sábado, 19 de octubre de 2013

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Operación encubierta | Cultura | EL PAÍS

Operación encubierta

John Le Carré recupera la paranoia antiterrorista y antiislámica en 'Una verdad delicada'

La novela está cargada de sobrentendidos, muchos diálogos y personajes descritos con precisión


Le Carré defiende que siempre se puede elegir entre el bien y el mal. / Carles Ribas

Citando a Graham Greene, su gran referente literario, John Le Carré siempre ha dicho que el mayor patrimonio de un escritor son sus primeros años de vida y que, teniendo en cuenta esta máxima, se considera un hombre muy rico. La razón es la relación con su padre, Ronnie Cornwell, un ladrón y estafador profesional que estuvo durante años entrando y saliendo de la cárcel, viviendo entre la opulencia y la pobreza, siempre en los márgenes de la ley. Su madre huyó cuando tenía cinco años y el futuro escritor se crio en internados. Comenzó a trabajar para el MI5 (el servicio secreto británico interior) en Oxford y luego se pasó al MI6 (el servicio exterior) en 1960 en Alemania, en los momentos más peligrosos de la guerra fría (el muro de Berlín se construyó en 1961).

A sus 81 años, ha escrito 23 novelas y está considerado uno de los grandes narradores contemporáneos con obras de la envergadura de El espía que surgió del frío, El topo, Un espía perfecto (un relato cargado de elementos personales que muchos consideran su mejor novela) o El jardinero fiel. Sin embargo, sigue dando vueltas a los mismos temas: toda su obra está marcada por la estela de mentiras que dejaron tanto su progenitor como sus años en el espionaje. Su literatura se basa en una profunda observación crítica de la vida política contemporánea —y alcanza la altura de los clásicos decimonónicos— con un telón de fondo ético. Sus héroes se enfrentan una y otra vez al mismo dilema: cómo pueden permanecer morales en un mundo inmoral. Este asunto aflora con mayor intensidad en su última novela, Una verdad delicada, un relato que está a la altura de sus mejores libros, en el que se sumerge en el siniestro mundo de las operaciones encubiertas que han proliferado en los años posteriores a los atentados del 11-S.

Los héroes de Le Carré
se enfrentan una y otra vez al mismo dilema: cómo ser morales en
un mundo inmoral
Los personajes de Le Carré se meten en líos considerables, en sus novelas suele haber bastante acción; pero siempre tienen una dimensión moral y una enorme carga simbólica. El oficio del maestro se nota en que nunca se convierten en arquetipos: son seres humanos reales que, sin embargo, describen nuestra época, la era de los secretos y las mentiras. Estos dos conceptos unen la guerra fría, en la que nació la literatura de Le Carré, con los tiempos de la guerra contra el terrorismo, que empezó con Bush y Blair, pero, como demuestra la reciente operación estadounidense en Trípoli o los constantes ataques con drones, aún no ha terminado.

“¿Qué he aprendido en estos 50 años?”, se preguntaba en un artículo este verano en el diario británico The Guardian, con motivo del 50º aniversario de la publicación de El espía que surgió del frío, la novela que le convirtió en un escritor universal a los 30 años. “Si me veo obligado a pensar en ello, no mucho. Salvo que la moralidad del mundo secreto no es muy diferente de la nuestra”. En otras palabras, la moralidad de los servicios secretos refleja la sociedad en la que crecen y se multiplican lo que, en un momento como este en el que sabemos que espían con impunidad hasta nuestros correos electrónicos, no resulta muy tranquilizador.

Una verdad delicada no es su primera incursión en la paranoia antiterrorista (y antiislámica) posterior a los atentados contra Washington y Nueva York, un tema que ya trató en El hombre más buscado. La imaginación de Le Carré siempre encuentra sus raíces en la realidad cercana. Como todas sus novelas, exige un cierto esfuerzo por parte del lector, porque sus tramas están llenas de sobrentendidos y de momentos de desconcierto. Hay muchos diálogos, muchos personajes introducidos de golpe (y descritos con asombrosa precisión en dos trazos), ocurren muchas cosas y la trama avanza entre giros inesperados (una trama sobre la que conviene contar lo menos posible, salvo que empieza en Gibraltar, con una operación encubierta que tiene muy mala pinta, y que está llena de diplomáticos británicos, descritos con punzante ironía). También, uno de los puntos fuertes de Le Carré es su sentido del humor, como demuestra el siguiente diálogo: “¿Había hecho esto antes?”, dice uno de los protagonistas del libro sobre otro personaje. “Cuando mi querido ex se largó con su nueva novia y la mitad de mi hipoteca, mi padre fue a asediar su piso”. “¿Y qué hizo después?”. “Se equivocó de piso”.

Hay lectores de Le Carré que siguen añorando los tiempos del Circus, de Smiley, el mortal juego de ajedrez de la guerra fría. Es una nostalgia injustificada: el talento de Le Carré está en haber sabido narrar con enorme talento su época y haberlo conseguido a través de novelas de espías, como podía haberlo hecho a través de sagas familiares. Pero, sobre todo, está en haber logrado demostrar una y otra vez una máxima moral crucial: que siempre podemos elegir entre el bien o el mal, que incluso en los peores tiempos se pueden tomar las decisiones correctas.

Una verdad delicada. John Le Carré. Traducción de Carlos Milla Soler. Plaza & Janés. Barcelona, 2013. 368 páginas. 22,90 euros (electrónico: 10,99)

el dispensador dice: por algún motivo genético ciertos seres humanos, por ende ciertas culturas humanas, necesitan de la guerra, del conflicto, de la confrontación o de la competencia cruel, donde perder es sinónimo de calamidad. Por algún motivo genético, esos mismos "ciertos seres humanos", por ende esas mismas "ciertas culturas humanas", necesitan expresarse a través de la dominación y el sometimiento de los otros, supuestamente más débiles (al menos más débiles en lo militar), y de hecho varios reinos de estos últimos siglos son una clara traducción del uso de las fuerzas, en desmedro de las sapiencias... desde luego, esas mismas sociedades belicosas por excelencia, producen largas explicaciones de los por qué de las violencias, los atropellos, los abusos y otras violaciones de los derechos individuales. Siempre me repito que a "alguien" de ellos mismos, le sirve... de allí la necesidad de fabricar conflictos donde no los hay... de allí la necesidad imperiosa de sostener al mundo humano envuelto en guerras que denigran la condición humana... curiosamente, la mayor fuente de conflictos es el propio pensamiento occidental, utilitario si los hay, siempre dispuesto a subir la apuesta sobre la debilidad del otro, asumiendo incluso que el silencio es una forma de debilidad, que el llanto es sinónimo de impotencia, y que lo humilde es una sintonía con la carencia de aspiraciones... de allí que las corporaciones se construyan sobre ambiciones que no escatiman esfuerzos en quebrar cualquier vínculo, cualquier equilibrio, cualquier armonía, para lograr fines para nada solidarios, mucho menos compasivos, vacíos de cualquier "fin social". Lo dicho es una clara consecuencia de una conducta exhibida inmediatamente al final de la Segunda Guerra Mundial... la guerra fría produjo excelentes beneficios a unos pocos oportunistas, destructores de culturas, por consiguiente la experiencia les valió a sus sucesores para asumir que era necesario sostener vigente el modelo... esto es sostener las guerras a escala, como una forma de tener amedrentada a las poblaciones en particular y los humanos mortales en general, asegurándose la inalterabilidad de los negocios. Lo cursado desde el fin de la segunda guerra mundial hacia aquí, demuestra que a esos supuestos beneficiarios, no les interesa la paz, y por el contrario, necesitan de la guerra como medio de subsistencia política, militar, estratégica y hasta social... traducido, para que unos pocos se beneficien, los muchos anónimos deben verse avasallados por decisiones que dañan a la consciencia pública... entonces no hay una guerra declarada, sino conflictos inducidos al modo de los del Líbano, Siria, la franja de Gaza, Palestina, Irak, donde mueren personas que el sistema asume como "daños colaterales", esto es menores en comparación con las finalidades ocultas... ya que todo fin justifica los medios... frase aberrante si las hay. La verdad delicada se nutre de mentiras orquestadas desde y por los dueños del poder... ya que responde a conveniencias e intereses sectoriales que no escatiman esfuerzos en obtener los resultados pretendidos... de allí que la paz sea una entelequia... o si se quiere una idealización de una humanidad que halla el meollo de sus humanismos... la Tierra de estas horas, enseña un paisaje donde dominan los fríos sin guerras declaradas... pero donde el conflicto condiciona cualquier horizonte, cualquier rutina, y hasta cualquier circunstancia... omitiendo entender que aquellas sociedades que se sustentan en la hipótesis de los conflictos, terminan devoradas por ellos... algo que queda en evidencia luego de las últimas ocurrencias políticas ocurridas en el seno del propio gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, donde unos pocos colocan en tela de juicio los principios culturales de los muchos, por simple antojos oportunistas... algo que se corresponde con las visiones corporativas de las editoriales, donde lo creativo, el genio, las sapiencias, los humanismos, no constituyen nada importante, porque lo único importante es el negocio... ángulo donde sucumben todos y cada uno de los humanismos necesarios para la continuidad de la raza humana. OCTUBRE 19, 2013.-
 

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