lunes, 8 de junio de 2015

REFLEXIÓN CON EL ESTÓMAGO VACÍO Y CON EL ESPÍRITU EXULTANTE ► Feria del Libro 2015: Comerse un libro | Cultura | EL PAÍS

Feria del Libro 2015: Comerse un libro | Cultura | EL PAÍS







Estoy convencida de que existe una armonía secreta entre los alimentos que consumimos y las lecturas que hacemos: “Le gustaban las novelas victorianas. Era la única clase de novelas que una podía leer mientras se zampaba una manzana”, escribe Stella Gibbons en “La hija de Robert Poste”. ¿A qué se refiere Stella Gibbons? ¿A que si te atragantas con una manzana en el final de “Cumbres borrascosas” existe un riesgo menor de morir en el intento de extraer el trozo de fruta apresado en tu garganta?
Algo similar le pregunto a Enrique Redel, editor de esta joya que ha seducido a una minoría inmensa: “Desde los clubes de lectura nos decían que nuestros libros se leían siempre con un té al lado. Así que diseñamos específicamente unas bolsitas de té con nuestro logo”.
En esta feria, por el contrario, el helado es la gasolina de todos los lectores. En todas sus formas, colores y texturas. No hay visitante que no tenga uno en la mano. Más helados que libros. Este es el resumen.
Me acerco a la caseta de la editorial Blume y abro al azar el libro “Cocina casera” de Yvette van Boven. Se aparece ante mí la receta de un sorbete de frambuesa. Empiezo a pensar que así sabría el último libro que acabo de devorar, “Oso” de Marian Engel. Su editor me dice que a él le sabe más a cerezas recién recogidas del árbol.
Sigo andando hasta el final de la avenida y compruebo que existen casetas VIP: espacios amplios donde el aire corre con mayor facilidad que en las opresivas casetas tradicionales. Vislumbro una cola gigantesca que espera paciente a que la escritora Camila Läckberg le firme su obra. “En los libros de Läckberg siempre hace frío y huelen claramente a pescado”, me responde un fan de la escritora sueca ante mi pregunta gastroliteraria. Descubro que el segundo libro que publicó era un tributo literario a la cocina de su famosa Fjällbacka. ¿Tienen tiempo para cocinar las grandes estrellas de la literatura? Läckberg, desde luego, ha presumido siempre de hacer uno de los mejores risottos del mundo. Como en la cocina -me digo- la escritura requiere paciencia, creatividad y una pizca de descaro.
“El tío Rodolfo leía historias de las que emanaba un olor a clavo de clavel mezclado con una infusión que tenía un nombre precioso: kardadé” recuerdo que escribía Giulia Alberico en “Los libros son tímidos”. La autora Belén García Abia me confiesa que una vez puso en su maleta un libro de Jean Genet junto a un queso manchego. “Desde entonces, Genet siempre me ha sabido a queso”.
“¿Son las recetas de cocina un género literario en sí mismo?”, me hubiera gustado preguntarle a alguno de los aspirantes y miembros del jurado del programa MasterChef que firman en la caseta de Aliana Librería Gastronómica. Una multitud de nuevos adictos a la cocina me lo impide.
Antes de irme, me aproximo a la caseta 310 de Attichus-Finch y veo a Santiago Lorenzo firmando “Las ganas”. Me han entrado ganas de decirle que su libro me sabe a pan sin aceite ni sal.
No estoy segura de si apreciará mi elogio, así que me marcho en silencio y con el estómago vacío.

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