparos fotográficos: una cala a lo lejos; un promontorio de rocas peladas de pizarra sobre el cual se erigía un faro, en un paisaje batido por el viento y el mar, de una aridez de lava petrificada, semejante a esos lugares solitarios de Islandia sobre los que he leído tanto desde que era niño y que tampoco he visitado nunca; una ladera de rocas, perforadas por la erosión, con agujeros como de nido de avispas o de arrecifes de coral disecados, como esas rocas del cabo de Creus en las que yacen como fósiles los obispos putrefactos de Buñuel en La edad de oro. Me contaron que en Menorca sopla la tramontana con la misma fuerza que en el cabo de Creus, pero luego leí en Josep Pla que cuando llega a la isla la tramontana ya viene algo apaciguada por su travesía del mar.
Hay escritores de viajes que escriben como si transitaran por el mundo en una soledad perfecta, más bien altiva
Leer a Cees Nooteboom en Menorca le acentúa a uno el deseo de encontrar un retiro en esa isla, una casa con un huerto para escribir y trabajar moderadamente la tierra, para escuchar un silencio que yo no había disfrutado tan plenamente desde hace no sé cuántos años, para escuchar el sonido peculiar del viento sobre una topografía de colinas suaves y macizos de arbustos, para que la vista se pierda a lo lejos en una costa no desfigurada brutalmente por la especulación inmobiliaria. Quedarse en una isla y marcharse de ella; volverse sedentario durante unos meses y emprender luego un viaje que lo lleve a uno a la máxima distancia sobre la Tierra, a la isla de Tonga, a Samoa, en busca de la tumba de Stevenson. Irse tan lejos casi exclusivamente para darse luego el lujo de volver.
Lluvia roja. Cees Nooteboom. Traducción de Isabel-Clara Lorda Vidal. Siruela. Madrid, 2009. 208 páginas. 17,90 euros (electrónico: 9,49).
www.antoniomuñozmolina.es
el dispensador dice:
creo en los lugares y sus sentidos,
creo en las energías y sus elegidos,
creo en los momentos y lo querido,
creo que amar es ir más allá de lo que se quiso...
creo que hay refugios que semejan ser nidos,
creo que hay refugios que habilitan olvidos,
creo que cada instante es concedido,
creo que aprender de la gracia supera el instinto...
creo que hay almas que son como islas,
creo que hay islas que contienen espíritus,
creo que hay puentes entre los afectos unidos,
creo que algo nos une a todo lo querido...
tengo mis lugares íntimos,
así como tengo mis lugares escondidos,
sé llegar sin que nadie me lo haya dicho,
ya que los he descubierto por mi mismo...
cuando estoy allí me siento elegido,
me acompañan aquellos que considero elegidos,
para estar allí es necesario estar limpio,
la paz en el alma te hace distinto...
allá parece lejos de cualquier parte,
pasar desapercibido además de don es un arte,
no son necesarios los alardes,
el aura que brilla es la que no arde...
azules intensos, cielos de tarde.
OCTUBRE 01, 2013.-
el dispensador dice:
creo en los lugares y sus sentidos,
creo en las energías y sus elegidos,
creo en los momentos y lo querido,
creo que amar es ir más allá de lo que se quiso...
creo que hay refugios que semejan ser nidos,
creo que hay refugios que habilitan olvidos,
creo que cada instante es concedido,
creo que aprender de la gracia supera el instinto...
creo que hay almas que son como islas,
creo que hay islas que contienen espíritus,
creo que hay puentes entre los afectos unidos,
creo que algo nos une a todo lo querido...
tengo mis lugares íntimos,
así como tengo mis lugares escondidos,
sé llegar sin que nadie me lo haya dicho,
ya que los he descubierto por mi mismo...
cuando estoy allí me siento elegido,
me acompañan aquellos que considero elegidos,
para estar allí es necesario estar limpio,
la paz en el alma te hace distinto...
allá parece lejos de cualquier parte,
pasar desapercibido además de don es un arte,
no son necesarios los alardes,
el aura que brilla es la que no arde...
azules intensos, cielos de tarde.
OCTUBRE 01, 2013.-
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